Auge, derrota y multiplicidad: por qué el rastro intelectual de Marx se mantiene vivo

Santiago M. Roggerone, autor de “Tras las huellas del marxismo occidental”, conversó con Infobae Cultura sobre esta “teoría de la crisis en crisis permanente” que “sigue teniendo muchísima vitalidad”

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¿Por qué el marxismo sigue vivo?
¿Por qué el marxismo sigue vivo?

Cuando la Revolución Húngara fue derrotada en 1956, Geörgy Lukács ocupaba el cargo de Ministro de Cultura del gobierno de Imre Nagy. Los soldados llegaron para encarcelarlo, primero, y deportarlo, después. Uniformado e imponente, un oficial soviético le ordenó deponer las armas. Lukács, que había participado activamente de la fugaz República Soviética Húnagara instaurada en 1919, que había pu8blicado su influyente libro Historia y conciencia de clase y que en ese momento tenía 71 años, sacó una lapicera del bolsillo de su saco y se la entregó. “La anécdota del desarme y la subordinación a la fuerza de las letras pinta de cuerpo entero el destino del llamado marxismo occidental”, escribe Santiago M. Roggerone en su último libro, publicado recientemente por el sello Ediciones IPS que se titula, justamente, Tras las huellas del marxismo occidental. Con esa imagen, con esta viñeta, inicia el libro, la de Lukács, un marxista que supo unir teoría y práctica, que supo pensar y hacer, y que terminó acorralado por el estalinismo, por la versión oficial del marxismo de ese entonces, por un dogma.

Roggerone, Doctor en Ciencias Sociales, investigador del Conicet, profesor universitario y autor de dos libros sobre el tema —¿Alguien dijo crisis del marxismo? Axel Honneth, Slavoj Žižek y las nuevas teorías críticas de la sociedad y Venir después: Notas y conjeturas generacionales—, escribe que “el marxismo es ante todo una teoría crítica de la modernidad " y asegura que en él, siguiendo a Lenin, “coexisten” tres proyectos, fuentes o partes integrantes: la filosofía clásica alemana (materialismo dialéctico), el socialismo utópico francés (práctica política del socialismos y el comunismo) y la economía política inglesa (materialismo histórico). Ese complejísimo combo teórico que tenía como fin transformar la realidad, ese universo gigantesco que nació en la cabeza de Karl Marx a mediados del siglo XIX, la teoría que, incluso hoy, mejor explica el funcionamiento del capitalismo, según el propio Roggerone, ¿sigue gozando de buena salud? ¿Cuán es su parte médico? “Los certificados de muerte emitidos no poseen demasiada validez”, sostiene el autor en el libro.

Tras las huellas del marxismo occidental es un trabajo denso aglutinado en 130 páginas. Es, en principio, la caracterización de una problemática: la transformación que sufrió el marxismo tras su “oficialización” en la Unión Soviética. En paralelo a esta experiencia que nació revolucionaria y murió burocrática se gestaron “mil marxismos” que supieron discutir el mundo con un nivel de precisión y detalle pocas veces visto (Perry Anderson, “el marxista más importante de las últimas tres décadas del siglo XX, aunque más que un teórico marxista es un historiador, un ensayista, un crítico cultural marxista”, publicó en 1976 Consideraciones sobre el marxismo occidental esquematizando este asunto). Eso trajo cuestiones positivas y negativas y de eso se trata el libro, pero también de articular una cartografía de los autores y los libros más significativos de esta corriente y de demostrar que hablar de marxismo, así, a secas, de forma individual y totalizante, es un error, que hoy existe una multiplicidad que, cada cual a su manera, busca analizar de forma crítica, siempre de forma crítica, este presente cada vez más alienante.

“Tras las huellas del marxismo occidental” (Ediciones IPS) de Santiago M. Roggerone
“Tras las huellas del marxismo occidental” (Ediciones IPS) de Santiago M. Roggerone

—¿Cómo surgió Tras las huellas del marxismo occidental, cuándo te diste cuenta que todas esas lecturas, todas ideas que venías trabajando, podían aglutinarse en un libro?

—Ese problema, esa etiqueta, el marxismo occidental, siempre me interesó. Yo soy sociólogo de formación de grado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y estudié en una época muy particular: los años inmediatamente posteriores al 2001 donde había una efervescencia política activista. Además, me topé en la carrera con Eduardo Grüner y las materias de “Las aventuras del marxismo” que eran de Ciencia Política pero se podían cursar como optativas. Eso fue importante para mi formación. Siempre hubo un interés y quería saldar una especie de deuda con el concepto del marxismo occidental y con la obra de Anderson. Al principio fue una ponencia, después un artículo más largo, finalmente un libro. Y ahí salió la posibilidad de publicarlo con los compañeros de Ediciones IPS, editorial que está ligada al PTS del Frente de Izquierda. El libro tiene una impronta académica muy fuerte pero a su vez trata surfear el mundo de la intervención política.

—El libro plantea cuestiones positivas y negativas de lo que se conoce como marxismo occidental. Espero no simplificarlo demasiado. Por un lado, es el marxismo que surge en contraposición al marxismo oriental, al soviético, con la virtud de diferenciarse del estalinismo y plantear un marxismo global que no se reduzca a un solo país. Y por otro lado, el concepto tiende a señalar al marxismo de “buenos modales” que se afincó a la academia y se desvinculó con la práctica. ¿Es así?

—Sí, la categoría, la imagen de marxismo occidental carga con lo que estás describiendo. La disociación de la teoría con la práctica es un diagnóstico que hizo Perry Anderson en su libro fundamental sobre el marxismo occidental. En ese sentido mi libro mantiene una sintonía con ese libro. El concepto comporta algo de esas tensiones. Ya desde sus propios orígenes, definitivamente tiene que ver con la Revolución Rusa y el proceso de burocratización y de estalinización del marxismo. La idea del marxismo occidental supone que hay una disociación de la teoría con la práctica y ese marxismo oriental había quedado unido únicamente a la cuestión de la práctica, y después hay toda una serie de problemas: qué prácticas políticas llevaron los partidos comunistas oficiales durante el siglo XX. Por otro lado, es un problema esa idea de un marxismo teórico, como efectivamente los hubo y los hay, sobre todo en los países capitalistas avanzados, que se piense lisa y llanamente que esos tipos de marxismos -el de la Escuela de Franckfurt, el de Althusser- estuvieron carente de politicidad. El solo hecho de pensar el marxismo está cargado de politicidad, es un gesto político muy fuerte. El problema de la teoría y la práctica tiene raíces filosóficas muy densas. Pero de alguna manera eso es lo que quedó, la imagen: por un lado, los marxismos occidentales apolíticos y, por otro lado, los marxismos orientales ateóricos. Eso me interesaba problematizar en este libro.

—En una entrevista con La Izquierda Diario decías que el marxismo seguía siendo la teoría que mejor explica el capitalismo y ponías el ejemplo del concepto plusvalía. ¿Por qué?

—Hay que partir de la base de que el marxismo, a lo largo de toda su historia, ha sido desafiado tanto política como teóricamente, pero de esos desafíos es donde salieron, a mi juicio, las cosas más interesantes del marxismo, lo que le dieron más vitalidad. Se dio la posibilidad de que surgieran miles de versiones del marxismo. En ese sentido está muy atado a su crisis permanente. Es una teoría de la crisis en crisis permanente. Y al habitar una crisis constante ha logrado transmutarse de maneras muy significativas. El siglo XX es muy ilustrativo. En las primeras páginas de Spectrum, Perry Anderson sostiene que el marxismo ha sido desafiado pero no ha sido doblegado. Justamente por eso y porque ha habitado sus crisis de muchas maneras y ha podido hacer cosas productivas con esas desafíos, yo creo que hoy continúa gozando de vitalidad. Muchos de sus insumos conceptuales siguen teniendo mucha capacidad explicativa para da cuenta del presente. El concepto de plusvalía es quizás lo que tenemos más a la mano para decir que sigue explicando el capitalismo muy bien. En los noventa, donde el neoliberalismo era más fuerte, hubo un Marx académico y de buenos modales, pero lo cierto es que vivió y pervivió. Mucho de lo que él pensó y de lo que los marxistas pensaron seguían siendo fructífero para las ciencias sociales. Y más en ese momento de reflujo y retroceso total. Hoy la situación tiene similitudes con eso y hay muchos avances y desafíos, pero creo que sigue teniendo muchísima vitalidad, y justamente con eso está relacionado el gesto de escribir el libro.

Santiago M. Roggerone
Santiago M. Roggerone

—También en sus detractores, incluso hoy, sigue muy presente, muy vivo.

—Son momentos donde se lo ataca mucho al marxismo. Más que desafíos, lo que hay es ataques. Los libertarios, como son llamados por la prensa, polemizan de distintas maneras con el marxismo, pero usan mucho la idea del marxismo cultural, se sirven de ella caricaturescamente señalando una ruptura de la teoría con la práctica. Dicen que el marxismo cultural es el que perdió la batalla política pero habría desarrollado una teoría crítica de la raza, de la ecología, del feminismo, etc.

—Esos mil marxismos, como mencionás en el libro, siguen presentes, incluso acá, en Argentina, en los partidos políticos: el Frente de Izquierda es explícitamente marxista pero también hay marxistas en el Frente de Todos, la colación gobernante.

—Hoy tenemos una multiplicidad de marxismos. Incluso hay teorías críticas no marxistas que dialogan o mantienen una discusión con el legado de Marx. En ese sentido, decir cuál es el marxismo verdadero o algo por el estilo no creo que tenga demasiado sentido. Lo puede tener para las militancias, para determinadas bases, obviamente que algo de eso se puede jugar ahí, pero considerándolo en términos más amplios, incluso mirándolo a través del prisma académico, lo cierto es que tenemos muchísimos marxismos en la actualidad y eso es algo que no ha cambiado mucho en relación al siglo XX. Hoy no tiene sentido hablar de Oriente y Occidente, que sí lo tenía en otra época, pero sí hablar de un marxismo global, como propone Fredric Jameson, de un marxismo transnacional y tardío, así como en el capitalismo que estamos viviendo hoy en día. Y a su vez, y en esto hay que hacerse cargo, el marxismo ha perdido potencialidad política emancipatoria, no en términos teóricos, no es que toda esa radicalidad inherente a su teoría a sido barrida, pero sí, en definitiva, venimos de una situación de fracasos y de derrotas. Obviamente que de 2008 para acá no es la misma que de 2008 a 1989. Sin ir más lejos tenemos una guerra, hay una crisis comercial y una serie de crisis financieras que estallan por todos lados. También hay revueltas del 2008 para acá con todo lo que fue la Primavera Árabe, todo lo que ha sucedido en Latinoamérica luego de la experiencia de los progresismos. Aunque la situación argentina es muy particular, pareciera que la región se va teñir de progresismos, muy entre comillas. Aunque no son los mismos progresismos de principio del milenio, son experiencias distintas, pero da cuenta de un contexto, de un clima de inestabilidad. No hay revoluciones, para pensarlo en los términos de Lenin y Trotsky, pero sí crisis y guerras. En ese contexto creo que que el marxismo tiene mucho para decir. Sobre todo en su costado más nominalista, en el sentido de que hay tantos marxismos como marxistas, que es algo de lo que se puede sacar provecho.

(Foto: Franco Fafasuli)
(Foto: Franco Fafasuli)

—Sin embargo, siempre está la posibilidad de tropezar con ese marxismo de buenos modales, un marxismo lavado, que no dispute, sobre todo en un capitalismo tan mediático, tan del impacto, con toda su cultura meme.

—Eso lo encuadraría en que el marxismo viene de derrotas con un ascenso importante del neoliberalismo, de la globalización, de la disolución de la Unión Soviética, del colapso de los países comunistas. El hecho de que el marxismo haya sobrevivido en ámbitos como el académico, en lo que respecta a la teoría, es algo lógico porque ese es el estado del marxismo en las últimas tres décadas. Por otro lado, está la cuestión de cómo hoy se hace política. En este capitalismo de plataformas donde señorean el monitoreo y la vigilancia, también la cultura meme, todo eso incide en la realidad contemporánea y hace que sea un peligro que el marxismo no pueda ir más allá de ese tipo de canales de circulación. No sería algo productivo que únicamente habite algo de esos registros. El hecho de poder publicar un libro como este en una editorial como Ediciones IPS es un gesto de poner en crisis esa compartimentación separada y disociada del marxismo en la academia, por un lado, y la política, por otro. En términos más generales, hay un cierto peligro para el marxismo de no poder pasar ciertos límites, ciertas fronteras en las que ha quedado confinado. Han habido avances muy interesantes, sin ir más lejos está la experiencia del Frente de Izquierda: se va avanzando paso a paso, pero se va avanzando, se consiguen más votos, más diputados, más inserción en el mundo sindical, más allá de la presencia en las calles. Es una experiencia muy interesante que no tiene parangones en el mundo y que pone en crisis esto de quedar atado al plano de la teoría, más puntualmente al plano de la academia. Si uno va a lugares como Estados Unidos el único lugar donde puede vivir algo así como el marxismo y donde hay marxistas es en campus de las grandes universidades. En Europa la situación no es muy diferente, quizás sacando Francia y Inglaterra donde hay cierta vida política, pero los marxistas suelen habitar los espacios universitarios. Acá el 2001 fue muy significativo, también el mundo editorial de Buenos Aires.

—En un momento Anderson sostiene que es el trotskismo el que puede llevar al marxismo a un buen puerto y sacarlo de esta encrucijada, aunque también establece algunas críticas.

—Cuando aparece su libro más conocido, Consideraciones del marxismo occidental, el trotskismo estaba influenciando a él y a muchos de esa experiencia que fue la New Left Review. Durante buena parte de los setenta Anderson estuvo influenciado por el trotskismo al punto que dice que el trotskismo es la corriente más madura. Ahí habla de socialismo. Él siempre permaneció cercano a esa tradición pero también a un tipo de trotskismo, el mandelismo. Algo del diagnóstico de Anderson en el 76 suponía una reunificación de la teoría y la práctica que habían quedado separadas y que el que iba a motorizar algo de esa reunificación era el trotskismo y particularmente el trotskismo mandelista. Luego vuelve sobre sus pasos y constata que eso no ocurrió, y ciertamente no ocurrió, lo sabemos. Pero lo cierto es que habría sido el candidato principal para reunificar esos registros y creo que hoy, a su manera, lo sigue siendo.

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