Javier Camarena: “La ópera nació como un espectáculo para el pueblo, no hay que olvidarlo”

El tenor mexicano y estrella mundial dice que hay una “idea falsa y distorsionada” del género. “Hay un tipo de público que se niega la posibilidad de emocionarse”, le dijo a Infobae Cultura en los días previos a su llegada a Buenos Aires para cantar en el Teatro Colón

Javier Camarena (KURSAAL - Europa Press)

El recital que el tenor mexicano Javier Camarena ofrecerá el próximo 30 de julio en el Teatro Colón, con obras clásicas de Vincenzo Bellini, Gaetano Donizetti, Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini, entre otros, promete ser una de esas noches en las que “se alinean los planetas”. El mejor cantante lírico de la actualidad en el mejor escenario para el género.

Si es verdad eso que dicen, que la ópera despiertan pasiones como las que desata el fútbol, sería como si Lionel Messi saliera a la cancha para exhibir sus mejores jugadas. Por cierto, las fintas y las fantasías que el cantante juega con su voz prodigiosa nada tienen que envidiarle a esos pases de magia que el futbolista despliega con la pelota en sus pies.

Galardonado en 2021 por la prestigiosa International Opera Awards como mejor cantante masculino del año, Camarena ocupa en la actualidad el podio más alto en su disciplina. Aunque, a diferencia del fútbol, siempre abierto al debate y la controversia, todo parece indicar que el premio obtenido por el cantante nacido hace poco más de 46 años en Xalapa, capital del estado de Veracruz, está fuera de discusión.

Además, como si el concierto que marcará su regreso al Cólon fuera poco, el artista también será protagonista de la puesta de L’elisir d’amore, de Donizetti, el segundo título que subirá a escena en el marco de la temporada de ópera del Teatro, que irá del 2 al 10 de agosto junto a la soprano estadounidense Nadine Sierra, con dirección musical del italiano Evelino Pidió y puesta de escena del español Emilio Sagi.

Tiempo de cambios: chau Zurich, hola Madrid

Para Camarena, los cinco años que separan su debut porteño de los días que corren fueron tiempos de un crecimiento profesional marcado, en parte, por la ampliación de su repertorio y la consolidación de un lugar propio en la elite del género, con presentaciones consagratorias en diferentes salas del mundo, especialmente en el Metropolitan de Nueva York, donde sus bises ya son una rutina. Pero también, a fuerza de pandemia, lo fueron de reflexión.

Javier Camarena (EFE/David Borrat)

A tal punto que, apenas su imagen aparece en la pantalla del Zoom, el tenor cuenta que son sus últimas semanas en Zurich, antes de mudarse a Málaga junto a su esposa Marisol y su hija Daniela, de 18 años, y su hijo Braulio, de 12. Justo unos días antes de que se cumplan 16 años desde que abandonó su país natal para instalarse en la ciudad suiza que fue pista de despegue para su exitosa trayectoria.

—¿Cuál es la razón de semejante decisión? Zurich suele ser presentada por muchos como uno de los “paraísos” de Europa.

—Lo es. Pero no es el paraíso divino, y el paraíso en la tierra cuesta (risas). Y comprar una casa como la que terminamos comprando en Málaga hubiera sido prácticamente imposible. Además, mis hijos ya están grandes. Entonces, la parte que corresponde a los valores, a los criterios y todo esto, pues ya está bastante bien fundada. Y creo que a todos nos hace falta tener esa parte de latinidad, que extrañamos mucho. Es esa parte de la integración a la sociedad que nunca estuvo del todo ni en mi esposa ni en mí. Porque yo tampoco he estado tanto tiempo en Suiza.

—Ese es un buen punto. ¿Cuánto tiempo del año pasás en tu casa, desde que te convertiste en una estrella de la lírica?

—Llegué aquí el 29 de agosto de 2006, y los primeros siete u ocho años estaba de fijo en la ópera de Zurich. Entonces, pasaba muchísimo tiempo aquí. Mis salidas eran de a un mes, un mes y medio o lo que llevara una producción, pero siempre con el compromiso de volver. Cuando me emancipé del ensamble de la ópera de Zurich empecé a viajar mucho más. Eso fue en la temporada 2014 /2015. Van casi ocho años, también, en los que viví mucho más de viaje y pasaba muy poco tiempo en casa. Entonces, nos hace falta eso. Aparte, ya tener nuestra propia casa, a nuestro gusto y hacerlo en un lugar como Málaga, que está creciendo mucho no solo económicamente sino también culturalmente, era una oportunidad. Era el momento justo para hacerlo. Estamos muy expectantes, porque es un cambio cultural muy importante pero, a la par, estamos muy felices.

—Me llamó la atención eso de los valores y de la necesidad de latinidad, como si te refirieras a esas diferencias culturales algo estereotipadas que suelen establecerse entre América Latina y Europa en cuanto a cierta disciplina aplicada a la profesión y cuestiones por el estilo. ¿Es así?

—Sí, desgraciadamente sí. Y lo decimos abiertamente porque tampoco es un secreto. Cuando hablo de valores, me refiero a la responsabilidad, a la honestidad, a ser consecuente con tus actos. Es muy bueno, como padres, tener un refuerzo en la mismo sentido en la escuela y en lo que se les inculca a los niños desde pequeños. Esta parte, para mí fue muy importante que no solo viniera de nosotros. El decirle a mis hijos “no tires basura en la calle”; y que en la escuela le dijeran exactamente lo mismo; o que cuando van por la calle y tiran alguna basura algún otro ciudadano les llame la atención. Que ese respeto a tu comunidad, a tu cuidad, al buen común sea reforzado por la escuela y por la misma sociedad es muy importante. Y eso es algo con lo que han crecido mis hijos.

Javier Camarena

—¿En tu caso, sentiste algún choque cuando llegaste a Zurich, para radicarte?

—A mí me encantó. A la hora de llegar a Suiza aún no vivía profesionalmente de la ópera. Había hecho algunas cosas en México, pero no en el ámbito internacional. Y sí, fue un choque: extrañaba que no hubiera tiendas abiertas a las tantas de la noche… Las taquerías de México, que es típico que las encuentres abiertas hasta las 2 de la mañana. Esa parte me chocó. Pero debo decir que por mi propio espíritu, que soy una persona muy tranquila, me sentó muy bien el hecho de que fuera todo tan estructurado, tan preciso en tantas cosas. En el transporte público, en los horarios a la hora de trabajar…

La ópera: la estrella es el equipo

—Se suele hablar de la capacidad de adaptación a diferentes situaciones o de improvisar que tenemos los latinoamericanos. ¿Hay algo de eso que haya influido en tu crecimiento en la mundo de la ópera?

—Lo maravilloso de la ópera es que, por más que se quiera mantener la figura del divo, de la diva, o de la estrella, afortunadamente es un trabajo en equipo. Yo la vivo de esa manera. En el caso particular del cantante, que es el que me toca, a lo largo de toda la historia siempre seremos quienes llevamos el mayor peso para mantener vivo el género. Pero lo maravilloso es que cada persona, cada individuo, en su propia individualidad, tiene algo que aportar a los diferentes personajes. Porque yo voy a vivir el amor distinto a como lo viven otros grandes cantantes, como Juan Diego Flores; porque voy a vivir y a expresarme de manera distinta. Por nuestra cultura, por nuestra diferencias en nuestra forma de criarnos, por nuestras propias experiencias de vida. No voy a decir la palabra “amor” de la misma manera que la van a decir Ramón Vargas, Marcelo Álvarez, u otros cantantes históricos como Raúl Jiménez o Francisco Araiza. Todos vamos a tener esa parte en la que vamos a aportar parte de nuestra experiencia para dar vida a nuestro personaje. Eso es lo que le da vida a la ópera. Entonces, todo lo que me ha tocado vivir en México, los aprendizajes, los errores, las alegrías y los sinsabores, todo eso va conformando la personalidad de cada personaje en los diferentes títulos que interprete. Creo que eso es lo que hace que la ópera sea siempre distinta. En cada personaje, e inclusive en cada función.

Entre Leo Dan, Kiss, Mozart y el Trío Los Panchos

El eje de la charla es la ópera, pero en el universo de Camarena la llamada música académica convive a la perfección con la popular. Para muestra, bien vale darse una vuelta por alguna plataforma para escuchar sus álbumes Recitales y Serenata, además del simpático Javier Camarena canta a Cri Cri, dedicado a canciones infantiles. Tres testimonios de una expresividad que va a la par de la excelencia.

Sin embargo, el cantante advierte que cada estilo merece un abordaje específico y asegura que es en parte su propia historia la que le facilita transitar con igual solvencia ambos terrenos.

Javier Camarena, junio de 2021 (Europa Press)

“Crecí escuchando música popular. Desde tríos como Los Panchos, Los diamantes, Los tres ases o Eddie Gormeé, a Vicky Carr, Leo Dan y Leonardo Favio. Escuché a un montón de cantantes mexicanos: Pedro Infante, Pedro Vargas, Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejía, Jorge Solís… Pero también a Abba, Kiss, los Bee Gees, Creedence Clearwater Revival y Los Beatles, además de grupos como Sonora Santanera, y la parte más folclórica, para el baile”, cuenta el tenor.

Y agrega: “Creo que se deben abordar de manera distinta porque se debe respetar la esencia de cada estilo. Aunque, obviamente, siempre se va a notar que una voz es educada y que ha tenido esta posibilidad de desarrollarse técnicamente. Hay una forma distinta de acercase y de interpretar.”

En ese sentido, Camarena explica que en la ópera hay una forma que es mucho más esquemática, condicionada por un guion musical al cual seguir y que obliga a ser muy puntual con muchas cosas. “En un bolero, en cambio, mientras cantes con un acompañante que conozcas, uno puede hacer y deshacer con las frases como mejor le plazca; uno puede embellecer como mejor le venga en gana.”

—¿En la ópera existe también esa posibilidad de “embellecer” la obra original?

—En la ópera uno tiene esas posibilidades en las cadencias, en algún adorno extra… Y depende del estilo; porque eso sólo lo puedes hacer en el repertorio belcantista. Más allá de eso, ni siquiera en Mozart. La ópera fue compuesta para ser cantada como era. Pero mucha de la música mexicana folclórica también fue escrita para grandes voces, igual que muchos de los hermosos tangos que tienen en la Argentina, que se han hecho con grandes voces. Pasa lo mismo con la música popular en general. Pero hay que conocer el estilo y en la medida de lo posible respetar su esencia porque, al final de cuentas, es lo que hace único y bello a cada uno de estos géneros y estilos.

—Corregime si estoy equivocado: es mucho más fácil que un cantante criado en la música popular aborde con éxito un repertorio lírico, que aquel que desde muy chico fue formado en la academia quiera abordar un tango o una ranchera y termina grabando discos espantosos.

(Risas). Es muy cierto. ¡Es muy muy muy cierto! Porque desde la academia vives realmente la música como esa parte completamente esquemática y prácticamente matemática. Vas siempre sobre esa precisión y buscando esa perfección. La música popular no siempre es perfecta, pero difícilmente deja de ser bella, ¿no? Habrá a quien le guste más y a quien le guste menos, pero nadie va a negar que “Corazón partío”, de Alejandro Sanz, es una gran canción. Y él la canta bien, en su estilo y en su vocalidad. Algunas canciones de Leo Dan son muy sencillas, pero muy bonitas.

Javier Camarena en Ciudad de México (EFE/Mario Guzmán)

—Y no se las puede analizar con la misma vara con la que se analiza una música de Bellini o de Donizetti.

—¡Claro! Porque te va a faltar esa cuadratura. O, más bien, vas a abordarla desde la parte cuadrada y queda así. Entonces pierde feeling. Pierde especias. (Risas).

Un mundo de personajes y emociones

—En YouTube hay una interpretación tuya de Una furtiva lágrima que es sencillamente magnífica, con la cual sólo quien lleva agua en vez de sangre en las venas podría no conmoverse. Pero, ¿qué te pasa a vos, en ese momento en el que cerrás los ojos y te escuchás?

—No sé. O tal vez sí. Para mí son momentos de comunicación con otro plano. Dentro del proceso de formación de una cantante, como ha sido mi caso que empecé desde cero, primero tienes que asimilar cómo respirar, gesticular, pararte; aprender las posiciones de la boca… Entonces, al principio estás concentrado en esas cosas. Que si estás apoyando bien la frase, que si la afinación… Y luego, para añadirle, tienes que aprender muchas veces textos en muchos idiomas que ni hablas. Es un universo de cosas, lo que pasa en la cabeza de un cantante. Sobre todo en este período de formación, hasta que hay un punto en el que todas esas cosas se van haciendo muy orgánicas. Entonces, llega un momento en el que dejas de pensar en todo eso. Incluso en la necesidad de escucharte. Eso es lo que me pasa a mí. Soy muy consciente de lo que estoy haciendo, pero en Una furtiva lágrima, por ejemplo, mi cabeza está en Nemorino. Dejo que él piense: “Adina se fijó en mí. Ella me vio. Se puso celosa de las otras muchachas, y me vio. ¡Eso quiere decir que me quiere! ¡Me puedo morir en paz!” Eso es lo que estoy pensando. Eso es lo que yo quiero que la gente sienta. Que el público sienta lo que está expresando Nemorino. Así como la algarabía de Tony en La hija del regimiento (Gaetano Donizetti), porque ya es parte del regimiento y se va a poder casar con Marine; o la tremenda nostalgia y sensación de derrota de Gerardo en Lucia de Lamermoor. Eso es. Es más que la música, que ya está ahí. Estoy, sobre todas las cosas, queriendo transmitir emociones. Y dejo que la música haga su trabajo.

—Una ópera te da tiempo para entrar en el personaje, pero en el caso de un recital como el del 30 es diferente, porque pasás de un personaje a otro constantemente. ¿Cómo se organiza la lista de piezas, para que mantenga una coherencia al mismo tiempo que la tensión necesaria para no perder la atención del público?

—Es cierto que en un recital de este tipo, que es como el que me tocó hacer cinco años atrás en el Colón, entras y sales de un personaje con un solo número. Me encanta hacerlo. Obviamente, voy a ser yo con un frac, y no importa los gestos que haga, siempre voy a ser yo. Pero la emoción del momento va a ser distinta en cada una de las arias. Yo sé que todas las arias van a ser los highlights de las distintas óperas. Pero tienen diferentes características y diferente impacto. En la parte interpretativa eso es lo que voy a buscar siempre. Transito las emociones de cada personaje en cada situación, y la organización de los programas va buscando estas diferentes zonas y tener siempre ese efecto de fascinación para el público.

Ciudad de Méxio, 2004 (FOTO: Iván Stephens/CUARTOSCURO.COM)

El que quiera aplaudir, que aplauda

—¿Cambia la reacción del público al mismo repertorio, según el lugar? ¿Cómo recordás tu paso por el Colón en 2017?

—Esa ocasión en el Colón fue muy bella. Porque el público fue tan cálido, tan -como decimos en México- apapachador. Fue un abrazo con cariño. Lo sentí desde que puse un pie en el escenario y fue in cresecendo hacia el final del concierto. Mi recuerdo es el de un público maravilloso, agradecido, sincero en su reacción. Fue una experiencia súper linda. Y, pues sí: hay distintas reacciones y creo que eso es parte de la cultura de cada lugar. No puedo esperar que sean igual de efusivos en Londres, o en teatros de Alemania o Austria. Tienen otra manera de ser, y normalmente se reservan para el final.

—En la ópera ha ciertas convenciones respecto del aplauso, y están quienes dicen cuándo está bien y cuándo está mal aplaudir. Pero si vos cantas algo que conmueve profundamente a alguien, ¿cómo puede estar mal que esa persona aplauda cuando lo siente?

—Ahí estoy total y absolutamente de acuerdo contigo. Este publico conocedor (risas) que da la pauta de dónde se puede intervenir y dónde se puede aplaudir, se está negando, precisamente, esa posibilidad de realmente emocionarse. Cuando la gente siente que se ha conmovido, que ha disfrutado mucho… ¿Sabes qué? ¡Let It be! Viví y deja a los demás vivir. ¿Por qué? Porque luego esa gente se cohibe y va con una idea falsa y distorsionada de lo que es el espectáculo de la ópera. La ópera nació como un espectáculo para el pueblo. Los lugares por los que hoy día se paga más, que sería la platea, era la parte destinada al pueblo. Estaban todos parados, y ahí lo que les gustaba lo aplaudían y le tiraban flores y lo que no, lo abucheaban y les tiraban tomates… Era un espectáculo para vivirlo.

—Para completarlo.

—Sí. Ahora, en Barcelona hice La flauta mágica (Wolfgang Amadeus Mozart) y se vé que había gente que la veía por primera vez, se emocionaba y en determinado momento aplaudía. Y se escuchaban algunos “shhhh”, para acallarlos. Y es como: “A ver, si tú no quieres aplaudir no aplaudas, pero deja que quien quiera hacerlo lo haga”.

La bendición y la condena de ser el mejor, y un aterrizaje forzoso

—¿Ser elegido el mejor cantante del mundo es una bendición o una condena?

—Las dos cosas. Yo estoy muy agradecido. La mención de la International Opera Awards tenía que ser otorgada en 2020, pero nos cayó el COVID. Ese premio fue un reconocimiento a mi labor de 2019, que fue extremadamente duro pero con muchísimas satisfacciones. Fue el año que hice La hija del regimiento en el MET, con una transmisión a todo el mundo, con lo que se vio de los bises… Hice mi debut en El pirata de Bellini, y a eso súmale muchos más compromisos, conciertos y representaciones operísticas. Y ahora estoy nominado por la grabación de El pirata que hicimos con Marina Rebeka en su sello Prima Classic. ¿La verdad? ¡Es un discazo! (Risas). No lo puedo decir de otra manera. Es un gran disco. Hacer una opera como El pirata con la técnica vocal actual es un gran retro. Por algo no se representa tanto en estos días.

Javier Camarena (EFE / Fernando Villar)

—¿Es una presión?

—En mi afán perfeccionista, sí: es una presión grande. Pero hay otra parte que se vino a ajustar en mí con la pandemia, que fue precisamente aterrizar. Aterrizarme en el sentido más humano. No olvidarme de que soy humano y tan frágil, que mi voz hoy está aquí (sube la mano por sobre la altura de su cabeza), pero que va a tener su propia evolución, como le pasa prácticamente a todos los cantantes. Llegamos plenos a un período de gran estabilidad, atravesamos nuestros años dorados pero, obviamente, luego vendrá esta parte de decadencia, que es inevitable. Esta parte, la he querido asimilar desde ya, porque será muy sano para mí. Aparte, creo que me ha ayudado mucho el hecho de que, al final, esto es mi trabajo. Lo vivo como tal. Lo he dicho siempre: yo quiero trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. Entonces, sí quiero hacer esto lo mejor posible, pero sin descuidar otras cosas que creo que para mí son hoy mucho más importantes: mi familia, mis hijos, mi esposa, mi hogar… Trabajo sigue habiendo. Ofertas muy interesantes, nuevos retos y nuevo repertorio. Pero quiero un balance mucho más justo, que me permita ser funcional en ambos sentidos. Si estoy con mi familia la parte emocional se recarga de inmediato, y eso se proyecta en mi trabajo. Y si estoy bien en mi trabajo, pues entonces estaré siempre contento.

De asado y chimichurri, tradiciones y vanguardias

—Vas a estar unos cuantos días en la Argentina. ¿Tenés algún plan agendado?

—Voy a dejar que me guíen. Es verdad que tendré la posibilidad de conocer un poquito más, en Buenos Aires o sus alrededores. Pero estoy con que tengo que llegar por un asado y el chimichurri.

—Además del concierto del 30, vas a protagonizar L’elisir d’amore. ¿Qué posición tenéis en el ya clásico debate entre las puestas tradicionales y las vanguardistas?

—Siempre y cuando haya lógica y coherencia entre la puesta y el libreto, mientras la historia no se deje de contar no tengo ningún problema. La Lucia de Lamermoor que hicimos en el MET en mayo pasado fue una propuesta muy innovadora, en la que se usaron recursos de video en directo y otras escenas grabadas que iba completando la narrativa de la historia. La situación podría ser hoy mismo o hace unos 20 años en un cinturón industrial típico de los Estados Unidos, y con personajes mucho más cercanos, más reales. Si bien es cierto se quiere buscar en la ópera ese remanso, ese otro universo en el que todo es ficción, historias como Lucia y tantas otras como Carmen, por ejemplo, no dejan de tratar un tema muy crudo que, desafortunadamente, es una realidad para nuestras sociedades hoy día en cualquier lugar del mundo. La ópera no es solamente un espectáculo de entretenimiento. En muchos sentidos y a lo largo de su historia ha sido también un elemento de reflexión, de creación de conciencia. Yo no tengo nada en contra de una puesta en escena, siempre y cuando la historia que se plantea en la ópera se cuente de principio a fin.

—¿Qué podes adelantar de la puesta del L’elisir d’amore que sube el 2 de agosto en el Colón?

—En nuestro caso, en L’elisir tendremos un gran gran director de escena al cual quiero y admiro mucho, el maestro Sagi, con quien he tenido la oportunidad de hacer I Puritani, El pirata… Es una garantía de buen gusto. Estoy segurísimo que será muy divertida y que el público la va disfrutar mucho. Además, el gran elenco que tenemos: Nadine Sierra, el gran Ambrogio Maestri como el Doctor Dulcamara, y otro gran cantante barítono mexicano, Alfredo Daza, una voz hermosísima y portentosa y gran actor, además, Creo que el publico va a estar muy contento y satisfecho del trabajo que podamos hacer para ellos en estas funciones.

—¿Ya sabes cuáles van a ser los bises que vas a hacer el 30? Porque seguro que te van a pedir varios.

(Risas). Pues, siempre es bueno dejar las sorpresas. Lo que puedo decir es que vamos a salir un poquito de la ópera. Es un recital plenamente operístico, de principio a fin. Y bueno, nos relajaremos un poquito con las propinas.

Festival Internacional Cervantino (FIC), Guanajuato, México, 2019 (FOTO: GRACIELA LÓPEZ /CUARTOSCURO.COM)

* Javier Camarena se presenta en concierto el sábado 30 de julio, a las 20 horas, con Ángel Rodríguez al piano y junto a la soprano Alyson Rosales, con un programa integrado por clásicos de Vincenzo Bellini, Gaetano Donizetti, Giuseppe Verdi, Édouard Lalo, Jules Massenet, Charles Gounod, Georges Bizet y Giacomo Puccini. Entradas desde $900 hasta $20700, por TuEntrada.com

* L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, con puesta en escena de Emilio Sagi y dirección musical de Evelio Pidó, y Javier Camarena como Nemorino y Nadine Sierra como Adina va los días 2, 4, 7 y 10 de agosto; y los días 3, 6 y 9 con Santiago Martínez como Nemorino y Oriana Favaro como Adina, en el Teatro Colón. Entradas desde $900 hasta $13550, por TuEntrada.com

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