[Artículo publicado originalmente en Herodote.net]
El 4 de enero de 1960, el mundo de las letras se enteraba, consternado, de la muerte brutal, en un accidente en la ruta, del escritor Albert Camus (46 años).
Muerte prematura, muerte absurda de un hombre valiente y generoso que había teorizado sobre el absurdo de la condición humana y que también luchaba contra el absurdo de un conflicto cruel que asolaba su tierra natal, Argelia...
UNA INFANCIA CÁLIDA EN UN ENTORNO MODESTO
Albert Camus nació el 7 de noviembre de 1913 en Mondovi, un pueblo a más de 400 km de Argel. Su padre descendía de una familia de alsacianos que se había instalado en Argelia tras la derrota de 1870 [N. de la E: Guerra franco-prusiana]. Empleado en una bodega, fue llamado a filas al estallar la Primera Guerra Mundial y murió en 1914 en la batalla del Marne, a los 29 años. En su libro póstumo, Le Premier Homme, Albert Camus retrata con ternura a este hombre inculto, pero lo suficientemente fuerte de carácter como para saber que no hay que transigir con los principios de la humanidad. Esta lección guiaría toda la trayectoria de su hijo.
La madre del escritor era descendiente de inmigrantes españoles. El padre y la madre representan así las dos caras del asentamiento europeo en la Argelia colonial. Casi sorda y con dificultades para hablar, ama de casa y trabajadora, analfabeta, la madre de Camus se dedicó a sus dos hijos con un amor incondicional.
La familia, bajo la dirección de la abuela paterna, se instaló en Argel, en el barrio obrero de Belcourt. El joven Albert, al igual que su hermano mayor, estaba naturalmente destinado a dejar la escuela para trabajar y llevar un salario a casa.
Pero se produjo un milagro en la persona de su maestro del último grado de primaria, Louis Germain, que se dio cuenta de los talentos excepcionales del niño y convenció a su madre y a su abuela para que lo inscribieran en un concurso con el fin de obtener una beca y continuar su educación. Así, Albert Camus pudo ingresar en el Liceo Bugeaud.
El estudiante de bachillerato ingresó en la khâgne [N. de la E: especialización en literatura y humanidades que se realiza después del secundario] y luego en la facultad de filosofía, pero la tuberculosis, que contrajo en 1930, le impidió presentarse al concurso para acceder a una cátedra en 1937. Albert tuvo que renunciar a la idea de convertirse en profesor. Sin embargo, su encuentro con el filósofo Jean Grenier en la universidad le sirvió para descubrirse a sí mismo y tomar la decisión de emprender una carrera literaria.
A los 21 años, se afilió al Partido Comunista y, en un acto impulsivo, se casó con Simone Hié, una joven de buena familia, pero desequilibrada y adicta a las drogas. Su matrimonio se convirtió rápidamente en un fiasco y terminó en divorcio. Lo mismo ocurrió con su participación en el Partido Comunista: estaba resentido con sus “camaradas” por persistir en el apoyo al colonialismo (¡el Partido se dará vuelta después de la guerra!). El joven Camus probó el periodismo en L’Alger Républicain. Apuesto, y con un físico que evocaba a Humphrey Bogart, también multiplicaba sus conquistas amorosas.
DE EL EXTRANJERO A LA PESTE, OBRAS NACIDAS DE LA OCUPACIÓN
Cuando estalló la guerra en 1939, Albert Camus, dado de baja del ejército por su enfermedad, regresó a casa de su madre, donde completó la redacción de una obra de teatro, Calígula. Tenía sólo 27 años, carecía de contactos y de título, pero ya tenía una visión muy clara de su futuro, con un proyecto de novela, El extranjero.
Ésta sería publicada a su regreso al París de la Ocupación, el 19 de mayo de 1942, por Gallimard, junto con un ensayo filosófico sobre el absurdo de la condición humana: Le mythe de Sisyphe (El mito de Sísifo).
“Hoy murió mamá. O tal vez ayer, no lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Madre muerta. El funeral de mañana. Sentimientos distinguidos’. No significa nada. Tal vez fue ayer.” Estas pocas palabras con las que comienza El extranjero se encuentran entre las más famosas de nuestra literatura. Reflejan el carácter misterioso de Meursault, el protagonista del libro. ¡Qué personaje más antipático! Extranjero en Argelia, extraño a la sociedad, ajeno a los sentimientos, pasa por la vida mostrando indiferencia. Y cuando llega a matar, casi por casualidad, se limita a observar sin pasión alguna el juicio que lo llevará a la condena a muerte...
Henos aquí de lleno en el Absurdo, un concepto definido por Camus en El mito de Sísifo: somos como ese personaje mitológico que se pasa el día empujando una roca hasta la cima de una colina que, inexorablemente, vuelve a caer, obligándolo a repetir sin cesar la misma tarea inútil. Pero “hay que imaginar a un Sísifo feliz”, un Sísifo ciertamente consciente de lo absurdo del mundo y de su vida, pero capaz de superar su desesperación, de sacar grandeza de su miserable condición. Es mostrándose lo suficientemente fuerte como para amar la vida apasionadamente a pesar de todo, como tan bien supo hacerlo el propio Camus, que el hombre puede superar el absurdo de una existencia dedicada a esperar la muerte.
Instalado desde 1940 en Francia, Albert Camus trabajó como secretario de redacción de Paris-Soir y se volvió a casar con una amiga de Orán, Francine Faure, con la que tuvo dos hijos y a la que permaneció siempre unido, a pesar de sus infidelidades (entre sus muchas amantes, una se destacó con brillo: la actriz María Casares). También estableció relaciones útiles en los círculos literarios con Louis Aragon, así como con Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Se unió a la Resistencia en 1943 e integró la dirección del periódico Combate, dándose a conocer al público en general.
La Peste, una novela alegórica sobre la opresión, consagró su fama de escritor en 1947. La novela puede verse como la simple crónica de una epidemia en Orán, contada por un narrador que ha permanecido misterioso por mucho tiempo. Pero el autor ha querido ir más lejos que, por ejemplo, Jean Giono y su Hussard sur le toit (El húsar sobre el tejado, 1951), cuyo joven héroe atraviesa los escollos que le pone el cólera. Aquí la enfermedad no es un recurso novelesco sino una fuente de reflexión. La peste es la desgracia de la que los hombres no pueden escapar, es todo el horror de la condición humana: “Quiero expresar a través de la peste la asfixia que hemos sufrido y la atmósfera de amenaza y exilio en la que hemos vivido [por causa de la Ocupación]. Al mismo tiempo, quiero extender esta interpretación a la noción de existencia en general” (Cuadernos, 1942). Confrontado al sufrimiento extremo, colocado súbitamente ante su propio destino, el hombre se ve obligado a revelar su cara oculta: la cobardía, el desánimo, pero también la fuerza de voluntad. Es el caso de la doctora Rieux que, en vez de rebelarse, se limita a actuar negándose a juzgar el comportamiento de los demás. “Lo que aprendemos en medio de las plagas es que hay más en los hombres para admirar que para despreciar.” Casi 80 años después de su publicación, La Peste está más vigente que nunca.
COMPROMISO CONTRA LA CORRIENTE
En cuanto llegó la Liberación, Camus se distanció de los “compañeros de viaje” del comunismo estalinista, intelectuales de origen generalmente burgués que abogaban por una lucha sin cuartel contra el capitalismo y la democracia, una forma de arrepentimiento por su inacción cuando el nazismo parecía triunfar en todas partes.
A propósito de los juicios apresurados contra los colaboradores, como el de Charles Maurras [Acción Francesa], despachado en medio día, y luego el de Pierre Laval [jefe del gobierno francés bajo la ocupación], Camus se atrevió a escribir el 15 de marzo de 1945: “Al odio de los verdugos respondió el odio de las víctimas”. Otro motivo de disgusto: los sangrientos disturbios de Sétif (Argelia, mayo de 1945). El joven escritor argelino comenzó entonces a preocuparse por el futuro de su tierra natal y a abogar por una solución pacífica del conflicto.
OVEJA NEGRA DEL MUNDO INTELECTUAL
La ruptura definitiva con los cenáculos intelectuales llegó con la publicación en 1951 de L’Homme révolté (El hombre rebelde). Esa ruptura fue provocada por Jean-Paul Sartre, que reprochó a su antiguo amigo que rechazara la lógica de los bloques y reclamara el derecho al debate. También le reprochó su reticencia ante las crueles necesidades de la lucha revolucionaria... De hecho, Albert Camus escribió en 1955 en sus Crónicas Argelinas: “Cualquiera que sea la causa que uno defienda, quedará deshonrada por la masacre indiscriminada de una multitud inocente, en la que el asesino sabe de antemano que golpeará a la mujer y al niño”.
Rechazado por los intelectuales de Saint-Germain-des-Prés [N. de la E: barrio latino de París], Albert Camus encuentra consuelo en la amistad del poeta René Char, que vive lejos de allí, en Lourmarin, en el Lubéron.
La grieta se amplió cuando Camus recibió el 10 de diciembre de 1957 el Premio Nobel de Literatura por el conjunto de su obra.
Se estaba entonces en plena guerra de Argelia. En Estocolmo, presionado por las preguntas de los periodistas, el escritor declaró: “En estos momentos se están lanzando bombas a los tranvías de Argel. Mi madre puede estar en uno de ellos. Si eso es justicia, prefiero a mi madre”.
Este grito del corazón será retomado por sus adversarios del barrio de Saint-Germain-des-Prés bajo una fórmula brutal: “Si tengo que elegir entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre” (habría sido más preciso precisar: “esa justicia”).
El accidente que le costó la vida a Albert Camus y a su editor Michel Gallimard en una carretera de la región de Yonne, en 1960, dejó huérfanos a todos los espíritus libres que esperaban que el autor franco-argelino se elevara como cortafuego al pensamiento “progresista” de la época.
En el auto deportivo en el que viajaba Camus, se encontró una mochila que contenía los primeros borradores de una ambiciosa novela autobiográfica, El primer hombre. Camus había empezado a escribirlo en Lourmarin, en una casa que había comprado con el dinero del Premio Nobel, y donde reencontró el sol de su querida Argelia.
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