“Han encontrado algo ilegal en su equipaje”: adelanto de la primera novela de Genniol

Infobae Cultura publica un capítulo del libro “Patio de cuervos” —editado por Crack-up, prologado por Vivi Tellas— de esta figura clave del under argentino de los 80, clown de Sumo y coautor de “La rubia tarada”, donde narra la historia de un prisionero en un gulag de Siberia

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“Patio de cuervos”, la primera
“Patio de cuervos”, la primera novela de Genniol

Moscú

Sheremetyevo / Sheremet’yevo

El jet de Aeroflot bajó en el aeropuerto de Moscú. Poccá tenía una sensación de nerviosismo acompañada con la traspiración de sus manos, por primera vez en la vida. Atravesó la puerta del avión para ingresar a un túnel alfombrado de rojo que lo llevó al gran salón del aeropuerto de Moscú, el Sheremetyevo International Airport.

El codo del túnel lo enfrentó con un ruso de dos metros de altura, vestido con el uniforme de gala del Ejército Soviético. Su cara estaba tallada en mármol, parado en posición de firme con los ojos claros mirando fijo a la nada, aunque así no son todos los rusos, lo son los que están como ejemplo, como paradigma del granadero ruso que espera y recibe en el aeropuerto. Cuando llega el extranjero, el turista, lo primero que ve es a ese soldado alto y rubio que lo supera en altura, una cabeza.

Siguió caminando por el rojo alfombrado del túnel y, a pocos metros, una fila de cinco ancianas con pañuelos en sus cabezas y polleras acampanadas, de tela negra estampada, con grandes flores de colores llamativos, observan con mirada amenazadora todas las caras de cada pasajero que pasan frente a ellas. Poccá se pregunta cuál es el rol de esas ancianas, Matrioshkas o Mamushkas vivientes concebidas en la antigua ciudad de Zagorsk.

——¿Serán médiums? —piensa Poccá intentando relajar al máximo su cara.

Por el túnel desemboca a un gran salón donde lo espera un laberinto de paredes de cristal y guías uniformados que controlan la documentación de los pasajeros recién llegados. Forman diferentes colas frente a las distintas puertas del laberinto de cristal.

Poccá es guiado por esos pasillos de cristales hasta un nuevo control de documentación.

Está paseando por el Free Shop o Cambalache Ruso, cuando escucha,

—Poccá / Viena... Poccá / Viena...Poccá / Viena...

Se acerca al uniformado, que está acompañado por una azafata, y continúa repitiendo,

—Poccá / Viena... Poccá / Viena...Poccá / Viena...

—Buenas noches, yo soy Poccá / Viena

—Dobryy vecher, ya dolzhen soprovozhdat’ iskat’ svoy bagazh.

Poccá, sin comprender una palabra de lo que le dicen, se dirige a la azafata sabiendo que ellas dominan varios idiomas, y le indica intempestivamente,

—No comprendo. No hablo ruso.

A lo que la azafata le responde,

—Han encontrado algo ilegal en su equipaje y quiere...

El uniformado interrumpe violentamente a la azafata al darse cuenta que está advirtiendo a Poccá. Con una mezcla de ruso-español le pide a Poccá que lo acompañe.

Bajan por una amplia escalera hasta un salón con una gran plataforma giratoria donde descansan las valijas. El aduanero le indica con su índice que recoja las dos valijas que giran en esa calesita y le entrega un papel escrito en varios idiomas para leer y firmar; le señala con su dedo en el papel la parte escrita en castellano —Declaración Aduanera—seguido de un cuestionario para contestar Si o No.

Dos ayudantes jóvenes en overol color azul siguen las instrucciones del aduanero uniformado que les explica cómo manejar la computadora de esa gran pantalla colgada a tres metros de altura, que muestra el esqueleto de las valijas. El aduanero sigue explicando a sus ayudantes mientras manipula las teclas de la computadora. Las imágenes de las valijas comienzan a transmutar su color y sus posiciones en una danza macabra. El aduanero habla por su radio y, antes que Poccá pueda reponerse de tal impresión, llegan al lugar un fotógrafo, un camarógrafo, un ruso de anteojos de aumento grueso y delantal blanco acompañado de dos civiles con sobretodo negro.

El aduanero uniformado da una orden. Los dos ayudantes de overol azul se colocan guantes de látex para efectuar, con navaja, una profunda incisión en el equipaje, mientras el fotógrafo y el camarógrafo registran todo el accionar de los asesinos de valijas.

Poccá, el que vivía de los remates del contrabando que incautaba la Aduana Argentina, debe saborear en ese momento la sequedad de su boca y sentir lo que es ser capturado por el sistema aduanero de Moscú. El ruso de anteojos de aumento y delantal blanco, junto con un civil de sobretodo negro, se llevan las bolsas encontradas en las valijas destripadas.

Mientras tanto, los dos ayudantes de overol efectúan una requisa manual minuciosa del contenido de las valijas: es el momento en que vuelve el civil de sobretodo negro con un papel en la mano. El aduanero uniformado lee atentamente y, dirigiéndose a Poccá, pronuncia:

—Sustancia Mercurial.

Genniol (Foto: Beto Siless)
Genniol (Foto: Beto Siless)

Poccá muestra las palmas de las manos con gesto sorprendido. El civil muestra una sonrisita cínica antes de llevar a su boca un chicle y, lleno de sarcasmo, le ofrece uno. Poccá lo acepta y lo lleva a su boca junto con el papel donde tenía anotado los datos del contacto en Viena. Le hace un gesto de agradecimiento al civil de sobretodo negro mientras mastica y devora la evidencia que inculpa a su contacto.

El aduanero uniformado se dirige a Poccá,

—Gospod’ Poccá obshchaytes’ yego pod arest po stat’ye sem’desyat vosem’ zakona SSSR, osuzhdayushchey kontrabandy na svoyey territorii so shtrafom ot dvukh do vos’mi let lisheniya svobody.

—Le comunica que queda detenido por el artículo 78 de la ley de la URSS que condena al contrabando dentro de su territorio con la pena de tres a ocho años de prisión.

—¿Cómo? ¿Cómo dijo?

—El artículo 78 de la ley de la URSS

—¡No!... El artículo no... Los años... ¿Cuántos años?

—De tres a ocho años.

Poccá siente una electricidad que recorre su cuerpo y se focaliza en la nuca erizándole los pelos.

Lo llevan a una habitación para realizar una requisa de su vestimenta y su cuerpo. Lo aíslan entre cuatro paredes de vidrios donde pasa la noche sentado, vigilado por un guardia.

Es la mañana, 7:30 horas aproximadamente, cuando llegan cuatro personas: un pelirrojo alto, delgado y nervioso, un obeso que oficia de traductor y dos Urssos.

El pelirrojo le habla a Poccá,

—G-n Koroner KGB prosit izvineniya za opozdaniye. Obeshchaniya, chto v sleduyushchiy raz prishel rano.

El obeso traduce: El señor Juez de Instrucción de la KGB le pide disculpas por su tardanza. Promete que la próxima vez llegará puntual.

—No se haga problema-, le contesta Poccá, mientras piensa: ¿Cómo la próxima vez? Se da cuenta de que se está mofando. “La próxima vez”. O sea que el Pelirrojo prejuzga que voy a seguir contrabandeando.

Un chiste ruso que desnuda la forma de pensar del pelirrojo de la KGB.

Los dos Urssos acompañan con una sonrisita cínica y pueril. Llevan a Poccá como un hombre sándwich entre los dos, por una escalera mecánica muy veloz, a la planta baja del Aeropuerto Shermetiovo II.

Salen a la vereda de Moscú llena de nieve. Es cuando Poccá conoce el frío ruso. Cuando salió del avión entró a la manga, de la manga al Free Shop, del Free Shop al subsuelo y, cuando salieron del aeropuerto, el frío le apretó el cuerpo como una morsa. Era el frío que dolía.

Uno de los Urssos le aconseja al desorientado Poccá que cierre su abrigo, quizás un poco de sensibilidad tenía este empleado de la KGB. Poccá cierra su perramo de aviador francés color azul.

Lo suben en la parte trasera de un auto marca Lada, entre los dos Urssos. El pelirrojo maneja y el traductor pregunta algunos datos filiales que vuelca en una planilla. El auto a gran velocidad, derrapando, atraviesa las calles de Moscú.

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