Por qué nadar en la pileta presidencial de Sri Lanka es una imagen surrealista, con historia

Un recorrido que abarca la novela de Carlos Fuentes llevada al cine por Luis Puenzo, la fascinación de Neruda por una “tierra sonora”, las crónicas de Caparrós sobre el turismo pedófilo y la placentera estadía de Arthur C. Clarke

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REUTERS/Dinuka Liyanawatte
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Isidore Ducasse, más conocido como el Conde de Lautréamont, había escrito en su libro maldito, Los cantos de Maldoror, el verso que sería usado por los surrealistas como una bandera sobre azar objetivo en la plasmación artística: “Bello como el encuentro de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”. El azar objetivo (que excluía el gusto, la razón o la voluntad consciente) implicaba que el encuentro de ciertos objetos, en apariencia disconexos, en un escenario adecuado producía un hecho estético profundo, perturbador. (Una aclaración sobre Ducase: era “maldito” porque sólo había imprimido diez ejemplares de su libro en vida –murió a los 24 años– y porque Maldoror era la voz poética que renegaba de Dios, ensalzaba el asesinato y así. Lautréamont es el seudónimo elegido porque descompuesto funciona así: /Le autre a mont/: “El otro, en Montevideo”. Ducase había nacido y transcurrido su infancia en Uruguay).

Estos días el mundo fue testigo de una imagen bella, perturbadora, incomprensible pero llena de significado: en Sri Lanka masas humanas en estado de rebelión contra su gobierno habían puesto patas para arriba a su país y la muestra más intensa, gráfica, era la de unas decenas de manifestantes que habían ingresado a la residencia presidencial (de la que habían escapado sus ocupantes y sus guardias) y retozaban bañándose en las aguas de la piscina del primer mandatario. En Sri Lanka casi todo el mundo sabe nadar, es una isla y sus playas son paradisíacas. Pero sólo los poderosos y las poderosas solían bañarse en la pileta de la mansión de los presidentes, tal vez rodeados de mozos ofreciendo tragos y tentempiés, con música acorde con la situación a manos de un DJ y bajo el sol y las estrellas del océano Índico, como debe realizarse una buena fiesta en una piscina gubernamental.

Pero pocos de entre varios millones se imaginaban asistir, hartos del ajuste, a una manifestación; llenos de angustia y hasta ira por la inflación y el hambre y, de pronto, entrar al Palacio del primer mandatario, no ver a nadie y entonces ponerse a nadar. Bajo el sol del océano Índico. Es una imagen surrealista pero, ojo, en el sentido estricto del término: surrealismo es “sobrerrealidad”, la realidad misma que impera cuando se logra desalienar a sus mecanismos.

A veces ocurren situaciones surrealistas en medio de épocas políticas sugestivas (o quizás sobre todo en ese tipo de épocas). Gringo viejo (Alfaguara) es una novela de 1985 del mexicano Carlos Fuentes que imagina la estancia en el México revolucionario de la década de 1910 del escritor y periodista Ambrose Bierce que, ya mayor, decide unirse a las tropas de Pancho Villa. En 1989 el argentino Luis Puenzo realizó un film con ¡Gregory Peck! y ¡Jane Fonda! No le fue tan bien a la película, pero qué pavada de elenco. Bueno, tanto en la novela como en el film cuando las tropas de Pancho Villa toman una ciudad de la que escapan los terratenientes naturalmente ingresan a la residencia de los hacendados con cautela, lentamente, hasta llegar al salón de bailes, completamente espejado, donde los campesinos de toda edad ven por primera vez sus rostros ante un espejo. Es una escena conmovedora. Por esa escena debería haberle ido bien al film y por poner en el cinematógrafo la especulación sobre el destino de Ambrose Bierce, desaparecido en México, autor del genial Diccionario del diablo que dice, por ejemplo, en una de sus entradas: “Bebé: s. Ser deforme, sin edad, sexo ni condición definidos, notable principalmente por la violencia de las simpatías y antipatías que provoca en los demás, y desprovisto él mismo de sentimientos o emociones”.

John Reed también consigna cómo una vez consumada la revolución de Octubre en Rusia los guardias rojos que ingresaban a la residencia de los zares no osaban, por orden del Soviet, a quedarse para sí ninguna joya de la zarina ni de miembro alguno de la nobleza, que eran entregados para una auditoría posterior. Una escena en particular risueña sucede cuando Reed ve a León Trotsky en la entrada al Soviet de Petrogrado (donde los delegados obreros y de los soldados decidían el futuro de la cosa pública). Reed, que consignó la anécdota en Diez días que estremecieron al mundo (Marea Editorial), se había acercado allí a causa de los murmullos que crecían. Y ahí estaba Trotsky, presidente del Soviet, impedido de pasar porque había olvidado su credencial:

León Trotsky (Foto: Shutterstock)
León Trotsky (Foto: Shutterstock)

Cierto día, al llegar al Smolny, vi delante, junto al portón exterior, a Trotsky y a su esposa. Los había parado el centinela. Trotsky se registraba todos los bolsillos, pero no podía encontrar el pase.

—No importa —acabó por decir—, usted me conoce. Soy Trotsky.

—¿Dónde está el pase? —respondió terco el soldado—. No puede pasar, yo no conozco a nadie.

—Pero si soy el presidente del Soviet de Petrogrado.

—Bien —contestó el soldado—, si es usted una persona tan importante debe llevar encima algún papel.

Trotsky tenía mucha paciencia.

—Déjeme que vea al comandante —dijo.

El soldado titubeó y gruñó que no había que molestar al comandante por cualquiera que llegase, pero finalmente llamó al cabo de guardia con un movimiento de cabeza. Trotsky le expuso su problema.

—Me llamo Trotsky —repetía.

—Trotsky… —el cabo de guardia se rascó la nuca—. He oído ese nombre en algún sitio… -—pronunció lentamente—. Bueno, pase, camarada.

Como se ve, el mundo se siembra de sobrerrealidad o superrealidad (surrealismo, bah) cuando las sociedades se ponen en movimiento.

Arthur C. Clarke en Sri Lanka (CAMERA PRESS / Charles A. Flynn)
Arthur C. Clarke en Sri Lanka (CAMERA PRESS / Charles A. Flynn)

En Sri Lanka vivió durante 50 años Arthur C. Clarke, prolífico autor de novelas y cuentos de ciencia ficción en una de cuyas obras se inspiró Stanley Kubrik para filmar 2001: Odisea del Espacio. Falleció allí en la isla a los 90 años, en medio de reconocimientos locales y en todo el mundo. Según testimonios de quienes lo conocieron, nunca negó ser homosexual y durante años se mostraba junto a un novio de manera pública. Sin embargo, diez años antes de su fallecimiento en 2008, brindó en una entrevista al diario británico Sunday Mirror en la que dijo al periodista Graham Johnson: “Estoy intentando pensar en el chico más joven con el que he estado, porque es muy difícil descubrir las edades aquí. En todo caso, no me traigo a casa a nadie que no haya alcanzado la pubertad. Creo que el daño, si hay alguno, es debido a los problemas creados por padres histéricos. Si los chicos lo disfrutan y no les importa, no les hace ningún daño. En Occidente, la gente se vuelve histérica al tratar este tema. Cuando llegué aquí se pagaban dos rupias, aunque el dinero nunca ha formado parte de mis relaciones. Pero, por supuesto, cuando uno siente cariño les da un poco de dinero, un reloj, o algo parecido”.

El periodista Johnson le pidió que definiera pedofilia: “Son pedófilos aquellos que se relacionan con niños que no son lo suficientemente mayores para pensar por sí mismos. Yo no me incluyo. Los chicos con los que me acuesto parecen razonablemente maduros. No considero que haya nada moralmente equivocado en ello”.

Luego Clarke desmintió al periódico ese mismo año de 1998. El gobierno de Sri Lanka señaló que el escritor no tenía ninguna denuncia en su contra por lo tanto no abrirían expediente alguno. En un libro de 2012 llamado Hack, Graham Johnson señalaba que Clarke era amigo del dueño del Sunday Rupert Murdoch y que llegó la orden desde arriba de no profundizar el tema a pesar de que otro periodista, Roger Insall, tenía más material de prueba sobre ese tipo de violación sexual. Arthur C. Clarke, a quien la ciencia ficción y la misma ciencia deben muchísimo, fue condecorado como “Sir” del Reino Unido en 2000. Clarke nunca demandó al periódico ni a los periodistas.

(Adrián Escandar)
(Adrián Escandar)

Martín Caparrós en su texto “El sí de los niños”, publicado en Lacrónica y reproducido por revistas de la mayor sofisticación y seriedad, da cuenta del comercio sexual turístico con niños en las playas de Sri Lanka de un modo tremendo, que asfixia. El narrador de la crónica se introduce en los círculos de europeos y estadounidenses que viajan al país en el océano Índico y eligen, en la arena de las playas, a los niños a quienes violarán; se introduce en los hogares paupérrimos en los que las mismas madres ofrecerán a su hijo al turista; hablará con esos niños. Es un texto crudo y necesario, de esos que hay que obligarse a leer porque hay que obligarse, finalmente, a derribar esas puertas que atesoran piscinas donde tal vez puedan bañarse aquellos niños.

Parece ser un país tan concentrado en virtudes y pobrezas que allí terminó de escribir el poeta Pablo Neruda quizás su mejor libro, Residencia en la tierra, que es una de las obras más potentes de la poesía en español. Neruda definía a esa tierra de inspiración universal como “la más bella isla grande del mundo”, “la más luminosa”, “una tierra sonora” con una música “fascinante” y “enigmática”.

Ya que fue mencionado Trotsky en la anécdota de John Reed, una simple mención a sus seguidores en Sri Lanka, que fueron millones cuando el partido trotskista fue de masas, y que por sus coqueteos (y más que coqueteos, interacciones bíblicas) con los partidos tradicionales abandonaron esos postulados y llegaron a gobernar esa nación, para que nada cambie. Durante la Segunda Guerra, Moscú dio la orden a los partidos comunistas de India y Ceylán que no hicieran huelgas a los ingleses, a la postre colonizadores (con virrey y todo) de esas naciones, ya que no se debía boicotear a un país aliado. El tema en Ceylán era que las mayores concentraciones de capital estaban en el cultivo del té y del tabaco (que no parecen ser, necesariamente, herramientas para fabricar bombas o armas) y las condiciones de trabajo eran de mega explotación. Así que cuando los trotskistas dijeron a Moscú: “Con nosotros, no”, su crecimiento e influencia fue exponencial. Incluso en el parlamento. Pero el parlamento les gustó, digamos que demasiado. Y en 1964 decidieron integrar el gobierno del establishment con el argumento de pelearla desde adentro. En fin. Lo que lleva a preguntarse si estaban peleándola adentro cuando las masas no tocaron el timbre para ingresar a la residencia presidencial y meterse en la piscina de Sri Lanka y ser felices durante un ratito de superrealidad.

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