“No me grabes”, dice la escritora y periodista Ana Basualdo, “¿Vas a grabar? No me grabes. Yo opté por tomar apuntes cuando me di cuenta de que el diálogo fluía más libre”.
La entrevista sucede en el bar de una librería de Palermo. Son las seis y pico de la tarde, y Basualdo tiene una taza de té y una pinta de cerveza negra. Y tiene también un ejemplar de El tempe argentino, el clásico de Marcos Sastre. Lo lee con intención: está escribiendo un ensayo sobre el delta. Cincuenta años atrás, Basualdo debió exiliarse en España —vive en Barcelona—, pero nunca perdió la conexión con Buenos Aires ni con el Tigre. “Tenés que ir a comer al Bodegón de los Inmigrantes, de la calle Italia”, dice como quien comparte una contraseña entre vecinos.
Basualdo comenzó su carrera periodística a comienzos de los años 70 en la redacción de Panorama, la revista que dirigía Tomás Eloy Martínez. Ernesto Schoó era el secretario, Edgardo Cozarinsky el prosecretario, y entre los redactores estaban Aída Bortnik, Rodolfo Rabanal y Enrique Raab. También escribían Rodolfo Walsh, Miguel Briante, Jorge Di Paola, Migue Brascó y otros grandes referentes.
Al principio, ella estaba a cargo de una sección de artículos científicos. Hizo notas con Raúl Mattera, Luis Federico Leloir, Bernardo Houssay. “Ahí sí usaba el grabador”, dice, “porque tenía que ser precisa con términos que no conocía; después empecé a confiar en mi memoria: tenía buena memoria”. Los científicos fueron la puerta de entrada, pero rápidamente pasó a escribir sobre política y cultura.
Del lado de acá
Una selección de esas crónicas aparece en El presente (Ed. Sigilo), un libro que funciona como una biografía periodística a la vez que como testimonio de época. Entre los artículos que se incluyen, hay una entrevista a Leonardo Favio a punto de estrenar Nazareno Cruz y el lobo, una indagación por el culto a Eva Perón a 20 años de su muerte, el camino de Juan Perón hacia la tercera presidencia. Son textos largos, trabajados. “Me daban tiempo para escribirlos”, dice con un gesto humilde.
Hay también un perfil de la bellísima tanguera Ada Falcón, la mujer que conmovía a Gardel y que con sus ojos verdes enamoró a Canaro. Era una diva que grabó más de cien tangos, pero, cuando estaba en el punto más alto de su carrera, dejó todo y se recluyó en Córdoba. “Logré hablar muchas horas con ella en Salsipuedes”, dice Ana Basualdo, “llevaba treinta años escondiéndose de fans y entrevistadores famosos como Pipo Mancera, todavía llena de vida y de expresividad”. Hace algunos años se estrenó un documental sobre Falcón, pero no hablaron con Ana. “Lamenté que no se hubieran puesto en contacto conmigo, porque reconocí algún párrafo de mi nota en la voz en off”, dice.
En cada artículo hay una profusión de testimonios que arman un diorama de ideas. La entrevista a Favio incluye opiniones de Mario Soffici, Pino Solanas, Alberto Fischerman, Edmund Valladares; en la nota sobre Eva hablan Leopoldo Halperín, Norma Kennedy, José Luis Romero, Juan Carlos Portantiero, Juanita Larrauri, etc.
La primera parte de El presente cierra con la crónica de un grupo de ocultistas: “Logia Anael, espiritismo peronista”. Salió en diciembre de 1972. Todavía estaba el Lanusse en el poder y Basualdo iba tras los pasos de unos mesiánicos que llegaban hasta Isabel Perón y José López Rega. En esa nota hay un nombre que hiela la sangre: los anaelistas señalan una relación mística compuesta por los vértices magnéticos de Asia, África y América latina. La “Triple A”.
“Por esa nota tuve que exiliarme”, dice, “pero no quiero hablar de eso. Me pone mal. ¿Me acompañás a fumar? En Barcelona llevo mucho sin fumar, pero acá no puedo. Me acompañás y te cuento”. En la calle pide un encendedor y dice que, aunque pasó el tiempo, nunca le perdonaron aquella nota. La revista fue clausurada a mediados de 1975, y en septiembre la chupó un grupo de tareas. “Me secuestraron veinticuatro horas, me hicieron un simulacro de fusilamiento y me soltaron”, dice. “Me fui porque me iban a matar”. Viajó a España con cartas de recomendación de Eduardo Galeano; Nuria Espert, una famosa actriz catalana la alojó tres meses.
Del lado de allá
La segunda parte del libro es, por cantidad de personalidades y temas, más ecléctica. Es esperable: las notas corresponden a un período más largo. Sin orden cronológico, van desde 1981 a 2020. En Barcelona, Ana Basualdo escribió sus encuentros con Cortázar, Bioy Casares, Enrique Lihn, Di Benedetto —”El hombre más triste que conocí”, recuerda—; escribió sobre Raab y sobre la visita del líder de Podemos, Pablo Iglesias; escribió sobre Amy Winehouse —”Yo no quería incluirla porque tenía un estilo muy distinto del resto, pero mi gran amigo y editor Maximiliano Papandrea me dijo (imagino que en broma) que si no, no publicaba el libro”—.
Escribió también una crónica del Palermo del 2001. Ese texto se mueve en las fronteras de la crisis económica, y se lee como un viaje en el tiempo que da cuenta del cambio de época y de los personajes que poblaban el barrio antes de la gentrificación, las cervecerías artesanales, los sushis y los dely-burguers. Un fragmento:
“En Gurruchaga y Costa Rica, a la hora de la siesta, dos chicos borrachos de tetrabrik reclaman salir en una polaroid, de vereda a vereda: ‘¡Eh, señora, nos saca una foto!’. Un gordo grandote y un rubio fibroso que lo usa de mole, como sombra, posan contra el paredón de un mercado abandonado. Recién se dan cuenta de la pintada en el paredón con letras negras más grandes que ellos, cuando la ven en la foto: Oscar: tu corazón sigue latiendo en tus amigos de Palermo Viejo. Dicen que lo conocieron. El gordo es un gato montés encerrado en una carne fofa infantil llena de costurones, tajos y granos en la cara, y el nombre de un navajero del novecientes: Máximo Godoy. Tiene veinticuatro años, lo llaman Maxi. El rubio —Sergio Villori, de veinte— podría haber sido, con rulos y en otra época, un atorrante de Mamma Roma; pelado, es más grave y nervioso que el gordo”.
Toda la escena —y toda la crónica— tiene la cadencia de los poemas de Diana Bellessi.
Pasado, presente y futuro
Así como las crónicas podrían formar parte de las clases de periodismo, los cuentos de Oldsmobile 1962, el único y extraordinario libro de relatos que publicó en 1985 deberían incluirse en los talleres de literatura.
Hace diez años, Ricardo Piglia recuperó Oldsmobile 1962 para la Serie del Recienvenido de la editorial Fondo de Cultura Económica. “Tendemos a recordar más los cuentos aislados que los libros de cuentos”, escribió en el prólogo, “pero cuando sucede lo contrario es que estamos ante un acontecimiento literario. Por ejemplo, en este volumen, ‘Palma’ es notable (uno de los mejores cuentos argentinos que he leído) y, sin embargo, Oldsmobile 1962 ha persistido en mi memoria con más nitidez que cualquiera de sus relatos individuales. (…) Hay algo del placer del coleccionista en los cuentos de este libro. Dejo a los interesados lectores el encuentro de las otras magias de este libro venturoso y feliz”.
Como un bellísima cinta de moebius autobiográfica, el Tigre aparece tematizado en Oldsmobile 1962. “Escribí una frase sobre la estación de Tigre (la antigua)”, dice en el epílogo de El presente, que, en realidad, es un diálogo con el poeta y ensayista Edgardo Dobry, “y de esa frase (me parece) salieron los cuentos”.
Y, sin embargo, pese a los relatos y al elogio de Ricardo Piglia, ella no se siente escritora. “No puede considerarse escritor al autor de un solo libro”, le dice a Dobry. Se le podría señalar una infinidad de contraejemplos, empezando por Juan Rulfo —que, es cierto, publicó dos—, pero ahora en el patio de la librería hay una banda de jazz que versiona con mucho groove los clásicos de Steve Wonder. Y, además, se hizo tarde: Ana quedó en llamar a las ocho y media a Marcelo Cohen, uno de los grandes amigos que hizo en España. Faltan cinco minutos.
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