Aníbal Jarkowski nació en Lanús, en el conurbano bonaerense, en el año 1960. Licenciado en Letras y experto en literatura argentina, es escritor, crítico literario y docente. Durante varios años trabajó con Beatriz Sarlo en la cátedra de Literatura Argentina contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y enseña literatura en la escuela secundaria desde mediados de los años 80. Autor de ensayos publicados en las más prestigiosas revistas en lengua española y de cursos sobre diversos autores y obras argentinos, es autor de las novelas Rojo amor (hay reedición de Club5editores) Tres y El trabajo (ambas publicadas por Tusquets), esta última particularmente bien recibida en su momento por la crítica y estudiada por su tratamiento de temas como el desempleo, la crisis económica, el deseo de los hombres y el cuerpo de las mujeres como moneda de cambio para conseguir un puesto.
La editorial Bajo la luna acaba de publicar Si, la nueva novela de Jarkowski, basada en hechos reales y cuyo centro es la vida de Jorge Luis Borges, su especial relación con la periodista, escritora y traductora argentina Estela Canto (él, enamorado y ella, no) y su trabajo en la Biblioteca Miguel Cané de Boedo, que terminó con su renuncia, en 1946, cuando le anunciaron que habían decidido designarlo inspector del Mercado de aves, huevos y afines de Buenos Aires.
Estela Canto escribió en su libro Borges a contraluz sobre el vínculo que la unió a Borges (“La actitud de Borges me conmovía. Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía.”) Borges le dedicó varias cartas y ni más ni menos que “El Aleph”, tal vez su cuento más famoso. No solo se lo dedicó, le regaló el manuscrito, que fue vendido por ella muchos años después y terminó subastado por Sotheby’s. La puja fue ganada por la Biblioteca Nacional de Madrid, en cuyos fondos descansa desde 1985 el manuscrito.
En Sí, una novela exquisita, Jarkowski reconstruye con sutileza, ironía y gran destreza narrativa este período de la vida del mayor escritor argentino. La charla que el lector puede leer a continuación tuvo lugar días atrás y por zoom.
— Conociendo tu obra y tu trabajo, la verdad es que puedo encontrar las razones, pero me gustaría que seas vos quien me cuente por qué Borges y por qué el Borges de Estela Canto en tu nueva novela.
— Bueno, dedicarme a estudiar, a dar clases sobre Borges me fue dando naturalmente una especie de cercanía y algo bastante curioso: algo parecido a la amistad personal. Yo nunca conocí a Borges y sin embargo fue creciendo una especie de proximidad notable. De tal manera que la idea de la conversión de Borges en personaje de una ficción fue algo bastante espontáneo, bastante natural, también como una forma de afecto. A ver, Borges decía por ejemplo que Dante había escrito toda la Divina comedia en realidad para deslizar un encuentro con Beatrice. Un imposible. Yo creo que algo de eso debía funcionar en mí, ¿no? En la novela yo podía estar más cerca de Borges y tener como una relación personal que no tuve en realidad. Estar cerca de él y convertir eso en una historia. Y en el caso de este período de Estela Canto, en realidad yo quería trabajar con algo que en un punto salió de estudiar a Borges. Y es que yo creo que la idea de llevar a Borges a que renunciara a su empleo de la biblioteca municipal básicamente fue algo político pero en un doble sentido. Era una manera de sancionar a Borges porque había firmado una solicitada y porque sus posiciones eran fuertemente antiperonistas pero creo que también se dio por el otro lado. Que, de alguna manera, se preparó todo para que se creara una especie de escena de humillación de Borges que aprovechó la oposición. Yo creo que eso no es unívoco. Borges -digámoslo como hipótesis, por lo menos-, ya no iba a poder estar mucho tiempo en esa biblioteca para convertirse en Borges, digámoslo así, más rápidamente. Había escrito “El jardín de senderos que se bifurcan”; si él quería ser el escritor que fue, él tenía que dejar ese empleo. Y, de hecho, lo estaba haciendo, estaba dirigiendo la revista Anales de Buenos Aires, ya había empezado a dictar conferencias. Es decir, tenía algunas alternativas económicas para sobrevivir que hacían menos traumático o casi, casi un alivio dejar ese empleo municipal. Más allá de eso, el relato dominante no es ése sino una escena humillante, que fue muy explotada por el banquete, el desagravio. Pero yo creo que en realidad eso fue una especie de operación, digamos, una réplica de la oposición al gobierno. Esta es la idea. Ahora, eso había que convertirlo en ficción. Y bueno, esos son los tiempos en que él está cerca de Estela Canto, un personaje que también es notable. Y entonces me pareció que era bueno acompañar esos días que rodean al traslado de Borges, a ese dilema -si tengo o no tengo que renunciar-, porque todos le están pidiendo que renuncie.
— O en convertirse en un inspector corrupto, que era otra alternativa.
— De todos modos la alternativa era convertirse en un inspector de mercados. Y era también una posibilidad de acercarse a otro tipo de personas, no intelectuales como el círculo que rodeaba a Borges sino conocer a otras personas y otras formas de vida: una diversidad que hasta ese momento no había llegado a la vida de Borges. Tal vez la tuvo cuando trabajó en el diario Crítica, ahí había un mayor grado de diversidad. Pero bueno, el vínculo con Sur es un vínculo endogámico y, seguramente, también bastante asfixiante.
— ¿Se te ocurrió imaginar qué podría haber pasado con la obra de Borges si no hubiera renunciado?
— En cuanto a la obra que escribió, las bases de lo que hicieron de Borges el Borges que conocemos…
— Ya estaban, claro.
— Claro. Podría haberse modificado la manera en que él se abriera a otro tipo de experiencias, pero bueno, también es una hipótesis, podría no haber ocurrido. Pero creo que aquellos que tuvimos trabajos diversos, que nos metimos en ambientes distintos, que hemos tenido una vida laboral más heteróclita, sabemos que de alguna manera conocer gente distinta tiene un sabor, tiene una riqueza a la que de otro modo no se accede. Y bueno, la opción que hizo Borges le evitó ese contacto con la diversidad y así fueron las cosas. Yo imaginé entonces la posibilidad de que tal vez no hubieran sucedido las cosas como sucedieron sino que se diga algo así como lo que indica el título, ¿no? Una condición, el “si” de “si no hubiese renunciado”.
— Sí, exacto. Hay algo que tiene que ver con los tonos, por ejemplo en los diálogos de Borges con su madre, sobre todo cuando avanzan en el terreno político, son como una parodia que no tiene que ver con el resto del tono de la novela. Me gustaría que me cuentes un poco cómo la pensaste porque uno podría decir que la novela cuenta de algún modo la historia de amor/ no amor con Estela Canto, lo que tiene que ver con la supuesta humillación, y también están los vínculos familiares: la relación de Estela con su hermano y la de Borges con su madre. Hablemos de los procedimientos y los géneros dentro de la novela.
— A ver, en el caso de esa relación con la madre, en realidad la novela tiene un vaivén constante entre hechos efectivamente ocurridos, que tienen su fuente, que están documentados y, después, la imaginación de alguien que se propone escribir una novela. Yo creo que esos diálogos con la madre que oscilan entre la melancolía y lo patético, por un lado me prometían trabajar más concretamente la dimensión política pero también un poco ese vínculo y, sin desviarme demasiado, explorar ese patetismo. Y, también, aunque no quise trabajar mucho eso, está la idea de que en buena parte las relaciones de Borges con las mujeres están muy determinadas por el contexto y la injerencia de su madre, ¿no? Entonces, en realidad yo tenía conciencia de las tres partes que iba a tener la novela pero no tenía claro al principio; después se fue dando espontáneamente. Yo pensaba que las tres partes iban a tener un narrador en tercera persona y, sin embargo, me parecía que hacia el final era importante darle la palabra a Estela. En condiciones muy particulares, pero que ella nos ofreciera una visión que completara y devolviera una imagen más compleja, más rica de Borges, también. Entonces me pareció que estaba bien que ella escribiera, o sea, que su palabra fuera el final de la novela y que también fuera ella la que puede escribir la palabra Borges, la que lo puede nombrar. Mientras que hasta ese momento Borges es B.
— Claro.
— El narrador de la primera parte todo el tiempo argumenta que hay fuentes, que esto está documentado; en realidad es una especie de investigador, de crítico, un poco paranoico por lo que podría ocurrir si efectivamente pusiera el nombre verdadero de Borges. Obviamente es una mirada un poco paródica, irónica digamos, sobre episodios que realmente ocurrieron respecto de lo que se puede decir de Borges y de lo que se puede hacer con su obra. Entonces me parecía que este narrador también es un poco patético porque al mismo tiempo que parece trabajar como un narrador omnisciente, se escuda en “esto lo dice en una carta”, “esto lo dice en una postal”, como si todo el tiempo titubeara y necesitara acreditar que lo que dice es cierto. Básicamente como si él imaginara que algo malo le puede ocurrir si escribe la palabra Borges.
— Ok, eso le ocurre al narrador, y ¿qué le ocurre al autor Aníbal Jarkowski?.
— La verdad es que a mí lo que me preocupaba era escribir la novela, ¿no? Y me llevó bastante tiempo y sé que estas cosas están como en el aire. Estas confusiones entre si es o no es Borges. Te lo voy a decir de la manera más sincera posible: no es muy original lo que yo hice en el sentido de que el primero que tomó a Borges como personaje fue Borges. Borges se creó como personaje, no sé, desde “Hombre de la esquina rosada” hasta “El indigno” y hasta “El Aleph”. Ese Borges patético de “El Aleph” es una invención del propio Borges. Borges se ficcionalizó, de alguna manera. Y después, en realidad, yo también añadí una pequeña pieza en una tradición que te lleva desde el Pereda (N. de la R: poeta ciego) del Adán Buenosayres de Marechal al bibliotecario (N. de la R: ciego) de El nombre de la rosa de Eco. Es decir que Borges parece espontáneamente volverse un personaje; yo añadí una piecita más a algo que el mismo Borges había planteado, vivirse como un personaje de ficción con su nombre y con imágenes bastante patéticas como las de “El Aleph”. Entonces, me parecía que lo que yo tenía que tratar de hacer era escribir una buena novela y sumarme a esta idea de, bueno, Borges y yo, quién será el verdadero Borges.
— En tu novela aparece Estela Canto, una mujer comunista en términos políticos y liberal en términos sociales y culturales. Una mujer cuestionada, un personaje a quien hoy, a partir del momento que se vive en términos de la lucha por los derechos de las mujeres, se puede ver de otro modo, ¿no?
— Y, mirá, seguramente. Las cosas van resignificando los contextos en los que van apareciendo. Por lo tanto, seguramente la figura de Estela también está atravesada por el contexto en el que yo vivo y los tiempos en que yo vivo. Es un fenómeno histórico. Es decir, Estela Canto se terminó cruzando con un momento de los debates, los reclamos del feminismo, pero en realidad eso influye en la manera de leer que se puede aplicar hoy pero los comportamientos de Estela, su relación con el comunismo, su independencia como mujer, el hecho mismo de que fuera una mujer que trabajaba para mantenerse… En realidad, ahí, si vos querés, me mantuve en una fidelidad completa a lo que había sido efectivamente la vida de Canto. Pero probablemente lo que en aquel momento podía haberse entendido como algo libertino, como algo escandaloso, hoy, al contrario, adquiere una luminosidad diferente porque se puede reconocer en ella una independencia que hoy suena mucho más natural aunque antes hubiese sido motivo de escándalo. Borges es muy severo, en el diario de Bioy se ve que Borges es muy severo con Estela y particularmente una vez que la pierde. Una vez que se separan, él adquiere una severidad y la condena por todos lados. La condena por el alcoholismo, la condena por su independencia. Es decir, se venga de alguna manera de aquella mujer que amó. Entonces, efectivamente lo que hoy es una mirada más compleja, más interesante por ahí sobre las mujeres, en algún momento fue materia de escándalo y de condena. De todos modos me gusta que salga así porque todos los libros que se escriben sintonizan con el tiempo en que se escriben pero también hay un tiempo en que se leen. Seguramente, lo que vos estás sugiriendo también se aplica a tu propia perspectiva, ¿no?
— Sin dudas. Recién mencionabas el alcohol en Estela Canto, aquello que le provocaba tanto rechazo a Borges, y hay unas páginas sobre el alcohol en tu novela que son casi un relato aparte, diría yo. Me gustaron muchísimo. Me impactaron en un punto por cómo están escritas y por aquello que dice, esta idea de que “es raro que alguien tome para olvidar, olvidar qué, no se puede premeditar el olvido. Además si se toma para olvidar a alguien que nos causó algún daño se corre el riesgo de olvidar que antes esa misma persona nos dio felicidad dice en un momento”. Y después, al hablar de un padre que toma, que podría haber tomado, dice que debería saber que “no puede haber mayor vergüenza para un hijo, imaginate, es como prohibirle que admire a su padre”. Todas cuestiones y reflexiones en relación con el alcohol que me impactaron mucho. ¿Por qué entró el alcohol en la novela de la manera en que entró? ¿Fue por Estela?
— Sí, podemos decir que entra por Estela, pero en realidad entra por la mirada de Borges sobre Estela. Eso es lo que más me impresionó. En realidad, la relación de Borges con el alcohol es lo más problemático porque no se limita a Estela; tenía una aversión al alcohol muy extraña, muy inquietante, y de alguna manera lo que me llevó fue a pensar efectivamente ya no tanto en términos del prejuicio sino a explorar un poco más esa relación con el alcoholismo. Lo que ocurre es que también yo lo crucé ahí, y eso fue una ocurrencia, con un episodio que aparece en los cuadernos de Saer, en los cuadernos personales. Él narra su relación con la ludopatía y plantea la idea de que se va a poner a escribir para tratar de desentrañar por qué juega, ¿no? Entonces me pareció que si yo lo derivaba hacia el alcoholismo me iba a dar una puerta de entrada para trabajar ese tema en relación a Borges. Después ahí va el trabajo de escribir. Imaginar que esos diálogos, aquello que simplemente es una cuestión moral, puede tener una dimensión filosófica y, de hecho, la relación con el alcoholismo tiene ese cariz porque se habla de tradiciones, cómo debe ser visto el alcoholismo de un modo festivo, cómo eso se va degradando en ceremonias penosas. Yo calculo, imagino que a Borges lo aterraba la pérdida del control de sí mismo que provoca el alcohol.
— Sí.
— Y probablemente no sea un tema tan trabajado pero es como un sobreentendido que el alcoholismo en ciertas clases tradicionales es un hábito muy, muy extendido y él lo reconoce. El alcoholismo casi como una parte de la vida social. Hace poquito nos enteramos de un funcionario que negoció borracho la soberanía de Malvinas. Ese episodio, que obviamente tiene que ser repudiado y que me avergüenza como ciudadano argentino, de todos modos no me sorprendió porque en esos ambientes la relación con el alcohol es muchas veces entre frívola y desesperada. Me parece que hay algo ahí de una desesperación que se alivia básicamente por una pertenencia de clase. Pero habrá que ver. Borges se rodeó de muchos alcohólicos y alcohólicas simplemente por un grupo de pertenencia. Él pertenecía a ese ambiente. De todos modos, él tiene una resistencia, una aversión muy notable. Y yo creo que ver los efectos del alcoholismo en gente muy cercana seguramente le hizo pensar qué pasa cuando uno pierde conciencia de sí mismo, de los actos y todo eso.
— Aníbal, no naciste en una casa de lectores, te hiciste lector, y enseñás a leer hace mucho tiempo. Y tuviste, entre muchos maestros, a una maestra que se llama Beatriz Sarlo. Me gustaría que me contaras qué significó Sarlo en tu vida en relación con la literatura.
— Y, en realidad el papel de Beatriz es primordial porque, como vos decías, yo no me formé en una casa de lectores, no había libros en casa. Mi viejo era obrero metalúrgico, mi vieja era ama de casa. Pero, de alguna manera, sí me habilitaron mucho a que yo fuera lector. Y yo desde muy chico, desde los 19, tuve que trabajar esas ocho horas clásicas del que trabaja de veras, digamos, y al mismo tiempo estudiaba Letras. Beatriz estaba organizando la cátedra, se volvía después de la dictadura a normalizar la Universidad, y escuchándome dar un examen final hizo que me ubicaran y bueno, me llaman al trabajo, yo era empleado administrativo en una obra social, y me dijo que quería que trabajara con ella. Para mí era inconcebible. Y, de hecho, yo estaba a menos de la mitad de la carrera; cuando empecé a dar clases casi todos mis alumnos eran mis compañeros en las demás materias. Pero esa confianza que ella tuvo en mí yo jamás la tuve, ni siquiera hoy. Ella vio en mí una cualidad que yo desconocía. Y fue primordial. De hecho, a partir de entonces, eso fue en el año 85, soy docente de la Universidad de Buenos Aires y además enseño en colegios, y me dedico plenamente a la literatura: leo, escribo, doy clases y escribo artículos. Trabajar junto a Beatriz fue algo extraordinario. Recuerdo que cuando empezamos yo la iba a ver a su oficina, hacíamos ahí las reuniones de cátedra y yo siempre la encontraba estudiando. Eso fue una cosa extraordinaria. Beatriz fue la primera persona que leyó mi primera novela y la deshizo por lo mala que era. Me recomendó decorosamente que la guardara, por no decir: quemála. Y me explicó por qué estaba todo mal. Yo, por supuesto, creo que la tiré o por ahí andará escondida, ni lo recuerdo, pero todo eso fue fundamental para poder escribir la primera verdadera novela que fue Rojo amor.
— Claro, claro.
— O sea que ésta vendría a ser la quinta novela. Y yo creo que aprendí algo muy, muy importante, y no porque Beatriz hiciera énfasis en eso, y es que la primera novela es para aprender a escribir una novela. Habitualmente sale mal y entonces la segunda sale un poco mejor. Y ella fue fundamental porque fue muy generosa en tomarse el trabajo de leerla y hacer una devolución notable diciéndome “esta novela es mala pero vos no necesariamente sos un mal escritor. Andá y aprendé”. Y eso es inolvidable para mí.
— Como gran experto y especialista en literatura argentina, si una persona quiere empezar a leer Borges y te pregunta por qué cuento empezar, ¿qué le respondés?
— A ver, dejame pensar… “El muerto”. “El muerto” es el segundo cuento de El Aleph, el primero es “El inmortal”, que es una entrada terrible, en cambio el segundo es muy, muy, muy accesible. Yo diría, bueno, desobedezcamos un poquito a Borges en ese comienzo y leer “El muerto” me parece que enseña a leer mucho de Borges. Me parece que con Borges pasa eso, que muchas veces los primeros relatos de sus libros son agobiantes para alguien que no está acostumbrado pero siempre aparecen esos otros relatos, como se dice, ahora más amigables para el lector.
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