Hace veinte años éramos diez jóvenes recién egresados del Conservatorio Nacional. El 27 de Octubre del 2001 estrenamos Open House con dirección de Daniel Veronese.
En ese momento habíamos pensado varias cosas tontas para mostrar en el escenario: hacer playback, hablar al público amplificados por aparatos obsoletos, usar micrófonos que siempre se acoplaban, pegarnos a la pared con cinta adhesiva e interpretar desde ahí monólogos muy tristes. Necesitábamos decir algo aunque fuera solo una vez. La pérdida, la soledad, el abandono siempre fueron temas caros para nostrxs.
Hace veinte años éramos diez intérpretes, un director y un conejo. Por esa época los discursos de la obra resultaban llamativamente extraños en cuerpos tan jóvenes. Quizás en ese momento nuestra teatralidad todavía era novedosa.
En el año 2003 nos fuimos de gira a Europa. Una noche, en el cuarto de un hotel en Bruselas, después de una función en el mítico KUNSTEN FESTIVAL DES ARTS, el director nos propuso hacer la obra para siempre.
Fue como casarse en Las Vegas, diez jóvenes delirantes y hambrientos que dieron el sí: “Esta es una obra que no dejará de hacerse nunca, estaremos acá, en esta sala todos los lunes a las 21 horas. No depende del público, si el público no viene la hacemos igual”.
En este gesto romántico se funda la épica de la obra. Y es en ese momento cuando la obra se convierte en un organismo vivo. Decidimos que ningún actor iba a ser reemplazado. Cuando uno de nosotros se iba había que hacer algo con esa pérdida. Se escribió una nueva versión, se enunciaba, había que hacer algo con esa ausencia.
“Si uno de nosotros decide irse de la obra, la obra continua, pero mutilada: Durante cuatro años estuvo con nosotros Andy -Andy era el conejo-, y hoy ya no está. Porque murió. Aquí la propia obra se hace cargo de la pérdida, no hay posibilidad de ser reemplazado. Así Open irá desapareciendo de a poco, hasta que sólo queden las huellas de las palabras, por ahora no queda otra posibilidad que representarla. Miramos para adelante. ¿Qué hay?, no lo sabemos. Sólo sabemos que Open House tendrá una muerte natural”
Los días pasaron silbando y se nos vinieron encima en forma de años.
El primero en irse, después de Andy, fue El chico del bigote en el 2004 , después la chica de la peluca en el 2006 , la chica del casting en el 2007 y en el 2008 me fui yo, la chica del piano.
Me fui, después de 7 años de funciones ininterrumpidas.
En el 2009 fui a ver la obra para su cumpleaños número 8. A fin de ese año el abandono se hizo imposible de esquivar. Y durante 14 años el cuerpo de la obra entró en un sueño aletargado.
¿ Que significa “para siempre”?
A finales del 2019 nos llamaron del Festival Internacional de Buenos Aires para hacer unas funciones conmemorando los 20 años del estreno, pero antes de dar una respuesta certera necesitábamos traernos de vuelta para despertar aquel viejo cuerpo y ponerlo a prueba.
Hicimos lo que pudimos con un elenco lleno de ausencias. Aun así todo lo que pasó en aquel encuentro fue contundente y emocionante. Cuando terminamos hubo un silencio, de esos que suceden en momentos que son simples pero que te marcan la vida.
Después Veronese dijo : “A mi me sigue emocionando”.
Lo trágico del amor es que uno no puede no amar, así fue como 14 años después de la última función volvimos a escena.
Hoy tenemos la edad que nuestro dramaturgo y director tenía cuando estrenamos la obra.
Tal vez Open House pueda sostenerse en el tiempo por su cargada marca existencial, o tal vez por ese delgado filo entre la ficción y la realidad. No lo sé. Solo puedo decir que la búsqueda de lo genuino está tan presente en la escena como las pérdidas que fuimos sufriendo; hoy ese cuerpo destila el peso de su propia historia.
La obra se despliega como una especie de objeto arqueológico, como el reflejo de un momento de nuestro teatro, de nuestra historia individual y colectiva. Sabemos que hacemos teatro viejo.
En esta época, en donde todo parece estar contaminado por la lógica del supermercado y el descarte, nos gusta la idea de iluminar lo viejo, lo inutil, de exponerlo, darle valor.
Open House es una obra-testigo de nuestros cambios en el mundo.
La escena intenta ofrecer un paisaje posible entre lo poético y lo real, entre lo patético y lo sublime. Siempre, de alguna manera, buscando invocar la energía poderosa y esencialmente conflictiva de la existencia, apelando a la intuición y sensibilidad del espectador. Pero el mundo gira a lo loco y los cambios en él infieren en la apreciación del paisaje.
Cada abandono radicaliza el proyecto. Por cierto, ahora nos abandona nuestro director.
Convirtiendo a la obra en un organismo vivo, nos dimos cuenta que la muerte también era parte del proyecto. Todas las obras mueren, pero intentan ocultarlo. Open House expone su muerte: un cuerpo no reemplaza a otro cuerpo, sino que estamos ahí denunciando la falta, mostrando las arrugas, no hay lifting posible.
Miramos para adelante. ¿Qué hay? ¿En qué nos transformaremos? No lo sabemos. Solo sabemos que Open House tendrá una muerte natural, irá desapareciendo de a poco, hasta que solo queden las huellas de las palabras.
Hoy vovemos a tener la necesidad de decir algo, aunque sea una solo una vez porque la vida es densa y rápida. No hay demasiado tiempo para perder en lo que no sentimos íntimamente.
*Open House, únicas dos funciones, 17 y 24 de junio, a las 20 hs, en el CC 25 de Mayo, av. Triuinvirato 4444. Entradas por Alternativa teatral.
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