Senderos de arte de ayer y de hoy, una muestra de Adolfo Pérez Esquivel que reúne dibujos, pinturas, grabados y esculturas desde 1950 al presente y propone una mirada sobre la cultura e historia de América Latina y las preocupaciones sociales del artista, defensor de los derechos humanos y Premio Nobel de la Paz, se inaugurará el 2 de julio próximo, en el Museo Lucy Mattos, de la localidad bonaerense de Béccar.
Postergada en marzo de 2020 debido a la pandemia, en esta exhibición Pérez Esquivel (Buenos Aires, 1931) expone un esbozo de su prolífica trayectoria en poco más de 30 obras que expresan su pensamiento en imágenes plasmadas en distintas búsquedas estilísticas, emparentadas con el devenir histórico y sus diálogos, una posibilidad que surgió con la invitación de la artista Lucy Mattos del museo homónimo que alberga su obra.
En la planta baja del edificio se dan cita xilografías, tintas, acuarelas, cuadros y esculturas de piedra, cemento patinado como “Eclipse” (1969), una abstracción de cuerpos humanos sostenida en el aire; o “Paloma”, tallada en algarrobo; hasta los bronces de un “Caballero del apocalipsis II” (1970) y “Homenaje a Kafka”.
En ese recorrido que va desde sus más recientes pinturas en acrílico con predominancia del color, retratos y algún toque surrealista con los esqueletos del mexicano Guadalupe Posadas en “La muerte enamorada de la vida”, se entretejen la Pachamama, las mujeres y los migrantes, La Boca, Caminito, antes de ser un sitio turístico, “La virgen de los cartoneros”, el Holocausto y la espera del ser querido en “El ausente siempre presente”, como homenaje a las Madres.
“Ustedes saben que la vida y la muerte son la misma cosa: con la muerte se cierran las puertas de las sensaciones y las emociones y se abren las puertas del alma. La muerte está enamorada de la vida. No hay una sin otra. Por eso este es un cuadro muy surrealista”, explica acerca de la imagen donde la muerte le regala una rosa a la vida y rememora el culto de los muertos y a Posadas.
En cambio, en “Refugiados”, esparce rostros de migrantes que conoció en sus viajes, entre ellos a la isla de Lesbos (Grecia), que “salen para buscar un horizonte de vida y no lo encuentran”, explica y afirma: “los refugiados son un drama, no solo en Ucrania -aclara y desgrana crítico-, Siria, Libia, Medio Oriente, Palestina”.
Algunas de las pinturas se acercan a los valores cristianos y ecuménicos, tal vez inspirados por su formación franciscana, que lo convoca con mayor fuerza desde los 70 y en su trabajo con el Servicio, Paz y Justicia (Serpaj), por ejemplo, que remiten a esas narraciones gráficas usadas para transmitir la “palabra” evangelizadora pero que, desde la mirada contemporánea de Pérez Esquivel, interpelan realidades de América Latina, su historia, y memorias varias de los pueblos sometidos.
Esas narraciones se asientan también en el homenaje a las mujeres en “Mural de la madre tierra " (2012) -cuyo original está en Curitiba, Brasil-, porque como afirma “las mujeres están haciendo una rebelión cultural extraordinaria, no violenta en el mundo, algo inédito”, dice admirado por este “siglo de las mujeres” como lo define, y tal vez, donde cifra parte de sus esperanzas en la humanidad. Así, su mirada sobre la mujer se vuelca y reivindica en un nuevo trabajo en curso donde retoma “La última cena” de Leonardo da Vinci.
“No creo que en la última cena no hubiera mujeres”, dice trayendo la idea del borramiento de la figura de María Magdalena, por lo cual instala en su obra “a María la Madre y a María Magdalena”, y las acompaña con “apóstoles contemporáneos, gente que caminó conmigo por América Latina, muchos han muerto, la mayoría de los que represento, pero están Angelelli, Jaime Nevares, Perico Pérez Aguirre”, enumera.
¿Por qué retomar esa imagen de la última cena? “Hay una esperanza”, explica, “Jesús está compartiendo el pan, no es la muerte (sino) es el compartir el pan y la libertad”.
“Me parece que no tenemos que presentar siempre la tragedia por la tragedia, sino que a pesar de ella también existe la esperanza de que ´otro mundo es posible´ -repite el lema del Foro Social Mundial de Porto Alegre en el que participó-. Si no, no estaríamos trabajando. Si nos quedamos en la tragedia, en la existencia de que todo está perdido, no hay posibilidad de cambio”, reflexiona. Y agrega: “Si nosotros tenemos la capacidad de unirnos, de construir, de mirar la vida desde otro lugar a pesar de la tragedia, es posible”.
Sus obras también lo llevan a explorar la intimidad del retrato como el de su esposa Amanda Guerreño, su compañera de vida -la compositora que estrena su ópera ‘La mujer sin nombre’ en el CCK el 9 de julio- y está presente en una de sus grandes telas, “Resurrección”, una copia del original y parte del conjunto de esos 15 paños del “Vía Crucis latinoamericano” (1992) que conmemoran los 500 años de la conquista, encargados al artista en el marco de la Conferencia Episcopal Alemana.
Allí está “la historia de América, los conquistadores que masacraron a las poblaciones originarias, Cristo, las marchas campesinas, Tupac Amaru, la Virgen, los chicos de la calle, Monseñor Romero, Chico Mendez, Angelelli, Las Madres, los sembradores del maíz y la Pachamama, la ruina de Machu Picchu como símbolo de América -la tragedia pero también la resurrección de los pueblos-, la contaminación, la puerta del sol en Tiahuanaco, una machi con el kultrún”, enumera y detalla risueño y agrega que “en los murales por lo general está Amanda”.
Organizada con un criterio cronológico por la crítica de arte y periodista Laura Casanovas, se delinea un recorrido por distintos períodos entrelazando expresión artística, la militancia por los derechos humanos y la coyuntura social y estética que marcan la temporalidad de su obra.
Si bien hace 50 años que no expone sus trabajos, están presentes en distintos países europeos como el Monumento a los Refugiados en la sede de Acnur en Suiza o en Barcelona el homenaje a Gandhi, en Japón, entre otros países. Y en España está el complejo instalado en Combarro, el pueblo de su padre en Galicia, cuya “piedra más liviana pesa 10 toneladas”.
La exposición acerca esa faceta menos visible del trabajo constante y cotidiano del artista galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1980, en plena dictadura cívico militar, ex-preso político durante 14 meses (1977-1978) que se salvó de ser arrojado al río en uno de los vuelos de la muerte y fue dejado cesante en sus cargos docentes.
Formado en Bellas artes en la Escuela de Educación Artística Manuel Belgrano y en la Universidad de La Plata, con varios doctorados honoris causa, a sus 90 años, continúa su labor docente centrada en los derechos humanos, sin haber perdido de vista lo artístico, según afirma.
“Quiero contar la historia de América Latina. Primero soy artista, después militante. Las dos cosas se funden, todo mi arte tiene que ver con la vida, con lo que realizo y creo que eso es importante”, afirma en el texto curatorial.
Como búsqueda expresiva de lo que quiere comunicar, porque lo didáctico es una de sus características, están los dibujos realizados en Iraq.
En “Bagdad” (2001), retrata a Ayamira, la madre que pierde a sus hijos, porque fue un observador de la destrucción de un refugio con 600 niños que, según los medios, tenía otro destino bombardeado por la Otan. Las imágenes aparecieron en vez de las palabras en esta oportunidad. Pero esa sombra remite a esa otra tragedia, la de Hiroshima que relata en su libro “La otra mirada” (2021).
¿Cómo encara estas vivencias? “A veces lo resuelvo con dibujos y otras escribo. La escritura, la plástica, el dibujo, para mí es todo un lenguaje. No hago diferencias. A veces me viene más dibujarlo como esta cuestión de los niños se visualiza de otra manera y otras veces tengo la necesidad de escribir”, explica.
La obra plástica de Pérez Esquivel “no es un reflejo de sus preocupaciones”, señala la curadora, sino que “se autonomiza y habla por sí misma en esa imbricación entre el lenguaje visual y su compromiso con temas de la humanidad”.
Entre las temáticas están sus recuerdos de “Candombe” (2017) de su infancia en San Telmo cuando los vecinos se sentaban en la vereda con su cerveza o grapa a ver bailar a los descendientes de esclavos, los “morenos”, a los que no se les decía “negro”, aclara el artista que aprendió de su abuela materna Eugenia la sabiduría de su ascendencia guaraní.
También aparece su interés por las aglomeraciones urbanas en volúmenes que cobran presencia en sus tintas más tempranas como “Espacio porteño” (1950) o la “Metamorfosis del conductor” (1970) o el “Viaje en colectivo (1970), una amalgama de cuerpos; y las xilografías marcan un momento interesante con “Hiroshima” (1981), o “Perón o muerte” y “Dale flaco” de 1980.
*La muestra podrá visitarse hasta el 16 de octubre, en Avenida Del Libertador 17426, Béccar, San Isidro, de miércoles a sábados de 11 a 19, y los domingos de 10 a 18.
Fuente: Télam
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