El mundo se detuvo por un instante. Solo uno, y siguió girando. La noticia llegó por redes, La Gioconda había sido atacada, una vez más, aunque cuando se confirmó el modo y las nulas consecuencias sobre la obra, los amantes del arte respiraron aliviados. Un tortazo, a fin de cuentas, es lo menos que le sucedió al retrato de Leonardo Da Vinci.
Y no solo es un ataque naif hacia ella, sino en la historia de las atentados contra las grandes obras de la pintura y la escultura. Fue más un paso de comedia, por suerte, para lanzar un mensaje: “Piensen en la tierra, hay gente que está destruyendo la tierra. Todos los artistas piensen en la tierra. Por eso hice eso”, gritó el joven, que se acercó hasta el cuadro en silla de ruedas, en un carril exclusivo que lo colocó justo en frente.
Este no fue el primer ataque realizado a la Mona Lisa, ni la pieza que se encuentra en el Museo del Louvre fue la única obra maestra atacada a lo largo de la historia, como tampoco el ecologismo motivó a los anterires ataques. Venganza, religión, reclamos por una rampa para sillas de ruedas, encono con el artista y la lista sigue, teniendo como víctimas a obras de Miguel Angel, Dalí, Picasso, etc.
Los otros ataques a La Gioconda
Desde 2005, el cuadro se encuentra alojado en el Salón de los Estados, donde tiene una pared para ella sola, junto otras pinturas venecianas notables como Las bodas de Caná de Veronese, separada del público por estrictos protocolos de seguridad, por lo que nadie nota el medio millón de craquelures, pequeñas grietas, que surcan la pintura. Llegó allí tras haber pasado por la Sala Rosa y la sobrecargada Sala Carré, donde estuvo ausente durante dos años tras ser robada el 21 de agosto de 1911, por el italiano Vicenzo Peruggia.
El primero de los atentados fue en 1956, cuando un hombre lanzó ácido al cuadro dañando la parte inferior del mismo y a finales de ese mismo año, un pintor procedente de Bolivia, Ugo Ungaza Villegas, tiró una piedra contra el óleo, lo que también provocó un ligero daño. A partir de allí, se le colocó el “cristal de diamante” protector.
Sin embargo, eso no aquietó el espíritu destructivo de la obra más famosa del mundo. En el ‘74, en un viaje al Museo Nacional de Tokio, una mujer le arrojó pintura roja, como protesta por la ausencia de accesos al museo para personas discapacitadas, y en 2009, una mujer rusa, enfurecida por la denegación de su solicitud de ciudadanía francesa, le arrojó una taza de té de cerámica comprada en la tienda del Louvre.
Otra vez contra Da Vinci
El Cartón de Burlington House es una representación de La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan el Bautista, de entre 1500 y 1505, realizado con tiza negra, albayalde y difumino sobre ocho hojas de papel pegadas, que se conserva en la National Gallery de Londres.
Fue atacada en dos oportunidades. Primero en 1962, cuando un pintor alemán le arrojó un frasco de pintura y luego en 1987, el ex soldado Robert Cambridge (37) protestó “por la situación política, social y económica de Reino Unido” disparándole con una escopeta recortada desde dos metros provocando un importante agujero a la pieza que se camufló con una restauración neutra.
Dos esculturas de Miguel Ángel
Las dos esculturas más reconocidas del arquitecto, escultor y pintor italiano renacentista sufrieron ataques: La Piedad y el David.
Piedad del Vaticano, realizada entre 1498 y 1499, fue vandalizada el 21 de mayo del ‘72, día de Pentescostés, por Laszlo Toth, un geólogo búlgaro residente en Australia, que la golpeó con un martillo en la cara y brazos al grito de “¡Yo soy Jesucristo!”.
La obra fue restaurada gracias a dos copias que se encuentran en Sudámerica: una en Puno, Perú, y la otra en el cementerio de Medellín, Colombia, hacia donde se dirigieron los especialistas de Museos Vaticanos para tomar medidas para la restauración realizada con la reintegración de los fragmentos originales, así como con una pasta hecha de pegamento y polvo de mármol.
Toth fue detenido y estuvo dos años en un hospital psiquiátrico, para luego regresar a Australia. En la actualidad, el conjunto escultórico está protegido por una pared de vidrio a prueba de balas.
Los ataques al David comenzaron en 1504, año en que el artista finalizó la pieza de mármol blanco de 5,17 metros de altura. Aquel año, mientras la trasladaban a la Piazza della Signoria, fue apedreado por jóvenes partidarios de los Médici. En 1527, durante una revuelta popular contra los Médici, le amputaron el brazo izquierdo (reinstalado dos décadas después), y en 1991, un hombre destruyó un dedo del pie izquierdo tras golpearlo con un martillo, que luego fue reconstruido. Como La Piedad, una estructura blindada en su actual hogar, en la Galería de la Academia de Florencia.
Rembrandt por dos
La Ronda de Noche es sin dudas uno de los cuadros más famosos del pintor neerlandés Rembrandt. Pintada entre 1639 y 1642, la pieza que se encuentra en el Rijksmuseum de Ámsterdam, sufrió múltiples ataques.
La más famosa fue la mutilación del siglo XVIII, cuando le cortaron algunas partes para que cupiera en su nueva residencia, y que fue reconstruida el año pasado gracias a la inteligencia artificial.
El 13 de septiembre de 1975, una persona con trastornos mentales la atacó con un cuchillo haciéndole numerosos cortes en zig-zag y si bien la reparación fue exitosa, aún pueden verse las huellas de los tajos. Una década después, un visitante la roció con un spray de ácido. Gracias, a la rápida intervención de los guardias de seguridad y el uso de agua pulverizada se pudo evitar que el daño traspase el barniz. También está protegida detrás de un cristal antibalas.
La Dánae (1636) es una de las nueve obras del artista que acoje el Museo del Hermitage de San Petersburgo, y en 1985 recibió un ataque doble, con un cuchillo y ácido, por lo que quedó práctimente destruída, a tal punto que la que hoy se aprecia es una reconstrucción casi total que tardó 12 años en realizarse por parte de expertos del laboratorio del museo. El responsable fue Bronius Maigys, un lituano soviético también con problemas mentales.
Hans-Joachim BohImann, el destructor serial
Entre 1977 y 2006, el polaco Hans-Joachim BohImann dañó más de 50 cuadros, de renombrados artistas como Rubens, Rembrandt y Durero, provocando un perjurio de unos USD 138 millones y con ácido sulfúrico como principal herramienta.
Hasta 1973, su vida era normal, pero tras ser despedido por una enfermedad psíquica y pasar por una lobotomía, su comportamiento cambió. Sin embargo, en 1977, su esposa muere tras un accidente doméstico y BohImann comienza a desarrollar su comportamiento delictivo, que comenzó con Golden Fish de Paul Klee, en la Kunsthalle de Hamburgo.
Ese mismo año atacó los rostros de los retratos de Martín Lutero y su esposa Katharina von Bora de Lucas Cranach el Viejo (Museo Estatal de Baja Sajonia de Hannover); el cuadro Archiduque Albrecht de Rubens (Düsseldorf); cuatro cuadros en el Palacio de Wilhelmshöhe, entre ellos Jacob bendiciendo al segundo hijo de José y un autorretrato, ambos de Rembrandt, y Noli me tangere de Willem Drost. En poco menos de seis meses, dañó otras 23 pinturas y fue internado en el Hospital Psiquiátrico de Múnich y, tiempo más tarde, en Hamburgo.
El 1 de abril de 1988, su objetivo fueron tres de Alberto Durero en la Alte Pinakothek de Munich: La Virgen de los Dolores (1495-1498), Llanto sobre Cristo muerto (1500-1503) y el Retablo Paumgartner (1498). Solo en estas 3, las pérdidas fueron tasadas en más de USD 35 millones. Tras ser arrestado y recluido en el hospital psiquiátrico, escapa, está prófugo dos años y lo vuelven a atrapar hasta su liberación en 2006.
Un año después, realiza su último golpe: en el Rijksmuseum de Ámsterdam, arrojó combustible para encendedores al Banquete de la Guardia Cívica de Ámsterdam en celebración de la paz de Münster (1648) de Bartholomeus van der Helst y lo enciende. Por suerte, lo llegaron a apagar a tiempo y solo arruinó parte del barniz.
El tiempo de Dalí
Y si las obras famosas son las más buscadas, por supuesto que alguna de Salvador Dalí tenía que estar en la lista. En 1961, dos hombres miraban el Cristo de San Juan de la Cruz (1951) en el Museo Kelvingrove, en Glasgow, cuando uno de ellos, Ninian McGregor, saltó la cinta que los separaba, le arrojó una piedra, que agujereó el lienzo, y después tomó la parte rota para tratar de arrancarla, aumentado más el tamaño.
El trabajo de restauración fue de fibra por fibra, lo que propuso un gran desafío ya que la tela además se replegó tras el desgarro y se perdieron las pinceladas, en un proceso que se usó calor, peso, y otro tapiz de fondo. Por supuesto, si se observa a la pintura in situ las huellas del arreglo están allí.
El Guernica
Quizá sea la obra más conocida de Pablo Picasso la que se encuentra en el Reina Sofía, incluso más que Las señoritas de Avignón, pero ese es otro tema.
Desde 1948 a 1958, la obra viajó a lo largo de Europa, participando de múltiples exposiciones. A partir de ese año, se instaló en el MoMa hasta su traslado definitivo a España en 1981. Durante 1974, con la Guerra de Vietnam como contexto, la habitación que albergaba al Guernica solía reunir manifestantes que se expresaban contra el conflicto bélico. Y algo tenía que salir mal, y salió.
El 28 de febrero, el activista Tony Shafrazi tomó un aerosol de pintura roja y realizó un grafiti: KILL LIES ALL (Mata todas las mentiras). La protesta estaba relacionada con el recurso presentado por el teniente William Calley contra su sentencia condenatoria en el juicio por el asesinato de 22 civiles vietnamitas en la Masacre de My Lai en marzo del ‘68 y que devino en un indulto por parte del entonces presidente Richard Nixon.
Marcando un Rothko
En 1958 Mark Rothko realizó Black on Maroon y en 2012, un activista polaco atacó la pieza de la Tate Modern de Londres con un marcador. En aquella oportunidad, para investigar con qué técnica limpiarlo mejor, los restauradores pintaron una réplica y tardaron nueve meses para identificar el disolvente adecuado para terminar con el grafiti. Esta vez el daño dejó una marca en el original: la pintura utilizada para atacar la obra penetró varias de sus capas y afectó al lienzo.
Un clásico de Eugene Delacroix
En 2013, la obra maestra del francés, La libertad guiando al pueblo (1830), una mujer escribió “AE911″ con marcador en la parte inferior del cuadro, haciendo referencia a Architects & Engineers for 9/11 Truth, una organización estadounidense sin fines de lucro que promueve la teoría de que el World Trade Center fue destruido en una demolición controlada y no por ataques terroristas.
Dos destrucciones que signficaron un beneficio
En 2018 la pieza Niña con globo (Girl With Balloon) de Banksy comenzó a autodestruirse de manera sorpresiva frente al público tras ser subastada por alrededor de USD 1,4 millones en la casa de subastas Sotheby’s. La idea era que quedara hecha jirones, pero el mecanismo falló y quedó a mitad de camino. Eso es lo que se comunicó, al menos.
La campaña de marketing fue exitosa, ya que luego el trabajo del misterioso y millonario artista urbano pasó a llamarse El amor está en la papelera (Love is in the Bin) y volvió a salir a subasta en 2021, cuando asuperó los USD 23 millones.
Otro caso que también tuvo una amplia cobertura mediática fue el de Ecce Homo de Borja, aunque por razones diferentes. En este caso, no se buscó la promoción, más bien el escándalo se produjo por una restauración que salió bastante mal.
El original fue realizado por el profesor español Elías García Martínez, en el santuario de Misericordia de Borja, en Zaragoza, España. Una obra menor, anecdótica si se quiere, sin valor artístico ni económico, solo espiritual para los feligreses, hasta que en 2012 se convirtió en una sensación.
El trabajo encargado a Cecilia Giménez, una aficionada, no una restauradora profesional, que tenía algunos trabajos modestos en otros centros religiosos en su CV, fue tan desastrozo que la pieza pasó a llamarse en redes sociales Ecce Mono y la repercución tan grande que la pequeña iglesia recibió miles de visitantes de todo el mundo, convirtiendo al pueblo en un femónemo turístico.
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