Con Un bolso lleno de carteras me propuse retratar el entrecruzamiento de lo artístico con lo cotidiano, con una mirada sobre la potencia transformadora del arte cuando lo artístico es necesidad, cuando lo que se dice no podría ser dicho de otra manera. La película retrata un proceso artístico liberándose de la pesadez de lo canónico. Es lo artístico desde lo humano, es el juego transformador e infinito que propone la creación desde la honestidad.
Por supuesto que es una mirada sobre la relación entre una hija y su madre, y es Celia Argüello Rena (bailarina, coreógrafa, docente) adentrándose a bucear en una creciente montaña de objetos en el intento de rescatar a su madre, Noemí, de la acumulación compulsiva. Los vínculos humanos son el cohesionante principal de los hechos de la película. Juan Pablo Gómez es el socio artístico de Celia en el Proyecto Diógenes, una experiencia multidisciplinaria que se propone indagar sobre el síndrome de los acumuladores compulsivos. Él se erige como acompañante, sostén, guía y amigo para todo lo que necesite. La búsqueda de los protagonistas, Celia y Juan Pablo, sería imposible de comprender si no lo pensamos desde el corazón. La fortaleza de los vínculos humanos entrelazados con el amor por el hacer quedan resonando en el espectador proyectándose como una manera de comprender la vida.
La poesía del caos
En la acumulación compulsiva se presentan imágenes poéticas que a todos nos resuenan. Hay cierta fascinación que nos compele a detenernos a mirar, analizar, tratar de entender. Son imágenes que dialogan con nuestras experiencias pasadas, conexiones que podemos relacionar con la experiencia artística.
El nombre de la película es un ejemplo de esto: ese bolso lleno de carteras efectivamente existió, y fue un antiguo bolso de viaje de cuero marrón lleno de carteras de los más variados diseños, carteras de charol rojo, cuero negro, color crema, de mano, de cinta… Esa es una imagen dinámica de la compulsión del guardar, guardar los objetos de guardar dentro de otro objeto de guardar, es una proyección al infinito, es una mamuschka de objetos donde uno puede inferir la angustia y la soledad de la persona que ejecutó la obra. Un bolso lleno de carteras es llegar a descubrir ese punto y desandarlo desde el amor.
Desde un principio tuve claro que no queria que esta película fuera un documental sobre “una acumuladora”, aunque la acumulación es un tema latente y que atraviesa toda la narración en más de un sentido. A nivel estético elegí apropiarme de este concepto para pensar y construir la película desde ahí. El acumulador construye a partir del agrupamiento de objetos de los más diversos orígenes, formas, colores. Si uno se acerca a ver la acumulación en detalle deja de ver un gran caos y lo empieza a ver de otra manera.
Son objetos agrupados con una lógica misteriosa (un alambre junto a un capuchón de plástico, una moneda, un caracol, una foto familiar, un almanaque de siete años atrás, una manzana disecada, unos cristales sanadores), o también algo distinto en el ordenamiento, cierta idea de privilegiar la posición de algún objeto por sobre otros en lo que podría ser una construcción totémica. La traslación de estas operaciones a lo cinematográfico fue la decisión de construir la película a partir de materiales audiovisuales de los más variados orígenes: una idea rectora que se soportaba también en la necesidad de poder acceder a ciertos niveles de intimidad de los personajes que hubiesen sido imposibles de lograr con un equipo de filmación tradicional.
La lógica del acumulador en las imágenes
El uso de una handycam hogareña fue vital en este sentido. Le dimos esta cámara a Celia para que registrara sus visitas a la casa de su madre con el único lineamiento de que registre escenas de su cotidiano. Como director yo no tenía ningún tipo de control sobre lo que se registraba, porque fue entregarle la cámara a la protagonista y esperar que la cámara volviera unas semanas después, y recién ahí ver lo que se había registrado. Comenzaba el ejercicio de ver qué pepitas podíamos encontrar. Ciertamente hubo grandes logros: la escena en que Noemí, madre de Celia, filma a su hija haciendo una performance entremezclada en una gran pila de ropa es muy emocionante y de gran valor narrativo para la película. El trabajo con el montajista Andrés Tambornino fue construir narrativa a partir de los pequeños fragmentos de estos registros de video casero, porque la lógica de registro era muy distinta a una lógica cinematográfica, ya que en el trabajo tuvimos que encontrar nuevas lógicas para organizar y cohesionar esos materiales.
La película exigió mucho compromiso y exposición por parte de Celia. Acompañarla en este proceso implicaba moverse por terrenos no del todo firmes, tanto para Juan Pablo como para todos los que estuvimos involucrados tratando de acompañar desde un lugar de respeto y cuidado, tanto a Celia como a Noemí.
Usar las cosas para otra cosa
La escena final, el llamado por zoom con Celia surgió casi por casualidad. Hacía tiempo que no nos veíamos, porque yo había estado trabajando mucho tiempo en el montaje. El llamado era para cuestiones organizativas de un próximo rodaje y un poco ponernos al día sobre en qué estábamos. Durante la charla sentí que esa conversación tenía que ser grabada, y puse a grabar en un programa de la computadora, sin avisar, para no alterar la escena, y sin saber efectivamente que la charla se estuviera grabando (porque estas cosas pueden fallar). Sin cámaras documentales mediante, surgió esa escena increíble, con una emocionalidad y sinceramiento que difícilmente se hubiera podido registrar de otra manera. Cuando cortamos pude comprobar que afortunadamente estaba todo registrado, la llamé a Celia y le avisé que había grabado. Ya no hizo falta esa última jornada.
Creo que fue el final perfecto para el documental: la premisa de narrar más allá del formato de registro, porque lo más importante era ser fieles al compromiso de lo que la película necesitaba, era la intuición correcta. Y respondía a esta lógica del acumulador, de usar las cosas para otra cosa diferente de para las que se pensaron, siguió funcionando y dando frutos. Hoy en día en la narrativa documental es insuficiente decir que uno “filma” una película, porque uno la construye, la elabora, hay infinidad de recursos más allá del registro con una cámara cinematográfica. Lo importante es estar atentos a lo que la película nos pide.
* Un bolso lleno de carteras se proyecta en El Cultural San Martín hasta fin de junio. Próximas funciones: sábado 18 y domingo 19 a las 17 hs, y jueves 23 y sábado 25 a las 19. Las entradas se adquieren en Tuentrada.com.
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