El mundo, a veces, se presenta en imágenes corrosivas. Existen momentos de lucidez tras la somnolencia en los que el velo de lo correcto se mueve y desnuda en realidades los pensamientos y miradas que intentamos evitar. Hay momentos en que el mundo está desnudo, y el arte, como una de sus maravillas, también puede hacerlo.
Quien conozca los retratos fotográficos de Romina Ressia sabe que allí hay una arquitectura de la belleza que se presenta simétrica y extraña, como si Rembrandt hubiese soñado pinceladas del futuro y, quizá algo poseído por las profecías de Da Vinci, hubiese puesto en sus pinturas detalles de un futuro pop. En cambio, en su primera muestra pictórica, la artista argentina parece dar un vuelco, como si su Dr Jekyll saliese a flote, a través de cuadros-homenaje que vislumbran su yo más brutal.
Cultivar flores, que se presenta en Galería Del Infinito, es un paseo por el lado salvaje de Ressia, una muestra en la que no abandona su pasión por las obras del renacimiento o el barroco, y en la que parece realizar un tajo a su estilo fotográfico, para meter el brazo dentro del lienzo y dejar las vísceras a la vista de todos en una operación en la que el arte es depojado de su parafernalia.
Son en total 14 pinturas (una de ellas se presenta en 8 versiones iguales pero diferentes) entre el art brut y el expresionismo, y tres bordados, en los que reconstruye obras desde la memoria, evitando la copia, de artistas como Rafael, Goya, Velázquez, Rubens, Durero y Sofonisba Anguissola, entre otros, ingresando así en la fragilidad de los recuerdos, en la selectividad de los mismos: qué observamos en una pieza, cómo podemos transmitir aquello que consideramos conocer hasta el cansancio.
Ressia juega a evocar desde lo reconstruido, que suele ser inexacto. Al pasar al lienzo obras que admira se apropia de la original, aunque no busca imitar la memoria del cuerpo del artista, el trazo, cómo pudo haber tomado el pincel, esa memoria que hace que el movimiento de la mano sean tan único como las huellas digitales o la manera de caminar. La artista se apropia de la experiencia creativa detrás de esa obra, la reinterpreta y para hacerlo acude al óleo en barra, material algo tosco, renegando así de la sutileza, del intento de copia academicista, de la historia del arte.
“Agarro las pinturas que me marcaron de alguna forma. Por ejemplo, Las Meninas fue la que más me marcó desde chiquita y es una de las que más veces reproduje. Entonces, a través de una obra que me identifica trato de ver esa memoria que yo tengo aprendida, con su estilo, contexto, y ver si después que yo la recreé, en realidad reinterpreté casi performáticamente, qué sucede cuando me vuelva a parar en frente a la original, si pude intervenir en algo esa memoria que tenía grabada, esa memoria semántica”, explica Ressia a Infobae Cultura.
En ese sentido, agrega: “Me interesa el momento en el cual la estoy haciendo, qué me pasa” y después “cuando me vuelvo a parar en frente al original si eso me traslada al momento en mi taller o al momento en el que yo lo hice. Yo le digo memoria sensorial, cuando sentís un perfume que te traslada, eso que es un instante y que va más allá del recuerdo, es casi físico, te lleva al pasado a un momento de tu vida; es una fuga”.
Si bien Ressia tiene una exitosa carrera internacional detrás de las cámaras -su fotos son representadas por galerías en Londres, Edimburgo, Suiza, Bélgica, San Pablo, Düsseldorf y Mykonos, y han sido expuestas en ciudades como Nueva York, Milán, Londres, Zúrich, París, Bruselas, Barcelona y Buenos Aires- comenta que su primer acercamiento artístico fue con la pintura, por lo que de alguna manera regresa a un lugar más relacionado a lo lúdico de la infancia.
“Mis inicios con el arte fueron con pintura, hacía talleres cuando era chica y de hecho quería estudiar Bellas Artes. Después me fui por otro lado y empecé con la fotografía como para hacer un corte, no con ideas de ser profesional. Entré en ese mundo, pero nunca me dejó de gustar la pintura”, cuenta.
Como a muchos artistas, el parate obligatorio por la pandemia la llevó a plasmar esa ansiedad creativa en el atelier de su casa, pero no lo hizo buscando capturar el momento, lo que sucedía, sino más bien que el momento la llevó a indagar en en otras direcciones: “La cuarentena me permitió tener tiempo y aproveché. Yo hago más que nada retratos en fotografía y como no podía, entonces tomé esta oportunidad y como que me encontré, me enamoré de la pintura”.
“En las fotografía arranqué con las de moda y eso como que en cierta forma quizás me estructuró un poco mi manera de cuidar la imagen. Me gusta mostrar bellezas que salen de lo normal, que no es la belleza tradicional en ese sentido, me gusta jugar, pero después la imagen sí es cuidada y acá es como que en realidad justamente no tengo esa preocupación”, dice.
“Las fotos son imágenes donde se cuida más el resultado que éstas, pero es adrede, no me interesan apelar a la prolijidad, me podrían salir mucho, mucho mejor si quisiera si vamos a lo técnico, pero a mí me gusta justamente esto. Este proceso performático en el que pinto independientemente del resultado, aunque sí me interesa que se identifique que estoy haciendo una pintura”.
Así, durante el encierro, Ressia se reinventó expandiendo su experiencia estética, en una búsqueda más interior, primigenia si se quiere, en la que pudo desprenderse de un oficio que le otorgó reconocimiento, y buscó desarmarse fuera de la zona de confort.
Sin embargo, tanto sus fotografías como estas pinturas de Cultivar flores comparten el patrón del humor, y el del desencajamiento entre diferentes registros, que van de lo sublime a lo mundano, de lo academicista a lo popular en diferentes capas. Es como si todos esos saberes o intereses hubieran caído dentro del ojo de un huracán que llenó de lisergia lo que antes era control. “Sí creo que hay similitudes -responde- pero lo del humor no es buscado”.
Ese humor decodificado puede verse en algunos detalles como el hecho de que los retratados padecen un estrabismo que remite al mito que durante el Renacimiento las obras alcanzaron tal complejidad de confección que los ojos de los personajes suelen seguir a los observadores. Quizá La Gioconda, quien no se encuentra en la muestra porque “ya era demasiado”, sea el máximo ejemplar de esa sobre adoración historicista.
También, en algunas pinturas de Ressia como Retrato de una mujer con perro, de Veronese, la artista juega con la cuestión del trampantojo, la técnica pictórica que surgió en el renaciomiento y cambió la historia del arte para siempre, a partir de la que se crea una “realidad” con el uso de la perspectiva adaptada al espacio y la luz. “Me gusta cuando no quedan demasiado proporcionadas, cuanto peor quede la anatomía”, dice, sobre estos detalles en que los cuerpos se muestran desproporcionados, elefantiásicos.
El recorrido por Cultivar flores puede realizarse acompañado de una audio guía, mediante códigos QR, escrita por Ressia sobre cada una de las obras originales, pero recitadas por un algoritmo de voz español, que imita la experiencia de los muesos; otra vez, la cuestión de la memoria proyectada en experiencias del pasado que se resignifican en el presente.
Hay, además, tres piezas que escapan al relato principal de la muestra, en su manufactura: el tapiz en terciopelo bordado a mano The King has no clothes, que escenifica a Enrique VIII (Henry VIII) en la famosa pintura de Hans Holbein el Joven, pero con una interpretación del cuento homónimo de Hans Christian Andersen, y dos más hechos en telas de menor tamaño donde coloca los rostros de Ana Bolena y Catalina Howard, reinas consortes que fueron ejecutadas, a partir también de los retratos más icónicos realizadas a ambas.
La puesta tiene también su giro. Por un lado, las remakes de obras como La maja desnuda de Goya; el Retrato de un monje cartujo de Petrus Christus; los de Agonolo y Margarita Doni, de Rafael Sanzio, como el Autorretrato de Durero, entre otros, están colocados sobre marcos que remiten a la excelencia original de las piezas, marcando una frontera entre lo pictórico y lo instrumental del artefacto presentado. Otras, en cambio, como Helena Fourment saliendo del baño, Ermitaño y Angelica dormida y Baco, todas de Rubens, o Dama enseñando el pecho, de Tintoretto, están colgadas como si estuvieran en el estudio de la artista, sin artificios; otra vez una pintura desnuda.
Las ocho versiones de Juana of Austria de Sofonisba Anguissola, están colocadas dentro de un radio cuadriculado, y se los puede observar de manera secuencial, como en una especie de fotograma, al que se accede mediante una silla giratoria ubicada en el centro.
“Me interesaba su historia por que era una mujer de la nobleza, obviamente bien conectada, que tenía talento y entró en la corte. Entonces empezó a retratar a distintas personajes, pero no podía, por ejemplo, estudiar anatomía porque era mujer y no podía hacer desnudos. Entonces, es como que tiene un estilo bastante particular porque no tenía esa formación. Después, muchas de sus obras fueron atribuidas a maestros de ella o a otros hombres y recién ahora se la empieza a reconocer de nuevo. Me gustó hacer como múltiples retratos, múltiples réplicas, que se presentan en una mini sala de teatro, dentro de una sala más grande, para mostrarlas todas juntas”, comenta.
En Cultivar flores, Romina Ressia ha despojado, como a Enrique VIII, de las vestiduras de la convención, proponiendo una mirada lúdica, en piezas que se presentan sin trampas a los ojos y a las que parece haber aplicado una capa de un líquido corrosivo para expresar un punto personal, ese de que el arte es, muchas veces, una experiencia ajena que merece ser apropiada, que se necesita romper con la tenue observación y agarrarlo de las tripas hasta que nos pertenezca.
*”Cultivar flores” de Romina Ressia, en Galería Del Infinito, Quintana PTE AV 325 Piso PB, CABA. Entrada Gratuita. Visitas con cita previa: galeria@delinfinito.com
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