(Enviado especial. Cannes) El Festival de Cannes suele apostar casi todo a su primera semana, tratando de generar la atención mediática mundial con sus películas y sus estrellas. Pero este año lo fuerte no pasó hasta ahora por la competencia oficial sino por eventos paralelos y celebridades que vienen aquí con el plan de promocionar sus próximos estrenos. El lugar recobró su ritmo pre-pandémico –está colmado de gente y casi nadie usa barbijo– pero da la impresión que al cine todavía le falta estar a la altura de la producción de la última edición “normal” del festival, allá por 2019.
De la competencia oficial lo único que parece destacarse hasta el momento es Armageddon Time, película autobiográfica de James Gray en la que el director de Ad Astra cuenta su infancia en el Queens neoyorquino de 1980, cuando tenía once años e iba a una complicada escuela pública. Protagonizada por Anthony Hopkins, Anne Hathaway y la estrella de Succession Jeremy Strong, es un inteligente relato de iniciación que muestra cómo el racismo viene de la mano con la ambición por acceder al mítico “sueño americano” de parte de una familia de inmigrantes como la suya. Y es, también, una tierna película sobre la encantadora relación entre un abuelo y su nieto en la que se luce el veterano actor galés de El secreto de los inocentes.
Las otras películas que se presentaron hasta el momento en la competencia no superan la medianía o son directamente flojas. El aceptable pero larguísimo drama italiano Las ocho montañas adapta sobriamente la homónima novela de Paolo Cognetti pero no logra darle una verdadera fuerza cinematográfica. Y la película rusa La esposa de Tchaikovski, dirigida por el cineasta disidente y hoy exiliado Kirill Serebrennikov, tiene un innegable impacto visual pero jamás consigue que el espectador comparta el sufrimiento de Antonina, la mujer que se casó con el célebre compositor sin saber –ni poder aceptar– que el hombre era secretamente homosexual y lo hacía solo por las apariencias.
Sin mucho vuelo en la competencia, la atención pasó por otro lado. De entrada se sabía que Tom Cruise iba a ser la gran figura de esta edición. Pero una cosa es leerlo y otra es verlo. El miércoles por la noche, mientras aviones surcaban el cielo de la ciudad francesa a toda velocidad y los fuegos artificiales explotaban en el cielo como si fueran un efecto especial más de una superproducción de Hollywood, quedó claro la dimensión que cobró la figura del actor con el correr de las décadas. Verlo aquí –un lugar acostumbrado a tener a todas las leyendas del cine– fue como si algún Dios pequeño pero todopoderoso descendiera del Olimpo y se juntara con los humanos.
Cruise hizo todo su show aquí. Fue un espectáculo armado con una precisión militar que se asemeja a la trama de Top Gun: Maverick, la secuela de su clásico film de 1986 que vino a presentar fuera de competencia. El hombre hizo su preparada Masterclass, se le dio una “sorpresiva” Palma de Oro a su carrera, se le armó un clip de homenaje de 15 minutos que recorre casi toda su filmografía (largo, sí, pero con muchísimos momentos icónicos) y, terminada la proyección, fue aplaudido durante casi diez minutos mientras los celulares de todos no paraban de grabar, transmitir o fotografiarlo rodeado de sus pares en el film, entre ellos Jennifer Connelly y Jon Hamm, nada menos. Pero Cruise es Cruise y todos desaparecen apenas el tipo saca a la luz su sonrisa marca registrada.
A esta altura parece impensable pero hubo una época en la que Cruise no era demasiado respetado y nadie lo consideraba un gran actor ni un mito de la pantalla. Pero el tiempo cura todo y, como el hombre logró construir una muy sólida carrera a lo largo de las décadas, el respeto apareció y no hizo más que crecer desde entonces. Lo ayudó también ser uno de las pocas estrellas, acaso la única, que sigue hoy teniendo igual o más éxito que en los años ‘80 y ‘90.
Top Gun: Maverick es el inicio de un par de años a todo Cruise, que incluirán también dos secuelas de Misión imposible que filmó una tras otra en plena pandemia, algo que sólo puede ocurrírsele a un tipo como él. Las historias de ese rodaje doble ya son legendarias pero para eso hay tiempo. La película que llega ahora se rodó antes del 2020 y esperó turno porque Tom se negó rotundamente a que fuera directamente –o a los pocos días de su estreno en cines– a alguna plataforma de streaming. Es entendible: si el tipo va a arriesgar la vida volando en un jet a toda velocidad, lo mínimo que uno puede hacer es verlo en pantalla grande.
La película, dirigida por Joseph Kosinski, es un prolijo homenaje a la original, tan secuela como remake, una forma de combinar a Cruise con una generación de actores jóvenes más cercano en edad al público que hoy va al cine a ver superproducciones de acción. Tom vuelve a encarnar al veloz pero un tanto irresponsable piloto Pete “Maverick” Mitchell, se ve envuelto en otra peligrosa misión y debe lidiar con problemas personales y profesionales. Y la película avanza con la mano segura de alguien que maneja las convenciones del género. Pero no el director, sino Cruise, ya que todos saben que él es el verdadero director de las películas que protagoniza. Y viendo Top Gun: Maverick queda claro que el hombre sabe homenajearse a sí mismo. Dentro y fuera de la pantalla. Este Cannes 2022, hasta ahora al menos, es una fiesta dedicada a ese fascinante y un tanto indescifrable mito llamado Tom Cruise.
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