Fragmentos de “Montauk”, de Max Frisch

En estos textos breves como si fueran aguafuertes o viñetas, se narra un fin de semana romántico en un pequeño balneario en las afueras de Nueva York. Su autor es uno de los escritores europeos más relevantes de fines del siglo XX

Guardar

Nuevo

infobae

Amagannsett

se llama, pues, la pequeña localidad donde ayer decidió relatar este fin de semana: de modo autobiográfico, sí, autobiográfico. Sin inventar personajes, sin inventar acontecimientos más ejemplares que su realidad, sin desviarse con invenciones. Sin justificar su actividad de escritor mediante el compromiso frente a la sociedad. Sin mensaje. No tiene ninguno y, sin embargo, vive. Solo quiere contar (con todo respeto a las personas que cita por su nombre): su vida.

Me pruebo historias como si fueran ropa

Cada vez más seguido me sobresaltan los recuerdos. Por lo general, no son recuerdos horribles. Muchas tonterías que no vale la pena contar, salvo en la cocina o como acompañante en el auto. Lo que me sobresalta es el descubrimiento: me he ocultado mi vida. Suministré historias a no sé bien qué público. Y en esas historias me desnudé, lo sé, hasta volverme irreconocible. No vivo con mi propia historia sino con las partes de ella que pude convertir en literatura. Faltan zonas enteras: el padre, el hermano, la hermana. El año pasado murió mi hermana. Me conmovió comprobar todo lo que sabía de ella. Jamás escribí una línea sobre el tema. Ni siquiera es cierto que solo me haya descripto a mí mismo. Nunca me describí a mí mismo. Lo que hice fue delatarme.

Lynn

Anotaciones en el avión:

Vale la pena volar en primera clase aunque sea una vez. A mi lado, un pasajero relativamente joven que, según se revela con el champagne, comercia explosivos. / Un hombre sincero es aquel que se pone un poco incómodo cuando le dicen que es sincero. / En Harvard una germanista norteamericana que trabaja sobre Ingeborg Bachmann, la obra y la persona. Está muy agradecida por mi ayuda: le doy la dirección de Roma. / En Cincinnati, la pregunta de qué pasa cuando confrontan a un escritor con sus trabajos tempranos. Contesté cualquier cosa... en lugar de hablar del pintor que, en presencia de su mujer, dice: ¡ay, esta porquería vieja, esta mierda! y después, cuando hablan de una exposición, una retrospectiva, para acortar las cavilaciones del hombre, ella dice: ¡basta de esa porquería vieja! sin darse cuenta de que no le corresponde usar esa calificación, la de él; en efecto, ella no hizo la obra. / Cuando se les dice a los norteamericanos: i am a socialist, no se pierde su respeto, al contrario, quedan convencidos de que uno es una especie de estrella que puede permitirse eso. / Desde el avión: parece inverosímil que en esta vasta Tierra, con tantos asentamientos y ciudades, lo extrañen a uno en algún lugar. Eso da cierta euforia. Pero si aplicamos esa perspectiva estando en tal o cual ciudad, la volvemos una ciudad tristísima. / ¡Se ofendió! es peor que decir: es más malo que un perro. Esto último lo decimos sin desprecio. / Sentimientos de culpa sin saber qué entiendo por culpa. / Dos veces, una en Montreal y otra Chicago, la pregunta en público: ¿Es cierto, señor Frisch, que usted odia a las mujeres? / La relación entre edad e ignorancia: ¿a qué curva matemática conduce esto? A pesar del incremento del saber, la curva se dispara con la edad: la ignorancia se vuelve infinita. / ¿Alguien vio alguna vez dos perros que al encontrarse hablen de un tercero porque, si no, no saben qué hacer juntos? / Como un cuento popular sobre un pescador que recoge su red y la arrastra con todas sus fuerzas hasta que la red está en tierra y resulta que dentro de la red está él, él solo. Muere de hambre. / Su relación católica con la verdad. / Miedo a perder la memoria: como una escritura de tiza sobre un vidrio, que retiene apenas un rastro y lo conserva ilegible. Me acuerdo perfectamente dónde y a quién dije esto. Estábamos caminando por un muelle largo y angosto. Mientras él habla, yo entiendo todo. Nos detuvimos al final del muelle. Si él hubiera seguido más allá y atravesado las aguas amarillentas, yo lo habría seguido y ahora estaría ahogado. Ya no recuerdo qué explicación dio él. / Impotente (por primera vez) a los 35 años…

Mi life as a man:

a veces creo entenderlas, a las mujeres, y al comienzo les gusta lo que invento, mi esbozo de su naturaleza. Al menos se asombran cuando veo en ellas lo que no vieron mis predecesores. Con eso siempre las gano. Nunca pude hablar con un hombre como contigo, me han dicho varias veces al momento de la despedida. Cualquiera puede adular, yo no preciso hacerlo. A ellas las halaga verme bajo la presión de intentar descifrarlas. Por un tiempo las convence lo que se me ocurre sobre ellas. No las veo como algo simple, sino llenas de contradicciones. Nunca nadie me dijo eso, pero tal vez tengas razón. Mi bosquejo tiene algo de imposición, como cualquier oráculo. Yo mismo me sorprendo después de hasta qué punto su conducta confirma lo que intuí. Por supuesto, no tengo para cada mujer el mismo esbozo. No puedo dejar de elaborarlo, tengo que saber a quién amo. Me cuido mucho de trasladar experiencias de una pareja a la siguiente. Si por descuido lo hago, entonces soy consciente de haber cometido una injusticia. Debe ser por mi culpa que se repitan conductas parecidas, incluso idénticas muchas veces. Lo que no me falta, creo, es imaginación. A cada compañera le invento un problema diferente conmigo: por ejemplo, que ella es la más fuerte o que yo soy el más fuerte. Y ellas mismas se conducen de acuerdo con eso, por lo menos en mi presencia. Si veo que sufren, les digo qué las hace sufrir, o a veces no lo digo; pero creo saberlo. La fuerza de mi delirio, que no me abandona. Todo se ofrece a la observación y entra en mi bosquejo. Todo lo veo, lo oigo, y si no estoy delante, puedo más o menos imaginármelo. Tengo que imaginármelo; no más o menos, sino con precisión. Por supuesto que dudo de haber acertado con mis ideas. Esa es tu interpretación, dicen las mujeres. Ellas, por su parte, no necesitan ninguna. Es secundario si lo que invento acerca de la mujer amada me atormenta o me llena de felicidad, solo me tiene que convencer. No son las mujeres las que me engañan. Lo hago yo mismo.

Max Frisch (Foto de archivo: Sophie Bassouls/ Sygma vía Getty Images)
Max Frisch (Foto de archivo: Sophie Bassouls/ Sygma vía Getty Images)

Montauk

Ayer, cuando venían para acá, hablaron poco. Lynn al volante, mientras él se ocupaba del mapa: You have to navigate, esa expresión lo divierte. El fin de semana anterior había habido sol. Ahora empieza a llover. Lynn logró salir de la oficina a las tres. Fuera, en la costa atlántica, se dicen el uno al otro, el tiempo puede ser muy diferente. El tiempo es importante. Si no llueve, podrán pasear y no parecerá que el objetivo es pasar la noche. Sunrise highway, desde ahí es imposible perderse así que podrían hablar, contarse algo. Muchas veces él reacciona tarde; Lynn ya tiene el encendedor en la mano. En determinado momento, la pregunta: Do you snore? Ahora la ruta está seca, en este lugar no llovió nada. Eso los alivia pero no los hace hablar. La renuncia del canciller Brandt: acá no es un tema que alcance para más de unas pocas millas... Hace unos días no me aguanté y llamé a medianoche a Christa Wolf a Oberlin, Ohio: ¿Qué pretende el gobierno de ustedes? Sí, lo sé, Christa, usted no tiene la culpa, Christa, lo sé, disculpe... A izquierda y derecha hay brezales, aquí y allá una construcción, una horrorosa antología de no-arquitectura. Está contento de haber avanzado algunas millas más. ¿Qué se podría hacer aquí? Le parece que Lynn es una buena conductora. ¿Él siempre es tan formal como copiloto?, pregunta ella. En un momento dado, Lynn gira la cabeza (la ruta recta y vacía lo permite) y lo mira: I do not know you at all, dice y le pregunta qué clase de vicios tiene él, el extraño que está a su lado. Are you a sadist? Poco después, por primera vez un letrero: Montauk. Por un instante él está bastante seguro de que esa excursión solo puede ser un fracaso y preferiría estar en Nueva York. Él consiguió el mapa, Lynn todo lo demás: National car rental, Gurney’s Inn, reserva mediante pago telegráfico. Le pide no estar al lado de él mientras los registra bajo su nombre. Eso le recuerda viejos tiempos. Mientras tanto, Lynn se peina en el auto. Por lo visto ya pasó por la experiencia y no le gusta. Sigue muda cuando un botones saca del baúl las dos valijas chicas. El inglés de ella y el inglés de él no encajan en un mismo apellido. Okay, dice él en la habitación sin echarle un vistazo y le da enseguida la propina al muchacho, que todavía quiere mostrarles el baño. Lynn sigue muda hasta que el botones se va. Well, dice sin sacarse la campera de flecos. Están más cohibidos que en la casa de ella. Él se entretiene con la persiana americana. Habitación con mirador y vista a las olas cercanas. Dos camas, separadas por una mesita de luz. De inmediato salen al mirador. En el Atlántico, mar adentro, incluso hay un destello de sol. Lynn propone un paseo y él está de acuerdo. Antes ella quiere lavarse las manos.

infobae

Money

Yo pensaba que para los ricos el dinero no tenía importancia. Hace poco lo entendí: para ellos ser rico es una especie de profesión, de tarea, y no una menor. No les faltan preocupaciones. Se alegran con mi éxito, lo percibo, y también con el de Friedrich Dürrenmatt, que ahora vive en una magnífica casa en Neuenburg. Me entero de que las hijas de los ricos me leen con entusiasmo. Por supuesto, a sus ojos no soy rico, pero así y todo manejo un Jaguar 420 y eso nos acerca, suponen. No tienen dudas de que con la fortuna también cambian las ideas políticas. ¿Un millonario socialista, incluso anticapitalista? Como piensan que el socialismo es una ideología de la envidia, no me toman en serio. ¿Tengo yo motivos para una envidia semejante? Cuando visitaba a esas personas como escritor pobre las confundía menos. Por mi parte, nunca entendí esto: el dinero como poder. Para mí siempre fue: el dinero como medio de intercambio. Pero algo no cierra y por supuesto sé lo que es. Un amigo más joven no me pide un préstamo. Lo único que sé es que necesita un préstamo grande y yo puedo dárselo: sin intereses, porque no es cuestión de que mi amigo termine trabajando para mí, que soy rico. Sin embargo, eso es justamente lo que hacen los empleados y trabajadores que no conozco; de otro modo, no habría intereses. Eso es lo que no cierra. A un pintor que le gusta el vino y no tiene mucha suerte con la venta de sus cuadros, le envío, cuando cumple sesenta años, sesenta botellas de vino. Las rompió todas o las regaló, dice después. Yo estaba en el exterior, por eso no fui a su vernissage, pero ni siquiera le escribí una carta. ¡Sesenta botellas! ¡Para un millonario es dar una limosna! Entiendo su furia. Si yo no tuviera dinero, tal vez tampoco le habría escrito una carta. Pero entonces él no se habría ofendido. ¿Cometo errores parecidos a los de W.? Pienso en Ingeborg y su relación con el dinero. Las manos llenas de billetes, honorarios, se alegra como una niña. Después me pregunta qué quiero. El dinero está para usarlo. Cómo lo gasta ella: no como un salario de trabajador sino como salido del cofrecillo de una duquesa, a veces de una duquesa empobrecida. Está acostumbrada a prescindir. Dinero, una cuestión de suerte. ¿Su dinero, mi dinero, nuestro dinero? Se lo tiene o no se lo tiene y, cuando no alcanza, ella se queda perpleja, como si en este mundo algo no estuviera en su lugar. Sin embargo, no se queja. No se da cuenta de que la radio que quiere contratarla le ofrece una cantidad demasiado baja, y ella firma con gesto distraído un contrato que honra poco al editor. No cuenta con que los demás hacen sus cálculos. Compra zapatos como para un ciempiés. No sé cómo hace. No recuerdo que se arrepintiera de ningún gasto, un alquiler alto, una cartera de París que se rompe en la playa. El dinero se irá de todos modos. Si alguien a quien ella ama se muestra tacaño consigo mismo, eso resiente su amor. En realidad, a los dos nos correspondería un castillo pequeño, o uno grande, pero ella no se indigna porque otros lo tengan. Hacerle regalos es una delicia. Se pone radiante. No exige el lujo, pero si hay lujo, ella está a la altura. Viene orígenes pequeñoburgueses, como yo. Solo que ella se liberó. Se liberó sin ideología, gracias al temperamento. Si hace cálculos, entonces cuenta con que ocurran milagros. Igual que otras mujeres: los billetes casi siempre están hechos un bollo en la cartera, para perderse o para convertirse en algo más bello. Para mi cumpleaños de cincuenta me invita a Grecia.

SEGUIR LEYENDO

Guardar

Nuevo