Un manual de supervivencia para saber de Zombis: esclavos de la muerte y otras bellezas

¿Qué tienen los muertos-vivos que generan tanto interés? La reciente publicación de “Todo lo que hay que saber acerca de los zombis” de Roberto Gárriz, parte del absurdo y ancla en la realidad para seguir pensando una “problemática estética contemporánea”

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Ilustración de Camille Vannier para
Ilustración de Camille Vannier para “Todo lo que hay que saber acerca de los zombis”

Es 24 de octubre de 1936 por la noche. Una mujer camina por las calles de Ennery, un pequeño pueblo de Haití, arrastrando la pierna izquierda, dejando un largo surco en la tierra. Le cuelgan retazos de ropa; está prácticamente desnuda. Está sucia, perdida, los ojos en blanco, la piel seca, lastimada. Alguien grita: ¡Felicia! Pero Felicia Felix Mentor murió en 1907 luego de una larga enfermedad. Fue enterrada con la ceremonia correspondiente. Tenía 29 años. Alguien vuelve a gritar: ¡Felicia! Llaman a su familia, que dice reconocerla, que dice que es ella. La llevan a su casa, la bañan, la cuidan, la alimentan. Al año siguiente, la antropóloga estadounidense Zora Neale Hurston golpea la puerta. Habla con la familia de Felicia y ella, Felicia, está ahí, con ellos, los ojos en blanco, perdida. Nadie le dice algo más que lo evidente. Al regresar a su país, Hurston —especialista y folklorista— piensa en la figura del zombi, tan propia de la religión vudú, y escribe que “si alguna vez alguien llega al fondo del vudú en Haití y África se encontrará con algunos secretos importantes aún desconocidos para la ciencia médica”.

Volver de la muerte es una idea antiquísima. En un mito de la Antigua Mesopotamia, por ejemplo, la diosa Ishtar descendía a los infiernos: “Levantaré a los muertos y se comerán a los vivos. ¡Y los muertos superarán en número a los vivos!” Pero los orígenes del zombi, del concepto que hoy tenemos, están en el vudú haitiano, una religión de la diáspora africana que se desarrolló en los siglos XVI y XIX mediante el sincretismo con el catolicismo. En el resguardo de la noche latinoamericana, hombres y mujeres sumidos en la esclavitud practicaban este tipo de rituales. Se creía que la deidad vudú Barón Samedi llevaría a los muertos a una vida celestial en África, pero no a los que hayan realizado alguna ofensa, a los que hayan pecado. En ese caso, se levantarían de su tumba pero quedarían esclavos de la muerte. El suicido era una forma de pecado. Muchos lo hacían; la esclavitud era insoportable. La escritora Amy Wilentz señala que muchos capataces de las plantaciones, que solían ser esclavos y sacerdotes vudú, amenazaban con que el suicidio los volvería zombis. “Un zombi es un esclavo para siempre”, dice Wilenz.

El escritor argentino, abogado y perito en neotanatología Roberto Gárriz acaba de publicar Todo lo que hay que saber acerca de los zombis, coeditado por Anagrama y Libros del Zorzal, ilustrado por Camille Vannier, que comienza diciendo que “la población mundial actual se calcula en 7.6000.000.000 habitantes” y que, “tomando el año 50.000 a. C. como momento aproximado en el que aparece el Homo sapiens en la Tierra” se llega a una cifra: “106.457.752.669 personas nacidas en el planeta”. “Hoy representamos apenas el 7%. El resto a fallecido”, dice y agrega: “Resulta elemental, entonces, entender que a nada debería temer más la humanidad que a una confrontación con un ejército de muertos, que, además de superarnos ampliamente en número, pueden pelear hasta las últimas consecuencias, pues tienen una moral de combate altísima: la de aquellos que no tienen nada que perder”. Ya lo decía la diosa Ishtar. Y siguiendo la tradición vudú, si los zombis son, no solo esclavos suicidas, sino personas que ofendieron, que pecaron, ¿quién se declarará libre y tirará la primera piedra?

Zora Neale Hurston y William
Zora Neale Hurston y William Seabrook (Fotos: Wikipedia)

El libro de Gárriz, escrito desde un absurdo que poco a poco borra las sonrisas y tiñe con su narrativa lo que llamamos realidad, tiene la pretensión de ser un manual de supervivencia. Qué es un zombi , cómo identificarlo, cómo contagian, cómo eliminarlo. “La amenaza zombi no se combate desde el aire o con equipos acorazados sino hombre a hombre. La provisión deberá consistir en armas con punta y filo, largas pero no tanto como para que se hagan difíciles de manejar. Cuchillos, picas, hachas, o los antiguos manguales de una sola bola, todos ellos más eficaces. Acaso más que las armas de fuego. Y necesitan menos puntería. Por otro lado, disminuyen la posibilidad de errar el disparo y herir a un ser humano con vida que no se lo merezca”. Cuando esta invasión ocurra, el mundo se volverá otro. “Una avalancha de noticias llevará casi al colapso a las habituales programaciones”. “Está previsto que la industria farmacéutica tenga un importante desarrollo”. “El temor a los cortes de energía eléctrica y la falta de estaciones para cargar celulares y tabletas en plena huida pueden favorecer un resurgimiento de la lectura del libro en papel”.

Según Gárriz, América del Sur es “el continente que se llevaría la mejor parte a la hora de defenderse” y Argentina, “sobre todo la región patagónica, puede ser un sitio ideal para refugiarse: pocas vías de acceso, un clima riguroso de invierno, escasa densidad de población y una ganadería de planteles reducidos”. Quien trabajó ese paisaje en profundidad fue Juan Ignacio Pisano en El viento de la pampa los vio, su última novela, publicada el año pasado. Una pareja con su hija recién nacida están de vacaciones en la costa argentina cuando, de pronto, en el televisor de un kiosco, las noticias de un nuevo virus, camiones del Ministerio de Salud con promotoras e información sanitaria y gente, mucha gente, al calor de la arena, matándose entre sí. Zombis. No hay tiempo para entrar al hotel: está en llamas. Los cadáveres vivos se les tiran encima del parabrisas. “Autos pasan a su lado, escapan de lo mismo que escapan todos: lo desconocido”. Encaran hacia la Patagonia, a los paraísos que habían visitado en sus vacaciones anteriores, cuando no tenían hijos, que seguramente estarán vacíos, desérticos, desolados.

Ruta, paisaje desértico, sol fuerte, la familia avanza en la camioneta y un hombre habla en la radio: “La situación es dramática. Afuera del edificio, la policía enfrenta un grupo de zombis, si es que ese es el nombre que les corresponde. Pero, querido oyente, ¿cómo nombrar lo innombrable sino es con algo conocido? Muerden, devoran a la gente y no tienen raciocinio. ¿Cómo llamarlos de otra manera?” En la mayoría de las películas y novelas de zombis, los protagonistas no tienen idea lo que es un zombi. En algún punto, eso carece de cierta verosimilitud fina. ¿Quién, en esta época, en este mundo, no ha visto o leído o escuchado sobre esos cuerpos cadavéricos? Asentados en el paisaje patagónico, Hilario, el padre de la bebé, encuentra un caballo, lo amansa y sale todos los días a recorrer la zona con una escopeta cargada. El elemento disonante en esta típica historia de género, el componente que le aportan estas tierras australes, es el gaucho. En la pampa hay malones de zombis con sombrero, barba y poncho que, sobre caballos endemoniados, arrasan con todo. Contra esos gauchos zombis habrá que pelear hasta vencer.

“Volveré y seré millones” de
“Volveré y seré millones” de Matías Pailos y “El viento de la pampa los vio” de Juan Ignacio Pisano

En 2006, Pablo Forcinito publicó un relato en la primera de las antologías de Cuentos de la Abadía de Carfax. Se titulaba “Una amistad hecha pedazos”, es breve y plantea una situación concreta donde un tranza, el hermano menor del intendente, es increpado por otros tres. Le vendió marihuana “que no pega”, le recriminan. “Pará, boludo ¿en qué los garqué? —dijo el Gordo, acomodando su culo en el banquito—. A ver, pasalo. —El Gordo agarró el canuto y se lo quedó mirando. Continuó—: De Haití trajeron esta yerba. Dicen que los brujos la utilizan en los rituales. —Y agregó, como hablando solo—: se cuenta cada cosa de esos chiflados”. Una piña le hunde la nariz y queda tirado, desmayado, muerto. Los tres deciden deshacerse del cuerpo y tirarlo a los zanjones de Lavernia pero esa marihuana traída de Haití, de un lugar mítico, emblemático, la tierra de los zombis, ¿el origen de la zombificación?, no tiene el efecto deseado, “no pega”, pero ocurre otra cosa. Forcinito nunca nombra la palabra zombi, pero ahí lo vemos al Gordo, como a Felicia Felix Mentor, caminando, acechando.

En 2013, Matías Pailos publicó una novela breve, 62 páginas, Volveré y seré millones, donde zambulló este tópico, este género, en el balde de la argentinidad. El 27 de octubre de 2010, el día que murió Néstor Kirchner, el día del censo —”porque acá las cosas son así, plagadas de coincidencias cósmicas”—, un grupo de zombis emergen del agua. “Los cadáveres políticos están más vivos que nunca. Se levantan desde las profundidades barrosas y más bien superficiales del Río de la Plata y avanzan , fofos y deshilachados, tras más de 20 años en la mierda, para barrer con todo a su paso. Se hacen sentir en toda la costa, desde Tigre hasta La Plata”, se lee. No son zombis genéricos, son “zombies desaparecidos (los ‘desaparizombies‘)”. Argentina está envuelta en el mayor de los caos y es ahí, en la confusión total, que la figura del zombi, tan bizarra y tan popular, se mezcla con la huella de lo innombrable: el terrorismo de Estado. “¿Cuán ‘vivo‘ puede estar alguien que sobrevivió a la barbarie militar, al desgarramiento impiadoso de los que no merecen una segunda oportunidad?”, escribe Pailos.

En el nuevo siglo, la literatura argentina se ha ocupado de abordar esta estética y encontrar nuevos sentidos, nuevas preguntas, nuevas tensiones con el presente y con la figura del zombi. En una nota de Télam de principio de año, Josefina Marcuzzi hace una buena guía sobre varios de los libros que van en esta línea. También hay una nota de Luciana Sousa del 2013 en Agencia Paco Urondo que funciona como tal. Algunos de los libros que nombran amos textos son Berazachussetts, de Leandro Avalos Blacha, Ultra Tumba de Leonardo Oyola, Los muertos del Riachuelo de Hernán Domínguez Nimo, Crónicas zombis de Juan José Burzi y Argentina zombie de Luciano Saracino. También hay antologías: una es Vienen bajando, compilada por Carlos Godoy en 2011, otra es El libro de los muertos vivos, año 2013, con selección y prólogo de Ricardo Acevedo Esplugas, pero hay más, siempre hay más, y todos los que vendrán porque más que una temática, más que un género, más que una moda, es una “problemática estética contemporánea”, como dice Godoy.

“Todo lo que hay que
“Todo lo que hay que saber acerca de los zombis” (Anagrama - Libros del Zorzal) de Roberto Gárriz

Volvamos atrás. Cuando Zora Neale Hurston golpeó la puerta de aquella casa ya se había publicado el libro La isla mágica de William Seabrook. ¿Lo habrá leído? Hay un consenso generalizado de que es la primera novela de zombis. Salió en 1929 y cuenta el fenómeno de gente que, como Lázaro, se levanta y andan. Pero no tienen alma. Entonces se vuelven sirvientes y autómatas. Los terratenientes los usan para que trabajen en los cañaverales, otros para que asesinen enemigos. Seabrook y su esposa son los protagonistas. Llegan a Haití para conocer las costumbres de la isla y las prácticas esotéricas de la religión vudú. Estuvo ahí, fue en el año 1928. Se dice que logró acceder a todo ese mundo gracias a una bruja llamada Mamá Celine que lo tomó como ahijado y protegido. Cuando volvió a Estados Unidos, preparó un borrador y recibió un adelanto de 15 mil dólares para publicarlo. Le dedicó la novela a la bruja. Fue un éxito, vendió cientos de miles de ejemplares. Seabrook se suicidó en 1945 comiéndose un puñado de pastillas para dormir. Junto a su cuerpo, encontraron un muñeco vudú. Era idéntico a él.

El zombi es una figura que funciona como un talismán. A los esclavistas les sirvió para que sus explotados no se suiciden en masa, para que no abandonen la vida cruel porque “había algo peor”, para que sigan soportando una tradición de muerte. Hollywood generó un mercado gigantesco de entretenimiento y, ¿por qué no?, preparó a sus consumidores, a sus ciudadanos, para soportar masacres, guerras, pandemias, todo lo que podía amenazar a la humanidad. A la literatura argentina le permitió mirar con otros ojos su tradición política, recorrerla, repensarla, resignificarla en clave apocalíptica. También desnudar hasta el absurdo las debilidades del mundo en que vivimos, como hace el libro de Roberto Gárriz. Si es como decían los sacerdotes vudú, que el zombi es un esclavo de la muerte y que todos los que cometieron algún pecado se transformarán en zombis, entonces la suerte ya está echada y no hay nada para hacer. Cuando llegue el apocalipsis, todos estaremos ahí. Algunos desfigurados, sin alma, indestructibles; otros llenos de miedo intentando sobrevivir un rato más.

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