Llueve en una mañana de otoño. Francisca Valenzuela, una de las grandes apariciones de la música chilena en el siglo XXI, emergente de toda una camada que acompañó los cambios sociales y culturales de su país, creadora de la plataforma Ruidosa que visibilizó toda la escena de mujeres músicas en América Latina, la pianista, cantante y compositora, entra impecable al bar con un traje sastre negro, con el detalle de un parche y un escudo. Está peinada con un rodete tirante que le deja el pelo negro con una perfecta raya al medio. Dos aros grandes y dorados, enmarcan su rostro anguloso. Los ojos pequeños, dos trazos delicados y de color marrón. Anoche se acostó a las tres de la mañana. No se nota. Tiene una energía que salpica y desparrama en su diálogo. Se pide un café con leche y come un pan de chocolate. Puede hablar y comer a la vez. Gesticula con las manos. Se emociona cuando habla de su mundo privado y su habitación de la adolescencia en Santiago de Chile, donde sonaban Violeta Parra, Charly García y Selena. Su educación sentimental está atravesada por lecturas de las poetas Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik, las únicas personas que parecían entenderlas, en esa sociedad chilena clase media y católica, donde era la chica hippie, la gringa.
Su vida es la de una trashumante. Francisca Valenzuela, nació el 17 de marzo de 1987 en San Francisco, Estados Unidos. Hija de madre y padre chilenos, vivió su adolescencia y juventud en Santiago de Chile. Actualmente su base de operaciones se reparte entre Los Ángeles, Chile y México. Viene de participar en Estados Unidos de un tributo a Yoko Ono y en Buenos Aires tocó en el 8M, en un evento dirigido por Lula Bertoldi (Eruca Sativa), y grabó el video de “Abrazándonos”, una bachata en colaboración con Abel Pintos. Está de visita promocional, acompañando el lanzamiento de su nuevo disco Vida tan bonita: once canciones nuevas de un pop confesional que funcionan como un biodrama con escenas de su propia vida. Entre la cultura dance, la balada intimista y el empoderamiento femenino, Francisca puede pasar de cierto estado de gratitud y la efervescencia postpandemia en “Mi último baile” y “Salú”, a las canciones de trinchera con un trazo fino y sensible en “Despierto” y “Castillo de cristal”, que suenan como un guiño a los cambios de su país y el arribo de una nueva generación, en la línea de grupos seminales como Los Prisioneros en los ochenta. En su quinto álbum grabado en Los Ángeles con la producción de Sebastián Kyrs (argentino radicado allí, que trabajó en el último disco de Elvis Costello) hay pop y electrónica, hay un espíritu latinoamericano, hay citas a María Elena Walsh, hay baladas medio tiempo con acento regional, cruzado con las influencias del rock pop de los noventa, el synth pop y hasta los guiños a la cumbia y géneros urbanos como el reggaetón. La fortaleza de sus canciones está en la vulnerabilidad que refleja en sus letras y en la honestidad para dejar al descubierto luz y oscuridad. Eso le da un carácter a su estilo, una fuerza suave, que la define como artista.
-Hay una primera tanda de canciones que aparecieron como adelanto que reflejaban un costado más extrovertido y bailable, mientras que luego compartiste temas más intimistas. “Como la flor”, reflejando otros climas de este nuevo disco.
-Tenía ganas primero de reflejar una trilogía de canciones más extrovertidas, lúdicas, teatrales y que tenían un tono apocalíptico pero divertido. Salieron juntas como adelanto porque encontraba que era bonito compartir canciones que tuvieran un tono pandemia pero muy distinto. Sabía que después de eso quería compartir otras que tuvieran una cosa más íntima, introvertida, y que representaran muy bien este álbum, porque creo que al igual que “Como la flor”, en temas como “Salú”, o “Mi último baile”, son una manera de encontrar la luz en la oscuridad ¿cachai? Eso de que a pesar de la hostilidad y el daño en la vida, las cosas sí pueden salir bien y se puede sobrevivir. Esa analogía de la flor lo representa bien, porque es la transformación, el crecimiento y la evolución. Todo el disco tiene un tono más introspectivo, más confesional.
-En una nota decías que esa flor de la que habla el tema sos vos
-Y somos todos también. La canción nació en la pandemia. Estaba en el piano una noche y estaba pensando y recordando, la primera etapa del estallido social en Chile. De como suceden cosas terribles y, al mismo tiempo, hay cosas bonitas sucediendo. Hay sufrimiento, dificultad, frustración, hay dolor, pero al mismo tiempo hay belleza y verdad y amor y resiliencia, entonces empecé a escribir esta canción con esta analogía de la flor en la cabeza, sobre la humanidad y nuestra necesidad de conectar con el amor, con lo positivo. Ese tipo de discurso a mí me cuesta un montón, pero fue salir un poco de la pandemia y cuando empecé a cantar el coro “como la flor, como la flor”, era como la canción de Selena, y después empecé a pensar ¿qué sentirían Charly y Violeta?, que en el fondo son como mis amigos que me acompañan; y estaba en mi pieza sola con el piano, rodeada de las cosas que me gustan, componiendo y decía: es una canción que en un mundo que se está trizando y duele, quiero homenajear a la fuerza, la resiliencia, la delicadeza, la conexión, el amor.
-¿Estabas en Chile cuando explotó el estallido social?
-Estaba tocando en Viña del Mar.
-La música y las canciones estuvieron muy presentes en esos procesos. ¿Está esa presencia en tu música?
-Sí, la música y las canciones que escribo son confesionales y tienen que ver con lo que vivo. Aparece esa inquietud, esa evidencia, aunque sea sin querer aparece. Es como que está ahí esa pulsión y esa emoción.
-¿Qué rol cumplen las canciones?
-Creo que las canciones y las creaciones de artistas que amo, las que me conmueven, es que son una casa para mí. Cuando conecto con ellas se convierte en un lugar donde puedo ser yo, donde puedo vivir, donde siento que me dan cobijo, no sólo en momentos de tristeza. Es un lugar donde siento que yo existo. Es una sensación grande y abstracta, porque de chiquitita cuando descubres las canciones, o los libros, o las obras que te gustan es raro porque son de personas que aún no conoces, pero sientes que son de una también. Creo que yo hago lo mismo, tengo la necesidad de crear desde ese mismo lugar. Buscás el puente, ser el puente.
-¿Qué artistas te hicieron sentir eso?
-Tengo recuerdos con las Spice Girls, es raro, porque es algo mucho más sensorial y más expresivo. Tengo ese recuerdo de los nueve años y el recuerdo de verlas y sentirme así, de querer ser ellas, que sean mis amigas, una invitación a ser libre, cachai. Pero también lo sentía cuando descubrí a Violeta Parra, o cuando descubrí a Tori Amos. A mí, no solo me formó la música sino la literatura. Cuando descubrí por ejemplo a Pizarnik o Sylvia Plath dije: “no puedo creerlo”
-¿Pensás que esas influencias diversas conformaron tu estilo?
-Uno es muchas cosas. Una puede ser sede de muchas culturas, muchos idiomas, y sí, me interpela la oscuridad y el anhelo, o añoranza de cosas, o personas y situaciones, o la angustia, el sentido de inadecuación, como que la vida está pasando y uno no esta ahí. Entonces, siempre le busco la vuelta y lo solar aparece: la gratitud, la conciencia de lo bueno, el contrapeso. Eso me llevó a escribir una canción como “La fortaleza”. Cuando la escribí no es porque era fuerte sino porque nunca escribí una canción para sentirme bien y valorarme. Me pregunté ¿qué pasa si la escribo? Porque es importante ponerse en la situación que una es parte del mundo. Es como una terapia constante la música. A veces no me doy ni cuenta y después veo que una canción que escribí le da sentido a mí mundo.
-Los Prisioneros fusionaron el baile y el mensaje social en los ochenta. ¿Te sentís parte de esa corriente musical?
-Mi idea es proponer algo distinto, no tiene por qué ser una perspectiva feminista, o confesional, o política. Yo no creo en estar siempre en el piano, o con una guitarra, o con el puño en alto como si fuera Víctor Jara que uno lo ama, pero nunca vamos a ser Víctor Jara. Uno es uno. Entonces hay que ver cómo puedo integrar todas estas cosas que son tan importantes y hacerlas a mí manera. Todo lo que es la escena disidente y ser aliada de ese mundo del baile también fue un aprendizaje y de apertura sensorial de expresión. Todo eso se fue integrando naturalmente a lo que hago en lo visual, en lo musical. El feminismo como herramienta de crecimiento y colectividad, también apareció y me pregunté cómo lo integraba. Pero no todo es tan consciente, es más como una mazamorra que se va cocinando con todos esos elementos.
-En “El último baile” hablás de Violeta Parra. Recordé que Nathy Peluso hizo lo mismo en “Sana sana” citando a Mercedes Sosa. ¿Hay en tu generación esa necesidad de traer esas presencias al hoy?
-Es un tema de reconocimiento. Yo creo que el movimiento feminista o las nuevas generaciones sentimos la admiración y la explicitamos. Eso es algo que socialmente en general y en particular dentro del patriarcado se ha echado a menos. Creo que viene con eso. No solo que me influyeron estas artistas, sino que tiene que ver con una aceptación y celebración de esas íconos por todo lo que son. Incluso hoy en día cobran nuevos significados. Hace poquito me pidieron un trabajo sobre Violeta Parra de la que hice unas adaptaciones musicales y uno revisita las canciones de la maternidad, o revisita la de las causas sociales y ves el nivel no solo de belleza, poesía y maestría, sino que además el nivel de sensibilidad, lucidez, conciencia y perspectiva feminista y humanista. Se mantienen relevantes por eso, por abrir puertas.
-¿Qué expectativas tenías cuando creaste la plataforma Ruidosa, pensabas que iba a abrir puertas y generar cambios para una generación de músicas en América Latina?
-Desde lo personal no me di cuenta de que me sentía súper sola en la escena hasta que hice Ruidosa. De repente, fue como un regalo poder compartir y construir algo colectivo con colegas. Fue increíble. Ruidosa, como otras miles de organizaciones e iniciativas potentes de compañeras y disidencias que hay en América Latina, son colectivos que fortalecen y acompañan en el plano profesional donde se empiezan a generar cambios, transparentar cosas, y cambiar paradigmas. Pero, también, son importantes a nivel emocional porque se empiezan a generar vínculos, se rompen barreras, y eso creo que tiene un impacto en toda la escena musical.
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