Recuerdan esa escena y ese diálogo. En las instalaciones subterráneas (pero blanquísimas, hiperluminosas) del laboratorio de Bruce Wayne, quien durante las noches o cuando se lo necesite, se convierte en Batman; Alfred, aquel mayordomo y figura paterna que está dispuesto a todo por su “Master Wayne” (que podría ser traducido como “Señor Wayne” o “Joven Wayne”, ya que no “Amo”, que estaría en desuso desde el fin de la esclavitud, pero que así se usaba en aquel tiempo) le cuenta de una ocasión en la que se encontraba en Birmania junto a sus colegas. Un ladrón de diamantes había dado un golpe y habían decidido seguirlo para rescatar el botín. Pero en seis meses no habían encontrado a nadie que hubiera comerciado las piedras preciosas con el ladrón. Un día Alfred vio a un niño con un diamante del tamaño de una mandarina. El ladrón se había estado deshaciendo del botín. “¿Para qué había robado entonces las piedras preciosas?”, le preguntaba Bruce Wayne. “Hay hombres que no actúan del modo lógico”, explicaba Alfred. “Algunos hombres sólo quieren ver al mundo arder”.
Gloriosa escena y gran frase, una de las varias que atesora The Dark Knight Rises, la segunda película de la trilogía Batman dirigida por Christopher Nolan. Es para algunos el episodio más filosófico de la franquicia, no sólo por preguntas o frases que se enuncian, sino por situaciones narrativas como aquella que sucede cuando los rehenes de un barco sólo pueden salvar sus vidas si deciden hacer explotar al otro barco y sus rehenes, y viceversa. Una escena de inhóspita tensión. Pero la frase que nos ocupa señala una situación de un caos y un temor sueltos, acechantes. Estar sometidos a alguien que sólo quiere ver el mundo arder en el caos, ¿no es una imagen tenebrosa?
A propósito de Batman, HBO Max posee la más completa colección de la franquicia, desde el film de 1989 dirigido Tim Burton con Michael Keaton, Kim Basinger, Jack Nicholson y música de Prince, pasando por la trilogía de Nolan, los episodios animados de la serie, aquellos de la Liga de la Justicia a la reciente The Batman de 2022, protagonizada por Robert Pattinson y que está bastante bien. Sin embargo, la oscuridad psicológica del personaje es menor respecto al clima asfixiante propiciado menos por el guión que por la escenografía y los efectos de la iluminación. Pero volvamos al caos, como siempre se vuelve al caos.
Probablemente estos últimos días, y no sólo en la Argentina ya que la crisis económica es internacional y la guerra en Ucrania es una realidad y, a la vez, una amenaza mundial, muchas personas hayan sentido en algún momento el agobio que produce la sensación de caos. Un malestar, un desamparo. No es necesario repetir las noticias tremendas que afloran momento a momento desde cualquier dispositivo, sino que se constatan en el cotidiano acto de ir al súper de la cuadra, al chequear los fondos disponibles en la cuenta bancaria o percatarse del menú de los chicos en los almuerzos escolares cuando no en los comedores populares, que se extienden en esta misma ciudad de Buenos Aires. El caos amenaza y rodea. Es también el caos un manantial del que beben las aguas de la creación.
Ya que el caos es tan productivo como ominoso, mencionar algunas de sus manifestaciones bastará para hacer compañía, si se quiere, a este nuestro propio momento de caos estructural.
Desde el principio de todo. La primera narración escrita de la historia humana es el Poema de Gilgamesh, que cuenta la historia de este rey asirio que gobernaba con mano de hierro a sus súbditos quienes pidieron ayuda a los dioses, que mandaron a Enkidu para desafiar al rey. Fue una ardua y pareja pelea, con admiración, Gilgamesh le propuso que abandonaran la contienda y lo invitó a sumarse a su familia, Anunció que juntos partirían a buscar a un ser peligroso y Gilgamesh llevó a Enkidu a su madre, para que lo bendijera. A pesar de oponerse a esa unión, aconsejó al amigo amado de su hijo. La diosa Ishtar le declaró su amor a Gilgamesh, que lo rechazó y partió junto a Enkidu. La ira de Ishtar se haría sentir. El viaje iba de maravillas, los amigos (bueno, en esa época se llamaban así) mataron al ser, pero los dioses que respondían a Ishtar mataron a Enkidu. Todo fue dolor. Su reino estaba atrás, estaba solo, la tristeza corroía el alma de Gilgamesh, que fue a visitar al único hombre inmortal, que había sobrevivido al diluvio universal. Le dijo que no podría ser inmortal, que era una cualidad de los dioses. Gilgamesh vagaba en el caos. Regresó a su ciudad. Decidió morir y para hacerlo se enterró junto a ochenta personas de su corte.
Probablemente, Alberto Migré hubiera hecho una gran telenovela con este combo tan antiguo. Pero nótese que aquí una vez que comienza, el caos devora todo.
En cambio, la Biblia es la Biblia. Pero empieza invocándolo. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”. Son las primeras palabras del libro Génesis y resulta, si el lector mira bien, tenebroso, pero Dios viene a instaurar el orden en ese caos. Unos siglos después, Hesiodo, el poeta griego que vivió alrededor de los años 700 antes de Cristo, mejoró ese comienzo con esta síntesis: “En el principio era el caos”. Y con eso fue suficiente, por los siglos de los siglos.
Avancemos muchísimo tiempo para acercarnos al caos en los tiempos modernos. La Revolución Francesa es el acontecimiento histórico que extendió su triunfo más importante de los últimos siglos. Pero detengámonos en su literatura previa. La ilustración mostraba un mundo nuevo a través de la discusión de las ideas y de su escritura. En medio del caos, sus hombres y mujeres (de los sectores elevados, claro) desarrollaban una lexicografía para un diccionario de las nuevas cosas del mundo por venir. Y en sus márgenes, el caos imitaba al caos. Donatien Alphonse de Sade, el marqués de Sade, escribía. Escribía sobre todo. Y escribía no ya el erotismo que poblaba las páginas de sus contemporáneos, sino que escribía el sexo y la perversión.
Los 120 días de Sodoma es su novela más perfecta y más ilegible. Un aristócrata, un cura, un banquero y un juez (en medio del descontento popular, las turbas frente al hambre y a la guerra y una monarquía inservible a sus fines) deciden tomarse unos días, 120, en un castillo junto a 8 muchachas y 8 muchachos de entre 12 y 15 años que secuestran; 8 jóvenes “jodedores” y 42 personas que serán siervos y víctimas. Cuatro “historiadoras” con un pasado de meretrices les darán lecciones cada día sobre las artes sexuales, que luego tendrán un correlato práctico. El libro es ilegible por lo imposible de procesar: tanta perversidad supera el horizonte de lo humano pero la genialidad del Marqués de Sade, que escribió la novela preso en la Cárcel de la Bastilla, es que esa imposibilidad de soportar el texto es la misma imposibilidad de soportar la estructura de la sociedad. No por nada Sade fue uno de los presos liberados en la toma de la Bastilla, aquel 14 de julio de 1789 que cambiaría para siempre el destino de la humanidad.
Ahora que se cumplen cien años del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, Saló o los 100 días de Sodoma, su versión del clásico del Divino Marqués, se ubica en la república fascista de Saló, último reducto mussoliniano antes de que los partisanos colgaran al Duce y a su amante mientras intentaban huir al ritmo de la caída de su régimen de opresión. La película de Pasolini fue prohibida. Es a su modo imposible de ver. Y esa virtud une a las dos versiones y le da potencia a su caos: están reflejando el caos que habita más allá del libro o del cinematógrafo (o del dispositivo donde se quiera ver): el caos de l’Ancien Régime, que acaba, el del capitalismo que destruye sin cesar en el film de Pier Paolo.
Para terminar unas menciones nada exhaustivas, es bueno recordar al clásico del amado Alfred Hitchcock, Los pájaros, que se encuentra alojada en HBO Max. Recuerdan la trama y el final (por favor, si no quieren conocer la escena del final, pasen al próximo párrafo): las aves empiezan a tener comportamientos extraños en todos lados. Se agrupan. Atacan a los humanos. Se vuelven a agrupar. Cuervos, palomas, gaviotas, todas las aves giran alrededor de los humanos sumiéndose en el caos. Un grupo de personas decide y logra escapar, dejando víctimas detrás. Toman un auto, sólo se trata de avanzar. Prenden la radio. Los pájaros toman una a una las ciudades. En esta película parece haber triunfado para siempre el caos. Sin embargo, sólo resta avanzar. ¡Oh, maldito Hichcock, lo hiciste otra vez!
Para finalizar con un panorama más halagüeño, se debe realizar una pregunta: ¿recordará el lector, o conocerá de algún modo, a los The Kids In The Hall? Se trata de un grupo de cómicos canadienses que, muy jóvenes, a mediados de los años noventa se hicieron conocidos en el continente porque fueron contratados por HBO, en la época en que HBO era gratuito en el servicio básico del cable. ¡Siglos atrás! Los KITH hacían sketches muy surrealistas, con un humor jalonado por el absurdo, y que se animaban a poner en escena a gays y lesbianas haciendo un humor muy potente, llevado a la carcajada, pero que de ningún modo apelaba a la burla del diferente. Más bien, en tanto freaks, se reían de su tribu de un modo convincente, conveniente y con muchas pelucas y trajecitos de señoras bien. Eran un grupo buenísimo. Luego Dave Foley fue protagonista de Newsradio, un gran programa de la época, y no se supo más de ellos. Bueno. Atención: ¡no se habían separado! Siguieron rodando por los escenarios de Canadá todos estos años.
Los buenos de Amazon Prime decidieron hacer un documental llamado Kids in the Hall: vándalos de la comedia, subir todas las temporadas de la serie a su plataforma y presentar una más realizada en 2022 por sus protagonistas originales. Bien, debe decirse que el documental es muy amoroso y lindo con el recuerdo de unos chicos salidos de una provincia de Canadá al triunfo en los Estados Unidos (que es como un grupo de Canelones, Uruguay, gozando el éxito en la calle Corrientes). Ver los capítulos viejos, algunos de los cuales alcanzan un refinamiento intertextual con el cine vanguardista europeo, es un placer. Y de yapa los capítulos actuales que tienen chistes que muchas veces funcionan, es cierto, pero que resultan un tanto extraños a la vista dado el salto de jóvenes veinte o treintañeros en los noventa al elenco de los “kids” hoy. Pero en suma, si quieren conocer una linda historia, ver capítulos de 22 minutos de un humor de los noventa que sirve a la perfección y curiosear con los actores, hoy, adelante. No se arrepentirán.
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