Lo de Juan Carlos Distéfano en el Bellas Artes es un deleite doloso. Allí está el exilio, la injusticia social, metáforas sobre la niñez perdida en un ejercicio plástico con guiños a artistas que admira, presentadas en una serie de esculturas sólo como alguien de su enorme talento y sensibilidad puede hacerlo.
En los papeles, la muestra La memoria residual consta de una selección de obras de entre 1972 y 2022 y dibujos que revelan su diseño creativo. Ante los ojos, bueno, un jardín escultórico de belleza feroz, de una potencia estética que sobrepasa la búsqueda del artista o el significado que se le pueda otorgar. 100% arte.
No se descubre nada. Distéfano es, sin dudas, uno de los grandes exponentes argentinos desde el siglo pasado, con una carrera que lo tuvo al frente del departamento de diseño del mítico Instituto Di Tella, un paso por la pintura y un giro hacia un tipo de escultura de estilo personal, despiadado, visceral.
“Traté de ser pintor, pero cuando uno pasa a la tercera dimensión y toma la arcilla, nunca más se puede dejar por el placer que genera tocarla. Es extraordinaria, es maleable, es realmente tocar carne”, dijo en el recorrido de prensa. Toda carne.
Si bien en el ‘98 ya había tenido su antológica en el Bellas Artes, ésta se presenta como una propuesta “íntima” y “a la vez un homenaje de Distéfano a los artistas que él considera que fueron sus influencias”, dijo Andrés Duprat, director del museo nacional.
En 2015 fue el representante en la Bienal de Venecia con curaduría de María Teresa Constantin, quien lo vuelve a acompañar en esta oportunidad en la que enseña varias de las piezas mostradas en la madre de todas las bienales, como La Urpila en Buenos Aires. Homenaje a Gómez Cornet; Persona. Homenaje a Cataluña; Ícaro, y La portadora de la palabra, entre otras.
La memoria residual no es una retrospectiva per sé. Y si bien en las presentaciones se hace hincapié en la relación entre las esculturas y diferentes pinturas como en una serie de artistas geniales que encendieron su imaginación, la realidad marca que si no se conoce ese detalle, si no se sabe qué pintor u obra fue la que disparó cada pieza, eso no imposibilita la oportunidad de disfrute. Las manos de Distéfano exudan obras de una contundencia visual que no necesitan explicaciones.
Durante el recorrido de 36 obras -19 esculturas y 16 estudios de dibujos- explica Constantin, Distéfano reinterpreta a pintores de diferentes épocas. El campo temporal une al Tríptico de las Delicias de El Bosco, con Brueghel el viejo, Matthias Grünewald, el Greco y las pinturas negras de Goya hasta los girasoles de Van Gogh.
Aunque también hay una aproximaciones a una serie de pintores argentinos como Lino Enea Spilimbergo, Enrique Policastro, Víctor Cúnsolo, Fortunato Lacámera, y Ramón Gómez Cornet, a quien consideró -junto a Alfredo Gramajo Gutiérrez- como uno “de los pintores más injustamente desvalorados de la historia”.
El título de la expo remite al proceso por el cual Distéfano opera sobre algunos artistas en conjunción con su propia experiencia, muchas veces de manera inconsciente, para producir las esculturas, pero, a su vez, a la manera purista en la que el escultor concibe su trabajo; una invitación para que, en sus palabras, “cada uno imagine”.
Algunos tributos son evidentes, como en el caso de Gómez Cornet con la puesta de La Urpila en Buenos Aires y la pintura de 1946 del santiagueño, del acervo del museo, a la que presentó “como cartonera, ya que sería lo que haría en la ciudad” llevando en su carrito el peso del Obelisco junto a su perro y algunas pertenencias surcando un camino con incrustaciones de monedas fuera de circulación.
De Spilimbergo, por ejemplo, toma un grabado oscuro como Emma traviesa para presentarla en dos versiones, una blanca y otra negra -una del museo y otra de colección privada-, en la que una prostituta trans carga sobre su espalda la figura de una muerte parásita que la fagocita. La obra cierra el círculo con impresiones sobre el cuerpo de viejas solicitadas publicadas en los diarios de intercambio de servicios sexuales.
Apenas se ingresa a la sala, se aprecia La necesidad del arcoíris, realizada en estos año pandémicos, en la que presenta un corte de “la parte gozosa” del tríptico de El Bosco en la que, dice Constantin, los “colores del arcoíris se contraponen con las figuras oscuras” y que también dialoga con El arco iris con paisaje del romántico alemán Caspar Friedrich.
Una serie de esculturas juegan con el paisaje, entre lo bucólico como Cosmé Tura en los pagos de Don Enrique - en la que homenajea a su vez al pintor cuatrocentista italiano y a Policastro- y con otras -Camino, Di doman non c’es certezza y Caníbal- con la ciudad oscura, con luminarias rotas, como escenario donde las escenas de antropofagia revelan aquello que parace oculto y que en realidad está a la vista de todos.
En la propuesta estética de Distéfano, asegura él, el error es bienvenido. Así, lo inesperado, lo eventual, aquello que se le va de control, otorga a la obra su propia voz, una expresión que en simbiosis con los deseos o la visión del artista, puede, -justamente- proponer un imaginario que transgrede con la idea inicial.
Distéfano busca esa provocación de sus piezas al desafiarse como creador de capas, con un oficio magistral en el que trabaja “de afuera para adentro y después de adentro para afuera”, dice Costantin, haciendo referencia a que su proceso incluye colores, impresiones, que se superponen para luego, al rasparlas, resurgen en tonalidades y rastros, a veces esperadas, otras no.
“No tengo ideas, tengo imágenes, que es lo primero que sale. Y sobre todo estoy muy atento al error, si hay algo bueno en él, se abre un camino inimaginado, aparece la aventura, y esa aventura es lo mejor que hay en cada uno de mis trabajos. La idea es traicionera; creo en la imagen”, dijo Distéfano.
Hay dos guiños a Van Gogh. En uno aparecen los girasoles destrozados sobre el piso en Florero roto y en Hasta cierto punto, una persona se balancea sobre la Silla, esa pintura que el neerlandés realizó cuando Gaughin abandó aterrorizado la casa que compartían en la provenza francesa y que también se aprecia en el famoso El dormitorio de Arles. Ambas piezas nos hablan de la pérdida del equilibrio en lo creativo, quizá como referencia a los problemas mentales del post impresionista, quizá como una metáfora sobre el proceso creativo en sí. Pero, retomando a Distéfano, que “cada uno imagine”.
El centro de la sala está integrado por 8 obras en círculo y una en el centro de la serie Kinderspelen (Juego de niños), en memoria de Eliana Molinelli y que refiere a la pintura de Pieter Brueghel el Viejo de 1560. Estas piezas encienden y escinden la memoria de la infancia, cargándolas de lúdica violencia contraponiendo lo bello y lo atroz.
Brueghel el patriarca reaparece en Ícaro, tomado de un detalle de la pintura Paisaje con la caída de Ícaro. La escultura se presenta sin base, sobre el suelo del museo, como fue pensada y realizada cuando comenzó su exilio en Barcelona en 1979, ciudad a la que se mudó junto a su esposa, la no menos genial autora de teatro Griselda Gambaro.
Si bien no pensó la lectura de la obra como una metáfora de aquella situación, traspolando la historia mitológica, hoy no lo descarta. También de aquellos años de ausencia en su tierra surge Flotante, inspirada tras leer en periódicos sobre la aparición en el Río de la Plata de cadáveres. En ese mismo espacio expositivo pueden apreciarse Salto, Personas. Homenaje a Cataluña y Mirando pasar (homenaje a Signorelli).
Más acá en el tiempo realizó Portadora de la palabra, una mujer sin voz que intenta hablarle a los transeúntes y que sostiene contra su cuerpo un libro de la Summa Theologiae de Santo Tomás, libro base de la teología cristiana. A su lado, un perro, un chucho, impertérrito, la acompaña recostado sobre su propio cuerpo. La obra surgió de la propia experiencia de observar a una mujer en la calle en esta situación, explicó el artista.
La memoria residual es una muestra llena de diálogos, de guiños, que tanto los conocedores de la historia de la pintura, como los que no, pueden disfrutar porque, a fin de cuentas, Distéfano propone un viaje a un jardín escultórico que se presenta avasallante para la mirada, desgarrador y hermoso. La imaginación, la experiencia, el tributo, hecho carne.
*Juan Carlos Distéfano: La memoria residual podrá visitarse en Avenida del Libertador 1473 (Ciudad de Buenos Aires) hasta el 31 de julio en el MNBA, de martes a viernes de 11 a 20, sábados y domingos de 10 a 20, con entrada libre y gratuita.
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