Ella camina con los brazos detrás en pose contemplativa. Observa y dice “qué belleza”. Liliana Hidalgo es jubilada, vive desde hace más de medio siglo en Maipú, Mendoza, estudió pintura, cuenta a Infobae Cultura, en “la escuela de sus nietitos, la Lisandro Aguirre”, mientras mira de cerca una reproducción de Atardeciendo, una obra de Alfredo Terragni que forma parte de Mâs arte en todas partes, una iniciativa de Amigos del Bellas Artes en asociación con GDN Argentina, compañía que gestiona la cadena de supermercados ChangoMás, a partir de la cual buscan promover el acceso al arte y la difusión de la colección del Museo más importante del país.
Camina junto a su marido, Carlos Bastías, que asegura que Liliana “hace los más lindos paisajes de la zona”. Ella se ruboriza y lo acusa de exagerado; él le devuelve el gesto con una sonrisa cómplice, pero Liliana interrumpe esta escena de intimidad entre góndolas señalando un detalle de la obra. A otra cosa. Acá, venimos para mirar las reproducciones, parece decir.
En el supermercado mendocino, como en otros del país -Resistencia (Chaco), Jujuy, Comodoro Rivadavia y Olavarría- se presentan en tótems cinco piezas emblemáticas del arte argentino, pero desde una perspectiva especial. En ese sentido, no se eligieron obras históricas hiper representativas y conocidas del acervo del museo nacional, como pudieran ser La vuelta del malón de Della Valle o El despertar de la criada, de Sívori, sino otras que hablen sobre la argentinidad a partir de la representación de las diferentes regiones del país.
Además de la pieza de Terragni de 1920, que interpela a la región noroeste, también fueron seleccionadas Quietud del lago (1922), de Américo Panozzi, que recrea un paisaje de Bariloche, por ende patagónico; Un alto en el campo (1861), una escena campera clásica de Prilidiano Pueyrredón; La vuelta de Rocha (1929), de Víctor Cúnsolo, artista ítaloargentino de la escuela de La Boca, con una pieza centrada en este barrio porteño y que además revela un aspecto social como fue el de los movimientos migratorios, y La cascada del Iguazú (1892), de Augusto Ballerini, centradas en una de las maravillas naturales del mundo.
La “curaduría” de los tótems tiene también un giro de gracia, que otorga a la propuesta un diálogo entre los productos a la venta. Por ejemplo: en el ingreso, las tonalidades terracotas de las montañas norteñas de Terragni se entremezclan con el packaging de los alfajores que la rodea; la quietud del lago de Panozzi, con su lago celeste y sus montañas apacibles, se presenta antes de ingresar a la gelidez climática patagónica en el espacio de los refrigerados o a Pueyrredón, entre las curtiembres, la carnes y todos esos comestibles que refieren al fuego, a la reunión, al compartir.
“Elegimos una obra por cada región de la Argentina, con los distintos paisajes y climas de nuestro país. El Museo de Bellas Artes es el museo de todos los argentinos, nacional y público y queremos difundir este patrimonio que es de todos”, dijo Andrés Gribnicow, director ejecutivo de Amigos del Bellas Artes.
Mâs arte en todas partes es, explica Gribnicow a Infobae, “un proyecto que busca romper con esa idea del museo como un espacio tradicional” y que “de alguna manera propone democratizar el arte llevando pinturas del museo a públicos más diversos para que las conozcan”, durante el recorrido del que también participaron María Irene Herrero, vicepresidente de la Asociación; Matias Grondona y Juan Pablo Quiroga, gerente general y director de RRII de GDN Argentina, respectivamente, y Martìn Ceballos, director de la tienda ChangoMas Maipú.
Por otra parte, las reproducciones no solo están exhibidas, sino que también se propone una mirada más interactiva a partir de un código QR, con el que se accede a información ampliada, tanto de las obras como de los artistas. Además, la Asociación capacitó a diferentes trabajadores interesados de los supermercados sobre las piezas para que puedan responder inquietudes del público, en una suerte de guías de estos museos out of context.
Uno de ellos es Javier Boggio, quien comentó: “Fue una propuesta que nos sorprendió porque, al menos en mi caso, no estoy acostumbrado a relacionarme con el arte. Así que eso es enriquecedor porque se aprenden cosas nuevas y también es una actividad que te permite relacionarte con la gente desde otro lugar”.
Por su parte, Matias Grondona explicó que “para hacerlo aún más cercano, se realizarán visitas guiadas para jardines y escuelas locales” y habrá un concurso para los chicos de entre 3 y 12 años, a quienes se invita a participar de ‘Dibuja tu región’, “para que desarrollen su propia mirada de sus lugares, que luego serán expuestas”.
Liliana Hidalgo se acerca a La cascada del Iguazú, de Ballerini, ya sobre el final del recorrido. “Mirá -le dice a su esposo-, parece que el agua está por salpicarte, casi como si estuvieras ahí”. Y sonríe.
Sobre las obras y los artistas
Atardeciendo, de Atilio Terragni
En esta obra se puede apreciar una figura monumental, en primer plano, que descansa bajo la sombra en busca de refugio mientras observa el paisaje que lo rodea. Una línea diagonal atraviesa la pintura y guía la mirada desde la figura masculina hacia el horizonte. A espaldas del personaje, múltiples y vibrantes colores nos deleitan gracias a la paleta de colores utilizada por el autor que ronda en los tonos cálidos, rojizos y terrosos. Estos tintes expresan y muestran la extensa e imponente quebrada, de árida belleza, del norte argentino, el cual Terragni recorrió con afán y en donde encontró su hogar en la ciudad de San Miguel de Tucumán, ocupando el cargo de Director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional.
Terragni estudió en la escuela Salvatore Rosa y en la Academia Nacional de Bellas Artes, siendo sus guías Ernesto de la Cárcova y Eduardo Sívori. Fue distinguido por la Comisión Nacional de Bellas Artes con el Premio Roma y una beca para estudiar 4 años en Europa, lo que le permitió completar su formación en el Instituto de Bellas Artes de Florencia y pasar una larga temporada en París, Países Bajos e Inglaterra. Desde 1911 participó en el Salón Nacional y en el Salón de Rosario, además de exponer individualmente en la Biblioteca Sarmiento de Tucumán y en el Círculo de Bellas Artes. El Gobierno le encargó trabajos para representar al país en la Muestra Internacional de San Francisco en 1915, donde obtuvo Medalla de Plata.
Quietud del lago, de Américo Panozzi
En este cuadro la paleta de colores es la protagonista: el tono azul y sus posibles variantes dominan en la composición, mostrando la geografía y flora del sur argentino en el cual el artista residía. Es interesante observar el juego de contrastes entre los pocos colores cálidos de la obra (por ejemplo, los tonos tierra en las montañas o los rosados en el cielo) y los fríos, que ocupan casi la totalidad de la obra con el agua y el cielo. Los colores, en compañía de las luces y sombras generadas en la pintura, juegan con nuestra retina invitándonos a adentrarnos en aquel rincón en el que el tiempo parece no pasar y en el cual el artista encontró su hogar. Toda una postal característica del sur de la Argentina.
Panozzi estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes donde se recibió de Profesor Nacional de Dibujo y Pintura. En 1915, obtuvo el Premio Europa, que le permitió perfeccionarse en Europa. Participó del Salón Nacional entre 1911 y 1952. Residió en Bariloche donde realizó obras que se caracterizan por captar el entorno local, lo que lo llevó a ser conocido como “el pintor de las nieves”. Realizó exhibiciones individuales en las galerías Witcomb, van Riel, Amigos del Arte, Müller y Peuser. Obtuvo importantes distinciones como el Premio Estímulo en el Salón Nacional, en 1912; el Premio Estímulo en el Salón Nacional, en 1920; el Tercer Premio en el Salón Nacional, en 1924; el Segundo Premio en el Salón Nacional, en 1925; el Primer Premio en el Salón Nacional, en 1926; y la Medalla de Oro en el Salón Anual de Bellas Artes de la Patagonia, en 1942.
Un alto en el campo, de Prilidiano Pueyrredón
De formato horizontal, la pieza nos remite a la llanura pampeana muestra un tipo de representación que evoca las costumbres y estilos preferidos por la sociedad porteña de aquella época. La búsqueda de una identidad propia y nacional se ve resuelta gracias a dos elementos centrales: el camino de tierra, la ruta por la que los viajeros atraviesan el campo; y el ombú, considerado símbolo patrio y cuya copa servía de sombra a los viajeros durante las horas de sol más intenso, lo que le dio el apodo de amigo del gaucho. Los personajes y rituales que forman parte del folclore rural se reúnen en esta pintura: la familia, el galanteo amoroso, el idilio criollo y la gente mayor en la ranchería que sirve de posta. Algunos gauchos conversan y otros paisanos se acercan para descansar a la sombra del ombú, donde un niño juega y recrea, alzando un rebenque, una jineteada en sus raíces y una joven reposa mientras calienta la pava bajo el calor del fuego y ceba un mate acompañada por un perro.
Pueyrredón realiza sus estudios como ingeniero en la École Polytechnique de París, Francia y complementa su formación con estudios de pintura. Al regresar a Buenos Aires a fines de 1849 se dedicó al oficio de pintor, realizando encargos para la alta sociedad porteña. A lo largo de 1854, llevó a cabo una importante tarea como arquitecto. Trabajó en las obras de restauración y ampliación de varios monumentos, entre ellos la capilla de la Recoleta, la Pirámide de la Plaza de Mayo y la Casa Rosada; como urbanista, diseñó la Plaza de la Victoria y el puente del barrio de Barracas. Fue autor de los planos para la mansión que Miguel de Azcuénaga levantó en Olivos, más tarde obsequiada al Gobierno Federal como residencia para el Presidente de la Nación, hoy denominada Quinta de Olivos.
La vuelta de Rocha, de Víctor Cúnsolo
En esta obra vemos, en un primer plano, una serie de barcos que descansan sobre un espejo de agua en el emblemático barrio de La Boca, en la Ciudad de Buenos Aires. Una postal que nos muestra una versión sutil de un barrio donde el color vibra lleno de ruido y ritmo, pero que en esta pintura es retratado con formas simples y geométricas bajo un cielo nublado y gris, creando así un clima enigmático que nos muestra la particular mirada de Víctor Cúnsolo y las calles por las que deambulaba.
Cúnsolo inició sus estudios de pintura en 1918 en la Academia de la Unione e Benevolenza y más tarde ingresó al taller “El Bermellón” donde pintó con artistas como Juan Del Prete, Víctor Pissarro, Salvador Calí y Guillermo Bottaro. Su trayectoria estuvo vinculada al Ateneo Popular fundado en 1926 y al colectivo de artistas encabezado por el propio Cúnsolo, Quinquela Martín y Lacámera. En 1924 presentó por primera vez sus obras en el salón de la Mutualidad de Bellas Artes y cuatro años después realizó suprimera exposición individual en Amigos del Arte. Gran parte de su obra se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Museo Sívori y en los museos provinciales de Buenos Aires, Mendoza y Córdoba.
La cascada del Iguazú, de Augusto Ballerini
A través de los ojos de Ballerini vemos como una línea de horizonte, cubierta de vegetación, se eleva desplegando ante nosotros un paisaje maravilloso e imponente. Rítmica y energéticamente las texturas del pincel del artista muestran la fuerza del agua de las Cataratas al caer, dejando a su paso una inmensa bruma que nos atrae e invita a experimentar lo que Ballerini vivió en 1892 como parte de la Comisión Científica-Recolectora designada por el Gobierno Nacional y el Instituto Geográfico Argentino para realizar un viaje al norte argentino. Gracias a aquel viaje, numerosos bocetos y pinturas llegaron a nuestros días.
Ballerini realiza sus primeros estudios artísticos con Francesco Romero y continúa su aprendizaje en Italia, ingresando en el Instituto Real de Bellas Artes y estudiando con Cesare Maccari. A su regreso de Europa pintó motivos nacionales, al igual que sus condiscípulos, retratando a personajes importantes de la época, escenas históricas y costumbristas. Se dedicó también a la enseñanza particular y colaboró con el diario La Nación realizando dibujos y retratos a la pluma. Integró junto a De la Cárcova y della Valle el grupo fundador de La Colmena, institución que organizó exposiciones de pintura y humorísticas con artistas extranjeros en la Ciudad de Buenos Aires. Participó de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes de Buenos Aires como miembro honorario, colaboró en la fundación del Ateneo y fue nombrado miembro corresponsal de la Asociación Artística de Roma y jurado de la Comisión Nacional de Bellas Artes.
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