Marina Mariasch es poeta, narradora, periodista cultural, editora, docente y militante feminista. Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, Marina ha sido y es conductora de ciclos literarios por radio y televisión. Entre sus libros de poemas se encuentran coming attractions, Encantada de conocerte y Mutual sentimiento, es autora de ensayos publicados en diversas antologías y de las novelas El matrimonio y Estamos Unidas.
La editorial Caleta Olivia acaba de publicar los poemas reunidos de Marina en el volumen La pequeña compañía en armónica coincidencia con la salida de Efectos personales (Emecé), una novela de no ficción que gira alrededor de una experiencia personal y desgarradora, el suicidio de la madre de la escritora, años atrás; una mujer bella, una arquitecta sin problemas profesionales ni económicos. Una mujer que preparó su muerte cuando, luego de una decepción amorosa, eligió arrojarse al vacío desde una habitación cualquiera de un hotel ubicado en el centro de la ciudad de Buenos Aires.
Efectos personales es una narración, es autobiografía y es también poesía y ensayo. Es un libro punzante y amoroso, una expedición literaria a las preguntas últimas sobre la vida y la muerte. Es una exploración sobre la maternidad y, a partir de la decisión de una mujer de terminar con su vida, es también una exploración sobre la condición de las mujeres.
Días atrás conversamos por zoom a propósito de la salida de sus libros; lo que sigue es la transcripción de esa charla.
— Efectos personales es un libro del que se está hablando mucho. Tal vez imaginabas que iba a ocurrir. Es un tema fuerte porque todo lo que tiene que ver con la muerte trágica puede ser convocante, pero estoy convencida de que la lectura circula por el modo en que lo contás. Hay muchas frases que me impresionan pero hay una que me gusta para arrancar que es la que habla de “vivir en el mundo de los dañados”. Hablás también de una máscara de cuero con la que te protegés.
— Bueno, viste que estamos como muy sobre exigidos, exigidas, exigides -voy a aprovechar para el inclusivo-, a estar en un mundo muy regido por las apariencias, por esta cuestión de la híperproductividad en el capitalismo actual, y en el que hay que estar permanentemente bien. Me acuerdo de estar en el trabajo en momentos de pandemia, porque todavía me tocaba cierta presencialidad, y de estar pasándola mal, como todo el mundo, aún dentro de una situación bastante privilegiada que tengo por tener casa, por tener trabajo justamente. Y me acuerdo de estar llorando frente a la pantalla. Tenía temas personales que me resultaban muy angustiantes en ese momento del mundo, y también de la cuestión de la pandemia, de cómo estaba muriéndose la gente, cagándose de hambre también, que me producían mucha empatía y mucho dolor. Y en el laburo me dijeron: qué te pasa, no podés estar así, andate a tu casa. Yo estaba tratando de disimular las lágrimas y aparte no soy una persona de llanto fácil; ahí está la máscara de cuero. Porque me construí una coraza después de todos los golpes de la vida que una persona va sufriendo a lo largo de los años. Y a esto me refiero, a cómo la sociedad te obliga a estar bastante armado permanentemente y no podés decir “bueno, hoy me quedo hecha un bollito en la cama porque no me puedo mover de la tristeza que tengo, del dolor”. Obviamente las personas que tienen que salir a hacer una changa para llevar el pan a la mesa, menos que menos. En ese sentido, hay un mundo donde uno puede ser más o menos solidario con el resto, entenderse, comprenderse en esos vaivenes del ánimo y en las vulnerabilidades.
— Cuando tu mamá eligió morir ya eras madre. Toda muerte te cambia; la muerte trágica de una madre por supuesto que cambia, pero hay cosas que ya estaban en tu personalidad. ¿Habías sido una niña ultrasensible? ¿Sentís que eso se agudizó enormemente a partir de la muerte de tu mamá?
— La verdad es que, por empezar, no quisiera hablar de mí misma como alguien especial, ultrasensible. O sea, no me considero en ningún sentido un ser especial. Creo que sí soy alguien interesado en la literatura y que, en ese sentido, sí, la literatura viene antes que la muerte de mi madre. Y sí estaba interesada en la literatura, en escribir, en la poesía, específicamente, que es un género muy especial dentro de la literatura porque expande los sentidos, porque convoca a los sentidos de manera ampliada.
— ¿Y cómo es escribir narrativa desde una forma del discurso como la tuya, que está tan atravesada por la poesía? Viste que María Negroni siempre habla de escritura. Le escapa a la idea del género y le gusta utilizar simplemente la idea de escritura y me parece que tiene razón.
— Sí, estoy completamente de acuerdo con lo que dice María Negroni. Me siento muy afín a lo que ella hace en ese sentido y no sé cómo es escribir, así, en general, pero para mí escribir narrativa es casi imposible. De hecho, creo que no me sale. Simplemente puedo escribir algo de prosa, que no es lo mismo. Con trama, entre signos de pregunta. Con algo de trama. Con alguna historia. Pero lo que aparecen son climas, muchas sensaciones, y mucho trabajo con el lenguaje: básicamente es un poco lo que vos decías.
— Un lenguaje que se te rompió con la muerte de tu madre, según decís en el libro. “Se me rompió el lenguaje”.
— Sí. Ayer estaba hablando con mi tía por WhatsApp -no soy muy afecta a las charlas telefónicas-, y ella había terminado de leer el libro y me estaba haciendo una devolución que, bueno, fue un momento difícil para las dos, para ella también, por supuesto. Y yo tuve ganas de decirle: la verdad, me estoy dando cuenta de que para mí el suicidio de mamá fue como tener un ACV. Fue como aprender a hablar de nuevo; como la adquisición del lenguaje desde cero. Entender el mundo de nuevo. En ese sentido, sí fue como una pérdida del lenguaje.
— Me imagino que algo de eso también tiene que ver con la cantidad de veces que habías intentado escribir sobre este episodio de tu vida y sobre lo que significó, y sin embargo sentías que no te conformaba lo que estabas haciendo.
— Sí, pero va incluso más allá de eso porque no es una habilidad literaria la que creo haber perdido, que por supuesto, desde ya, sería lo de menos: qué le hace al mundo una escritora menos. Nada. O sea, absolutamente nada. Tampoco una escritora nada especial, nada genial. Una escritora más. Pero a mí misma me costaba y todavía me cuesta llegar del cerebro a la hoja con las palabras. Es un esfuerzo mayor que el que tenía que hacer antes; el lenguaje se supone que es fluido.
— La idea de que el trauma pasó o pasa también por el lenguaje, que es justamente, además, aquello con lo que te manejás. Aquello en lo que buscabas primero como lectora y después como escritora… ¿Qué buscabas? ¿Qué buscás cuando escribís, Marina?
— Qué preguntita. Creo que más que una búsqueda es como una pérdida. Busco perderme, ¿no? Ahí aparece el arte de perderse. Es eso, claramente no respuestas sino preguntas. Es como algo que te devuelve interrogantes y no certezas. Eso lo tengo bastante claro dentro de todas las incertidumbres. Creo que la literatura te devuelve muchas preguntas más que respuestas.
— Hay una imagen muy elocuente que aparece en el libro que es esta idea del suicidio como “una tumba mal cerrada”. Me gustaría que me hablaras un poco de esa idea.
— Bueno, es una idea que no es mía, está tomada de la literatura, pero además está esta idea de que es un grito al lado de una tumba mal cerrada. Una tumba mal cerrada es un duelo inacabado, ¿no? Hay algo que no se termina de sellar. Lo que yo traté de pensar o de entender es que hay algo de una muerte, de una muerte natural, por decirlo de alguna manera, que tiene que ver con eso, con los ciclos de la vida, con que hay ciertas etapas del duelo que se completan. Que uno en algún momento se entrega a ese duelo y a esa muerte con tristeza y cierta resignación. Y acá, frente a un suicidio, que es una cosa que en el caso que yo conocí por lo menos y en otros que también tuve cerca, perdón por el humor negro, genera mucha bronca. Más una muerte autoprovocada y de este modo tan inútil, tan sin razón, inmotivada. Entonces, esa bronca produce un duelo muy enmarañado, con una madeja de sensaciones donde conviven la culpa, el dolor, la angustia, la revisión de qué es lo que uno podría haber hecho y no hizo. La culpabilización hacia otras personas; el enojo hacia una persona que ya no está, la tristeza, la piedad. O sea, todo esto está muy mezclado, entonces no es fácil resolver. Y esa tumba es como que no se termina de cerrar.
— Hasta que ocurrió lo de Norma, tu mamá, ¿qué idea tenías sobre el suicidio? ¿Era algo lejano? ¿Era algo familiar? ¿Esos casos que conocías eran cercanos?
— No, no, no, para nada. Yo los conocí después, en terapias y demás. No tenía para nada la idea del suicidio como algo posible, cercano. Yo tenía una vida bastante guionada por un escritor burgués, entonces no pensaba que esto entraba en el guión de mi vida. Bueno, por supuesto que hay grandes personajes de la burguesía que se han suicidado, como Madame Bovary, Anna Karenina. Lo tendría que haber pensado antes, ¿no? Pero bueno, yo decía “esto no está en el guión de mi vida”: llegar a la madrugada a una comisaría de no sé dónde… Bueno, eso como hecho de la realidad vital. Después está la literatura y la novela, que me parecía obviamente un gesto asqueroso, de vanidad absoluta, un gesto burgués. Está esa idea que pensaba mucho Walsh cuando firmó ese contrato para publicar una novela cuando estaba endeudado, pero no podía terminar de escribir esa novela burguesa y sentía mucha culpa, y la sensación de que había perdido todo el tiempo que tenía para escribirla, en el periódico de la CGT (Ver al final*). Entonces, de alguna manera conviviendo con esta culpa y bancándomela un poco, también publico esta novela que contradice muchas de mis ideas militantes vitales. A mí también me gustaría como a Walsh dividir el tiempo entre la persona que trabaja para ganarse el sustento, la persona que milita y la persona que se dedica a la literatura. Pero no: creo que está todo muy mezclado.
—Leí algunas declaraciones tuyas en relación a la cuestión de la literatura del yo. Volvemos a lo que hablábamos antes en relación a lo que es la escritura. Pensaba que me gusta más la idea de novela de no ficción. ¿Vos cómo definirías Efectos personales?
— Le rehúso a las definiciones. Pero no me preocupa mucho el tema, o sea, yo vengo de la poesía. Como si fuera una isla o un planeta. Vengo del planeta de la poesía donde el yo, la primera persona, es reina. Se puede escribir en otros pronombres, por supuesto, pero la primera persona es reina. Ese yo, ese yo lírico decimos nosotros, ¿es el autor? Desde ya que no. Hay marcas del autor. Käte Hamburger dice que hay un yo de origen en el poema que es como que deja pistas, deja rastros de ese yo de la realidad, pero no es el yo del poema. A mí me gusta pensarlo, si bien no son las mismas categorías las de la poesía que las de la narrativa, me gusta pensarlo un poco así. O sea hay pistas y hay un yo que está ahí como una especie de anfibio entre el yo de la realidad y el yo del libro, de la literatura. Pero es una construcción, es un relato. Me da más cringe, quería decir estaba palabra, cringe, no sé cómo se pronuncia.
— (Risas) Estás rodeada de gente muy joven.
— Me gusta mucho adoptar palabras nuevas. Que creo que se traduciría como vergüenza ajena.
— Sí, “me da cosita”.
— Me da cosita cuando se usa la tercera persona para hablar de uno mismo. O sea, como la tercera persona maradoniana, viste. La maradoniana me da mucha más cosita que el yo que es más genuino, más auténtico. Entonces, para qué. O sea, este es un libro basado en una experiencia personal, es un Frankenstein. Ni todo eso es así ni algunos personajes son tan malos, ni yo soy tan mala en la vida real, ni había tanta plata; soy un poco hiperbólica, soy exagerada, como dicen mis amigas, y sí, soy exagerada en la literatura, eso es un efecto, qué importa, es un procedimiento. La primera persona es un procedimiento, una operación para escribir. Punto.
— Sí, creo que también la gran diferencia y eso vos lo dejás de manifiesto en el libro con la aparición de versiones sobre los hechos, una diferencia con el poema, ¿no? Porque en la narrativa también el autor estiliza, toma, exagera, aparece la hipérbole. Me parece que en este caso de lo que se trata es que estás contando un hecho, que por supuesto te afectó a vos como hija, que por supuesto afectó a tu hermana también como hija, pero a cada uno lo afecta de manera diferente, cada uno lo vivió de manera diferente y cada uno tiene su versión de cómo y por qué fueron los hechos. Eso buscaste que apareciera también en tu libro.
— Sí, un poquito. Digo un poquito porque finalmente es mi libro.
— Es tu versión, claro.
— Sí. Me hubiera encantado que aparecieran más y que cada uno escribiera la suya, pero sí. De todas maneras, estaba pensando en lo que decías y respecto de un poema puede pasar algo parecido. Nosotros hacemos un ejercicio en la facultad que es en base a un objeto. Llevamos un objeto, como si fuera una naturaleza muerta, llevamos objetos y bueno, cada cual escribe lo que le sale.
— Hay un libro que aparece mencionado, más sobre el final, una novela que me había interesado mucho en su momento que es Mamá, de Joyce Carol Oates.
— Mirá, yo conviví y convivo con muchos libros a la hora de escribir. Cuando estoy por escribir un tema investigo mucho, leo. Y Mamá era un libro que tenía ahí, que todavía tengo, sobre mi cabeza, literalmente, porque tengo un estante encima de la cama, y es un libro que me costaba mucho leer. Me costaba mucho y sinceramente he empezado muchas veces y lo dejé porque me resultaba muy duro. Ella es una escritora que me encanta y esa novela me costó mucho leerla pero estuvo ahí, como acompañándome todo el tiempo. Y recién hacia el final pude avanzar un poco más.
— Hablamos de los “dañados” y de las historias que pueden acompañar, como esta novela de Joyce Carole Oates. ¿Cómo sentís que esas ideas o esas escrituras intervienen en tu propia escritura?
— Intervienen de distintas maneras porque, por un lado, te dan ganas de abandonar todo proyecto porque te sentís - por lo menos a mí me pasa, ¿no?- una hormiga que no tiene nada para aportar en este mar de ideas geniales ya escritas en términos ensayísticos, literarios, bueno, todo, todo. Decís bueno, ya está, ya está todo escrito; todo está escrito de manera genial, me callo la boca. Y, por otro lado, la sensación de que una puede hacer como un batido con todo eso y sacar de ahí las palabras atravesadas, cruzadas y articuladas con la propia voz o la propia experiencia o la propia mirada. Eso me parece genial de lo que pasa con la literatura. Yo no concibo la escritura sin lecturas, entonces están ahí, todas las lecturas están ahí, a flor de piel.
— Claro. Para los que escribimos, muchas veces cuando estamos viviendo determinadas cosas pensamos: tengo que escribir sobre esto. ¿Te pasa eso? ¿Te pasó eso en el momento en que estabas atravesando seguramente el momento más trágico de tu vida?
— No. No, no, no. Para nada. No, no. De hecho, estaba sufriendo como la peor y lo único que quería era volver el tiempo atrás y que eso no hubiera pasado y la literatura me importaba un bledo y no podía agarrar un libro ni loca, ni concentrarme en alguna película. No podía hacer nada. Lo único que traté fue de aferrarme a la rutina de seguir levantándome para llevar a los chicos al colegio y hacer unas cositas mínimas de supervivencia. Pero no, no podía. Me parecía una banalidad; hay cosas que se vuelven muy banales, como la literatura y los libritos, ahí, con sus colores brillantes diciendo “cómprame, cómprame” desde la vidriera de la librería. No, para nada. No lo pensé de ese modo.
— Hablamos de la figura de tu mamá y en Efectos personales en un momento hablás de los libros que descubriste en su biblioteca sin saber que estaban y que es como si igual hubieran incidido en tu vida y en tus elecciones.
— Sí, eso es muy impresionante. O sea, yo creo que mi mamá, bueno, mis viejos, los dos, dejaron muchas enseñanzas. Yo crecí en una casa con biblioteca, mis viejos me llevaban a ver los sábados a la mañana las galerías de arte. La verdad es que tuve mucha suerte en ese sentido. Muchísima estimulación intelectual. Y recuerdo los libros que había: había primeras ediciones de Sudamericana…. Ahora, lo que me pasó después cuando mi mamá deja los libros y nos los llevamos mi hermana y yo, es que encuentro libros que son muy favoritos míos, muy queridos como los de Clarice Lispector o como Djuna Barnes, autoras que realmente hoy por hoy son de mis preferidas, que no me acordaba que mi mamá las tuviera ahí tan presentes y que eran libros que ella tenía hacía mucho, también. Eso es muy interesante. Y, por otro lado, hay como una contradicción ahí, ¿no? Porque ella, con todas estas enseñanzas, con estos legados también de cierto feminismo, de cierta independencia, comete este acto tan atroz que es matarse por amor. Era como un “¿me estás cargando?”.
— “Mamá se quiso sacar de encima el amor y como no pudo se sacó de encima el mundo”, escribiste. Es una frase hermosa. Durísima y hermosa. Un puñal, Marina. La palabra puede ser puñal.
— Puede ser puñal. Fue algo tremendo, pero sí. Por lo menos, en ese sentido, yo tengo claro que se puede sobrevivir al amor. Que se puede sobrevivir al desamor.
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*Sobre este episodio de la vida de Rodolfo Walsh, Carlos Gamerro escribió: “Walsh había firmado contrato con el editor Jorge Alvarez, quien le pagaba un salario mensual para que pudiera escribir, y la entrega estaba prevista para principios de marzo de 1969. Un mes antes de esa fecha, Walsh escribe: ‘Mi deuda con Jorge Alvarez alcanza en este momento a 2.250 dólares... El arreglo preveía una novela que podía estar lista de octubre a diciembre de 1968, y de la que apenas tengo escritas unas treinta páginas. El tiempo que debí dedicar a la novela lo dediqué, en gran parte, a fundar y dirigir el semanario de la CGT’”.
**Para escuchar la conversación completa, clickear acá.
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