Por qué la guerra de Ucrania no existe en la televisión y unas cuantas películas y libros para pasar el invierno

Una mirada posible sobre cómo los medios tratan el conflicto bélico en Europa del Este. Además, una serie de recomendaciones para pasar una semana con frío polar en nuestra parte del mundo

Una explosión en la torre de televisión, durante la invasión rusa de Ucrania, en Kiev, Ucrania, 1 de marzo de 2022. REUTERS/Carlos Barria

Tal vez conozcan o hayan leído la Tesis sobre el cuento, de Ricardo Piglia, que propone que el cuento es un relato que encierra un relato secreto. En palabras de Piglia: “En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registró esta anécdota: ‘Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida’. La forma clásica del cuento está condensada en el núcleo de ese relato futuro y no escrito. Contra lo previsible y convencional (jugar-perder-suicidarse), la intriga se plantea como una paradoja. La anécdota tiende a desvincular la historia del juego y la historia del suicidio. Esa escisión es clave para definir el carácter doble de la forma del cuento. Primera tesis: un cuento siempre cuenta dos historias”. Una historia en la superficie, una narración oculta. Posiblemente esta máxima literaria se aplique a otros órdenes del discurso.

Se dirá que en las últimas décadas la sociedad al natural discutió sobre tópicos que en el pasado sólo pertenecían a las cátedras universitarias de semiología y mucho se aprendió acerca de los discursos de los medios, sobre aquello que se dice y aquello que no (pero que aflora en forma, por lo menos, de incógnita). Pongamos el tratamiento de la cuestión de la guerra. Como todos sabemos, existe una guerra en curso luego de la invasión de Rusia a Ucrania y que amenaza en convertirse en una tercera guerra mundial debido a la intervención directa de la OTAN. Ya lo dicen abiertamente el presidente estadounidense Joe Biden y el papa Francisco y hasta Vladimir Putin.

Sin embargo, pocas imágenes de la guerra como tal han llegado a la opinión pública, lo cual no deja de ser una paradoja en una era exacerbada de la imagen (para llegar a este tipo de imágenes es necesario realizar búsquedas complejas, por ejemplo, en redes sociales como Telegram, que tienen un alto nivel de seguridad para sus usuarios). Al mismo tiempo, el 22 de mayo pasado el gobierno de Ucrania estimaba que había provocado 30 mil bajas en las tropas de invasión rusas. Un número elevadísimo de muertos que no tiene correlato en imágenes (ojo: no se trata de un impulso morboso, sino la constatación de una ausencia respecto a los recursos visuales y tecnológicos con los que cuenta la sociedad actual). Por el contrario, abundan imágenes de refugiados, niños, edificios destruidos, calles vacías, hospitales de campaña. En esta narración iconográfica quizás resida una historia oculta.

En la pantalla aparece un mensaje que dice "Hay sangre en sus manos de miles de ucranianos y cientos de sus hijos asesinados. La televisión y el gobierno mienten - Di no a la guerra" en medio de un hackeo de televisores en Rusia, en el Oblast de Moscú, Rusia. 9 de mayo de 2022. Imagen obtenida por REUTERS.

“¿Qué es lo que no se está volcando en imágenes? Una pregunta que es paradójica ya que sólo surge al no poder nosotros ver y la respuesta es una incógnita”, dice a Infobae Cultura el ensayista Eduardo Grüner, una de las voces más potentes del campo intelectual. “Maurice Merleau Ponty decía, en un contexto como el que conversamos, que esas ausencias no son una mera omisión, sino una invisibilidad determinada”.

Muchas veces se señala que no se muestran esas imágenes para proteger la sensibilidad del público.

–Es un argumento hipócrita. Se ven los actos de violencia y los asesinatos más repugnantes en las noticias, sin embargo en un tema de gran importancia geopolítica se aduce cierto pudor. No termina de cerrar. Lo que no se muestra es parte de la propaganda tanto como lo que se muestra con determinación.

La Segunda Guerra Mundial tuvo, por parte del Departamento de Estado de los Estados Unidos y sus Fuerzas Armadas, un impulso completamente diferente y convocó a grandes directores a que fueran a filmar al frente de batalla para elaborar con esos registros películas de propaganda. Los resultados (que incluyen films de –escuchen bien– John Ford, Frank Capra, John Huston, Billy Wilder y George Stevens, entre otros) se pueden apreciar en Five come back, que agrupa a doce producciones de la propaganda de guerra y a tres episodios en los que grandes directores de hoy (Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Guillermo del Toro, Paul Greengrass, Lawrence Kasdan con la narración de Meryl Streep) comentan los logros cinematográficos logrados en el campo de batalla. El documental con los directores de hoy y los doce films de propaganda se pueden ver en Netflix y así apreciar esas obras –aún sabiendo que se trata de films de propaganda.

Documental de tres episodios en los que se relata la historia sobre cómo John Ford, Frank Capra, John Huston, Billy Wilder y George Stevens, entre otros, realizaron doce producciones de la propaganda durante la Segunda Guerra

El modo en que los realizadores preparaban la cámara para registrar el momento de la batalla es una muestra de la proeza técnica a la vez que del ingenio fílmico. En fin, la maestría de unos directores que habían hecho comedias, dramas y películas de suspenso, entre otras, antes de poner sus cámaras al servicio de sostener el patriotismo con financiamiento estatal. También, claro, fueron estas cámaras las que ingresaron por primera vez a Auschwitz y mostraron el horror del fascismo al mundo entero. Existe el riesgo, claro, de la estetización de la violencia, que Walter Benjamin atribuía al fascismo. ¿Pero se podría decir que, para hablar sobre uno de los mejores films de guerra de toda la historia, la estetización de la violencia en Apocalypse Now!, de Coppola, es fascista? Por cierto que no.

Sin embargo, recuerden esas imágenes rituales atroces y bellas del final del viaje del capitán Willard o el bombardeo con napalm sobre las bases guerrilleras del Vietcong que son de una belleza contundente. Ah, en MUBI acaban de colgar el genial documental sobre la realización de esta película gigantesca. Se llama Hearts of Darkness y fue realizado por Eleanor Coppola, esposa del director, que registró el infierno en que se convirtió la filmación de ese clásico sobre Vietnam. Allí se retrata cómo la adaptación de Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, trasladado a la invasión estadounidense en Vietnam se convirtió en un infierno de 200 días de filmación, con crisis indetenibles, un ataque cardíaco del protagonista Martin Sheen a los 36 años y la llegada del caos en la figura de Marlon Brando, el oscuro Coronel Kurtz. Si pueden, se trata de un documental imperdible, una incursión en los dominios de la demencia cinematográfica, una misión: mírenlo.

Apocalypse Now (1979)

Antes de Vietnam hablábamos acerca de la Segunda Guerra y, en este punto, no se deberían perder de leer el libro El Clan de los Bombarderos, de Malcom Gladwell, que editó Taurus este mes. Con un estilo atrapante desde el primer momento, Gladwell (periodista del New Yorker y host del podcast Revisionist History, además de autor de varios libros de investigación y divulgación histórica) se adentra en la historia del Clan, un grupo de intelectuales y científicos que revestían para el Ejército antes de que la Fuerza Aérea existiera de modo independiente, que creía firmemente en que la guerra aérea podía reducir sustancialmente el costo de vidas si lograban combinar la ciencia del cálculo con la pericia tecnológica que produjera una mira de precisión para no atentar contra la población civil en general, sino dirigirse a centros industriales del enemigo.

La pasión de estos hombres movida por hacer la guerra menos letal tiene un correlato sangriento cuando se pone en práctica. Es que, sin caer en el lugar común del pacifismo, la pregunta que surge es similar a esta: “Un asesino serial que mate a ocho y no a doce víctimas, ¿es entonces menos asesino serial?”. Es decir, dejando de lado las consideraciones políticas que pertenecen a otra discusión, “¿cuán menos horrorosa puede ser la guerra?” o “¿cuán menos guerra puede ser la guerra?’. Los capítulos en los que se narra la invención del napalm son tremendos: un descubrimiento atroz en nombre de la ciencia. Bah, como ha sucedido con frecuencia a lo largo de los tiempos y, para citar otra vez al Walter Benjamin en sus Tesis sobre la filosofía de la historia (quizás el texto breve más intenso del pensamiento del siglo XX): “No existe documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”.

Bien, Benjamin insiste en golpear la puerta. Es que fue testigo de la Primera Guerra Mundial y constató, en su célebre texto Experiencia y pobreza, que los soldados regresaban sin habla desde el frente. Regresaban mudos. No podían transmitir lo que habían vivido. ¿Y qué habían visto? Por ejemplo, se encontraron con que la guerra de la modernidad ya no era la vieja guerra. Se toparon con tractores de artillería gigantescos que tiraban paladas de tierra sobre las trincheras hundiendo en el barro y la asfixia a soldados que morían disparándole a la nada. El gas venenoso. Los lanzallamas. La experiencia instrumental de la muerte conducía al silencio. “Una generación que había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos se encontró indefensa en un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras estaba el mínimo, quebradizo, cuerpo humano”, escribe Benjamin. Y sigue siendo así. ¿Cómo transmitirán hoy la experiencia en el frente los soldados ucranianos y los soldados rusos? Como ante cada guerra, y más si está tiene la perspectiva de ser una Tercera Mundial, conviene preguntarse a qué intereses responden los ejércitos en disputa y si son esos intereses los mismos de los soldados llamados a combatir. Porque, ¿puede una guerra ser menos guerra?

Walter Benjamin

Si bien formalmente llegó el invierno, las temperaturas propias de esta estación ya estaban congelando los hogares (pero no el corazón) desde varios días antes. ¿Qué mejor opción sino atiborrarse de películas y libros que transcurran en las nieves para mirar y leer bajo las frazadas y sentir la fútil consolación de que las verdaderas temperaturas antárticas de esas obras nos permiten la ensoñación de estar en nuestra propia primavera? Consuelo de tontos, podrán decir, pero consuelo al fin.

Empecemos de manera amable con Happy Feet, la historia de Mumble, un pingüino que –como el resto de su especie– debe seducir con su canto a su compañera pingüina, pero que posee una voz horrible, lo que provoca que intente seducir a la pingüina de sus sueños bailando tap. Se puede ver en HBO max.

Doblemos la apuesta para ver a la familia Torrance trasladarse a un hotel en las montañas vacío en invierno y rodeado de nieve. El hotel posee un pasado secreto, homicida, horrible y ese espíritu del pasado termina por poseer a Jack Torrance, un Jack Nicholson desatado, quien decide escarmentar a su esposa y a su hijo Danny, que posee el don de El resplandor que da título a otra obra maestra de Stanley Kubrick, genio por siempre. También está alojada en HBO max.

Jack Nicholson en "El resplandor"

Cierto grupo de personas suele pensar algo como: “Si una cosa puede salir mal, es probable que salga peor”. Así debería haber pensado el equipo de montañistas decidido a alcanzar la cumbre del accidente geográfico más alto del mundo, el monte Everest, que da nombre al film que nos ocupa. Si ya es peligroso subir al Everest, qué peor hacerlo cuando surge una tormenta inesperada. Con un elenco para alquilar balcones (o esquíes), el film se puede apreciar en Netflix.

Si el lector se queja por el frío, debería pensar en el pobre León Trotski, huyendo del destierro en Siberia (el mismísimo Polo Norte) en un trineo conducido por un chofer que insiste en que el vodka es un buen combustible para triunfar en la misión. Qué puede hacer Trotski (es 1907 y faltan diez años para la Revolución de Octubre que, en Rusia, lo tendría como uno de sus líderes) sino asentir. La fuga de Siberia en un trineo de renos fue escrito por el mismo Trotski y lo publicó Siglo XXI este año.

Last but not least, Antártida es el libro firmado por Agustina Larrea y Tomás Balmaceda que indaga en las historias desconocidas del gran continente blanco, el espacio geográfico más peculiar del planeta y el que costó locura y muerte a sus pioneros, a la vez que hoy alberga a científicos que experimentan en las condiciones más extrañas del planeta Tierra. Larrea y Balmaceda cuentan, además, la historia de los perros argentinos que adquirieron características únicas para adaptarse a la región y de quienes no queda más rastro sino las narraciones recogidas en este libro que publicó Ediciones B.

Con esta breve selección, seguro se habrá activado el termostato.

SEGUIR LEYENDO