Kierkegaard y la sencilla filosofía aplicada del “querido lector”

El intelectual danés, padre del existencialismo, se sabía un consumidor de su propia obra antes que escritor. Por eso sus libros no están del todo terminados y exigen que el público los haga suyos, es la teoría central de esta nota

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Søren Kierkegaard (a la izquierda
Søren Kierkegaard (a la izquierda del todo) entrando en un salón en Copenhague. Obra de P.C. Klæstrup. Bruun Rasmussen / Wikimedia Commons (Wikipedia)

Cualquier parecido entre lo que sea la filosofía en su ideal y lo que aparece en los medios y las redes sociales actualmente es mera coincidencia.

A algunos de los que nos dedicamos en cuerpo y alma a esto nos causa perplejidad que sólo esté en el foco mediático la filosofía que vende, la que es polémica o la que quiere ser demasiado radical sin aportar nada nuevo.

Una de las preguntas decisivas a la hora de ponerse a hacer filosofía es, junto con la convicción aguda de que uno llega siempre tarde, el plantearse cómo vivir filosóficamente. La filosofía, al menos la que nace de Sócrates, es a la vez lo más necesario en la vida y, también, lo que viene siempre después de haber vivido, actuado, hablado mucho.

¿Con qué temple hacer filosofía hoy?

Martin Heidegger enfatizó la angustia como temple fundamental para poder vivir auténticamente en este mundo finito, una angustia ante la nada. Con independencia de saber si alguien ha podido vivirla, el filósofo danés Søren Kierkegaard desarrolla esa idea de manera diferente en El concepto de la angustia. Él habla más bien de ansia, porque trata un sentimiento de atracción y/o repulsión que se puede dar ante el bien y el mal, la muerte, el amor, pero no ante la nada.

El filósofo danés defiende que se puede vivir, y escribir, con temples variados. Es más, es muy difícil que haya uno principal. Para descubrir cómo entendía los estados de ánimo con los que hacer filosofía ayuda ver cómo escribió él su obra.

Si el que hace filosofía, es decir, el que escribe y habla con amigos y amigas en libertad, la entiende desde el diálogo, esa persona no puede olvidar nunca con quién habla. ¿Se debe escribir igual si hablas del amor a alguien enamorado, de la materia a un físico, de la libertad a un libertino, de la belleza a un pintor o de los números a un poeta?

Kierkegaard escribió libros de forma apasionada a un seductor empedernido, un lógico tremendo, un angustiado, una enamorada, un creyente deseoso de amar, un arrepentido o un niño. El temple con el que escribe incluye implícitamente una forma de comprender al lector.

El querido lector

Kierkegaard realizó casi toda su obra con respeto y amor a su querido lector (Min kjære Læser). Escribe dirigiéndose de manera directa a su lector, sin considerar su autoría como un nuevo sistema superior al anterior.

Por eso les dice a sus lectores que es una tontería que estén de acuerdo con él o sus ideas. Si algo es verdad, no lo es porque Kierkegaard lo diga o lo haya descubierto. Él no es creador de nada. No se puede leer su obra como quien acoge un edificio completo donde poder vivir, sino como una forma de obtener materiales para construir la casa donde uno puede existir en verdad.

Al final de su libro La repetición se dirige así a su lector: “Mi querido lector: Perdona que te hable con tanta confianza, pero no te preocupes, que todo quedará entre nosotros. Porque a pesar de ser un personaje ficticio, no eres para mí una colectividad, una multitud indiferenciada, sino un individuo particular”.

Según el pensador danés, algunos escriben libros de filosofía de tal manera que ya sólo hacen falta lectores. Así lo dice en Prólogos, un libro en el que ofrece prefacios correspondientes a libros inexistentes.

Aborda ahí ese tipo de filosofía que elabora un sistema, es decir, que es capaz de pensar toda la diversidad de la realidad bajo un último y único principio explicativo. A los que escriben libros así les dice: “En cuanto este haya salido, las posteriores generaciones no tendrán siquiera necesidad de aprender a escribir, pues no habrá ya nada más que escribir, sino solo que leer: el Sistema”.

Evidentemente no entiende así su propia escritura, el temple o su manera de hacer filosofía. Kierkegaard sabe que, antes que un escritor, él es un lector, también de su propia obra. Nunca sus libros están del todo terminados porque exigen, suplican, que el lector los haga suyos.

Escribir es algo muy serio

Sócrates, al que él considera su modelo como filósofo, no escribió nada y consideraba que hablar era una tarea muy noble. De ahí que criticara a los sofistas que hacían negocio enseñando a hablar para parecer y tener éxito.

Si Sócrates enseñó, a aquellos que quieren aprender con él, que el hecho de hablar era algo muy serio, Kierkegaard lo hace con el hecho de escribir, entendido por él como otra manera de hablar.

Posible retrato de Kierkegaard en
Posible retrato de Kierkegaard en una cafetería, obra de Christian Olavius Zeuthen. The Museum of National History / Wikimedia Commons (Wikipedia)

Es serio porque lo que decimos crea realidad, pone en el espacio público ideales o mentiras, condena o edifica. La escritura es una tarea ardua no porque uno esté descubriendo la verdad a los ignorantes, sino porque uno es una partera, como la madre de Sócrates, que ayuda al lector a que, mediante el diálogo con el libro, pueda ser invitado a una vida apasionada por la verdad.

Termino con otro texto de Kierkegaard, del prólogo de Discursos edificantes de 1843. En el libro podemos encontrar no sólo temática religiosa o explícitamente cristiana, que también, sino un acercamiento a los temas filosóficos por un método indirecto y provechoso.

¿Cómo comprendía, pues, Kierkegaard la relación entre sus escritos y el lector? Refiriéndose a su obra dijo esto: “Allí estaba, como una florecilla insignificante oculta en el gran bosque, que nadie busca ni en función de su ornato, ni de su aroma, ni como alimento. Pero entonces vi también, o creí ver, que ese pájaro que yo llamo mi lector puso de súbito los ojos en ella, se lanzó en vuelo, la recogió y se la llevó. Y, habiendo visto esto, ya no vi más”.

*Ángel Viñas Vera es profesor de Filosofía moral, Universidad Loyola Andalucía.

Publicado originalmente en The Conversation.

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