Cuando Gabriel Sivak decidió levantar campamento para probar suerte con la música en la bahiana y paradisíaca Arraial d’Ayuda, no imaginaba que la aventura que estaba emprendiendo se iba a extender por dos décadas y media ni que la localidad bahiana sería apenas la primera escala de un viaje que también pasaría por Barcelona antes de echar anclas en París.
Tampoco sabía que lo esperaban diferentes músicas por tocar, un matrimonio, una separación, estudios de composición y musicología en la Sorbona y en el Conservatorio parisino, una sociedad artística y personal con Toquinho que se cristalizó en distintas grabaciones, una nueva pareja, una hija, trabajos como arreglador para diferentes artistas ni que poco a poco se consolidaría como un reconocido y singular compositor de música académica cuyas obras fueron, y son, abordadas por destacados ensambles y solistas.
Menos aún podía proyectar que en 2017 ganaría el premio que otorga la Fondation Banque Populaire y que ahora mismo lo tiene en el estado brasileño de Mato Grosso, donde trabajará sobre la música de las tribus locales, ni que sería seleccionado para hacer una residencia en la prestigiosa Casa de Velázquez, en Madrid. “Era mi sueño desde hace una década”, confiesa el músico, de 43 años, en el lobby del hotel Patagonia, justo donde la avenida Bustillo comienza a serpentear bordeando el Nahuel Huapi. “La última vez que estuve en Bariloche fue para mi viaje de egresados”, dice.
Con su mirada repartida entre el azul del lago Nahuel Huapi y la silueta nevada de las montañas que delinean el horizonte, Sivak recuerda que cuando era chico la ciudad patagónica solía ser un destino de salidas en plan familiar. Esta vez, en cambio, su regreso estuvo enmarcado en la tercera edición del FIMBA (Festival Internacional de Música Bariloche), donde la Orquesta Filarmónica de Río Negro interpretó una de sus más recientes creaciones.
Un largo y sinuoso camino
—¿Cómo nació tu vinculo con la música?
—Mis inicios tienen mucho que ver con la relación que tenía con mi papá. Él tocaba el piano de manera amateur, y en casa había muchos discos de música clásica, Mendelssohn, Chaikovski, Chopin… Como yo lo veía poco, porque trabajaba mucho, cuando volvía por la noche jugaba al dominó con mi vieja, ponía música clásica y yo me tiraba en la alfombra a compartir ese momento. Ahí charlábamos, intercambiábamos y me fui impregnando, hasta que a los 9 años empecé a estudiar piano.
—¿Hubo algún tipo de mandato familiar?
—No. Al contrario. Nunca me bajaron línea. Mi viejo murió cuando yo tenía 11; y si bien eran de alentarme, creo que los dos tenían el típico miedo de que me dedicara a la música y que no pudiera vivir de eso.
—¿Escuchabas solo música clásica o también otras cosas?
—En mi casa se escuchaba mucho tango. De hecho lo toqué muchísimos años y sigo haciendo arreglos, cuando me lo piden. Jazz, un poco menos. También venían muchos artistas. Estuvo Chico Buarque, porque mi viejo era muy amigo de Daniel Viglietti, que llegó a vivir como dos meses en casa. Todo eso fue como una fuente de inspiración muy grande.
—¿Por qué Viglietti vivió en tu casa?
—Viglietti estaba exiliado en Francia, y mi viejo le organizó el recital de su regreso en el Luna Park. Entonces, cuando él venía se quedaba en nuestra casa. Y a través suyo nos visitó gente como Chico Buarque, Mario Benedetti… Con Chico estuvimos pateando penales con mi hermano en el jardín de casa. Yo tenía cuatro o cinco años, así que no tenía la más puta idea de quién era. Años más tarde me enteré de quién era el tipo con el que había estado pateando penales.
Sivak asegura que cuando terminó el secundario ya sabía que quería ser compositor. El cruce con la obra de creadores del siglo XX como Luciano Berio, Luigi Nono y György Ligeti, entre otros, fue un shock que completó el cuadro. “Eran cosas que no había llegado a conocer. En mi casa se escuchaba hasta Bartok, y no se sabía lo que venía después. Como cuando se llega hasta el kilómetro 30 y mas allá no se sabe lo que hay…”
—El terraplanismo musical. Más allá mejor no vamos, a ver si nos caemos…
—Totalmente. Pero de curioso me fui metiendo. Al principio me orientaban a componer en el estilo de Schoenberg, de la Escuela de Viena, y no me reconocía en ese estilo. Sentía que escribiendo así había una parte mía que era falsa. Faltaba una parte mía y necesitaba encontrar esa síntesis. Me parece deshonesto, cuando uno escribe, excluir una parte de la personalidad de uno para complacer dogmas estéticos que, además, están caducos.
—¿Sí?
—Sí, porque no vivimos en Viena en 1950; estamos viviendo en la Argentina en 2022, tuvimos una dictadura militar, yo viví afuera, hay Internet, estamos cerca de una tercera guerra mundial o la estamos merodeando, pasaron las Torres Gemelas… Ya no es aquel mundo, así que no podemos pensar como Anton Webbern. Además, yo exploré en otros géneros que me han enriquecido muchísimo y todo eso tenía que estar en mi trabajo. Entender todo esto me llevó años, porque yo pensaba que no estaba autorizado eso.
—Además, sería como estar negando parte…
—¡De mi propia historia! Sí, porque para mí llegar a la casa de Toquinho, último bastión de aquella generación de oro, y escribir una canción con él son cosas que me han marcado muy profundamente. Y todo eso tiene que estar en mi música. Puede ser que en algunas obras no esté, porque uno escribe un poco en función de cada proyecto y ahí voy tratando de escucharme y ver qué es lo que necesito decir. Pero no pueden desaparecer.
—En Descaminos, precisamente, hay un fuerte componente de lo llamado “contemporáneo”, pero también retoma elementos de períodos musicales anteriores.
—Sí. Combino elementos de la vanguardia con algunos momentos en los que me permito que haya cierto lirismo que pueda referir a una cuestión, entre comillas, neoclásica. Pero llevada de una manera sobria. Todo lo que uno va viviendo va quedando en el inconsciente. Y siempre estoy tratando de reunir un poco de eso.
El oficio de componer sin traicionarse
—¿Para qué componés? ¿Qué parte de vos satisface la composición?
—Para mí, desde chico, es una manera de conectarme con el inconsciente y largar una parte de mí que es completamente irracional. Escribir música me hace ir por caminos inexplorados que están dentro mío y que por ahí no los tengo tan claros.
—¿Y cómo se hace para satisfacer a quien te hace un encargo sin renunciar a lo que vos querés decir?
—A mí me pasó que los primeros encargos que empecé a tener, que fueron por el 2009 o 2010, eran todos para la voz. Confieso que la voz lírica no era lo que mas me atraía, pero la curiosidad me hizo preguntarme si podía hacerlo. Era como un desafío interno, y ahora me encanta. Se abrió como una paleta más, y me di cuenta de que cuando uno acepta esos desafíos que a veces pueden parecer algo peligrosos, encuentra recursos que uno ni imaginaba que tenía.
Eso también te obliga a ir a bibliotecas, a encontrarte con gente… Pero al final, aunque escribas una obra electroacústica, una obra para orquestas, una obra para coro de niños o una canción de música popular con Toquinho, siempre la personalidad de uno va a aparecer.
—¿Qué es lo que compone: la cabeza, el corazón o la mano con el lápiz sobre el papel?
—Es una mezcla de los tres. Hay un momento en el que creo que uno tiene que tomar distancia y alejarse del piano para que las obras puedan respirar más, que haya más silencios, más momentos… En el piano uno está buscando siempre los acordes o las notas lindas, pero cuando te alejás e imaginás el sonido vas encontrando un camino en el cual la música toma una dimensión mucho más amplia.
—¿Cómo fue tu adaptación al universo musical de Francia?
—Me llevó bastante tiempo, pero me fueron llegando encargos y tubo instancias importantes, como cuando recibí el premio de la Fondation Banque Populaire, y ahora la Casa Velázquez, que hicieron que todo fluyera de manera bastante natural.
Del Amazonas a Madrid
A esta altura, Sivak ya cumplió con dos de los tres proyectos propuestos para la Foundation. El primero consistió en un una serie de obras corales reunidas en el álbum La Patience; el segundo fue una instalación sobre la imprenta y ahora se encamina hacia la concreción del tercero.
“Cuando terminé la Suite Capoeira, que está inspirada en rítmicas del Brasil, me propuse ir más lejos. Pero al investigar las músicas de las tribus del Amazonas me di cuenta de que no tenían nada que ver con la música popular, y ahí se me abrió otra puerta”, sintetiza Sivak.
Entonces, el músico habla del boicot que sufre esa región, de los incendios, la deforestación y de Bolsonaro, y también de la evangelización de los portugueses, las pestes, la creación del Parque Xingú para preservar las etnias originarias y de los descubrimientos que fue haciendo y se convirtieron en su fuente de inspiración.
—¿Qué sabes que va a pasar, que te imaginas que va a pasar y qué te gustaría que pase con tu experiencia en el Amazonas?
—Saber, solo sé que me van a recibir los indios Kuikuros; imagino que mi viaje va a ir por el contacto con la naturaleza e imagino una música muy generosa construida con muchas texturas, y no una cosa descriptiva a lo Bartok, en la cual limite el sonido los indios; y me gustaría darle una dimensión un poco política al trabajo.
—Tu propuesta me lleva a pensar en el cuestionamiento, actualmente de moda, de lo que algunos llaman “apropiación cultural”. Como si la simple interacción no nos expusiera a un intercambio constante. ¿Lo tenés en cuenta?
—En una charla con el historiador Serge Gruzinski, yo decía que con dos clics uno puede escuchar la música de los indios Kuikuros o de la Isla de Bali, pero que no todo el mundo es Béla Bartok ni tiene la capacidad de decodificar esa información para hacer algo interesante con eso. Creo que uno tiene que quedarse en un cierto nivel de abstracción. No ir grabarlo y reproducirlo; no es algo que me interese. Después, hay un cierto grado de imprevisibilidad, que creo que es lo que más me interesa.
En la hoja de ruta de Sivak, a su experiencia amazónica le seguirá un año de residencia en la Casa de Velázquez, junto con la Villa Médicis romana, “los dos lugares de residencia de compositores más reconocidos y anhelados”. Seleccionado como el único compositor, entre más 300 postulantes, para aplicar eligió proponer la que será su primera ópera, cuya temática prefiere no revelar.
A cambio, hace foco en su relación con la Argentina y valora el estreno de su obra Descaminos como una señal de la conexión que mantiene con la escena local. También recuerda haber estado tiempo atrás haciendo un concierto en el Teatro Nacional Cervantes, al mismo tiempo que resalta su fanatismo por River como su mayor signo de argentinidad y reconoce seguir de cerca la política nacional, que jugó y juega un rol determinante en su vida.
La conexión argentina, entre la tragedia y la felicidad
Hijo de Jorge Sivak, un renombrado abogado, empresario y banquero identificado políticamente con el marxismo y la idea de la revolución, Gabriel vivió una infancia marcada por el secuestro y asesinato de su tío Osvaldo y el suicidio de su padre, ocurrido en 1990, cuando él tenía tan solo 11 años y su hermano Martín tenía 15. A propósito de aquel episodio, en 2017 Martín -periodista y escritor- publicó el libro El salto de papá.
—En alguna entrevista, tu hermano reconoció que el libro le sirvió para saldar alguna cuenta con su pasado. ¿Qué lugar ocupan esos hechos en tu música? ¿Te sirvió o sirve para exorcizar algo de aquello que viviste?
—Creo que todo lo que viví está implícito en buena parte de mi música, de alguna manera abstracta. Creo que la música me ayudó mucho a canalizar toda esa historia, que da para hacer una ópera. Por eso, reconozco una cosa medio torturada y melancólica en algunas piezas que compuse cuando era más joven. Pero si bien nuestras vidas, la de Martín y la mía, están marcadas por la doble tragedia que vivimos, siento que hasta ahora he tenido una vida muy linda, y hoy ya no me siento tan identificado con la tragedia. Cuando vengo acá la gente siempre me recuerda eso, y no tengo problema… Tengo 20 años de psicoanálisis.
Con el libro de Martín me impliqué mucho y eso me ayudó a superar algunas cosas mías. Entonces, si bien la tragedia marcó mi vida, aprendí a ser feliz sin sentirme culpable. Hubo un momento, cuando conocí a mi segunda mujer, que me ayudó mucho a hacer un clic, y no reniego para nada de la historia argentina. Mi vida no se limita al drama, porque viví cosas y experiencias fantásticas.
—¿Te quedan algunas preguntas sin respuesta?
—No. Siento que ya las encontré. Tengo muy claro dentro de mi cabeza lo que pasó. Y tal vez tuve la madurez como para ir viendo por qué estaba pasando lo que estaba pasando y otras cosas las fui deduciendo con el paso del tiempo, los años de introspección y de intercambios. Yo soy un grupo de células de mi papá, entonces hay cosas que me pasan a mí que reconozco que pudieron haberle pasado a él.
—¿A qué nivel?
—Hay un aspecto en el que somos parecidos. Mi viejo era medio loco, medio aventurero… Pero le faltaba poner un poco los pies en la tierra. A veces siento que tengo un estilo de arriesgarme, de ir al frente, que es bastante parecido al suyo. Pero yo soy más terrenal. Eso me ayuda mucho.
Hubo dos grandes partes en la vida de mi viejo. La del hombre que batalló, inclusive antes de que yo naciera. Él ya había estado preso durante la dictadura de Lanusse… Es un hombre que luchó toda su vida; luchó para encontrar a su hermano. Eso fue un gran modelo para mí. Y fue un no modelo cuando, en el final de su vida, se quebró y ya no pudo más. O sea que es un doble modelo, del cual es mejor tomar la primera parte que la última.
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