Pese a lo que piensan los escépticos, el lenguaje es un campo de batalla fundamental. Allí se libran luchas simbólicas que determinan nuestras prácticas, resignifican el pasado y modifican la senda hacia el futuro. Los ejemplos sobran. Quizás alguien que lo tenía muy claro era Antonio de Nebrija, polímata español —historiador, pedagogo, gramático, traductor, exégeta, docente, catedrático, filólogo, lingüista, lexicógrafo, impresor, editor, cronista, escritor y poeta—, el hombre que creó la primera gramática castellana. Murió un día como hoy, el 2 de julio, pero de 1522, hace exactamente 500 años.
Nació en la antigua Nebrissa Veneria, en castellano Lebrija, en la provincia de Sevilla. Fue el segundo de cinco hermanos. Sus padres eran agricultores de mediana condición, no siervos, y se cree que ambos venían de familias judías que se habían convertido al catolicismo. Basta recordar el contexto de antisemitismo cristiano y las violentas matanzas de 1391. Logró ingresar a la Universidad de Salamanca, luego al Colegio de San Clemente de Bolonia dedicándose a la Teología. Dio clases de Gramática y Retórica. Su primer libro impreso fue Introductiones latinae, un auténtico best-seller europeo que se imprimió y distribuyó en buena parte de Europa.
Su obra está basada en los grandes gramáticos latinos como Prisciano, Diomedes Grammaticus y Elio Donato, pero logró trascender la tradición y generar nuevas ideas, nuevas concepciones acorde a su tiempo. Para Nebrija, la gramática era la base de toda ciencia y la dividía en ortografía, prosodia, etimología y sintaxis. Sostenía que el latín era una lengua superior a las demás, por eso su estudio del castellano está determinado por esta idea. Para entonces, el castellano, una lengua romance, ya se había esparcido en gran parte de la península ibérica.
En 1492 publicó su gran libro: Gramática castellana, primer tratado de gramática de la lengua castellana. Es, además, el primer libro impreso que se centra en el estudio de las reglas de una lengua romance. La reina Isabel cuestionó el mérito de semejante obra. En una carta Nebrija le responde: “Después de que Su Alteza haya sometido a bárbaros pueblos y naciones de diversas lenguas, con la conquista vendrá la necesidad de aceptar las leyes que el conquistador impone a los conquistados, y entre ellos nuestro idioma; con esta obra mía, serán capaces de aprenderlo, tal como nosotros aprendemos latín a través de la gramática latina”.
A partir de este texto, herramienta clave para la difusión del español, la gramática será considerada la disciplina que estudia las reglas de una lengua, lo que cambiará a partir de la lingüística como disciplina científica en el siglo XIX.
A principios de año, el sello español Galaxia Gutenberg publicó Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad, un ensayo académico de José Antonio Millán que —según pudo pudo saber Infobae— llegará a la Argentina en octubre. Allí, el lingüista y escritor, autor del libro, sostiene que “a lo largo de una vida que bien podemos calificar de fértil, Antonio de Nebrija se dedicó básicamente a escribir y publicar sobre cosas muy variadas”. En enero, cuando presentó el libro en Madrid, definió a Nebrija como un polímata “seguro de su saber científico” que plasmó un carácter “providencial de la filología”.
Hay una frase de Nebrija que se repitió hasta el hartazgo aunque con malinterpretaciones. “Siempre la lengua fue compañera del imperio”. La importancia política que le daba al castellano era que podía unificar los diversos territorios de los Reyes Católicos, algo similar a lo que Cristoforo Landino o Lorenzo de Medici veían en lengua toscana para unificar Italia. Explica Millán que “sus palabras más recordadas probablemente no tenían el sentido que hoy comúnmente se les atribuye. Ésta es la tragedia de Nebrija”. Siglos después, la dictadura de Francisco Franco utilizó esta idea y la volvió lema: “Por el imperio hacia Dios”.
Millán rastrea los libros de la época franquista que retoman la relación entre lengua e imperio a partir de Nebrija, una suerte de prócer prístino, inclinándolo hacia ríos fascistas. “Así pues, a base de «lengua» e «Imperio» bien se podía jalear al pobre filólogo lebrijano, cuyas hazañas en la enseñanza del latín y en la filología bíblica pocos recordaban”, sostiene.
El interés de Nebrija por la lengua es fascinante. No sólo escribió la primera gramática castellana, también elaboró diccionarios latín-español y español-latín, y se interesó por la fonética del castellano, del latín y del hebreo. También revisó la traducción canónica de las Escrituras y, tras encontrar problemas en su transmisión, la Inquisición intentó acallarle. Creía que había demasiada interpretación de teólogos y que lo mejor era volver a los textos originales desde un abordaje cinetífico, desde una abordaje gramatical, objetivo, lingüístico.
La reina Isabel era su protectora, pero cuando murió quedó solo. Lo procesaron para que no siga con sus estudios filológicos de los textos bíblicos. Finalmente no fue a la cárcel. Siguió escribiendo. Publicó decenas y decenas de manuales y libros. Murió en Alcalá de Henares, en la actual provincia de Madrid, en 1522, el 2 de julio, un día como hoy, hace 500 años.
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