Roxana Amed: “Cuando canto Spinetta, y me preguntan ¿qué es esto? Les digo: esto es Argentina”

La cantante argentina radicada en Estados Unidos, flamante nominada al premio Gardel, anticipa su próxima visita a Buenos Aires para brindar una serie de clínicas y presentar su disco “Ontology”. “La voz traduce lo que hay en mi corazón”, afirma

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Roxana Amed canta y su voz es un viento salvaje, un galopar, una estampida, desde los huesos, un ahogo, una explosión de luz, un río de lágrimas, un rojo fuego. Así suena y así la representa en la letra de Ontology, que le dio nombre a su último disco, nominado a los Premios Gardel como Mejor álbum de jazz. O como dice Alejandra Pizarnik en su poema Cantora Nocturna, “ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la niebla verde en los labios y del frío gris en los ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre la sed y la mano que busca el vaso. Ella canta”.

¿Qué es lo que produce Roxana Amed cuando canta? Hay algo en su voz que roza lo metafísico, un espacio no consciente que revela una parte de ella y de quién la escucha, como un poema de Pizarnik. “Es la voz de lo que no puedo decir. Eso es impresionante. A veces estoy quemada de la cabeza por lo cotidiano y mi voz hace su trabajo sola. Ella traduce lo que hay en mi corazón y en mi pensamiento musical. Tal vez vine a este mundo a hacer esto, y eso se hace, lo deje uno o no”, dice Roxana Amed, sentada en un bar porteño, tomando un cortado, mientras suenan de fondo Los Ratones Paranoicos.

Radicada en Miami, desde 2013, Roxana Amed tiene una voz flexible, a veces contenida, a veces abismal, que puede interpretar a Miles Davis, Carlos Guastavino, Wayne Shorter, Cuchi Leguizamón, o Charly García. Su swing, tan fluido y natural, deja al descubierto sus influencias: las zambas clásicas de los sesenta que cantaba de niña junto a su padre, las voces del jazz como Cassandra Wilson, las canciones invernales de Joni Mitchell, la música de Spinetta, o hasta el free jazz y la improvisación. “Siempre en mí música hay algo argentino. Nunca tuve ganas de hacer sólo música americana. Es la música que amo, pero si voy a sacar un disco me gusta la fusión y trabajar en algo original. Viviendo en Estados Unidos con más razón porque ellos inventaron el jazz. No podés competir con ellos. Les pasaría lo mismo si ellos quisieran hacer tango o folklore”, dice Roxana.

Roxana Amed
Roxana Amed

En Buenos Aires todavía tiene alumnos y un circuito musical que espera su llegada todos los años: en agosto realizará una serie de clínicas de la voz en el Centro Cultural Nempla (Jorge Newbery 3907), el domingo 14, sábado 20 y domingo 21 de agosto, y presentará su disco en vivo el viernes 19 en Thelonius Club. Dentro de dos semanas, Roxana Amed, lanzará el single “Flamenco Sketches” de Miles Davis, acompañada por el guitarrista flamenco Niño Josele, que será un adelanto de su octavo disco de duetos bautizado Unánime. La cantora es una artista muy respetada por los músicos. Su lista de colaboradores es larga y en sus discos anteriores aparecen músicos prestigiosos como Pedro Aznar, Adrián Iaies y Manolo Juárez, que definen su estatus musical.

Su último trabajo Ontology, (que obtuvo dos nominaciones en los Premios Latin Grammy 2021 en las categorías de “Mejor Álbum de Jazz Latino/Jazz” y “Mejor Arreglo” en Blue in Green), lo grabó en los emblemáticos estudios Hit Factory de Miami junto al trío de Martín Bejerano en piano, Edward Pérez en contrabajo y Ludwig Afonso en batería. En la Miami soleada está su base, donde encontró la distancia para forjar un sonido universal atravesado por los ritmos del 6 x 8 de las chacareras, el free jazz, la poesía de Pizarnik (a la que dedicó el disco La sombra de su sombra con el pianista Frank Carlberg), o las zambas del Cuchi Leguizamón, además de sus propias letras que tratan de atrapar sensaciones, un diario personal y metafísico de la vida humana, como lo hizo Joni Mitchell.

—¿Este disco es un resumen de tu vida desde que te fuiste de Buenos Aires?

—Sí, quería que convivieran cosas que venía haciendo con los músicos de allá como Ginastera con Miles Davis, Bill Evans, Wayne Shorter y el Cuchi Leguizamón. ¿Por qué no? Serían amigos si se hubieran conocido. Entonces pensé porque no ponerlos en un mismo disco. Pensé que nadie iba a entender lo que quería hacer, pero por suerte la prensa me entendió y los músicos de jazz son cercanos a Ginastera, pero todavía hoy sigo pensando ¿está bien lo que hice?

—Esa mezcla en tu repertorio suena natural.

—Esto es por la inteligencia emocional del argentino. El público de acá tiene visión, perspectiva, está educado, que es algo que no lo encuentro en los entornos locales en Miami. La gente ahí está preocupada por adaptarse. Todavía no lo pude presentar y quiero enfrentarme a esa otra parte de la música que es lo que siente la gente cuando canto eso.

—El jazz pide tiempo. ¿Pasa eso con tu música?

—Creo que con el jazz vas descubriendo cosas con los años. Me pasó con un disco de cabecera para mí que es Traveling Miles de Cassandra Wilson. Lo comprendí con el tiempo. Cuando me llegó estaba buscando otro tipo de voces y me parecía que Cassandra había cantado muy reservada, muy para adentro. Lo volví a escuchar diez años después y me voló la cabeza, porque yo soy una cantante así, no me gusta el desborde vocal. La música es así, va unos pasos por delante. No hablo de la que nos entretiene todos los días en la radio. Al jazz hay que darle tiempo. A veces hay un preconcepto que un disco cantado es más fácil de escuchar, pero no necesariamente es así. A mí me encanta hacer canciones, no me bancaría hacer scat todo el tiempo, pero la música no es previsible. Te sale lo que te sale.

—En el disco Ontology hay folklore, también, parece algo que suena natural en tu voz.

—Y... es mi corazón el folklore. Creo que es lo que más naturalmente viene a mi cuerpo y a mi voz, incluso más que el rock nacional.

—Tu padre tocaba folklore.

—A mi viejo le gustaba lo tradicional. Tendría seis o siete años y con mi papá cantábamos juntos a Yupanqui o temas como “La Nochera”, que después la grabé con Manolo Juárez, o “La Nostalgiosa” con Adrián Iaies. A partir de ahí nació la idea de hacer ese disco que se llamó Cinemateca Finlandesa. El folklore es muy importante para mí. En Nueva York hacía jazz y de golpe cantaba el Cuchi, o las chacareras y para el público la transición era natural. Los argentinos tenemos una cualidad como creadores y decodificadores de cultura. Tenemos una originalidad que no se parece a nada. Lo agarrás al Cuchi, Spinetta, o Ginastera y esa cosa rara es argentina, tanto como esa relación con el jazz y la flexibilidad de ciertas reglas en la composición como Piazzolla, que son tan inconfundibles. Cuando canto Spinetta, y me preguntan ¿qué es esto?, les digo: esto es Argentina.

—¿Ser compositora le dio otra perspectiva a tu oficio de cantante?

—Yo compongo con la voz primero, no con la cabeza. Como le pasa a un instrumentista. Aprendí mucho de mi voz, porque tiene más experiencia. He cantado mucha música de otros compositores pero no compuse tanto para otros cantantes. Entonces a veces cuando improviso empiezo con la música. Trabajo en las armonías de algo, dejo que la voz no piense y corra solita. Muchas veces la voz compone mejor que mi cabeza.

Roxana Amed en vivo, acompañada
Roxana Amed en vivo, acompañada por Pedro Aznar

—En una nota decías: “mi voz habla mejor que yo”.

—Es lo que le digo a mis alumnos. La voz expresa cosas, más allá de lo que vos creés. Escuchás una voz aguda, liviana y sabés cosas de ese alma que a lo mejor esa persona no sabe. La voz, en particular, también te traduce los avatares de la vida. No estás bien y la voz no está bien. Estás estresada y la voz se va. Estás contento y la voz sube. Estás alineado con tu cuerpo y la voz corre. Es un pequeño ser. Mi voz funciona independiente de mí, y cumple la función de representar mi corazón. Y eso no lo puedo controlar yo.

—La escritura es otro instrumento que desarrollaste.

—La palabra siempre fue muy importante para mí. Estudie música en el Conservatorio Nacional, pero después medio me aburrí de la música clásica y no había donde estudiar música popular, entonces fui al profesorado Joaquin V. González a estudiar Letras. Hice un posgrado en literatura española y ahí descubrí a Pizarnik a los 20 y dije: “esto, esto es”. Alimentaba la palabra y alimentaba mi pensamiento, mi capacidad de decir y expresar, de encontrar como traducir lo más sofisticadamente posible mi forma de ver la vida. Eso siempre me pareció muy importante. Si la palabra está clara, los sentimientos, los pensamientos y la vida está clara. Si tenés un sola sola palabra para decir amarillo, estás jodida. En algún momento me gustaba escribir más que cantar. Yo trabajaba de cantar jazz, cuando era chiquita y en grupos de música popular y estudiaba letras. En un punto me gustaba más el cine y la literatura que cantar. Pero la voz solita me fue diciendo, tenemos que hacer esto. Y en un momento me entregué. Pero yo no estoy enamorada de mi voz. Está bien. Le creo todo, pero no es que la escucho y digo: qué linda voz.

—¿Pensás que hay otras cantoras mejores que vos?

—Miles. Uno se aburre un poco de su propia voz. Después sé que es el reflejo de mí y ahí la respeto. Pero uno escucha otros cantantes que tienen voces poderosas, agudas, fuertes, y que los ves hablar con orgullo de su voz. No es mi caso. Creo que le tengo respeto porque me sirve para vivir, para expresarme y sentir que mi vida tiene sentido.

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