El 15 de julio, Rodolfo Enrique Fogwill —Quique o simplemente: Fogwill— habría cumplido 81 años. Con el aniversario presente, amigos, lectores y familiares comenzaron una convocatoria para que la calle de Quilmes en la que nació lleve su nombre. Como las cuadras de Serrano que llevan el nombre de Borges o el tramo de Schiaffino que se llama Bioy Casares, la intención cargada de admiración y afecto es que la calle Nicolás Videla entre la Av. Yrigoyen y las vías del Tren Roca se llame “Pasaje Fogwill”.
De conseguirse, sería un acto de justicia no solo hacia un gran autor sino hacia la literatura argentina. Fogwill es de aquellos escritores —como Borges, Piglia, Saer, Cortázar— que intervinieron en la historia de las letras del país. Para hablar de su obra, no sería una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta.
El libro más paradigmático de Fogwill es Los Pichiciegos, la primera novela argentina sobre la guerra de Malvinas, que tiene la particularidad de haber sido escrita durante el conflicto. Fogwill se caracterizó por ser el escritor que ponía el dedo en la llaga de la sociedad y con esta novela hablaba del gran fracaso que fue —que estaba siendo— conflicto. La novela era tan incómoda que, cuando salió en 1983, casi no se vendía: nadie quería que le recordaran la aventura trasnochada en la que se había sumergido el país. Diez años después, era considerado en un clásico inoxidable que todavía hoy se discute. Fogwill fue siempre un adelantado.
Fue un poeta insidioso, un novelista singular y, sobre todo, un cuentista brillante. En el prólogo al volumen que reúne todos los cuentos de Fogwill —que se publicó un año antes de la muerte— Elvio Gandolfo decía que en esos veintipico relatos había por lo menos seis o siete que se contaban entre los mejores de la literatura argentina. Cada lector puede hacer su propia selección de esos seis o siete; aquí una lista tentativa: “Restos diurnos”, “Los pasajeros del tren de la noche”, “Japonés”, “Muchacha punk”, “Sobre el arte de la novela” y, por supuesto, “Help a él”, la mejor reescritura que alguna vez se haya hecho de “El Aleph”.
Quien impulsa el proyecto de renombrar la calle Videla es Néstor Arias, dueño de la icónica librería El Monje de Quilmes, con tiene una historia de más de cincuenta años y que, justamente, queda a muy pocas cuadras de la casa donde nació Fogwill. “En Quilmes hay más de cuarenta calles con nombres de escritores y artistas”, dice en diálogo con Infobae Cultura, “pero sólo dos son quilmeños”.
La casa donde Fogwill pasó su infancia queda en el número 26 de Nicolas Videla. A esa altura, la calle es una cortada —un pasaje— de 50 metros que se interrumpe en la vía. El proyecto para el cambio de nombre empezó hace casi diez años, pero el viernes pasado un gran acto en el pasaje congregó a lectores y amigos en el pasaje para celebrar la vida y la obra del escritor. Hubo música, lecturas y anécdotas. Entre los presentes, también estuvieron dos de sus hijos.
Incluso hicieron una intervención sobre los carteles y señaléticas, y agregaron una señal de tránsito con el nuevo nombre de la calle: hoy, Videla, por la imposición de sus vecinos, se llama Fogwill.
Pese al entusiasmo del público y la buena predisposición de la Municipalidad, todavía hay un largo camino por recorrer. Una posibilidad sería empezar el camino de la sensibilización con un monolito o una placa recordatoria. “Para que se cambie el nombre”, cuenta una familiar del escritor y vecina de la zona, “hace falta la aprobación de la mitad más uno de los frentistas”. Ojalá esta nota sea un aporte.
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