Enviado especial - El Festival de Cannes sigue tratando de volver a la normalidad desde que comenzó la pandemia. Y al no poder hacerlo del todo, ha elegido por acomodarse a los tiempos. A su manera. En 2020, el festival primero se pospuso y luego finalmente se canceló. En 2021, se postergó hasta julio (algo inusual en su historia) y se hizo con extremas medidas de cuidado y seguridad: testeos obligatorios para todos los participantes cada 48 horas, tener que sacar entradas para películas a las que antes se accedían solo con credenciales, una menor cantidad de gente en las salas y la sensación de que había sido una edición de reacomodamiento, a mitad de camino entre una tradicional y lo que vendría en el futuro.
La edición que empieza hoy, que marca el 75 aniversario del evento, se presenta como el regreso a las fuentes, con las visitas de Tom Cruise, Kristen Stewart, Anthony Hopkins, Michelle Williams y decenas de estrellas más, junto a las tradicionales alfombras rojas colmadas de fotógrafos y los habituales curiosos buscando su selfie con alguno con cara de celebrity. Sin embargo, ya desde antes de llegar a la ciudad se percibe un aroma distinto. No por los barbijos (acá todos parecen haberse olvidado de la pandemia y desde ayer ni los piden para entrar a los lugares cerrados) ni por la enorme cantidad de trámites que hay que hacer para poder llegar hasta Francia. Tampoco por el sistema digital de distribución de entradas que funciona pésimo y tiene a todo el mundo fastidiado. Sino porque uno tiene la sensación que el Festival de Cannes que existió hasta 2019 está en un momento crítico en el que se plantea cómo seguir y qué hacer de acá en adelante.
La explosión de las plataformas de contenido tipo Netflix, Amazon Prime, Disney Plus, HBO Max o Apple TV hoy son las grandes jugadoras del mercado internacional –más que los clásicos estudios de Hollywood–, pero aquí son todavía prácticamente ignoradas. Los franceses tienen una sana tradición cinematográfica ligada a las salas, pero les está siendo muy difícil sostener esa postura cuando los más grandes directores y las películas más importantes hoy en día salen por esas plataformas. ¿Cómo recuperar terreno? ¿Agachar la cabeza y aceptar la derrota dejando entrar a Netflix y compañía con todo –como lo ha hecho Venecia, por ejemplo– o conservar a Cannes como un refugio del cine de autores que también se niegan a pasarse a las plataformas?
A ese problema no resuelto hay que sumarle otro: el dominio internacional de las grandes superproducciones y sus multiversos, con Marvel/Disney/Star Wars a la cabeza, ya parece irreversible. Y Cannes busca la manera de darles un espacio sin que eso altere el sentido del evento, ligado a mostrar otro tipo de películas que no son las que se estrenan en miles de salas en un mismo fin de semana. Ese espacio lo ocupará este año Top Gun: Maverick, con Cruise; o hasta Elvis, de Baz Luhrmann, pero con el resto del cine comercial de Hollywood sigue existiendo una fuerte tensión.
Los problemas continúan. Salvo excepciones muy puntuales (cuando nombres importantes como David Lynch o Jane Campion están por detrás), Cannes tampoco quiere saber nada con las series. Este año habrá una del italiano Marco Bellocchio sobre el asesinato de Aldo Moro y la versión serial de Irma Vep, que Olivier Assayas filmó antes como película, pero nada más. De vuelta: se entiende la lógica del festival de mantenerse fiel al Cine con mayúsculas y es cierto también que las series, por su duración, no se acomodan muy bien a este tipo de eventos, pero le agrega otro elemento “de moda” del que Cannes se queda afuera. Y, salvo por las secciones paralelas, el festival sigue sin prestarle atención a programar igual cantidad de películas dirigidas por mujeres que por varones.
Y lo que ronda la Croisette –la caótica calle costera que comunica todas las salas y hoteles del festival, donde se trama y organiza casi todo– es la sensación de que algo acá va a cambiar. El presidente del festival fue reemplazado por la ex directora de Warner Francia (es un lugar un tanto simbólico pero el mensaje que deja el cambio es claro), han agregado una competencia de video cortos organizada por TikTok, el director artístico de la Quincena de Realizadores será desplazado luego de esta edición quizás para dar espacio a una sección más “accesible” al gran público y el reclamo que se escucha de buena parte de la industria pasa por torcer el brazo de un evento que, con sus miles de problemas, trata de pelear su misma vieja pelea: mantener viva la llama del cine de autor internacional
Sí, es cierto, ese cine se ha convertido en algo para pocos, se ha vuelto un mercado más chico (casi marginal a esta altura) y los premios ganados no importan tanto como sí lo hacían décadas atrás, pero Cannes se planta a la defensa de esos grandes cineastas que corren riesgo de desaparecer o que nadie les financie más una película de no existir vidrieras como esta. Y este año estarán representando ese cine nombres reconocidos como David Cronenberg, Claire Denis, Park Chan-wook, los hermanos Dardenne, Kelly Reichardt, Ruben Ostlund y George Miller, entre otros, junto a muchos que recién están empezando a hacerse lugar en este mundo y esperan poder consagrarse aquí.
Ese lugar lo intentan sostener también cineastas aún menos conocidos que circulan por las secciones y competencias paralelas, que no son ni estadounidenses ni europeos. América Latina tiene películas chilenas, colombianas y de Costa Rica en esas secciones y hay cineastas de otros países que iremos descubriendo con el correr de las jornadas de un festival que arranca con mucha intriga. El desafío de Cannes es el mismo de siempre pero más complicado que nunca: mantener viva la pasión por el cine de autor cuando casi todo el mundo parece mirar para otros lados. ¿Podrá?
América Latina en Cannes
Sin títulos en la competencia oficial, la presencia latinoamericana este año en Cannes es bastante menor. El festival presenta Domingo y la niebla, de Ariel Escalante Meza (Costa Rica) en Un Certain Regard; Mi país imaginario, del veterano documentalista Patricio Guzmán (Chile) en Funciones especiales; Un varón, de Fabián Hernández (Colombia) y 1976, de Manuela Martelli (Chile) en la Quincena de Realizadores y La jauría, de Andrés Ramírez Pulido (Colombia) en la Semana de la Crítica. Además de eso, unos pocos cortos (la representación argentina se reduce a The Spiral, corto de María Silvia Esteve, en la Quincena) y un par de participaciones minoritarias en coproducciones. Poco, muy poco para un festival que dice apostar a la diversidad.
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