Este libro, con el que inauguramos la colección Ecología y Marxismo en Ediciones IPS, se publica en un momento muy particular, en el cual todas las alarmas de la crisis ambiental se encuentran encendidas, y transcurridos dos años de la aparición del Covid-19. El calentamiento global, producto de una acumulación inédita de gases de efecto invernadero en la atmósfera, debido centralmente a la utilización de combustibles fósiles, la destrucción de bosques nativos y los cambios en los usos de la tierra, alcanza niveles históricos y sus consecuencias cada vez son más evidentes. Eventos climáticos extremos como fuertes precipitaciones, inundaciones récord, olas de calor, sequías, incendios y mega tormentas son cada vez más cotidianos. La pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, el derretimiento de glaciares y el aumento del nivel del mar también se acentúan y aceleran y son, junto con la extinción masiva de especies y la contaminación química de la industria, algunas de las terribles manifestaciones de una situación completamente inédita para la humanidad. Al mismo tiempo, cada vez es más claro el papel del capitalismo en la generación de la crisis. Un sistema social que prosperó durante siglos no solo mediante la explotación del trabajo sino de la naturaleza como fuente “inagotable” de “recursos”, para convertirlos en mercancías o como repositorio de desperdicios, está llevando al límite la capacidad del planeta de “soportar” sus procesos ecodestructivos: la necesidad de terminar con la subsunción de la naturaleza a la lógica del capital es cada vez más urgente. Una vez más, como señalara Rosa Luxemburgo, las alternativas son socialismo o barbarie.
Ante esta crisis, el capitalismo oscila entre el negacionismo y diferentes variantes “verdes” donde la naturaleza es monetizada y considerada simplemente un capital natural. Así, lo único que nos ofrecen es una mayor mercantilización de la naturaleza, combinada con subsidios a grandes corporaciones para que emprendan una supuesta transición ecológica. No casualmente, es parte de esta misma estrategia cargar las culpas de la crisis ambiental en los individuos, señalar su supuesto poder como consumidores y ocultar de esa forma las responsabilidades que atraviesan toda la cadena de producción. Las cumbres climáticas, que los gobiernos utilizan para su “greenwashing” mientras continúan como si nada, escenifican para todo el mundo esta hipocresía capitalista.
Esta dinámica contribuye directamente a la degradación social y material de cientos de millones de personas que ya sufren la miseria, el desempleo y la precariedad laboral, mediante los cuales el capitalismo asegura su rentabilidad y reproducción. La pandemia de Covid-19 tuvo su origen en el avance sobre los ecosistemas naturales y seminaturales, condiciones que favorecen la emergencia de enfermedades de origen zoonótico. Impactó luego sobre sistemas de salud pública arrasados bajo el neoliberalismo y se transformó finalmente en un negocio para las grandes farmacéuticas, siendo un fenómeno inherente a esta dinámica más general.
Latinoamérica constituye una geografía en la cual esta lógica predatoria se traduce en procesos de destrucción y saqueo extractivista promovidos por intereses imperialistas acentuados a partir de las décadas de auge neoliberal, que avanzan dejando territorios y poblaciones arrasadas como verdaderas “zonas de sacrificio” mediante el agronegocio, con la destrucción de bosques, humedales y otros ambientes naturales o seminaturales y el desplazamiento de comunidades originarias, la explotación de combustible fósil mediante fracking o la megaminería metalífera con uso de sustancias contaminantes. Frente a esta realidad, este libro recupera los aportes del pensamiento ecológico de Marx.
La reflexión sobre la naturaleza, piedra angular del marxismo
En 1876, luego de enumerar una serie de desastres ecológicos y “revanchas de la naturaleza” ante cada victoria humana sobre ella, Friedrich Engels señalaba:
“todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente”.
Esta observación no era una anomalía en la obra de Engels ni en la de Karl Marx, como tampoco era extraño el interés de ambos por las ciencias naturales y físicas expresado, por ejemplo, en la reflexión sobre la obra de Charles Darwin, o en los intercambios que mantuvieron respecto de los análisis de Carl Schorlemmer y Justus von Liebig sobre la química agrícola, donde el último extendía el concepto de metabolismo a los ciclos biogeoquímicos de los agroecosistemas. No está ausente la reflexión acerca del rol del colonialismo (adelantando un debate anticolonial que será clave en la época imperialista) en la degradación de las condiciones ambientales de las regiones oprimidas, ya que como Marx señalaba, “Indirectamente, Inglaterra ha exportado el suelo de Irlanda, sin dejar siquiera a sus cultivadores los medios para reemplazar los constituyentes del suelo agotado”.
El autor explora y desarrolla una idea interesante: que la obra de Marx “no puede entenderse plenamente sin una comprensión de su concepción materialista de la naturaleza y su relación con la concepción materialista de la historia. Dicho de otro modo: el pensamiento social de Marx está inextricablemente relacionado con una visión ecológica del mundo”. En Marx, plantea Foster, desde el principio la noción de alienación del trabajo humano estaba vinculada con una comprensión de la alienación de los seres humanos respecto a la naturaleza. Incluso, denunció la expoliación de la naturaleza antes de que naciera la conciencia ecológica burguesa moderna.
Sin embargo, hasta hace poco tiempo hablar del pensamiento ecológico de Marx, o directamente la posibilidad de un marxismo ecológico parecía una contradicción. Marx era criticado desde el ambientalismo (e incluso desde el mismo ecosocialismo) por constituir, supuestamente, una posición propia de la Modernidad en su concepción de la naturaleza, con una ontología dualista entre naturaleza y sociedad y con una visión del desarrollo asociado a la expansión infinita de las fuerzas productivas acompañada de un exacerbado antropocentrismo; para ser más precisos, de una actitud “prometeica”. Esta última caracterización se basa en el mito griego de Prometeo, titán que roba el fuego a los dioses del Olimpo para dárselo a los humanos. Prometeo se vuelve así un símbolo de la autosuficiencia humana. En contraposición, alejado del pensamiento dialéctico, parte del ambientalismo adoptó una visión romántica, organicista y vitalista en versión posmoderna, abstracta, un tipo de holismo que alcanzó su culminación en la metáfora de Gaia (James Lovelock, 979), personificación de los mecanismos de autorregulación del planeta. No solo cada comunidad sería un todo integrado y homeostático, sino que el planeta entero funcionaría como tal, con la capacidad de mantener autónomamente la salud del planeta, casi como un ser consciente. Así, desaparecen los temas histórico-materiales reales y se reducen a meras frases. Es sobre el fondo de estos cuestionamientos que Foster realiza su recorrido en La ecología de Marx.
SEGUIR LEYENDO