El alzamiento popular chileno de 2019 revive a través de una profusa producción cultural

El economista y fotógrafo Marco Antonio Sepúlveda, autor del álbum “Primera línea”, y el escritor Gonzalo León, firmante de “La caída del jaguar”, reflexionan sobre sus obras y las distintas particularidades de un movimiento social que cambió la historia del país trasandino

Entonces, casi cincuenta años después de que comenzara a filmar su épico documental La batalla de Chile (obra que le insumiría toda energía desde 1973 a 1979), el director Patricio Guzmán miraba su nueva película, exhibida por primera vez en el Festival de Cannes. Cayeron los títulos del final y, con ellos, el telón; se encendieron las luces de la sala y el cineasta pudo ver al público que se levantaba de las butacas, aplaudía y no dejaba de aplaudir (la ovación duró siete minutos). Entonces él mismo se levantó y saludó al público mientras escuchaba los aplausos. Mi país imaginario, su último opus, le da un sentido cinematográfico a los acontecimientos que comenzaron en octubre de 2019 y que transformaron la vida política del Chile contemporáneo.

Recordemos: el país del “milagro chileno” era gobernado entonces por la derecha de Sebastián Piñera, un sector que frecuentaba el poder desde hacía décadas en alternancia con la centroizquierda de la Concertación -a la que se había sumado en 2011 el Partido Comunista. Ambas vertientes políticas mantuvieron el orden heredado del dictador Augusto Pinochet, desafiado por los estudiantes secundarios ante el aumento del precio de los pasajes. Los púberes y adolescentes saltaban los molinetes del Metro de Santiago y su protesta (que en realidad demostraba gran conciencia ya que el aumento no alcanzaba a los estudiantes, sino a sus padres trabajadores) ganó amplias simpatías.

Bastó que el gobierno, luego de reprimir, dictara los funerales de la protesta juvenil para que el monstruo popular despertara: miles y miles de manifestantes hicieron suya la movilización, tomaron la Plaza Italia y la renombraron Plaza Dignidad. Ese fue el centro del temblor que sacudía toda la franja entre el mar y la costa que constituye Chile. Guzmán había vuelto a filmar y compaginar los registros vitales de un vasto entramado social (que atravesó las clases en la clasista sociedad chilena) que había decidido decir: “Basta, demos las cartas de nuevo”.

Patricio Guzmán

La batalla de Chile es un film apoteósico, de cinco horas de duración y montado con la colaboración del gran Chris Marker, que recorre el gobierno de Salvador Allende, el rol de las organizaciones obreras, los estudiantes, la oposición, los grupos auto percibidos como fascistas, el golpe, la represión, la oscuridad de la dictadura pinochetista. Es un film excepcional.

Mi país imaginario, acorde a estos tiempos, narra el Chile actual a través de voces femeninas: la periodista Mónica González, el colectivo feminista Las Tesis, la constituyente mapuche Elisa Loncón, la escritora y actriz Nona Fernández y la politóloga Claudia Heiss, entre otras. Comienza en octubre de 2019 y culmina con el inicio de la Convención Constituyente que, por estas semanas, está llegando al fin de sus deliberaciones. “En octubre de 2019 algo completamente inesperado sucedió en Chile: una revolución, un levantamiento social. Un millón y medio de personas en las calles de Santiago manifestándose por más democracia, una vida más digna, una mejor educación, un mejor sistema de salud y una nueva Constitución. Chile había recobrado su memoria”, escribió el director, cuya película se estrenará en agosto en el país trasandino. La Argentina, que vio en vivo y en directo las manifestaciones chilenas, también pudo apreciar el registro de esos días vibrantes en distintos formatos.

Retratos de la revuelta

Primera línea Chile es un poderoso documento fotográfico realizado por Marco Antonio Sepúlveda, economista exiliado en Suecia con su familia tras el golpe de Pinochet (cuando era un niño), y que regresaría a Santiago entrado el siglo XXI. Es un hombre siempre listo a la hora de capturar imágenes y así lo hizo desde el primer día de las manifestaciones eligiendo un lugar particular (un fenómeno político en sí mismo) autodenominado “La Primera Línea”. La cosa es así: si las manifestaciones multitudinarias, que se extendían lejos hacia un horizonte plagado de siluetas, tenían epicentro en la Plaza Dignidad. ¿Cómo evitar que la represión llegara allí donde se reunía el grueso de los manifestantes, muchos en familia, con sus niños? Pues simplemente se organizó -“autoorganizó” sería mejor decir– la “Primera Línea”: un numeroso contingente de jóvenes al frente del combate contra la policía (los carabineros) y otras fuerzas represivas (Piñera había dictado el estado de excepción, que suspendía las garantías constitucionales).

Sepúlveda desmenuza en un libro de grandes dimensiones (242 páginas en papel ilustración y unas medidas de 20x27 centímetros y que se puede conseguir en la librería “La gata y la luna”, en Manuela Pedraza y Cabildo) no sólo la estética, sino las reivindicaciones y el espíritu de los guardianes de las barricadas. Los escudos para enfrentar las balas de goma (cada uno pintado con un diseño individual, único, que también plantea reivindicaciones), las máscaras antigás, las antiparras (es necesario recordar que centenares de manifestantes perdieron un ojo, cuando no los dos, debido al nuevo método de disparar perdigones que se deshacen en ramos y que, al llegar al globo ocular, lo destruyen), las zapatillas siempre listas para lo que se necesite.

–Fue un levantamiento de una gran conciencia: los estudiantes que saltaban las vallas del Metro decían: “No fueron treinta pesos (en referencia al aumento tarifario) fueron treinta años”. Y así comenzó todo que iba más allá de ese aumento en particular, sino que iba a la cuestión de la salud, de las AFP (empresas privadas de pensiones similares a las antiguas AFJP argentinas), de la constitución misma –dice Sepúlveda a Infobae Cultura.

¿Las grandes manifestaciones comienzan cuando reprimen a los estudiantes?

–En realidad los reprimen porque se queman muchos vagones en el Metro. Pero antes no se habían incendiado vagones. Se los culpa pero sin ninguna prueba, y eso que el Metro de Santiago es de los más modernos del continente, con cámaras en todos lados, pero ni una sola toma de los jóvenes prendiendo fuego a los vagones. Muchos pensamos que pudo ser una provocación gubernamental. Pero luego de la represión, sí, se terminó de encender la chispa.

A usted lo sedujo en términos fotográficos la Primera Línea.

–Fotográficos y políticos. Eran jóvenes que se acercaban a ese lugar al frente impulsados por la conciencia de su juventud y fortaleza física. Había gente más grande, yo conocí a un señor de 63 que se sumó cansado de ver llegar todos los días a sus hijos lastimados y agotados. Pero una característica necesaria es tener buenas piernas para poder correr cuando fuera necesario para que no te alcancen y detengan los carabineros.

Marco Antonio Sepúlveda

¿Y los escudos tan ornamentados?

–Eran de latas de tambor, ¿eh? Calefón también. Otras muy codiciadas eran las antenas satelitales porque eran más livianas para arrancar. Los chicos en cada escudo hacían un símbolo, uno muy popular es la estrella mapuche. Uno muy lindo decía, en la parte de adentro, es decir, donde los combatientes escribían para sí mismos: “Mamá, no sé si volveré, pero te amo”.

¿Quiénes dirigían a los manifestantes de la Primera Línea?

–Se organizaba todo muy espontáneamente. Se sabían de ciertos códigos. Había grupos en distintos lados. Cuando los carabineros iban hacia un lugar, todos empezaban a silbar para advertir a los otros que quedaban desprotegidos. Cuando se descubrió que los punteros láser servían para desorientar a los drones y hacerlos caer, de modo de frustrar el seguimiento de lo que ocurría a la policía, al día siguiente se acabaron los punteros en el Barrio Chino y luego en todos lados. Era un movimiento que fluía y que podía variar cada día, cuando todos llegaban y naturalmente se asignaban las funciones.

También era notorio el rol de quienes cuidaban, daban de tomar y comer a los manifestantes.

–Eran parte de la Primera Línea. Jóvenes mujeres, madres que acompañaban a sus hijos y también hombres que llevaban agua, comida y también elementos para enfrentar a los policías, como piedras. No estaban detrás, tenían un rol diferente. A la vez que había muchas jóvenes mujeres en el frente, con sus escudos, defendiendo las manifestaciones.

¿Es el presidente Boric la representación de este movimiento?

–No, estoy seguro de que no es así.

Un texto urgente

Gonzalo León es un escritor y periodista chileno que reside en la Argentina desde hace una década. Como toda persona que emigra, León no rompió lazos, ni mucho menos, con la nación en que nació, sus amigos ni la política que la atraviesa. Su última novela es Serrano, que editó Mansalva, y los acontecimientos de 2019 en su país natal lo llevaron a realizar la crónica urgente La caída del jaguar (que así se nombraba a Chile en comparación a los tigres asiáticos), editada por Hormigas negras. León justo debía viajar los días en que comenzó la rebelión popular en Santiago, pero dado el estado de excepción, si llegaba al aeropuerto de noche hubiera debido quedarse durmiendo allí, además de que la medida había desordenado todo el tráfico de pasajeros hacia ese país.

Sin embargo, el cable, la web, las redes sociales lo llevaban a empaparse de la cotidianidad chilena de aquellos días y cuando pudo llegar la rebelión continuaba, en medio de asambleas de todos los sectores, incluso una de escritores, a la que el autor de la crónica asistió. El texto tiene el valor adicional de sumar una capa de interés al revisar octubre de 2019 a la luz de la experiencia de la lucha por el No a la continuidad de Pinochet en los ochenta o las luchas estudiantiles ya en el siglo XXI, que son las que finalmente produjeron al actual presidente Gabriel Boric o a la figura del Partido Comunista Camila Vallejo, cuyo partido abandonó el apoyo a la Concertación de Bachelet para integrar un frente con los seguidores de Boric. La caída del jaguar, publicado a fines de 2020, cuenta con quizás el último prólogo escrito por Horacio González, fallecido por Covid.

¿Qué opina sobre la proliferación de símbolos mapuche en las manifestaciones de 2019?

–La recuperación de las banderas mapuche es un símbolo porque en las manifestaciones se vendían muchísimo, no las llevaban personas de ascendencia mapuche solamente. Llevar la bandera era un planteo político. En ese 2019 estuve en una especie de charla en el Centro Cultural Gabriela Mistral que estaba a dos cuadras de la Plaza Dignidad y había gente del mundo mapuche hablando y era interesante escuchar como ellos decían: “Lo que está pasando en Santiago es lo que está pasando en la región de wallmapu desde hace 15 años o más, es ese nivel de represión, de irrespeto al pueblo es lo que hemos vivido los mapuches con el gobierno de la Concertación y la derecha”. Había uno que decía: “La bandera mapuche es una bandera relativamente joven, es de 1992 creada por los 500 años del así llamado ‘descubrimiento de América’, es una bandera que reconoce en la injusticia que está viviendo el pueblo mapuche y por extensión al pueblo chileno”. Hubo una especie de identificación con los que peor vivían, que eran los mapuches, con tasas de pobreza y de analfabetismo altas. Había algo ahí que llevó a la gente a identificarse. Hay teóricos sociólogos, historiadores y otros que han llevado trabajando el tema y dicen que para que suceda un movimiento así, hay un trabajo en las capas inferiores, largo y silencioso, y estos son sus frutos.

La caída del jaguar

Bueno, una de las integrantes del ejecutivo de la Convención Constituyente es mapuche.

–Una cosa que es muy interesante, el lenguaje que se usa en la Convención Constituyente es similar al lenguaje que ocupaban los chicos del movimiento estudiantil universitario del 2011, que a la vez es un lenguaje de las asamblea de los 80 en las que yo participé en la dictadura. O sea que es un lenguaje que es universitario y en este momento ya dejó de ser universitario y es popular y los tipos de la Convención hablan como en la Batalla de Chile.

¿Qué opina del retorno de la militarización en la zona de la Araucania?

–Supuestamente es para evitar males mayores, como posibles enfrentamientos entre las empresas forestales y el movimiento. Para alguien con un mínimo de inteligencia implica que hay informes que le hayan hecho llegar al gobierno, informes de inteligencia, que podrían decir que algo está pasando o que podría ocurrir de todos modos. Me parece que la militarización de la zona es inaceptable. Borich llegó al poder por la política, llegó por la institucionalización. Me parece que sacar a los milicos y el estado de emergencia es exponer la bota en la mesa.

Es que el proceso abierto en Chile con las gigantescas movilizaciones de masas, cuyo centro estaba en la Plaza Dignidad, pero que recorrían eléctricamente todo el país, es un proceso abierto. Aún más en un mundo en crisis. Quizás eso se pueda apreciar en los murales del artista Caizzama, cuyas obras se pueden ver en su Instagram del mismo nombre. Y es una obra abierta, porque sus hermosas construcciones pop que mezclan figuras renacentistas con policías reprimiendo y ángeles entre los manifestantes pueden hacerse para durar un día, antes de que sean tapadas por obra de la policía. Una obra en movimiento, como el país. Ese que refleja el documental de Guzmán, las fotos de Sepúlveda o la crónica de León, que forman islas de ese archipiélago de miradas que conforman, desde el presente, lo que será así conocido como la Historia.

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