Hasta la vista, baby: Boris Johnson, Arnold Schwarzenegger y la sonata de Concord

El ex premier británico terminó su discurso de renuncia con la emblemática frase de “Terminator 2″. De cómo un fisiculturista llegó a gobernador de California y el discreto encanto intelectual de una pequeña ciudad del estado de Massachusetts

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Boris Johnson
Boris Johnson

Probablemente, la renuncia de Boris Johnson a su cargo (primer ministro, la máxima autoridad política en una monarquía parlamentaria) haya sido la performance pop más notoria de un gobernante en los últimos tiempos. En su despedida en la Cámara de los Comunes, luego de dar una serie de consejos a su incierto sucesor o sucesora, agradeció a sus correligionarios conservadores y terminó su discurso diciendo: “Hasta la vista, baby”, lo que provocó festejos y risas en algunos diputados. La frase, claro, alude a la línea ya clásica del film Terminator II, de 1991.

Seguro recordarán (y si no recuerdan, deberían ver esta película luego de ver Terminator, de 1984, ambas dirigidas por James Cameron y protagonizadas por Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton): un adolescente John Connor (quien en un futuro cercano salvará a la humanidad y por eso un Terminator lo protege de amenazas asesinas del futuro) le trata de enseñar un modo más coloquial de hablar al robot interpretado por Schwarzenegger: “Tenés que escuchar cómo habla la gente. Nadie dice: ‘Afirmativo’ o porquerías así. Tenés que decir: ‘No problema’. Si alguien viene haciéndose el malo, le decís: ‘Chupala’. Y si les vas a dar para que tengan, tenés que decir: ‘Hasta la vista, baby’”. En una escena posterior, cuando el Terminator congela al enemigo T-9000 y va a disparar, recuerda la lección y dice: “Hasta la vista, baby”. Todo el público aplaudía en los cines (una aclaración: la traducción de la intervención del joven John Connor no es la oficial de James Cameron, repetimos, no es la oficial).

Terminator (The Terminator, en el original) y Terminator 2: El día del juicio (Terminator 2: Judgement Day) son dos películas geniales que marcan, además, el comienzo del apogeo de los años ochenta: Ronald Reagan, Margaret Thatcher, el papa Juan Pablo II –el eje conservador– gobernaban y Mijaíl Gorbachov comenzaba la perestroika en la URSS. Grandes cambios se avecinaban con la incertidumbre correspondiente (el proyecto estadounidense llamado “Guerra de las Galaxias” seguía en pie).

Terminator comenzaba con las imágenes de una batalla en una apocalíptica Los Angeles en el año 2029. Naves disparaban láser desde los aires, en la superficie arrasada, tanques oruga recorrían una oscura geografía. Un texto sobreimpreso anunciaba que la batalla final entre las máquinas rebeldes contra los hombres no se decidiría en ese futuro. Sino aquella misma noche del presente del espectador. Luego, unos flases aéreos interrumpían la habitual jornada laboral de un camionero. Sin que atinara a preguntar qué veían sus ojos, el conductor se iba corriendo y, entre las ruedas, se corporizaba un hombre desnudo de cuerpo monumental. Era el Terminator. Gran comienzo.

Después, se sabe: Sarah Connor (Linda Hamilton) sería perseguida por la máquina ya que sería la madre del hombre que podría derrotar a las máquinas del futuro. La inteligencia artificial provista por el software conocido como Skynet permite a las máquinas pensar: “Mejor prevenir que lamentar”, y mandan a un robot a liquidar a Connor. Todos unos geniecillos pero que no toman en cuenta virtudes humanas como el valor, el ingenio y el instinto de supervivencia, la famosa pulsión de vida. Bien, como se dijo, un clásico el primer Terminator.

La segunda película de la saga es aún mejor. La redimensión de los personajes, el enroque de héroes y villanos, la evolución del robot asesino con la más desarrollada tecnología de efectos especiales para la época, un John Connor himself como adolescente rebelde y Guns N’ Roses a todo volumen como banda de sonido. Se trataba, como en El padrino, de una segunda parte que podía incluso ser considerada mejor que la primera (claro que Terminator 2 fue filmada siete años después de su primera edición). Y, como en El padrino I y II, lo que vino después es olvidable y abusivo de las posibilidades de una idea (aunque en El padrino III se deben reconocer virtudes narrativas y la mano de Francis Ford Coppola).

No es necesario, salvo masoquismo implícito, ver ninguna de las otras Terminator, salvo quizás la última pero sólo por el fetiche amable de volver a ver a Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger juntos y porque resuelven la nueva edición retomando viejas ideas exitosas con su probado carisma para los clásicos roles que juegan (hermosa con las arrugas y el paso del tiempo de esta edición 2019 de Sarah Connor, que se puede ver en Disney Plus). Se estrenó justo antes de la pandemia y no le fue tan bien como los productores hubieran esperado.

Linda Hamilton en la presentación de "Terminator: Destino Oculto" en Ciudad de México. EFE/ Mario Guzmán
Linda Hamilton en la presentación de "Terminator: Destino Oculto" en Ciudad de México. EFE/ Mario Guzmán

En un episodio de El show de Graham Norton, que emite Film & Arts con repeticiones y es el programa más entretenido de entrevistas a celebridades del mundo del cine de Estados Unidos e Inglaterra y no se deberían perder (entre otras cosas, porque morirán de risa), Linda y Arnold se declaraban amor eterno, ella recluida en una ciudad perdida y jipi de los Estados Unidos profundo y Schwarzenegger como ex gobernador de California, hombre de negocios y republicano irredimible.

Si bien es cierto que no es la primera vez que ocurre –el caso clásico es Ronald Reagan llegado a las lides de la política luego de su rol de actor– Arnold Schwarzenegger es diferente, porque se tiró al tobogán electoral en un momento de fama (cierto, con fluctuaciones) mientras que Reagan lo hacía ya desde el sindicato de actores (que apoyaba con todo la campaña de las listas negras macartistas en Hollywood). Arnold, así con ese acento austríaco que no se le va ni con ejercicios de vocalización dictados por María Callas, llegó al éxito primero con el fisicoculturismo en su tierra natal y eso lo animó a cruzar el océano y radicarse en los EEUU, donde comenzó a probarse en el cine (debe decirse que irse de Austria era una prioridad, que detestaba a su padre que lo sometía a una violencia abusiva y de quien luego averiguó mediante consultas al Centro Wiesenthal que había pertenecido a las SS nazis, aunque no se le atribuían crímenes en el Holocausto).

Pasaron unos años, pero en 1982 llegó la pochoclera Conan, el Bárbaro, que lo hizo ídolo y luego en 1984 Terminator, que lo hizo leyenda. Los fans del terror lo recuerdan por Depredador, de 1987, justo antes de incursionar en la comedia, junto a Danny de Vito, en Gemelos (1989), que funcionaba muy bien. En 1990 protagonizaría Total Recall, dirigida por Paul Verhoeven sobre un cuento de Philip K. Dick que constituye una gran película, enorme, del género de ciencia ficción y en la que el aporte de Schwarzenegger es fundamental.

En 1993 hizo The last action hero que tiene un guión tan sofisticado como buenísimo que constituyó un fracaso de taquilla, pero ganó un Arnold del corazón. Luego en 1994 filmó Mentiras verdaderas, de James Cameron, con Jamie Lee Curtis, y las salas de cine estallaron y se convirtió a su manera en un clásico también. En 1997 fue Mr. Freeze para los malogrados episodios de Batman filmados por Joel Schumacher y su papel fue tan ridículo (como todo en esas películas) que todo se enfrió y le dio la posibilidad de comenzar a pensar en incursionar en política. A lo grande.

Arnold Schwarzenegger jura como gobernador de California, 17 de noviembre de 2003 (Steve Grayson/WireImage)
Arnold Schwarzenegger jura como gobernador de California, 17 de noviembre de 2003 (Steve Grayson/WireImage)

California es el estado más grande de los Estados Unidos y posee, en sí misma, las características que la convierten en la séptima economía mundial. A esa provincia decidió Schwarzenegger aspirar a gobernar, su partido (¡el mismo partido de Donald Trump!) encantado con la propuesta. En 2003 vio, se presentó y ganó, como dicen en los bajos fondos, por afano. Fue un Terminator. Para no subir impuestos (lema de campaña) recortó el presupuesto educativo, sanitario y de ayuda social (mientras bajó impuestos a yates y mansiones). Aun así fue reelegido, pero en 2011 ya los números estallados habían concluido la carrera política de Schwarzenegger, que había implementado medidas para reducir el impacto ambiental de la contaminación y a favor de la energía alternativa, sostuvo el matrimonio igualitario y permitió investigaciones en células madre, un punto tradicionalmente vetado por los republicanos por su elevada influencia religiosa.

Lentamente, Arnold volvió al cine, primero con la serie de The Expendables, que recuperaba a actores íconos del cine de acción de los años ochenta y los ponía a protagonizar films en esta época en una muestra de amable y eficaz gerontofilia. Schwarzenegger tiene hoy 74 años y su hijo Patrick Schwarzenegger es su heredero en Hollywood, tal como se lo puede apreciar en La escalera, en HBO Max.

El primer ministro británico, Boris Johnson, camina frente a Downing Street en Londres, Gran Bretaña. 20 de julio de 2022. REUTERS/Hannah McKay
El primer ministro británico, Boris Johnson, camina frente a Downing Street en Londres, Gran Bretaña. 20 de julio de 2022. REUTERS/Hannah McKay

Como se dijo, Boris Johnson se fue pronunciando la frase: “Hasta la vista, baby”, icónico santo y seña de un héroe pop, logrando darle a su renuncia un estatus de performance (las imágenes de la sesión en el parlamento sólo muestran a Johnson dirigiéndose, de perfil, al presidente de la Cámara, de quien se desconoce la reacción ante tal cierre de discurso). Sin embargo, Johnson no se fue como un héroe: el ex primer ministro adelantó su renuncia ya que proyectaba quedarse provisoriamente en el cargo unos meses más.

Sin embargo, la elevadísima inflación, la masiva huelga ferroviaria debido al deterioro del nivel de vida en los sectores laboriosos, la crisis en el otrora ejemplar sistema sanitario público del país, los escándalos sucesivos y sobre todo la fiesta en la residencia oficial de Downing St. en medio del aislamiento por el covid (sí: igual a la fiesta de cumpleaños en Olivos de Fabiola, la esposa de Alberto Fernández, el presidente argentino) hicieron insostenible que Johnson siguiera un minuto más al frente del gobierno.

En su despedida se congratuló por su rol de fuerte apoyo a Ucrania en la guerra, conflicto que, paradójicamente, es una de las causas de la enorme crisis económica, inflacionaria y energética que incluso provocó que Gran Bretaña anunciara que reabriría las minas de carbón para paliar la falta de ese tipo de recursos. Otra paradoja, ya que Margaret Thatcher, una ídola de Johnson, cerró aquellas minas en 1984 reprimiendo las grandes huelgas realizadas por los mineros y sus familias y que significarían el triunfo que la Dama de Hierro necesitaba para consolidar su gobierno hiperconservador, que marcaría toda una época en aquellos años. Margaret Tatcher y su política tuvieron ensayos, libros y películas. Quizás Riff raff, de Ken Loach, sea el film que mejor retrate esos años de desasosiego para la clase trabajadora en el retrato de unos obreros de la construcción en la Londres de los años ochenta, postergados en sus vidas mientras construyen edificios lujosos para los ricos. El film ganó la Palma de Oro en Cannes.

"Yo, Daniel Blake" de Ken Loach
"Yo, Daniel Blake" de Ken Loach

¿Quién será el Ken Loach de Boris Johnson? Si bien es cierto que las últimas películas de Loach caen en cierto panfletismo un tanto ensordecedor o una especie de desorientación (My name is Joe trata sobre un jubilado cuyo signo de rebelión es escribir su nombre en una pared, que podrá tener significados metafísicos, pero no funciona en términos cinematográficos) cuando se escriba la historia de los cineastas políticos potentes y británicos, Loach tendrá un lugar enorme para sí. Sus films desde la década del sesenta (cuando pertenecía a la generación posterior a los disruptivos Angry Young Men de los años cincuenta) hasta hoy siempre tuvieron un interés definido por retratar a un sector social subalterno o a los conflictos del poder con la política más general del Estado británico y siempre manifestó que esa elección era no sólo estética, sino política.

En todo caso, Ken Loach también se inspiró en otro artista político británico como George Orwell (1903-1950), que escribió Rebelión en la granja, 1984 y Homenaje a Catalunya, libro que relata su experiencia en la guerra civil española en la que participó como brigadista internacionalista en las milicias del POUM, el partido de inspiración trotskista. Lo visto y vivido en España fue suficiente como para que en su texto no sólo denunciara a los falangistas de Francisco Franco, sino también a los estalinistas soviéticos que controlaban el Partido Comunista español, un factor no sólo en la derrota, sino en la represión y asesinato de todos aquellos que no sirvieran a los designios de Moscú (el encargado principal de la represión a anarquistas y trotskistas, entre otros, era el italiano Vittorio Codovilla, el máximo jefe del Partido Comunista Argentino y que lo seguiría siendo hasta su muerte). Homenaje a Catalunya sirvió como fuente de inspiración para el maravilloso film de Loach Tierra y libertad, de 1995.

Ken Loach © Joss Barratt
Ken Loach © Joss Barratt

Entonces, a raíz de Boris Johnson, si no vieron Terminator o Tierra y Libertad, véanlas.

Para finalizar, estos días se presentó en el Teatro Colón, en el ciclo Contemporáneo, el pianista finlandés Joonas Ahonen, de 38 años, quien exhibió una gran destreza ante el piano de cola que dominaba el escenario. Tocó la Suite para piano, Op. 25 de Arnold Schöenberg, pieza con la que, recuerda Rodolfo Biscia en el texto del Colón, “el serialismo dodecafónico dominó por primera vez –no sin algunas licencias– la totalidad de una composición”. Un clásico. Luego, oh sorpresa, la pieza Peter Parker, de Bernhard Gander, constituía un verdadero homenaje a la identidad pública del secreto ¡Hombre Araña! Y, como se sabe, un gran poder conlleva una gran responsabilidad, tal como nos enseñó este superhéroe. La velocidad de las teclas parecía un frenesí propio del Hombre Araña deslizándose entre los edificios neoyorquinos. Y para terminar, Ahonen tocó la Sonata N°2, Concord, Mass., 1840-60 de Charles Ives. La pieza tiene una particularidad extrañísima y encantadora: su nombre.

Como se sabe, la música es la más abstracta de las artes y es imposible encontrar allí representación (bueno, Theodor Adorno decía reconocer en las notas de Beethoven el auge de la burguesía, pero todos sabemos que Adorno tenía un oído extremadamente entrenado) y muy posiblemente Concord no plantee esa representación. Pero sí homenajea a esa ciudad en Massachusetts que, en los años del título, albergó a Ralph Waldo Emerson, Nathaniel Hawthorne, Louisa May Alcott y Henry David Thoureau. ¡Pavada de vecindario!

Cuenta Louisa May Alcott –la archifamosa en aquella época autora de Mujercitas– que a la hora de la cena o luego, se juntaban bajo un árbol junto al fuego para conversar sobre política, artes, filosofía, allí todos juntos, poetas geniales, novelistas geniales, ensayistas geniales debatiendo estas cositas mientras, quizás, cocían un malvavisco en las llamas de la fogata. Al día siguiente Waldo Emerson podría pasar por lo de Louisa May a pedir una tacita de azúcar que se le había acabado, y llevarse de paso los borradores de una nueva novela a ver si le podía dar una opinión. Charles Ives homenajeó en la sonata y su título a un espíritu. Mientras a la salida de la función alguien resaltaba el carácter insólito de un radio tan pequeño para tantos puntos juntos de coeficiente intelectual. Una inteligentísima ensayista, central en el campo intelectual nacional, acotó: “Cierto. Podría haber sido como el Bar La Paz de una época para algunos”.

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