Mempo Giardinelli: “El miedo es uno de los grandes temas de nuestra generación”

El escritor argentino habla sobre “Esto nunca existió”, su nueva novela, en donde al protagonista le advierten que se ha convertido en blanco de la dictadura militar, a mediados de 1976. Su única salida es huir y para conseguirlo debe recurrir a alguien poderoso, a quien desprecia

Mempo Giardinelli es un consagrado autor argentino que nació y vive en el Chaco. Su obra ha sido premiada en diversos países y traducida a más de 25 lenguas. Es autor de varios volúmenes de cuentos y de novelas para adultos, además de ser un prolífico autor de literatura para niños, ensayista y docente. Gran promotor de la lectura, fundó y preside una Fundación que se dedica al fomento de la lectura y que produce anualmente el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, uno de los mayores eventos educativos y culturales del país. Cercano al peronismo, Giardinelli es, también, un nombre relevante y activo en la discusión pública, alguien que no les teme a las palabras -orales y escritas- y, evidentemente, tampoco a las agresiones que recibe cada vez que queda en el centro de la polémica por los encendidos artículos que firma en defensa de determinadas políticas.

Entre sus novelas más conocidas se encuentran Luna Caliente, La revolución en bicicleta, Santo Oficio de la Memoria y ¿Por qué prohibieron el circo”, que fue publicada hace pocos años en Argentina pese a que es su primera novela. Ocurre que, aunque fue escrita a principios de los 70 y publicada en 1976, nunca llegó a distribuirse ya que la dictadura quemó todos los ejemplares.

Editorial Edhasa acaba de publicar la nueva novela de Mempo, Esto nunca existió, en la cual de alguna manera y en forma de ficción se reproduce el episodio de la quema de libros ya que la primera parte de la historia transcurre en junio de 1976. El protagonista y narrador en primera persona es Francisco Villafuerte, un periodista y delegado sindical de un gran grupo editorial argentino, aspirante a escritor. Casado y padre de dos hijos pequeños, de un momento para otro le advierten que la dictadura le sigue los pasos y debe pasar a la clandestinidad y buscar la manera de salir del país. No tiene cómo hacerlo solo y la única alternativa es acudir a alguien conocido y muy poderoso, a quien naturalmente desprecia pero de quien va a terminar dependiendo en esos días feroces de angustia y amenaza que se convierten en el centro de la acción.

Lo que sigue es la transcripción de una conversación que mantuvimos por zoom días atrás, él desde su casa de Resistencia. Al encenderse la pantalla se lo veía sonriente y ocupado: comía semillas de girasol, uno de sus hábitos.

— Imagino que estás muy contento de haber podido publicar una nueva novela después de varios años, ¿no?

— A ver, no sé si estoy contento, estoy muy nervioso. Y estoy nervioso porque llevo ocho años sin publicar libros nuevos y se dice fácil, pero a mí edad ocho años son muy significativos. Y estos años fueron muy duros porque inicié tres novelas: una se frustró, otra no supe qué hacer y la tengo ahí guardada, y la otra estoy todavía tratando de sacarla a flote. Y había una cuarta, que es ésta, Esto nunca existió, que en realidad son apuntes que tengo desde hace más de 20 años. Y bueno, y como yo me dejo llevar no por impulsos pero sí confío mucho en la noche, en mis sueños, y siempre digo bueno, a la mañana voy a saber qué hacer. Cuando me vence el sueño sé que a la mañana voy a encontrar el camino. Y así sucede y bueno, y empecé a encontrar ese camino con esta historia que no es autobiográfica, no totalmente, pero digamos que tiene que ver con la tragedia argentina. No es un tema que yo haya frecuentado en mi literatura. Lo he tocado en Santo oficio de la memoria, en Qué solos se quedan los muertos. Y en una de mis últimas novelas, Visitas después de hora. Pero no es un tema recurrente, tengo otro tipo de ideas, de fantasías. Pero en este caso, de repente empezó a perfilarse. Pensé que iba a ser un cuento, un cuentito, un cuento más largo y la novela fue saliendo sola. Tiene que ver también con mucha nostalgia, con una época de una tragedia que todos vivimos. Tampoco es, creo yo, una novela sobre la dictadura ni nada de eso; traté de dar un punto de vista. Iba saliendo un punto de vista que me parecía que hemos tenido muchísima gente, hombres, mujeres, jóvenes, adultos, que es el miedo. El miedo es uno de los grandes temas de nuestra generación, ¿no?

"Esto nunca existió" es la primera novela de Giardinelli en ocho años.

— Hay un narrador que además de contar su historia se pone a reflexionar sobre la teoría de la novela y sobre la cuestión del realismo. A la vez, voy a hacer caso omiso a la cuestión de lo que en la contratapa se menciona que es una historia basada en hechos reales. Es decir, por los años que tengo naturalmente la leo como novela en clave y puedo encontrar rápidamente a algunos personajes más que a otros. Pero al mismo tiempo me gusta jugar a lo que tiene que ver estrictamente con la ficción si bien, como vos estás hablando de la tragedia argentina, te pregunto si el tiempo de la pandemia, que fue un momento tan de meterse para adentro y en donde tantos fueron para atrás en el tiempo tuvo que ver con que retomaras esta historia y la convirtieras en una novela.

— Sin dudas. Absolutamente. Y hasta donde sé, por hablar con colegas, con amigas y amigos, nos ha pasado a muchos, ¿no? Fue una especie de reclusión forzada más o menos benévola en la medida en que no te agarrara el bicho y alguna gente se hizo experta en Netflix, otros se dedicaron a quién sabe qué y muchos y muchas empezamos a revisar papeles, apuntes, y a salir para adelante trabajando, que es lo que debe hacer un escritor, una escritora. Así que ese creo que fue mi caso y sin dudas me fue estimulante, me fue importante en ese sentido. Y una vez que me encerré, que me di cuenta que éste era el texto y que el texto me pedía cada noche y cada mañana y cada madrugada, porque yo soy de escribir en horarios muy exóticos, bueno, lo seguí, le hice caso. Yo no soy un escritor que tengo todo pensado ni todo previsto ni tengo dominio absoluto sobre lo que escribo. La verdad es que me dejo llevar. De hecho, para que tengas idea, el personaje durante la escritura no tenía nombre y empecé a llamarlo íntimamente Panchito y fue quedando porque me parece simpático; me parece que tiene que ver con cierta ternura que yo por lo menos le veo al personaje que, dentro de su patetismo, de su miedo y de su tesonera forma de salir adelante es un poco eso.

— Algo que me resulta muy interesante en la novela tiene que ver con que hay varios personajes que están plagados de contradicciones, moviéndose entre el bien y el mal. Algo que seguramente ocurre cada vez que hay situaciones así trágicas y críticas como pudo haber sido la dictadura, porque los más malos pueden tener gestos que les salven la vida a otros, de pronto. O gente buena de pronto tiene miedo a morir simplemente por abrir una puerta o por conversar con alguien. Cosas que uno vio, que uno vivió. Contame un poco cómo fue que volviste a eso, cómo recordabas lo que fueron esos momentos en donde de pronto uno tenía que negarle el saludo a otro por miedo a perder la vida.

— Bueno, la verdad que no lo tengo consciente, ahora que me lo preguntás puedo intentar una respuesta. Yo creo que la tragedia argentina nos marcó a muchos, a muchas. Quizás los que hoy estamos en edades ya no digo provectas pero acercándonos nos marcó de una manera muy decisiva. Yo he militado toda mi vida junto a los derechos humanos en todas las causas más nobles. Tengo una relación muy afectuosa con los grandes personajes. Y fui amigo de muchos compañeros y compañeras trágicamente perdidos. Entonces eso no es ni bueno ni malo, esa ha sido la planilla de mi existencia digamos, ¿no? Y cuando empecé a trabajar esta novela empecé a darme cuenta de que había una historia que tenía un destino y yo lo veía más o menos a ese destino. Es decir, yo sabía adónde iba la novela. En ese sentido, ese rumbo para mí fue muy generoso porque no sentí extravío. Podía sentir extravío respecto del tono escritural, respecto del fraseo, respecto de determinadas instancias de la coloratura del texto. Pero la flecha, una vez que salió, iba derecha a lo que yo pensaba que era el blanco. Así que fue un trabajo interesante. Para mí escribir una novela siempre ha sido obligarme a ritmos pausados, a meditaciones. Las novelas tienen un grado de complejidad que me obligan a eso. No así el cuento. Yo creo que soy más cuentista que novelista. Por ahí, no sé, esto es idea mía. Pero yo me siento mucho más cómodo en el cuento. En el cuento yo navego al lado de los salmones y entonces me siento cómodo. Y tengo muchas angustias. No sé si decirlo pero yo debo haber escrito, qué sé yo, no sé cuántos cuentos habré escrito pero 80 cuentos debo haber escrito en cinco, seis, siete libros. Es un género que practico. Pero debo tener más de 500 cuentos empezados frustrados todavía para recuperar.

— Ah, mirá.

— Sí, sí. Fácil, fácil. Yo empiezo, qué sé yo, dos o tres cuentos por mes, no tengas dudas. Ahora, a veces pasan meses y no queda nada. Bueno, porque uno, no sé si a todos los colegas les pasará, pero a mí me pasa que de repente me enamoro de momentos, de situaciones, de miradas, de observaciones, de los labios de una mujer, del modo de toser o de fumar de una persona y a partir de ahí salen como estímulos. Por supuesto, sería estúpido de mi parte pretender… no todo puede tener destino de cuento. Y como, por suerte, en mi historia lectora aprendí a ser bastante crítico y autocrítico, creo que no me dejo pasar ningún gazapo de esos.

Juan Filloy y Mempo Giardinelli, en la película "Don Juan".

— Uno podría pensar en muchos temas fuerte de tu novela y uno de sus temas es la amistad. ¿Cómo te sentiste escribiendo sobre eso, que alguien que hace un culto de la amistad?

— Bueno, en realidad, la Vivi es el único personaje en esta novela que sí existió. Ahora que te respondo esto me estoy sonriendo porque es paradójico que no me había dado cuenta. La Vivi fue la mujer más importante de mi vida con la que no tuve ninguna relación amorosa pero nos amábamos como hermanos, primos. Y, la verdad, fue mi compañera desde chiquitos en una ciudad pequeña como Resistencia, con quien andábamos en bici, ella tenía amores, era muy hermosa, era una belleza. Y yo jamás me enamoré de esa belleza, me enamoré de la persona que era, una mujer derecha como un rayo de bicicleta, una cosa espectacular. Y muy buena gente. Y bueno, también su familia y mi familia se conocían. Vivi fue mi compañera fundamentalmente en los años de adolescencia, hicimos juntos el colegio nacional acá en Resistencia. Y era la época de los enamoramientos, los amores, era hacerle gancho a uno con una y a una con uno, y etcétera. Y la Vivi fue la persona de mayor confianza en mi vida. Los dos acabamos viviendo en Buenos Aires, ella porque se casó y después se descasó, etcétera, y yo porque me fui a trabajar en el periodismo y, en fin, a hacer una vida. Mi vida porteña fue relativamente fugaz pero fue muy intensa, y ella era mi amiga realmente confidente. Nos reíamos muchísimo. Y la verdad es que siempre la he extrañado. Murió ya hace varios años. Y cuando el personaje, Panchito, tiene que confiar en alguien, confía en una amiga que se llama Vivi, que es mi Vivi.

— Otro tema que aparece tiene que ver con el amor y con el matrimonio. Aparece la cuestión de la transformación de la relación amorosa. El vínculo de Pancho con Chela es un vínculo muy fuerte. Son padres de dos hijos. Se quisieron mucho. Se quieren. Pero ya no se aman del mismo modo.

— Acabas de describirlo tal cual. Y eso me imagino que le ha pasado, le pasa y le pasará a muchísima gente. Sobre todo cuando se está atravesando la segunda década, la gente entre los 20 y los 30, por lo menos en aquella Buenos Aires, pero creo que también hoy yo lo veo, tengo hijas de esa edad, y bueno, es la edad de afirmarse en el mundo, de pisar fuerte, o de buscar pisar fuerte. De descubrir. De leer. De ir al cine, al teatro. Y particularmente en una ciudad como Buenos Aires. A mí me tocó esa época en Buenos Aires. Si bien he sido un rústico provinciano antes y después pero ese período sí lo viví en Buenos Aires y fue muy hermoso, muy grato. Ahí Panchito tiene algunos rasgos míos, que no te pienso decir cuáles obviamente, pero hay algunos. Y también rescato en cierto modo una historia de amor que yo tuve y que efectivamente era como vos la acabas de describir. Una historia amorosa intensa pero que bueno, en algún momento no digo que se interrumpe pero se va modificando. Y también lo que sí puse, traté que en la novela se reconozca, es que ese cambio no es solo un cambio físico o psicológico de los personajes sino que también es un cambio del escenario. No es mi historia pero la escribí como si lo fuera.

— Pero podría haber sido, claro.

— Y porque la vi en muchos amigos, en compañeros, compañeras. En el exilio, en los años del exilio todos nos contábamos todo y de alguna manera esta historia aparecía.

Osvaldo Soriano es uno de los personajes de un capítulo de la nueva novela de Giardinelli.

— Hay un capítulo que me gusta mucho, que es el capítulo 18. Seguimos hablando y seguimos pensando que esta no es tu historia, que está basado en hechos reales como decías recién, pero es un capítulo en donde todo lo que tiene que ver con la idea de la angustia por la necesidad de huir, con la espera de que se concrete esa posibilidad y con lo que es esa Buenos Aires oscura en la que uno tenía que hacer que no conocía a los que conocía se pone muy de manifiesto. Y aparece un personaje que es un escritor que uno ve enseguida como muy argentino, y el capítulo que termina así: “Después cada uno tomó su rumbo sin darnos vuelta para mirar atrás ni para un último gesto de despedida que hubiese sido inexorablemente triste, solitario y final”. ¿Cómo fue escribir este capítulo sobre Osvaldo Soriano?

— Bueno, fue duro. Fue duro porque nosotros fuimos muy amigos. Él fue de alguna manera, cómo decirte, fue también un hermano de esa época, ¿no? Yo llegué a Buenos Aires muy joven y él venía en ese momento de Tandil, yo venía de Resistencia. Él era seis años mayor que yo y en esa edad, en los 20, un tipo que te lleva seis años y que es encantador es tu hermano padre. Y él de alguna manera me adoptó, qué sé yo, éramos muy compinches. Además empezamos a laburar juntos en la misma revista de la editorial Abril. Y de ahí bueno, él después pasó a La Opinión, yo pasé a otros medios también, y seguimos viéndonos. Siempre fuimos amigos, compañeros. Incluso en las, qué sé yo, diría yo, no sé si llamarlas luchas sindicales pero en lo que era el posicionamiento sindical de lo que era la vieja, ya inexistente, Asociación de Periodistas de Buenos Aires de la que formábamos parte, siempre fue un compañero y un amigo. Pero a la vez era un maestro. Para mí era un maestro literario. Él, que siempre decía que, era un semi analfabeto, él decía eso exageradamente.

— Ay, sí, pero cómo le gustaba armar ese personaje también, ¿no?

— Era su coquetería y tenía derecho a hacerlo y era perfectamente válido y le salía fantástico, por otra parte. Yo leí Triste, solitario y final en dos versiones mucho antes de que se publicara. Leí los cuentos, algunos cuentos de él estupendos que él los compartía y no solo conmigo, por ahí éramos tres, cuatro, cinco compañeros, amigos, nos íbamos a comer, en esa época salíamos de la redacción e íbamos a comer al Pepito en la calle Montevideo. Solamente se comía tallarines o ravioles con manteca, una salsa bastante extraña, o el bife de chorizo con papas fritas o puré. Y éramos devotos de eso. Bueno, hicimos una relación muy linda, muy estrecha. Incluso también en el exilio, cuando yo me fui a México y cuando él se fue a París. En la novela traté de rendir un pequeño homenaje melancólico y amoroso en el mejor de los sentidos porque eso sucedió así. Le explicaba la vez pasada a Fernando Pagnani, el editor, porque yo le cuestioné: por qué pones eso de ‘basado en hechos reales’ y demás. Si el único hecho real que hay ahí es la despedida con Osvaldo… Me alegra y me conmueve que te haya interesado especialmente ese capítulo porque sí, ese capítulo es el capítulo autobiográfico por antonomasia que hay en esta novela.

— Antes hablábamos de las contradicciones y yo pensaba en esos encuentros que tiene Pancho con el patrón. ¿Cómo fue que se te ocurrió que la salvación de tu personaje podía venir de alguien así? ¿Conociste historias así?

— Sin dudas, no solo en esa editorial. Cuando había un momento de desesperación en mi generación y mucha gente, sobre todo quienes no teníamos una militancia partidaria o de organizaciones y que éramos gente más cercana a lo que era el frente sindical, y que no habíamos tomado las armas ni avalábamos esa perspectiva, esa decisión… Por lo que yo vi mucho en sindicatos, nosotros trabajábamos mucho con la Federación Gráfica Bonaerense donde estaba Raimundo Ongaro, era muy frecuente también trabajar en el bloque de prensa. Una de las figuras era Rodolfo Walsh, es decir que eran figuras muy fuertes, que de alguna manera a los que éramos muchachos más jóvenes eso nos conmovía, nos impactaba. Y además eran todos muy buenos escritores, entonces también eso. Porque además éramos de una generación muy lectora. La verdad es que no tengo explicaciones claras para eso. Tampoco quiero tenerlas. Y cuando escribía la novela preferí no detenerme a racionalizar ni a recordar nada específico. Es decir, me di cuenta y me alenté a pensar en todo momento que yo estaba escribiendo una novela, no una vida. Estaba escribiendo una novela con nostalgias, con dolores, sin duda, porque además tiene que ver con una marca de época que yo la llevo en mi piel así que esto es inevitable.

Una imagen del 22° Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura. El evento es anual y reúne a miles de docentes en Resistencia, Chaco.

— Se viene en unas semanas la nueva edición del Foro, un evento que ya es como constitutivo de la escena cultural argentina y por fuera de Buenos Aires lo cual siempre la hace muy interesante, y quería preguntarte qué significa el foro hoy para vos. Y, en simultáneo, cómo ves hoy la escena de la literatura argentina, como escritor, como lector y como promotor de la lectura.

— Bueno, en realidad yo he hecho de la docencia, del fomento de la lectura he hecho mi vida adulta. En realidad llevo más de 30 años, desde que estaba, incluso desde que estaba en México cuando volví, cuando fundé mi revista Puro cuento.

— Exacto.

Puro cuento era una revista para lectores y así fue. Digamos, el vínculo autor, lector, el vínculo intelectual entre lectores y autores, autoras, para mí siempre fue definitorio porque bueno, yo nací en un hogar relativamente humilde pero donde había una buena biblioteca. Mi mamá era una lectora extraordinaria. Y mi hermana 12 años mayor, mi única hermana, ella fue bibliotecaria profesional. Fue la primera bibliotecaria egresada de la carrera en la Universidad Nacional del Nordeste. Fue fundadora de la Biblioteca Municipal de Resistencia, que hoy es una importante biblioteca acá. Quiero decir, yo me crié entre libros. Desde chiquito la casa no era nuestra pero yo escuchaba las penurias porque nos iban a desalojar y todas esas cosas y por ahí faltaban los mangos y toda la cuestión pero lectura había siempre. Yo creo que mis viejos eso me lo inocularon. Mi padre, mi madre y mi hermana eran lectores pero casi te diría de alta calificación y se leía todo lo bueno que había que leer en el mundo, desde las enciclopedias a todos los autores europeos de la época y la consagración de la gran literatura latinoamericana. Yo siempre le cuento a mis hijas y ahora a mis nietos les cuento que cuando yo era chiquito no jugaba con figuritas de plástico sino que jugaba con figuritas imaginativas que eran los personajes de las distintas novelas. Para mí era fantástico eso. Todo esto tiene que ver con nuestra Fundación, estamos cumpliendo 27 años. Se dice fácil pero no es moco de pavo. 27 años. Y tiene que ver con que el lema de nuestra Fundación, hay dos lemas, uno es “leer abre los ojos”. Y el otro es “el que no lee no sabe”. Y a partir de estos dos lemas hemos ido construyendo una docencia lectora en la Argentina, tenemos incluso hoy el Instituto de Estudios Superiores donde damos cursos, incluso tenemos postítulos, posgrados, y los damos incluso virtuales, tenemos estudiantes de toda América Latina, de Canadá hasta Chile el país que señales tenemos alumnos que están ahí. Yo que ya estoy medio de retirada, esto es no sé si un orgullo pero sí una sensación de que es una responsabilidad con la que estuve a la altura, que cumplí. Y no solo, obviamente, hay un montón de gente que me acompaña, desde mi compañera (N. de la R: Natalia Porta López) hasta gente que está conmigo hace 30 años y con los cuales empezamos, yo empecé con esa idea loca del Foro sin saber qué iba a pasar. En cuanto a la literatura argentina actual, la verdad que no termino de verlo. Y es una respuesta sincera. No estoy zafando. No termino de ver el momento actual porque es un momento expandido, muy polifacético, si la literatura argentina más o menos en cada generación desde, no sé, desde el martinfierrismo para acá o, si vos querés, desde la visita de los primeros grandes autores que llegaron acá al Río de la Plata, la literatura siempre fue no digo elitista -un poco lo era- pero siempre fue de pequeños grupos, de pequeños sectores, o de un café, o de una generación que eran cinco tipos, seis. Y hoy la literatura argentina es una pampa muy amplia, muy rica y muy numerosa, sobre todo numerosa.

Mempo Giardinelli (Télam)

— Que ya no es solo Buenos Aires, por otra parte.

— Pero por Dios, no voy a dar nombres ni loco, ¿no? Porque son amigos y demás y porque no quiero ofender a nadie, pero acá en el Chaco yo puedo garantizar que hay cuatro o cinco muy buenos escritores y escritoras y hay poetas absolutamente notables. Y esto, en otras generaciones, cuando aparecía uno era una excepción. Y esto sé que pasa en Catamarca, pasa en Salta, pasa en Chubut y pasa en Neuquén. Quiero decir, y pasa obviamente en Buenos Aires, ni se diga. Mirá, te pongo un ejemplo que para mí fue muy estimulante. En tiempos en que, debe haber sido 2005, 2006, era ministro de Educación Daniel Filmus y yo le había propuesto primero hacer una colección que se llamó Leer por leer, que fue un éxito extraordinario para todas las escuelas del país y fue un equipo que conduje yo, un grupo maravilloso. Después de eso en el 2006, 2008, no sé, no me acuerdo, le propuse a Daniel hacer otra colección que se llamaba Leer la Argentina donde yo le dije: mirá, la Argentina son veintitrés provincias (más la Ciudad Autónoma), son siete regiones, y todo lo que se sabe de literatura es de Buenos Aires. Por eso yo siempre digo, y lo decía entonces y algún colega me dijo que yo era un provocador, y posiblemente lo era, que la literatura argentina no deja de ser una literatura municipal. Es decir, el canon de la literatura argentina todo el siglo XX ha sido una literatura municipal. Con todo lo bueno que tiene, no es peyorativo, pero digamos, es municipal, esta es la verdad. Ese libro terminó siendo una colección de siete libros, la hizo el Ministerio de Educación con Eudeba, fue un trabajo espectacular. Y ahí hay 295 autores. 295 autores y autoras de todas las regiones del país, de todas las provincias, y no puestos por compromiso, ay, porque falta de tal provincia pongamos a alguno. No, no, no, ahí hay media docena por lo menos de cada. Porque los buscamos, porque los conocíamos, porque, bueno, fue un trabajazo, para mí uno de los trabajos literarios más importantes que hice en mi vida. Y estoy muy orgulloso de haberlo hecho. En aquel tiempo se publicaron más de un millón de ejemplares y a mí me encanta cuando voy a muchas escuelas así en todo el país y siempre hay Leer por leer y Leer la Argentina, y eso me parece maravilloso. Y bueno: eso es lo que yo veo de la literatura argentina.

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