Uno de los casos más emblemáticos del tráfico ilícito de arte en Argentina, del historietista Alberto Breccia, llega al Centro Cultural Borges con una muestra que exhibe originales hallados tras el robo de sus obras (guardadas una caja de seguridad) y que ahora son parte del proceso judicial que investiga el delito. Esto revela el impacto de la pérdida tanto para la familia como para el patrimonio argentino, al tiempo que recuerda la excepcionalidad de un artista referente, que experimentó más allá de su tiempo.
Con seguridad las 24 horas y cámaras de vigilancia, El caso Breccia es, sin lugar a dudas, una muestra “excepcional”, como la define su curadora, Judith Gociol, periodista e investigadora especializada en historieta. Es excepcional porque la obra de Alberto Breccia reviste la genialidad de los grandes artistas y porque se exhiben originales que no se han visto nunca. También porque se trata de piezas involucradas en un delito y así la muestra transcurre en circunstancias poco habituales para la celebración de un artista. ¿Acaso cuántas exposiciones se realizan en medio de un proceso judicial, con exigencias de procecimiento y medidas enfáticas de seguridad que procuran proteger y salvaguardar el contenido?
El caso Breccia es uno de los ejemplos más resonantes en delitos de tráfico de obras de arte o, sin eufemismos, una “tragedia para la historieta” como la define Juan Sasturain, que trabajó con el dibujante en Perramus. A raíz de un juicio sucesorio entre la familia y la segunda esposa del dibujante, en 1997 los herederos decidieron que la colección del propio Breccia –tanto de su propiedad, como de su autoría–, que permanecían en su casa de Haedo, pasaran al resguardo en una caja fuerte de una empresa de seguridad especializada en patrimonio.
La empresa –curiosamente llamada Firme– quebró en el año 2005, y los casi 900 originales y otro centenar de obras que pertenecían a Breccia (regalos, intercambios con otros artistas) fueron robados y vendidos ilegalmente por todo el mundo.
A través de la noticia de que una obra del dibujante estaba a la venta, la familia hizo la denuncia y el juzgado dio intervención a Interpol a través de su Departamento de Protección del Patrimonio Cultural. En colaboración con dependencias internacionales, detectaron la obra en venta. La dispersión de la colección era total: se ofrecían originales del ilustrador en casas de subastas de Canadá, Bélgica, Australia, España e Italia. Si bien se pudo dar con el paradero de muchas, hasta el momento no lograron que sean restituidas, porque cada país tiene su legislación y facultad para decidir si las compras fueron realizadas o no de buena fe. Y no todas se encontraron, todavía hay piezas con destino desconocido.
“Es un caso que da cuenta de los riesgos y lo que pasa cuando una obra es considerada parte del mercado. Ni Breccia ni su familia gozaron de ese reconocimiento económico”, indica Gociol.
Como señaló Patricia Breccia, hija del dibujante, a propósito de la inauguración de la muestra, cuando se quita ilícitamente no se está sustrayendo solamente dinero: “Cuando un delincuente roba la historia de un artista, está robando también la historia familiar, la infancia, la juventud, la muerte, la enfermedad de mi vieja. Para el delincuente es un factor monetario pero para la familia es toda una historia, toda una pérdida que se va con esa obra”.
A los números: hoy el mercado puede pagar por una página de Breccia unos 5.000 dólares. Su calidad, su versatilidad, su exploración, son marcas codiciadas en todo el mundo y tan es así que países que quizá no tienen tanta relación con el cómic, como Canadá, encuentren compradores. Pese al prestigio de su obra, Breccia era un “laburante, trabajaba para sostenerse. Laburó en un montón de lugares, hacía muchas cosas en paralelo. Él no vivió ese precio en el mercado, era un ´ganapan´ que no dejaba de experimentar”, dice Gociol.
Se refiere a que “cosas que nosotros consideramos ahora obras maestras, para él eran experimentaciones con la luz, la sombra, el blanco y el negro, con los materiales y recursos experimentales que encontró por falta de tiempo. Por ejemplo, para abreviar pasos cuando tenía mucho trabajo o cuidaba de su esposa enferma apareció el collage”, cuenta la curadora sobre el historietista argentino al que ubica como uno de “los más importantes historietistas del mundo”.
Pero la obra de Breccia no terminó solamente en el exterior. En Argentina la investigación aportó pistas y resultados. Se realizaron tres allanamientos y lograron recuperar muchos originales, tan es así que con el primero, en el año 2009, restituyeron unas 196 obras. Se determinó como responsable a un matrimonio domiciliado en Glew, cuya causa resultó en una probation: deberán pagar 400.000 pesos y hacer tareas comunitarias. No está probado que hayan robado ellos la colección pero sí que eran tenedores, de modo que la cadena sigue siendo una incógnita en la investigación. Fragmentos de esas obras recuperadas, al cuidado de Interpol hasta que determine el juzgado, son las que se exhiben ahora en la exposición en el Centro Cultural Borges.
Por eso se trata de una muestra excepcional, ya que para montarla se precisó de la autorización del juzgado, y fue un trabajo mancomunado entre el Ministerio de Cultura de Nación, la Justicia y el Ministerio de Seguridad. Para Marcelo El Haibe, comisario al frente de la Dirección General de Coordinación Internacional de la Policía Federal Argentina, una exposición así tiene un gran valor de concientización, porque “permite difundir” este delito, dado que la clave en este tipo de tráfico radica en la cooperación y en el rol de los intermediarios.
Ubicada en la sala de exposiciones temporarias del Borges, la muestra comienza con la réplica del depósito de Interpol donde se encuentran bajo tutela las obras secuestradas por el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural, área que este año cumple dos décadas como fuerza modelo en temas vinculados con el tráfico ilícito de bienes culturales y está a cargo del comisario inspector Fernando Gómez Benigno.
Una cohorte de cámaras de seguridad apuntan a las obras envueltas en plástico y cartón, cuidadosamente catalogadas. Cuenta Gociol que para llevar adelante esta exposición “todo lo tuvo que autorizar el juez” y firmaron “un acta donde se detallaba lo que había y quedó la guardia permanente”.
Las obras de Alberto Breccia (1919-1993) se pueden ver un poco más adentro de la muestra, en una sala que fue diseñada para mantener el juego de luces y sombras que marcan la identidad del dibujante. No solo es cuestión de iluminación, las paredes acompañan esa articulación: en la pared color blanco se muestran las obras recuperadas acompañadas por un formulario de catalogación como los que hace la Policía; en la gris se proyecta un video con las imágenes de las obras localizadas en otros países; y en la pared negra cuelgan solos los marcos de las obras revelando todo lo que falta. Lo que se robó y también todo aquello que no volvió a su autor, porque en la época de Breccia, cuando no existía fotocopiadora, los originales se enviaban por correo y quedaban en manos de editores, una práctica que cambió “porque se modificó la mirada en relación con la historieta”, dice Gociol.
Casi todos los originales que se exhiben en la muestra son inéditos, no se publicaron o no se exhibieron o no hay registro de que hayan salido a la luz. El abanico de estéticas y trazos es enorme y hay obras en témperas de los años 50, obras de fines de los 80 y otras que son como “apuntes” –los llama Gociol– que Breccia realizó en la década del 90, poco antes de su muerte porque, como recordó su nieta Silvana en una recorrida por las obras de su abuelo, Breccia dibujó “hasta el último de sus días”. Son obras que además muestran la forma de trabajo de Breccia en diálogo con el guionista, creando un lenguaje visual propio en función de cada texto.
¿Por qué se considera a Breccia uno de los historietistas más destacados no solo de la Argentina, sino también del mundo, como lo evidencia el robo de sus obras dispersas en distintos países, o el acervo que tiene bajo custodia el Museo de Angouleme, en Francia? “Hay un consenso unánime en definirlo así. Es una obra excepcional, realmente hizo otra cosa que no se había hecho hasta entonces y que marcó lo posterior. Hay una historieta que después de Breccia cambió. El grado de experimentación de la obra, muy ligado a los intereses pictóricos y a la experimentación con los materiales”, explica Gociol.
Fuente: Télam S. E.
El caso Breccia se puede visitar con entrada libre y gratuita de miércoles a domingo de 14 a 20, hasta el mes de septiembre, en el segundo piso del Centro Cultural Borges (Viamonte 525, C. A. B. A.)
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