No es fácil ubicar a Felipe Pigna. Después de algunas combinaciones fallidas por WhatsApp, suena el teléfono una, dos, tres veces y atiende. “Ahora sí”, dice con su voz ya característica, ya inconfundible. No es fácil ubicarlo por estos días. Mayo, junio y julio: meses importantes para la historia argentina. La revolución de Mayo, la Declaración de la Independencia, el Día de la Bandera. Este profesor e historiador argentino, autor de una quincena de libros, muchos de ellos bestsellers, se ríe y dice: “Sí, estoy de turno”. Incluso podría empezar antes, en abril, para extender el período: Malvinas. “Se cumplieron cuarenta años”, acota y asegura que “esto para los medios, es casi como la tiranía de la efemérides donde hay que hablar de determinado tema; yo hablo todo el tiempo sobre estos temas”. Mañana, sábado 11 de junio a las 15 horas, hay una actividad que lo tiene como protagonista. “Es un espectáculo multimedia, podríamos decir”.
El encuentro será en el auditorio de Belgrano y se titula Felipe Pigna busca las huellas de Don Manuel. Va a dibujar en vivo Costhanzo y va a musicalizar Manu Sija. Junto a él va a estar la actriz Magalí Sánchez Alleno, “una especie de periodista curiosa que viaja en el tiempo”. Ambos le contarán al público, sobre todo al infantil, “cómo era aquella Buenos Aires colonial sin Tik Tok ni celular, cómo era la vida de los chicos, la ideas de Belgrano, su vida”. La actividad es para toda la familia y se centrará en Manuel Belgrano, a quien define, en este diálogo telefónico, como “un adelantado a su época: el primero que habló de derechos de género, el primero que habló de ecología y del cuidado del medio ambiente, de no contaminar los ríos, de rotar los cultivos, de promover la industria local, de que la educación sea gratuita y esté a cargo del Estado, cien años antes de la Ley 1420. Uno de los primeros que pensó la Argentina cuando la Argentina todavía no existía”.
Felipe Pigna nació en Mercedes, pasó su infancia en Azul, luego en Córdoba y se recibió de profesor de Historia en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González, en la Ciudad de Buenos Aires. Su primer libro lo escribió a los cuarenta años, en el año 2000. Desde entonces no paró y poco a poco se convirtió en una de las voces más reconocidas por el gran público a la hora de hablar de historia argentina. Ahora, del otro lado del teléfono, comenta que en el espectáculo del sábado “hablaremos de la época, la colonia, la vida de los mujeres, de los varones, la situación de que las niñas no podían ir al colegio en ese momento porque estaban marginadas de la educación”, pero que tendrá a Belgrano en el centro —en 2016 escribió Manuel Belgrano: el hombre del Bicentenario—, “las batallas, la creación de la bandera, las controversias que trajo, que Rivadavia lo reprende, le dice que ha cometido un exceso de patriotismo”.
—Qué palabra. ¿Está en decadencia el patriotismo? ¿Cambió con los años la idea de ser patriótico?
—Es una palabra que por lo menos llama la atención. O suena ingenua, pasada de moda, lo cual es una pena porque el patriotismo es querer a tu país, no significa ser un fanático ni un patriotero, es la defensa de las cosas positivas que tiene tu país. En ese sentido, Belgrano era un patriota tanto en defender lo bueno como en propender a conseguir lo mejor, a tratar de lograr una Patria mejor. Le fue bien y mal, depende los momentos que tomemos. Pero dejó asentado todo un ideario que sigue siendo válido a 200 años de la formulación de esas ideas. Cuando hice la biografía de Belgrano, allá por 2016, tuve una sensación contradictoria: por un lado el asombro y la admiración por una persona tan clarividente que vio el futuro con tanta claridad, y por otro lado la tristeza porque muchas de esas cosas que se planteó hace 200 años siguen sin estar resueltas hoy en día.
—Muchos autores han discutido el término de patria por abierto, porque se puede “elastizar” de forma conservadora o revolucionaria. ¿Cómo lo ves?
—Yo creo que el concepto de tradición, por ejemplo, que está vinculado a la patria, es un concepto que durante mucho tiempo estuvo en manos conservadoras, entendiendo a la tradición como algo patrimonial, como una especie de herencia. Eso ha evolucionado con el tiempo hacia distintas formas: hoy tradición es una palabra que destaca la música, la comida, la poesía, la literatura de un pueblo. En ese sentido, es valioso el concepto de tradición, y también el de patria, en lo que tiene que ver con una cultura determinada, con defender lo nuestro, con priorizar la producción local, ciertos valores tradicionales de la historia, nuestra identidad, pero eso no tiene que ver con sentirnos superiores ni mejores que nadie, eso es un nacionalismo fanático que por lo menos yo no propicio. sino con una identidad local que es válida dentro de otras identidades locales. Creo que eso es lo que hace diferente a un país.
—Recién decías que estás de turno en estos meses. ¿Qué tan importante es abordar las efemérides?
—Me parece muy saludable que hablemos aunque sea con la excusa del calendario. Es fundamental no dejar pasar estas cosas. Y no hacerlo con un ánimo de rencor, porque me parece que hay una mala asociación de la memoria con el rencor. ‘¿Para qué seguimos hablando de esto?’ Bueno, seguimos hablando de esto para curarnos, para superarnos, para mejorar el futuro y el presente. No seguimos hablando de esto con un ánimo rencoroso. Es como cuando vas al psicólogo y obturás temas: no los vas a superar nunca si no los hablás. Los traumas de infancia, lo que sea, son incómodos de hablar muchas veces, pero si no lo hablás no lo vas a superar nunca.
—¿Sos optimista en ese aspecto?
—Bueno, relativamente. Soy argentino, por lo tanto vivo la realidad como vos —dice entre risas; luego retoma—. A mí me interesa promover la memoria y cierta justicia histórica con gente que nos hizo tanto bien. Me parece una lástima que nos olvidemos de personajes como Belgrano, como San Martín, como Güemes, como Sarmiento, como Alberdi, como Rosas, cada uno con sus contradicciones, con sus graves errores y grandes aciertos. Es una pena que no los tengamos más presentes como guía para tomar lo bueno, criticar lo malo, darnos la posibilidad de debatir sin pelearnos, que son dos cosas distintas un debate y una pelea. Eso es algo que nos está faltando mucho en la Argentina: la capacidad de escucha y poder plantear cada uno lo que piensa sin que eso implique un duelo a muerte.
—Hace unos días se armó un breve contrapunto entre Macri y el radicalismo, Gerardo Morales puntualmente, a partir de un comentario sobre la figura de Hipólito Yrigoyen. Como si la historia siempre estuviera volviendo...
—Un comentario muy básico, debo decir. Caracterizar como populista a Yrigoyen, que en general no ha sido caracterizado así aún por la literatura de derecha que seguramente es la más cercana a su mirada... Sí, creo que lo hizo con un afán provocador muy lejano de algún interés histórico, porque no creo que conozca mucho sobre Yrigoyen, que es una figura controversial y fundamental de la historia argentina, que fue el que inauguró de alguna manera llegar al poder por el voto popular. Fue el primer presidente argentino elegido por el voto popular luego de la sanción de la Ley Sáenz Peña. Primero, es un elemento muy interesante. Básicamente le mejoró la vida a las clases medias. El radicalismo era un partido de clase media fundamentalmente, y abrió a cosas muy interesantes como la Reforma Universitaria, la idea de que los hijos de los inmigrantes podían aspirar a recibir un título como mecanismo de ascenso social en una sociedad dinámica como era la Argentina en las décadas del diez, del veinte. Creo que fue una presidencia muy interesante no exenta de contradicciones como la Masacre de la Patagonia y la Semana Trágica que también forman parte de ese momento histórico. Pero creo que ahí se jugó más la interna que un debate histórico porque la respuesta del otro lado tampoco fue muy didáctica. Hubiera sido muy interesante decir quién era Yrigoyen más que ofenderse o seguir el juego de la interna. Una oportunidad perdida por parte del radicalismo para contestar con argumentos históricos más que con una ofensa.
—En ese sentido, ¿creés que la historia se repite constantemente y que vivimos atrapados en un eterno retorno, como suelen decir muchos, o que hay un escenario nuevo siempre?
—Yo creo que estamos en un momento dinámico y muy raro del mundo con un crecimiento de las llamadas nuevas derechas, que de nuevas no tienen nada porque su contenido es un menú peligrosísimo y antiguo: la misoginia, el racismo, el clasismo son elementos de la derecha prefascista y fascista. Eso no tiene nada de nuevo. Decir nuevas derechas es un elogio. Y siempre jugando en el borde de lo democrático. Por otra parte, la crisis profunda de los partidos tradicionales: tanto el peronismo como el radicalismo están sumidos en una crisis interna muy difícil de remontar. No es un fenómeno local esto. Yo vengo de España y el PSOE está en una crisis interna profunda con un avance de la derecha imparable, de VOX, que es un partido indisimulablemente profranquista.
El menú de las las llamadas nuevas derechas, que de nuevas no tienen nada, es peligrosísimo y antiguo: misoginia, racismo, clasismo
—¿Por qué la salida de estas crisis no se da por izquierda?
—Rara vez las salidas de las crisis son por izquierda. La gente tiende a ponerse más conservadora y aunque se pegue un tiro en el pie termina eligiendo opciones que a la larga la van a perjudicar pero que cree que por una cuestión aspiracional o sistémica esos sectores van a manejar mejor la situación. Ya sea porque pertenecen al mundo empresario, porque son ajenos a la política, por todo esto que se viene fomentando muy fuertemente en los medios que es la antipolítica, con todo el peligro que eso significa. Lo digo sin defender para nada a la clase política que ha cometido y comete errores permanentemente y está muy divorciada de lo que le pasa a la gente. Pero la antipolítica es muy peligrosa.
—¿Cómo te llevás con la figura del divulgador, que tiene gran popularidad y a la vez muchas veces suele ser vista con cierto recelo desde la academia?
—Asumo con mucho orgullo el concepto divulgador que algunos lo dicen despreciativamente. A mí me parece que un intelectual tiene la obligación de divulgar. ¿Para qué ha cursado en una universidad pública y el Estado le ha costeado sus estudios si no tiene utilidad pública lo que hace? Josep Fontana, que fue un gran historiador catalán, decía: “Si lo que se descubre en el gabinete no sale de las aulas, para qué sirve”. Si yo me entero que hay un proceso histórico que puede tener otra mirada, que se puede interpretar de otra manera, me parece que es muy bueno que la gente lo conozca. Nadie critica los círculos académicos, lo que implica el mundo académico en su estilo, pero me parece que es muy importante que se conozca lo que está pasando a nivel científico en la matemática, en la filosofía, en la ciencia, en la historia.
—Hace mucho tiempo que difundís la historia entre los chicos. En los últimos años, con la tecnología avasallante, ¿tuviste más dificultades en generar ese lazo?
—No, porque voy mucho a las escuelas. También lo hice con la pandemia con zoom en escuelas primarias. La modalidad que siempre usé fue que los chicos hagan preguntas que iban armando con sus docentes, más que dar una charla. Entonces se dan unos idas y vueltas muy interesantes que van a estar presentes este sábado porque los chicos van a poder hacer preguntas en determinados momentos. Eso me parece súper lindo porque es ir a lo que ellos realmente les interesa.
—En una de sus novelas, el escritor estadounidense Noah Cicero escribe que “no saber de historia era el motivo por el que tantas personas eran tan fáciles de controlar...”
—Es que la historia norteamericana es bastante distinta a cómo la cuentan. Hay un historiador que se llama Howard Zinn que ha escrito un bestseller que ya va por no sé cuántas ediciones, La otra historia de los Estados Unidos, que es muy revelador sobre cómo se ha contado y cómo ha sido la historia. Creo que el americano medio tiene un nivel cultural bastante básico, un profundo desconocimiento de la geografía y de la historia del resto del mundo, siente que no tiene sentido conocer lo que pasa, y eso hace que tenga una visión bastante acotada y claramente conservadora en muchos casos. Pero no creo que sea un fenómeno solo de los Estados Unidos, en todo caso le cabe el beneficio de la soberbia al sentirse la principal potencia del mundo. Eso pasa en muchos lados: el desprecio por la historia, por el pasado, para qué me sirve, la cuestión instrumental. “Prefiero inglés y matemática que sé que me sirven para algo; filosofía e historia son más discutibles”. En realidad, son dos disciplinas que te ayudan a pensar, a tener perspectiva. Si no sabemos de dónde venimos no sabemos a dónde vamos. Hay una discriminación de los saberes desde lo meritocrático y pragmático bastante clara.
La clase política está muy divorciada de lo que le pasa a la gente, pero la antipolítica es muy peligrosa
—¿Pasa lo mismo en Argentina?
—Sí, también. Ocurre también este desprecio por el pasado y el no me acuerdo de lo que pasó ayer. Y algunos lo dicen hasta con orgullo, como si quedara bien no saber y ser un poco frívolo. Me parece que es un peligro eso: básicamente no aprovechar una cosa que tenemos a mano. Volviendo al psicoanálisis: si no vas sanando y no te sirven las experiencias del pasado para mejorar tu presente estás perdiendo una gran oportunidad. Esto nos pasa en el caso argentino muy particularmente porque tropezamos muchas veces con la misma piedra.
—De alguna manera eso explica tu trabajo, ¿no?
—Creo que esto es una pasión. A mí lo que me interesa es que la gente lea historia, no que piense como yo. Eso lo pueden certificar mis 25 años de docencia. Nunca hice un catecismo. Me encantaba detectar en el aula, tanto en la facultad como en la secundaria, gente que piense distinto, gente que elabore un pensamiento propio. Yo creo que la epifanía de la educación, ese momento maravilloso de la educación, es cuando vos lográs que el alumno o la alumna elabore un pensamiento propio. Es un momento mágico. No tiene nada que ver con que repita lo que vos dijiste, más bien al contrario. Hay una mirada tremenda conservadora de la educación donde uno habla y otro anota. Y eso no es la educación sino darle la posibilidad al otro, a partir de ciertos elementos, de poder pensar algo diferente. Eso es la educación. Por eso está en crisis, por eso el aula tradicional está en una profunda crisis.
* “Felipe Pigna busca las huellas de Don Manuel”. Sábado 11 de junio 15 horas en Auditorio Belgrano (Virrey Loreto 2348, CABA). Dibuja Costhanzo, musicaliza Manu Sija y actúa Magalí Sánchez Alleno.
SEGUIR LEYENDO