Desde hace tiempo, la documentalista Alejandra Perdomo viene trabajando en sus películas con temáticas sociales complejas vinculadas con la vulneración de derechos y distintos tipos de violencia que se ejercen sobre los cuerpos. En Nacidos vivos (2014), había abordado el robo y el tráfico ilegal de bebés recién nacidos y la búsqueda de identidad de las víctimas, y en Cada 30 horas (2016) puso el foco en la violencia de género y los femicidios. Su nuevo documental, La reparación, que se estrenó días atrás en el Cine Gaumont y se puede ver también en El Cultural San Martín, continúa esa línea hacia un punto aún más frágil: el abuso sexual en las infancias y adolescencias, un tema que la sociedad se rehúsa a ver, y muchas veces elige ignorar, pese a la condena unánime que merece.
A lo largo de poco más de una hora, Perdomo articula los testimonios de sobrevivientes, colectivos y especialistas en un relato que, como lo indica su título, escucha el proceso interno de las víctimas y a su vez pone el peso en el rol de la justicia, muchas veces ajena al dolor en su funcionamiento y guiada por una concepción patriarcal. “En definitiva son las y los sobrevivientes los que encauzan las acciones, no viene de la mano de quienes deberían estar trabajando”, le dice la directora a Infobae Cultura, poniendo como ejemplo la ley que impulsó Roberto Piazza contra la prescripción de las denuncias de abuso de menores, un delito que en el 85% de los casos se produce en el ámbito intrafamiliar.
Además del diseñador de alta costura, se muestran frente a cámara otros sobrevivientes en casos de cierta repercusión como los abusos en el Instituto Provolo o la corrupción de menores por la que terminó en prisión el ex líder de El Otro Yo, Cristian Aldana. También prestan su voz la escritora y psicóloga Vinka Jackson, abusada en su infancia, y la psicoanalista y docente universitaria Eva Giberti, creadora del Programa Las Víctimas contra las Violencias (Línea 137). A través de los colectivos Yo sí te creo y Arda, también cobra presencia en el documental la lucha feminista, clave para la desnaturalización del abuso y la violencia contra niños.
–Este último trabajo conecta con los anteriores, que también abordan la violencia sobre los cuerpos y la vulneración de derechos, aunque el tema es más frágil. ¿Cómo lo encaraste?
–Las violencias están muy conectadas entre sí, sobre todo este tipo de violencias machistas contra mujeres, niños, niñas y diversidades. Como siempre digo, es una relación asimétrica de poder, de quién puede claramente ejercer violencia, sobre todo con las niñeces. Si bien todas las violencias son perversas, en este caso quizás es mayor, porque a veces esos niños y esas niñas no pueden detectar el grado de violencia que están sufriendo, mucho menos si es dentro del círculo familiar y de cuidados de esas criaturas. Por eso la necesidad de hablar de estos temas que cuesta mucho abordar. Cuando iba comentando la idea de hacer este último documental muchas personas me preguntaban por qué este tema, y yo les decía por qué no. Hay mucha resistencia social para abordar este tipo de temáticas por lo doloroso y por lo complejo, pero también por lo silenciado. Entonces hablemos de lo que no se quiere hablar.
–Y tampoco se quiere escuchar…
–Lo interesante es que mucha gente cree que esto es algo lejano que le ocurre a otro, que es una violencia que ni siquiera puede rozarle. Y lo llamativo es que cuando empezás a hablar del tema y generás el momento de la escucha te encontrás con personas muy cercanas que conocés de años y que te empiezan a contar que en algún momento de su vida sufrieron algún abuso. Si no se abordan estos temas ni se generan los espacios de charla, reflexión y respeto, la gente por vergüenza o por culpa no quiere hablar, por esa mirada que siempre se centra en las víctimas y no en los agresores.
–El documental corre el eje hacia el rol de la justicia, que muchas veces replica esa mirada patriarcal. ¿No hubo avances en el tratamiento de estos casos?
–Tenemos una justicia que viene trabajando durante muchos años sin perspectiva de género ni de derechos humanos, por eso vemos que siempre es la víctima la que tiene que proveer las pruebas, la que tiene que contar y detallar una y mil veces cómo fue el contexto y demás, como si estuviera mintiendo. Esto es algo que se ve no solo en la violencia contra las infancias sino también en la violencia contra las mujeres y otras en general. Las leyes vienen durante siglos hechas por los hombres y recién ahora se está hablando de una cultura igualitaria. Es muy reciente el acceso de las mujeres a esos espacios, entonces cuesta el tema del reconocimiento y que se consideren veraces las voces de las mujeres y las niñeces.
Con mi película anterior, Cada 30 minutos, me han invitado de ministerios públicos fiscales, colegios públicos de abogados y magistrados y ahí tuve la oportunidad de conocer a jueces y juezas de otras generaciones, con otra mentalidad, que se forman y trabajan muchísimo en defensa de los derechos de las mujeres y las niñeces. Estamos en camino de un cambio, pero lamentablemente mientras no esté la exigencia de formación para el abordaje con una perspectiva de género, que viene con la Ley Micaela, nos seguiremos encontrando con fallos vergonzosos y con magistrados que ya se deberían haber retirado.
–¿Qué comentarios te acercan desde esos ámbitos?
–Yo siempre lo que trato de generar con mis películas es que el relato venga con absoluta libertad de las personas entrevistadas, y eso te lo agradecen muchísimo. Porque ellos tienen acceso al papel y al expediente frío, pero qué diferente sería si la justicia y los miembros de las demás instituciones que intervienen escucharan directamente a las víctimas. Se vincularían de otra manera. Hay que tratar que de parte de la justicia y de todas las instituciones del estado se brinden herramientas reales, no que se promocionen las líneas telefónicas de denuncia y después las personas, con lo que les cuesta poner en palabras lo que les sucedió, encuentran que denuncian y no pasa nada. Así es que mucha gente desiste en denunciar.
–¿Cuál fue la mayor dificultad que encontraste a la hora de trabajar con estos testimonios?
–Las dificultades vinieron más de mi lado, principalmente cómo encarar a quienes sufrieron abusos para no revictimizarlos, porque son historias muy duras. Son horas de entrevistas las que tengo grabadas, pero desde el proceso del montaje hay que tomar decisiones para no exponer demás. Hay detalles que considero que no son necesarios para graficar lo que vivieron, busqué que la película fuera absolutamente honesta sin caer en lugares comunes o ser efectista, que hubiera sido mucho más fácil. Lo más importante para mí es que los entrevistados cuando vean la película terminada se sientan respetados y que han sido cuidados. Con ellos trato de que todo fluya y los mantengo al tanto porque son procesos largos que generan ansiedad. Terminamos de filmar justo antes de la pandemia y luego el encierro nos imposibilitó juntarnos para hacer el montaje de la manera en que lo quería hacer. Después vino el proceso de conseguir las pantallas donde exhibir la película, en un momento donde la cultura está atravesando un momento más duro de lo habitual.
–Varios de los casos que aparecen en el documental cobraron visibilidad pública y tuvieron una repercusión mediática. ¿Qué es lo que puede aportar el cine documental en el tratamiento de estos mismos temas?
–Es una ventana más para contribuir en la eliminación de las violencias, con otros tiempos y otras maneras. Todas las personas que participan en la película contaron la historia de su abuso en los medios de comunicación, pero esas historias nos atraviesan desde otro lugar. No es lo mismo una entrevista hecha en lo inmediato en la tele que generar un espacio y un tiempo mayor para la reflexión como el que posibilita el cine documental, tomarse el tiempo de ir al cine y escuchar y ver durante más de una hora todos estos relatos juntos. También te permite llegar más allá de las salas a otros lugares donde se pueden dar debates, como centros culturales o de salud, clubes, sindicatos, colegios y universidades. Y es distinto a abordarlo desde la ficción con un guion de hierro, saber que son personas que han atravesado realmente eso y comparten su historia y le hacen saber a otras personas que les pasó que no están solas, que pueden atravesar ese laberinto y estar de pie. En ese sentido, más allá de la temática compleja el documental pretende ser esperanzador.
* “La Reparación” se exhibe en la sala 2 de El Cultural San Martín, Sarmiento 1551, este sábado y domingo a las 17. En la función del domingo se realizará un conversatorio con lxs protagonistas.
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