En el marco del proyecto Un día en la Tierra, que incluye sucesivas exposiciones, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires presenta la muestra Pupila de Eduardo Basualdo, un viaje imaginario a las profundidades de la mente humana, a través de decenas de dibujos que proponen una narración ficticia, como un sueño, que se desarrolla de manera cronológica en el papel y se materializa, finalmente, en la última sala del recorrido y como una gran pesadilla, en una instalación negra, imponente, de 150 metros cuadrados.
Son varias salas de diferentes tamaños y formas -con diversas iluminaciones y diagonales- las que conducen el laberíntico recorrido por la exposición, desde una pequeña habitación que comienza con un solitario dibujo de una casa en un árido paisaje, amenazada por una inmensa roca negra, a punto de tocar la azotea de la aparente tranquilidad hogareña, un recurso que Basualdo ha utilizado en obras anteriores como alusión a un inminente desastre.
“Es un proyecto bastante íntimo, que parte de un lugar muy personal. Es una forma de dibujo muy narrativa, una herramienta muy fuerte de comunicación. La historia te va llevando, es una línea de tiempo morfológica y conceptual que se va reproduciendo en el espacio y cada sala tiene un sentido y una lógica”, adelanta Eduardo Basualdo (1977) durante la recorrida para prensa, en el inicio del recorrido en el segundo piso del museo.
Si se observan los dibujos en detalle, la roca finalmente cae sobre la casa, pero una vez caída se transforma en un ojo y ese ojo se fusiona con la casa y luego aparecen figuras humanas alrededor de esa mole negra y algo amorfa, que a su vez se encuentran en la cavidad ocular de una persona.
“Empieza como una casa amenazada -la idea de lo siniestro siempre es muy fuerte en mi trabajo-, lo doméstico que después se transforma en otra cosa, que abreva en esta experiencia que hemos tenido todos en la pandemia, la del encierro y tener que ir para adentro, la de la cabeza, la del espacio mental donde uno está confinado. Esta muestra nace de ese espacio mental donde uno está confinado y se empieza a desplegar hasta llegar al fondo y poder ver de frente esas materias oscuras que nos habitan”, explica el artista.
Pero falta todavía para llegar a “las materias oscuras” como las llama Basualdo y ese momento es, por cierto, bastante impactante. Pero habrá primero que seguir la secuencia de dibujos, en blanco y negro, enmarcadas que forman una suerte de guía, a través de un circuito que obliga a pasar por el costado de una pared, luego doblar, adentrarse en una sala aun más pequeña, con sus paredes completamente rojas, para luego pasar por otra entrada estrecha a un espacio más amplio y luminoso. Y habría que pensar en este momento como en un pasaje en el sentido ritual -algo habitual en la obra de este autor-, y que marca una tensión ya que luego de este espacio más amplio y luminoso -con más dibujos- anticipa el desastre en la última sala.
“Es una muestra introspectiva”, aclara Basualdo y explica que todo el recorrido remite a piezas anteriores de su carrera, un teatro de sombras que incluía seres en la oscuridad, las figuras inquietantes, una tensión latente, un inestable equilibrio a punto de quebrarse.
Todos los dibujos presentes en la muestra, realizados con pastel tiza sobre papel, son obras secuenciadas en las que se puede ver el movimiento, “como los fotogramas de un movimiento”, dice Basualdo, y que remiten a la estética del fanzine de los años 80, al dibujo asociado al rock y a la autogestión.
“Es una línea de tiempo morfológica y conceptual en la que te vas introduciendo, que se va desarrollando”, detalla este creador y añade sobre los dibujos exhibidos: “Es como algo que uno piensa que lo controla hasta que ya no lo controla más. La pupila cobra vida y empieza a trabajar en otra dirección. Se activa lo siniestro”, grafica Basualdo, quien ha exhibido su trabajo en las Bienales de Pontevedra y Lyon, en el Palais de Tokyo de París y en la Bienal de Venecia.
Siniestro es lo que se encontrará el espectador en la última sala del recorrido, una imponente instalación de 150 metros cuadrados desplegada en sala, una masa oscura, inmensa y desordenada, como una marea de figuras humanas hundidas que intentan quitarse de encima esa especie de brea, que finaliza con una suerte de ola amenazante. La obra está realizada con un aluminio metálico, muy liviano y delgado, maleable, cuya apariencia sugiere exactamente lo opuesto de la liviandad.
Además, en esa sala se escuchan de fondo golpes secos sobre una puerta; habrá que acercarse a esa suerte de apoteosis de la exhibición, una última instancia, casi en penumbras, con una puerta que señala el número 1977, como si fuera un domicilio, ubicada justo antes de abandonar la sala: “Es la fecha de mi nacimiento, un dato de la realidad, que te saca de ese lugar”, detalla Basualdo y es inevitable pensar en el momento exacto que uno se despierta de una pesadilla. Pero también un momento “de muda, de crisálida”, aclara Basualdo, que también expone actualmente en el museo Hamburgher Banhoff de Berlín.
La curadora de la exposición y directora del museo Moderno, Victoria Noorthoorn, escribió: “El ojo del artista se vuelve hacia el exterior para contemplar las mismas figuras que hasta entonces sólo anidaban en sus pesadillas, como si las cavernas de su cerebro ya no pudieran contener este hervor maligno”. Y añade: “La recompensa no será despertar de la pesadilla, sino simplemente el mísero pero precioso poder de distinguir lo que es una pesadilla de lo que no lo es”.
Junto con la exposición Pupila, que se podrá visitar en el Museo Moderno del 25 de junio al 28 de febrero de 2023 en Avenida San Juan 350, se presenta El lugar del alma de la artista colombiana Delcy Morelos (Tierralta, 1967), una obra monumental que transforma el segundo subsuelo del Museo en un espacio de contemplación reflexiva que problematiza el territorio y la tierra como materia.
Realizada con tierra especialmente preparada en combinaciones con canela, clavo de olor y café, la imponente obra busca recuperar la armonía del ser humano con su entorno, evoca los rituales de la Argentina andina que se yergue verticalmente desde el centro de la Tierra y articula un homenaje a la Pachamama.
De este modo, sumergidos en sus entrañas, los visitantes podrán disfrutar de una experiencia sensorial compleja, y, en silencio, escuchar, como la artista, el sonido de la tierra.
Fuente: Télam S.E.
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