Las reivindicaciones femeninas son algo frecuente en nuestra sociedad, pero no siempre fue así. En realidad, las protestas femeninas son muy actuales y es difícil encontrar movimientos organizados de mujeres más allá del activismo político de las sufragistas de principios del siglo XX.
Por eso sorprende hallar episodios en la antigua Roma en los que ellas son las protagonistas de las protestas. Sobre todo, teniendo en cuenta que utilizaban medios similares a los que usan los activistas políticos actuales para conseguir cambiar una ley con la que no están de acuerdo.
Me estoy refiriendo al episodio de la derogación de la lex Oppia en el año 195 a.e.c.
Los hechos
Esta ley se había aprobado veinte años antes, en plena segunda guerra púnica, después de la Batalla de Cannas. El conflicto no iba bien: habían muerto muchos hombres y se pensaba que la victoria final sería para Cartago.
“Aníbal estaba en Italia, y había vencido en Cannas (…); era de prever que marcharía sobre Roma al frente de su ejército; los aliados nos habían abandonado; no teníamos reservas para completar el ejército, ni soldados de marina para mantener la armada, ni dinero en el erario público; se compraban esclavos a los que entregar armas”. (Tito Livio, XXXIV, 6, 11-14. Trad. Villar Vidal)
En esta situación se necesitaba la ayuda de todos los ciudadanos. Algunos tuvieron que ceder sus esclavos; otros, prestar dinero bajo la promesa de que sería devuelto una vez finalizada la guerra.
Una de las medidas consistió en prohibir a las mujeres lucir joyas de oro a partir de un cierto peso, llevar ropa de color púrpura y pasear en carroza por Roma, salvo para acudir a ceremonias religiosas. Frente a otras decisiones, en este caso la finalidad de la ley Oppia fue evitar el gasto en lujos innecesarios y la exteriorización de la riqueza. No se podían permitir conflictos sociales en plena guerra contra los cartagineses.
La guerra terminó en el 201 a.e.c. y, con ella, las medidas de colaboración… salvo la norma que afectaba a las mujeres. Quizá presionados por algunas de ellas, en el año 195 a.e.c. los tribunos Lucio Valerio y Marco Fundanio presentaron una iniciativa para derogar la ley. Ciertamente, no tenía mucho sentido que esta se mantuviera cuando el resto de medidas que se habían tomado durante la guerra ya no estaban vigentes, pero para muchos era una forma de seguir controlando a las mujeres. La derogación se discutió, con opiniones enfrentadas, y allí comenzaron las protestas.
La información que tenemos sobre este episodio la facilita Tito Livio, quien señala que lo memorable del caso fue la actitud beligerante de las mujeres en una discusión en la que ellas no podían participar. El derecho a participar en las asambleas populares solo lo tenían los ciudadanos varones, por eso su objetivo era convencer a los hombres para que votaran a favor de la derogación.
Para ello, las mujeres, la mayoría matronas, ciudadanas romanas casadas de clase alta, salieron de sus casas. Ocuparon todas las calles, especialmente las cercanas al foro, donde se estaba discutiendo la derogación de la ley. Cada día eran más y venían de todas partes, también del campo, llegando a parecer un ejército.
El día de la votación, las mujeres se concentraron ante la casa de otros dos tribunos, que se oponían a la derogación, y no les dejaron salir hasta que les prometieron el voto a favor.
“Después de esto ya no hubo duda de que todas las tribus votarían por la derogación de la ley”. (Tito Livio, Historia de Roma, XXXIV, 8. Trad. Villar Vidal)
Más allá del relato
Hasta aquí el relato de Livio. ¿Qué podemos sacar en conclusión de lo visto?
Las matronas romanas actuaron como un grupo de presión ante la inminencia de la votación. Eso significa que, como cualquier lobby, las mujeres estaban fuera del sistema. Y, como cualquier lobby, a lo más que podían aspirar era a influir en la decisión de otros, en este caso los hombres.
Consiguieron así crear la sensación de que la presión iba aumentando a lo largo de los días. Tanto en número, porque cada vez se incorporaban más mujeres, como en intensidad, ya que el día de la votación se produjo un auténtico escrache.
El éxito de su acción consistió en la ocupación del espacio público. Esto provocó el rechazo de quienes entendían la diferencia entre lo público y lo privado como la diferencia entre hombres y mujeres, pero también significó la división entre los propios ciudadanos. Muchas de esas mujeres eran sus esposas y ellas eran las más afectadas por las prohibiciones de la ley. Era el momento, pensaron, de volver a lucir sus joyas y vestidos, sus indicadores de clase social.
Sin embargo, no parece que las matronas actuaran en defensa de algún tipo de derecho; más bien lo hicieron para mantener su posición de clase. La mujer romana aceptó, con carácter general, la posición en la que el sistema la había colocado. Esto no significa que no haya que valorar su acción. Las mujeres se atrevieron a expresar su opinión y lo hicieron públicamente, fuera del espacio doméstico.
No sabemos si la ley se habría derogado igual. Lo que sí sabemos es que para algunos fue una voz de alarma ver a las mujeres participando del espacio público. No estamos ante una protesta por la igualdad. Las mujeres romanas no pensaron en esos términos; solo intentaron mantener su estatus… las que podían hacerlo.
*Alicia Valmaña Ochaíta es profesora titular de Derecho Romano, Universidad de Castilla-La Mancha.
Publicado originalmente en The Conversation.
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