Los meses de aislamiento en 2020 afectaron la rutina y para el mundo de la cultura en general, esos días significaron la interrupción de proyectos en curso, la pérdida de trabajo o una reformulación adaptada a los hogares, con mayor incertidumbre. Casi de inmediato hubo una fuerte necesidad de expresar el nuevo estado de cosas, y desde el cine el espacio doméstico se convirtió en territorio fértil de exploración. Uno de los primeros ejemplos fue Lejano interior, de Mariano Llinás, una especie de diario íntimo que vuelve extraña la mirada sobre los objetos más próximos. El más reciente es Apuntes desde el encierro, de Franca González, un ensayo documental que se estrenó a fines de marzo en el Festival de Málaga y que puede verse ahora en El Cultural San Martín y desde el jueves 16 en el Complejo Gaumont (también estará disponible en Cine.ar).
La película de González, quien se caracterizó en los últimos años por documentar historias que echan su raíz en sitios alejados del radar urbano, toma una aproximación similar al diario de Llinás aunque lleva la curiosidad un poco más allá. Incluye también las postales de cuarentena enviadas por seres queridos y, sobre todo, instala una mirada de voyeur sobre los movimientos de vecinos. Un acto que le permite asegurarse pruebas ineluctables de vida ante el temor y la angustia del encierro. “Esa cosa voyeurística nos tocó un poco a todos. Una vez que decidí que esto se transformara en una película, por una cuestión moral y de principios busqué a cada uno de mis vecinos para pedirles la autorización para usar esas imágenes”, aclara la directora, en diálogo con Infobae Cultura.
Esa instancia de contacto con sus vecinos le devolvió a González una reflexión sobre estos registros: “Los que estaban juntos tal vez ya no lo están o se mudaron. Incluso me pasó de contactar a una chica que por una transición había cambiado su nombre. Esas imágenes de lo real que podemos ver en el documental están cambiando todo el tiempo”. En ese sentido, la observación de lo pequeño que la documentalista pone en práctica –inspirada por el cineasta y escritor alemán Alexander Kluge– avanza sin detenerse demasiado en cada imagen, sino lo necesario para arrancarlas del tiempo desgarrado y ponerlas a salvo en un relato que las interpela.
–Como documentalista, este trabajo trae algunas novedades respecto de los anteriores, donde te desplazabas a un entorno cercano a la naturaleza. ¿Cómo te lo planteaste aquí?
– Una de las condiciones que impuso el aislamiento fue que lo que uno tenía para contar debía hacerlo desde la primera persona, porque no podíamos salir a buscar la palabra de los otros, excepto que pudiera llegar a través de la pantalla, como en la película. Hacía bastante que evitaba esa exposición personal en mis trabajos, pero hay cierta justificación desde el punto de vista y el hecho de quedarse adentro. También fue un momento de exploración en el que tomé conciencia de que, si bien tengo a disposición por mi trabajo una cámara y una grabadora de sonido, nunca me había puesto a experimentar con las cosas, siempre fue un elemento de trabajo orientado a una búsqueda ya sea de investigación o de rodaje.
Al principio, entonces, fue una pura experimentación y no tenía la menor idea de que eso iba a derivar en una película. Por eso también esa cosa lúdica de convocar a otras personas, de otros lugares del país y del mundo, y que cada cual pudiera acercar imágenes de sus propios encierros sin tener que respetar cuestiones tecnológicas de alta pureza, sino que se expresaran con lo que tuviesen a mano. Mi película anterior (Miró, las huellas del olvido) fue filmada en un formato más grande, con cámaras sofisticadas, y tenía ganas de hacer algo más desestructurado, fresco y con mayor libertad. Como documentalista uno a veces se encorseta demasiado. Esta película me dio la libertad absoluta de poder usar, por ejemplo, un mensaje que me mandó mi hermana en una noche de insomnio.
–En ese sentido hay un relato coral que te permite alejarte de la primera persona. El espacio de encierro es más o menos familiar para todos, a diferencia de otros lugares que filmaste.
–Sí, creo que eso le da mucho respiro al documental y genera esa especie de obra colectiva. Llegué a juntar cerca de 200 archivos que me fueron enviando y mi sueño una vez que el documental quede online es poder acompañar la proyección con algún mapa interactivo donde se pueda pinchar los diferentes lugares de donde provinieron esas imágenes y, aunque no hayan quedado en la película, poder acceder a todos esos registros que quedan como testimonio de una época que esperemos no vuelva a repetirse.
–¿Cómo ordenaste todo ese material?
–Armar con eso una línea narrativa me exigió ponerme a construir un relato que también implicaba alejarse de lo que cada uno tuviera para poner en las redes sociales. Fue una época en la que todos mostrábamos lo que nos pasaba en nuestras vidas y desde el cine busqué un relato que superara eso, que pusiera en visibilidad lo invisible, no lo que estaba a la mano de todos. En mis trabajos siempre intento ingresar por los costados, con una mirada más tangencial. No busco lo espectacular sino lo chiquito. Ahí trabajé con Gustavo Fontán en un taller de escritura documental que me sirvió para lo más difícil de cualquier documental que es encontrar la mirada, la línea narrativa que le pueda aportar una diferencia a aquello que era un producto de esos días.
Cuando apenas terminé de armarlo todavía era un trabajo muy en el plano personal, que edité yo misma. Después tomé conciencia de que quería tomarme un tiempo importante para hacer la película lo más profesional posible, poder trabajar el sonido desde una búsqueda muy minuciosa, y para todo eso necesitaba dinero, así que la mandé a varios fondos. Eso le sacó a la película un tiempo que quizás si hubiera salido enseguida el impacto hubiese sido mayor, porque en ese momento todavía no había tantas producciones hechas durante el encierro. Fue una decisión personal no sé si acertada o no, pero me siento orgullosa de haber podido terminarla como yo quería.
–¿Cómo creés que será visto el documental en las salas de cine? Algunas de las imágenes del confinamiento hoy ya nos parecen algo lejanas…
–En el documental nunca se habla de la enfermedad en sí misma, sino que apela a un registro muy íntimo de cómo cada cuál vivió un encierro que tampoco se explica demasiado qué es lo que lo ocasiona. Eso es lo que más me interesaba contar. En cada uno de los lugares donde se vio hasta ahora la película genera cosas muy diferentes y creo que con el tiempo se va a ir resignificando. Todavía estamos en un momento en el cual necesitamos una mayor distancia para tomar conciencia de si eso que realmente creíamos que nos iba a cambiar un poco nos cambió o si sirvió para algo. Esas transformaciones no van a ser tan evidentes desde lo personal, sino que se viene un cambio desde lo filosófico y lo artístico. Nadie salió ileso de eso, hay gente a la que aún le puede costar ver producciones de aquel momento porque la pasaron muy mal o perdieron a seres queridos, y a otros también les va a ayudar poder mirar desde otro lugar esas cosas y pensarlas desde una reflexión más enriquecedora.
–¿Cuál es tu próximo proyecto?
–Estoy terminando un documental sobre Leo Vinci, un escultor muy reconocido cuyas obras están desparramadas por el mundo y por callecitas de Buenos Aires y museos. Es un artista que tiene 91 años y sigue trabajando como un adolescente. Atravesó el siglo XX y parte del XXI con una vitalidad y una fuerza impresionantes y desde un lugar muy comprometido. Es el único miembro que queda vivo del Grupo del Sur, un movimiento que finalmente se acercó a lo que era el Instituto Di Tella. Había empezado a trabajarlo antes de la pandemia y luego se frenó.
*Apuntes desde el encierro. Funciones: Domingo 12 de junio, a las 19hs / Jueves 16 y sábado 18 de junio, a las 19hs / Viernes 24 y domingo 26 de junio, a las 19hs. en el Cultural San Martín (Sarmiento esquina Paraná, CABA).
Estreno en Cine.AR y en el Complejo Gaumont (Av. Rivadavia 1635, CABA) el jueves 16, con funciones a las 19.30 h hasta al miércoles 23 de junio.
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