El artista como buscador espiritual, el nuevo libro de Juan Carlos Kreimer, entreteje puentes entre lo que sucede en la actividad creativa —esos momentos en que somos tomados por una inspiración que nos trasciende— y las preguntas fundamentales que nos hacemos en algún momento de nuestras vidas: ¿quién soy?, ¿de donde vengo?, ¿para qué estoy acá?... No es un libro de arte ni de misticismo. Es más que eso: una conexión del arte con la práctica para expandir nuestras percepciones.
Ni en uno ni en otro camino hay reglas fijas. “Son procesos, explica Kreimer, en los que se nos presentan escenarios que pueden o no ser reales, pero que contienen fuertes cargas simbólicas. Está en cada uno tomarlas o dejarlas pasar” . Su hipótesis es que esos “llamados” no provienen del deseo de encontrar algo novedoso, ni de acumular conocimientos, ni de la propia personalidad, o yoes, sino del ser que hay en cada uno. “De ese ser que es cada uno”, recalca.
Estos territorios no son transitables para las ruedas de la investigación científica, la única forma de acceder a ellos es a través de la experiencia propia. Kreimer la llama “vivencia”: “Nada de lo que sucede en esas instancias surge del plano racional, repercute en el plano racional. Solo podemos comprenderlo después de sentirlo. Y para registrar lo que sentimos, necesitamos poner a un lado la lógica y abrirnos al universo, que a menudo se nos presenta sin formas concretas.”
Y recurre a expresiones como predisponernos, ser receptivos, explorar imaginarios, para poner en palabras manifestaciones que emergen en la mente bajo formas abstractas o lenguajes no verbales.
¿Para qué Kreimer desmenuza con la minuciosidad de un entomólogo esas instancias? Lo advierte desde las primeras páginas: (…) “la vida del planeta Tierra y de la especie humana ya está en una zona de peligro. No creo en un apocalípsis, sí en que año a año las condiciones se vuelven más frágiles y fuera de control. Catástrofes ecológicas, cambio climático, sequías, inundaciones, agotamiento de recursos naturales como el agua potable, pandemias, manipulaciones biológicas e informáticas, colapso del sistema capitalista, robotización de los trabajos mecánicos, hambrunas, autocracias… impondrán nuevas ‘normalidades’”. Por su linaje punk Kreimer las engloba como “el no futuro actual”.
Los escenarios que se nos insinúan están lejos de los que vislumbrábamos como formas de progreso. Ante su inminencia la actitud común del artista y del buscador espiritual puede hacer un pequeño aporte. Su capacidad para confiar en lo desconocido, para no dejarse abatir por la incertidumbre ni por el “no saber” y, fundamentalmente, “la conciencia de saberse instrumento de energías que pasan por nosotros, no que nacen en nosotros”.
Esta idea lo lleva a desplazar el centro del universo de la mente humana a “la conciencia de ser solo partes de algo mayor, infinitamente mayor, que se expresa a través de una energía que él llama Vida o Existencia”.
Kreimer pone mucho cuidado en no encapsularla bajo los rótulos, relatos ni imágenes como los que emplean las religiones. Cuando habla de arte no se refiere a la obra final sino lo que le ocurre al artista durante la producción de la misma y a lo que la obra detona, más allá de lo explícito, en quien la recibe. Ese mensaje inexplicable es lo que vuelve arte a la expresión, independientemente de los cánones estéticos vigentes.
Y cuando a falta de mejor término, usa la palabra “espiritualidad” no se refiere a nada de lo considerado devocional ni a ninguna fe. Concretamente, recurre a ella para diferenciar lo que puede ser el plano material (el cuerpo en el ser humano) y la mente (esa vastedad de funciones que los griegos denominaban psyche) de las energías más sutiles que nos rodean y laten en cada uno de nosotros. Emplea la palabra espiritual y espiritualidad porque no encuentra otra más aséptica y con la menor carga de significados divinos y esotéricos posible.
El de “buscador” también es un concepto delicado. Lo que define la búsqueda no es lo que podría encontrar sino la actitud: la de no tomar nada como definitivo ni verdadero, considerar todo como posibilidades. De esto también hablaba Einstein en su teoría de la relatividad y abrió las puertas a las teorías cuánticas que tanto se asemejan a lo que buscadores de todas las épocas y tradiciones —Pitágoras, Platón, Ibn ʿArabī, Spinoza, Giordano Bruno, Jung, Gurdjieff, Krishnamurti, Capra, Wilber, Grof, Thich Nhat Han, Naranjo…— consideran un Saber Primordial. Cosmovisiones, memorias, constantes que traemos grabadas en las células. Y trascienden nuestro paso por estos “trajecitos temporarios” que llamamos estar vivos y todas, absolutamente todas, las “construcciones” producidas por nuestras bienamadas mentes.
En verdad, lo que Kreimer quiere rescatar es “la actitud” del artista y del buscador: la relación o vínculo de confianza que establecen con cuanto los rodea y de lo que se sienten “parte”. No propone que todos practiquemos algún tipo de arte, ni que todos nos volvamos niños exploradores de los misterios que nos trajeron a este plano, el terráqueo. Solo que podamos reconocer que todos, absolutamente todos, lo creamos o no, somos “representantes” de ese Ser Universal, encarnaciones de su energía. No centros del universo.
En concreto, empezar a encarar la propia vida de un modo diferente, no tan centrada en lo individual. Tomar conciencia de nuestra fragilidad biológica y la importancia de nuestro pequeño gran rol individual dentro del sistema mayor (la vida de todas las cosas, no solo la propia, la familiar, la nacional, la planetaria…). Saber que otra pandemia global, o algo más contundente que el Covid-19, internamente para afrontar en mejores condiciones cuanto puede volver a ocurrir.
Kreimer cree –y lo experimenta en sí mismo– que este cambio de perspectiva, de lo individual a lo planetario, establece una calidad energética capaz de hacer de la propia vida una obra de arte y que, al vivirla de esa manera, despiertos, conscientes de las consecuencias de cada acto, por minúsculo que parezca, generamos “energía sutil” acorde a los órdenes del Universo.
“Los actos individuales pueden parecer insignificantes frente a los poderosos factores que promueven un colapso”, entiende el autor de El artista como buscador espiritual. “De todas maneras, como decía Borges, un grano de arena modifica el desierto. Y sobre el planeta, en la actualidad, somos unos ocho millones de personas pudiendo aportar granitos de arena”.
En términos energéticos, esa suma de pequeñas diferencias es la oportunidad para transformar algo interno y colectivo: pasar de la resignación a la aceptación, de la culpa (por todo lo que puedo hacer y no hago) a la responsabilidad (sí, me hago cargo de cuanto hago y de cuanto dejo de hacer). Pasar de la pasividad a alguna acción.
“Mejor implementar estos pasos antes que después, mejor hacerlo ahora que cuando no queden más alternativas”, calcula.
“En algún momento todos viviremos bajo formas diferentes a las que conocemos y que hoy nos parecen de ciencia ficción. Cuerpos de otro tipo de materialidad y conectividad, unidades de múltiples seres, percepciones sin perceptor, “ahoras” afuera de cualquier cronología y otras formas que la naturaleza terrestre de nuestro ser considera inexistentes, o impensables.”
Kreimer entiende que el mismo acto de considerar estos escenarios y empezar a actuar en función de la unidad Cosmos/ser humano es en sí mismo una preparación para atravesar lo que pueda llegar a ocurrir.
Fragmentos de “El artista como buscador espiritual”
-“El pensamiento antropocéntrico tiende a hacernos descreer de nuestras vidas en otros planos. Se resiste a admitir que nuestra vida acá, en el terrenal, es apenas uno de los tantos reflejos que emanan de esas otras vidas. Y que ambas, todas, son fases de ellas.
La psique humana es un espejo donde se reflejan las realidades del Cosmos. Este pensamiento se conoce como Cosmocentrismo. Conciencia Única es conciencia del Cosmos. Somos humanos como partes del Cosmos. Conciencia humana es conciencia de parte. Cada parte individual contiene toda la forma condensada. La parte está en el todo y el todo está en cada parte; en otras palabras, una especie de unidad en la diversidad y diversidad en la unidad.
-“La visión espejo del artista convoca la atención de otra persona, algo entre ambos se fusiona, empatizan sus campos semánticos. La obra transparenta un espacio a través del cual la otra persona puede escanear los paisajes que se presentaron ante los ojos internos del artista. Sí, soy capaz de ver lo que quiso decir, me digo delante de la obra. ¿Esto querías que viera? A veces va más allá: descubro algo que el artista no había percibido. Una carga de información oculta sobrevive y reproduce el estado de trance que tuvo en el momento de crearlo. La obra oficia de interfase. Sí, yo también pude haber estado ahí, siente quien lo observa.”
-“Quizás sea una herejía suponer que misterio —signifique lo signifique— es un estadio más allá de dios. Quizás ambas palabras sean puertas gemelas, sinónimas, que impiden el paso. Me refiero a la sensación de desamparo que produce todo lo innombrable. A permanecer sin atribuir. A ese vaciar la mente y transportarse a otro nivel de la conciencia. Donde no hay diferencia entre lo evocado y quien lo evoca, ni objeto y sujeto, palabras con que la mente necesita diferenciar para hacer foco.
En lo que no puedo decir quizás esté lo mejor de mí. En lo que digo, quizás solo mis puertas abiertas ante lo que no puede decirse. De ahí tantos malos entendidos. Somos seres de lenguaje. En ese mismo umbral comienza la advertencia taoísta: El Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao.”
- No se trata de captar solo lo que una obra genera por resonancia sensorial, también de tomarla como espejo para acercarnos a quiénes somos más allá de nuestros egos y dejar caer en «aguas profundas» las preguntas fundamentales de la existencia. A partir de ese despertar, todo el arco del quehacer artístico, desde la producción hasta la recepción y sus posteriores interpretaciones y detonaciones, contribuye a los efectos de saber quiénes somos. Y el concepto «estético» se ve obligado a incluir «riqueza simbólica», arquetipos, aspiracionales, memorias ignotas y otros niveles del espíritu donde la comunicación no se establece por identificación sino por frecuencias, sintonías, reflejos, resonancias…
La funcionalidad del arte deja de ser el entretener, distraer, o ayudar a pasar el tiempo. Impone su lenguaje simbólico para describirnos lo que Samuel Beckett llama «los innombrables de la condición humana».
- Alma: pulsiones de ese campo hablan a la mente consciente, la sacan de sus creencias habituales y le advierten que es parte del Ser. Ojo del alma: vórtice de lo divino en cada uno. La imaginación del artista navega en ese campo de metáforas. El camino del buscador espiritual es iluminado por sus destellos. El alma ama al laberinto más que a la escalera: más que llegar a alguna parte, prefiere un proceso de escucha y seguimiento. La conciencia es el interlocutor del alma por excelencia, expandirla implica abrirla más a sus mensajes.
*El viernes 27, a las 19 hs, Juan Carlos Kreimer presenta “El artista como buscador espiritual” junto a Claudia Aboaf, Nora Moseinco, Alejandra Usandivaras, Silke, Francisco Sicilia y otros artistas/docentes/buscadores de sentido que participaron en su investigación. En la Fundación Columbia, Borges 2020. Entrada libre.
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