Probablemente el nombre “D.B. Cooper” signifique poco para el lector que no esté compenetrado con la cultura popular estadounidense (o con el amplio mundo de misterios humanos ocurridos a lo largo del siglo XX). Sin embargo, desde hace medio siglo el fantasma de D.B. Cooper ronda el imaginario de la población de esa nación como un héroe de carne y hueso que sólo se salva a sí mismo de un modo espectacular (increíble, grandioso) y que le quita a los poderosos 200.000 dólares sin compartir ni uno solo con nadie y, así y todo, ser conocido como un “Robin Hood moderno”, alocado.
Los hechos que propiciaron el nacimiento de una leyenda ocurrieron así: el 24 de noviembre de 1971 Dan Cooper -tal como se había registrado en el mostrador de la aerolínea Northwest Orient- ingresaba al Boeing 727 que estaba a punto de partir del Aeropuerto Internacional de Portland con destino a Seattle, Washington. Era un pasajero más, de unos 45 años, vestido con una gabardina negra, mocasines, traje oscuro, camisa blanca, corbata negra, gafas de sol oscuras y un alfiler de corbata hecho de madreperla. Se ubicó en la parte trasera del avión en el asiento y, ya en el aire, le entregó una nota a la azafata Florence Schaffner, que la guardó sin leerla. Dan Cooper se le acercó y le dijo: “Señorita, mejor lea lo que hay en esa nota. Tengo una bomba”. En el mensaje estaba escrito: “Tengo una bomba en mi maletín. La usaré si es necesario. Quiero que se siente junto a mí”. La nota también demandaba 200.000 dólares en “moneda estadounidense” en cambio chico y cuatro paracaídas. La azafata fue a la cabina a informar al capitán del vuelo. Le pidieron que regresara al lado de Cooper para averiguar si la bomba era real. Cooper lo notó, abrió su maletín, dejó ver unos cartuchos de dinamita, un mecanismo de reloj, cables: era una bomba. Así comenzaba a erigirse un mito.
Los demás pasajeros no tenían idea de lo que ocurría en esos momentos. En tierra, se reunía el rescate solicitado. Cuando anunciaron desde el aeropuerto de Seattle que lo demandado estaba listo, Dan Cooper permitió aterrizar, a los pasajeros bajar y a un emisario entregarle el botín a una azafata, que finalmente se lo entregó. Con algunos rehenes pertenecientes a la tripulación, que permanecían en la cabina del piloto, mientras una azafata acompañaba a Cooper, hasta que le ordenó que ingresara también a la cabina. El secuestrador había bebido un vaso de bourbon. En cierto momento en la cabina se escuchó un golpe. Sólo un rato después, sin haber tenido noticias de Cooper, se asomaron para comprobar que la escalera para pasajeros colgaba en el vacío ya que la puerta presurizada estaba abierta. Cooper no estaba. Había saltado con su botín en el paracaídas. Matías Bauso escribió un detallado relato del secuestro de DB Cooper (como sería conocido luego de que la policía informara que había interrogado a un hombre que respondía a este nombre pero que la población interpretó como el nombre del nuevo héroe de superacción) y los detalles posteriores al único episodio de piratería aérea sin resolver en los Estados Unidos.
Estas líneas se detendrán en la construcción de un mito contemporáneo a la altura de unos riffs setentistas de rocanrol. Que engendra todavía personajes particulares alrededor del mito. Es que toda sociedad alberga mitos que brindan una razón de ser a la posibilidad de que sea diferente la existencia. Pero, ¿qué es un mito? Es una fe, una esperanza, una narración fundamental. Que debe aspirar a unas características: la de ser posible de ser percibida como hecho de la realidad y que a la vez se mantenga alejado del alcance terreno para que su estatus pertenezca al de más allá de lo humano concebible. El peruano José Carlos Mariátegui, que escribiría sobre los usos políticos del mito, dice: “El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico. La historia la hacen los hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza super-humana; los demás hombres son el coro anónimo del drama”. Bien, el hombre que escribió su nombre en el mostrador como “Dan Cooper” pero sería conocido hasta el infinito como D.B. Cooper, reunía esos valores para transformarse en mito.
Nunca se lo encontró, ni su cuerpo, ni el paracaídas, ni su ropa, ni nada. Varios años después de la hazaña unos miles de dólares pero sin valor por el estado de los billetes fue hallado por un niño en el estado de Washington y se determinó que pertenecían a los billetes seleccionados por el FBI. Luego, el misterio. Y luego del misterio, el fenómeno masivo.
¿Quién no quiere ser un mito? En realidad, no es una virtud que se logre por determinación individual, sino que es un designio que brindan las sociedades a las personas y eventos por procesos que van de abajo hacia arriba y que así se sistematizan e incorpora al imaginario social, al imaginario cultural. Ser un mito es un arduo trabajito. Por eso, muchas veces, es más fácil apropiarse de un mito e incorporarlo a la propia identidad. En 2020, HBO Max lanzó el largometraje documental The Mistery of D.B. Cooper que, además de retomar el caso con testimonios de los protagonistas de la tripulación, pasajeros del famoso vuelo secuestrado por D.B. Cooper y expertos en el caso, visita a familiares, amigos y a personajes ellos mismos que aseguran ser D.B. Cooper. Es decir, haber sido hasta poner los pies en la tierra luego del salto en paracaídas. La viuda de Duane Weber cuenta a cámaras que su pareja de décadas le dijo al oído en su lecho de muerte: “I’m Dan Cooper”.
Una pareja que administra un aeropuerto se hace amiga de una aviadora frecuente cuando nota algo extraño y Barbara Deyton no tiene problemas en decir que en realidad ella había nacido como hombre hasta que se hizo una operación de cambio de sexo. Un poco más difícil fue que admitiera que ella era D.B. Cooper. Un antiguo investigador del FBI revela que Richard Macoy, un hombre mormón, es D.B. Cooper luego de que intenta realizar el mismo secuestro pero le sale mal. Aduce que había perdido el dinero del botín original y que decidió intentarlo de nuevo. Una mujer adulta recuerda cuando chica el día de acción de Gracias, jornada posterior al secuestro del avión, su tío llegó herido a su casa, ayudado por otro tío, y celebrando a pesar de las heridas. Su padre le explicó que habían secuestrado el avión para tener dinero y que ya no les faltara, pero que debía ser su secreto.
La película de HBO Max es realmente buena. El relato del incidente en las alturas se acompasa con estos discursos delirantes acerca de ser D.B. Cooper. Haber conocido a D.B. Cooper, haber sido su amigo, su amante. Es acercarse al mito, a ese cuerpo para el paracaídas y una mente para el crimen. A un ganador.
El documental en cuatro partes de Netflix D.B. Cooper: ¡¿Dónde estás?! no se concentra en quienes reclaman ser D.B Cooper, sino en quienes se ponen la misión de cazarlo. De seguir su rastro. De sus fans. Y de la parafernalia alrededor del caso medio siglo después. Periodistas, obsesivos, agentes del FBI, admiradores. Estos últimos se reúnen en convenciones, como aquellas que se realizan alrededor de los héroes de Marvel, para presenciar mesas alrededor del mito. Las más concurridas están protagonizadas, por ejemplo, por uno de los pasajeros que estuvo sentado en el Boeing cerca de D.B. Cooper y que desde hace cinco décadas tiene la changuita de contar que estuvo sentado cerca de Cooper y que se lo notaba tranquilo. Dios es generoso, evidentemente. O el caso de Tom Colbert, que destina centenares de miles de dólares en un equipo para encontrar a Cooper y cuando piensa haber alcanzado a su objetivo, un hombre de más de ochenta años, le pide una entrevista. Asiste preparado con una pistola cargada, por las dudas, al evento. El episodio más simpático es aquel que se detiene en unas historietas canadienses cuyo héroe es Dan Cooper, piloto y ¡paracaidista! Se publicaba antes del secuestro del avión, pero aún no queda del todo claro el aspecto de prueba del cómic. Pero seguro algo tuvo que ver.
Son dos manifestaciones documentales de calidad y que muestran un fenómeno que supera a los datos policiales del secuestro de un avión. D.B. Cooper es ya parte de la cultura popular. Es un mito estadounidense, como Elvis Presley vivo o El Sueño Americano. Mitos que vale la pena creer, si no, ¿para qué estar vivos?
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