40 años de la muerte de Lester Bangs, el crítico de rock que fue un personaje de película

Sus crónicas y reseñas son aguafuertes de la contracultura de los 70, con un estilo visceral e irreverente. En el cine, fue representado por un memorable Philip Seymour Hoffman en “Casi famosos”

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Lester Bangs en su escritorio
Lester Bangs en su escritorio

“El buen rock ‘n’ roll es algo que te hace sentir vivo”, le dijo Lester Bangs a su biógrafo Jim DeRogatis en 1982, tan solo unos meses antes de su muerte. “Para mí, el buen rock ‘n’ roll también abarca otras cosas, como Hank Williams y Charlie Mingus, y muchas cosas que no se definen estrictamente como rock ‘n’ roll. El rock ‘n’ roll es una actitud, no es una forma musical de tipo estricto. Es una manera de hacer las cosas, de acercarse a las cosas. Escribir puede ser rock ‘n’ roll, o una película puede ser rock ‘n’ roll. Es una forma de vivir tu vida”. Esta fue la filosofía que guio en su corta existencia al periodista y crítico musical que posiblemente haya representado mejor que nadie la cultura del rock en los Estados Unidos. Vivió tan solo 33 años, pero su estilo único inauguró una nueva e innovadora forma de hacer periodismo en la que el cronista era parte de lo que sucedía y no un mero testigo. Irreverente, ácido y políticamente incorrecto, aportó una mirada única sobre una escena que reflejó, en última instancia, los cambios que vivió la sociedad en la década del ‘70.

Principalmente, él era un converso. Su madre era una devota Testigo de Jehová que descreía y desechaba todo lo que no estuviera en la Biblia. Sin embargo, eso no impidió al pequeño Lester acceder, sin que ella se enterara, a la literatura beatnik, la ciencia ficción o los cómics, ni escuchar a los rebeldes músicos de jazz y rock ‘n’ roll que a fines de los ‘50 causaron una revolución en los jóvenes de esa época. No fueron pocas las veces que vio todo ese material sustraído de su habitación y tirado en la basura. Esa censura que sufrió en la niñez lo hizo renegar de la fe de su progenitora para abrazar al rock como religión, pero de ella tomó la necesidad de generar más adeptos que siguieran sus gustos musicales. Además, el pueblo en el que nació, El Cajón, un lugar perdido en San Diego (California) cuya mayor atracción era un desfile anual del Día de Acción de Gracias, no le daba demasiadas vías de escape. En su cabeza, construyó un mundo a base de la música de John Coltrane y los libros de Allen Ginsberg. Al haber nacido el 14 de diciembre de 1948, llegó tarde a la sensación que causaron pioneros como Chuck Berry, Bill Haley y Elvis Presley, pero en 1964, cuando The Beatles conquistaron Norteamérica, su vida cambió para siempre.

De su padre sacó la personalidad autodestructiva. Conway Bangs trabajaba de camionero y era un alcohólico que había tenido problemas con la ley que murió calcinado tras quedarse dormido en un sillón con un cigarrillo encendido rodeado de botellas de alcohol. Ya mayor de edad, Lester fue un asiduo consumidor de sustancias etílicas y drogas.

Poco pasó en su vida hasta 1969. Como cualquier melómano, se dedicó a comprar discos y a intentar tocar algún instrumento. Apenas logró defenderse con la armónica, lo suficiente como para poder juntarse a zapar con otros aspirantes a músicos. De hecho, en 1981 formó su propia banda, The Delinquents, con quienes editó un LP, Jook Savages on the Brazos.

Philip Seymour Hoffman como Lester
Philip Seymour Hoffman como Lester Bangs en "Casi famosos" (2000), la película de Cameron Crowe

Mientras se ganaba el pan de diferentes formas, ya sea lavando platos o vendiendo zapatos de mujer, vio pasar frente a sus ojos las tendencias musicales, muchas de las cuales tuvieron su epicentro en California, como el último concierto de The Beatles en San Francisco, la psicodelia del Verano del Amor y toda la música que floreció en Laurel Canyon, el barrio de Los Ángeles donde vivieron artistas como Joni Mitchell, The Beach Boys, The Mamas and the Papas, The Byrds y Crosby, Stills, Nash & Young.

Su suerte cambió cuando vio un aviso de la revista Rolling Stone que invitaba a enviar reseñas de discos, libros y películas. Además de ser un asiduo lector, Bangs tomó cursos de literatura y mostró rápidamente que tenía un don para escribir. Remitió a la publicación varias críticas hasta que finalmente publicaron una sobre el debut de la banda de Detroit de proto-punk MC5.

Kick out the jams es considerado un clásico. Su sonido crudo y el inconformismo que transmitían sus letras influenciaron al movimiento punk que surgió casi una década más tarde. El joven periodista, en cambio, lo calificó de ridículo y pretencioso. Tras sentirse estafado y decepcionado –había escuchado que eran la respuesta rockera al free jazz y en su lugar se encontró con una banda típica de garage-, escribió una catarata de diatribas que dejó a los editores de Rolling Stone con la boca abierta. Años más tarde admitiría que el álbum había llegado a ser uno de sus favoritos, pero al momento de su lanzamiento lo que sintió fue indignación. El 5 de abril de 1969, finalmente, salió su primera reseña y empezó su carrera como periodista de rock.

Su editor, Greil Marcus, afirma que en los cuatro años que colaboró para la revista escribió más de ciento cincuenta comentarios de discos. Muchos de ellos llegaban a la redacción con extensas cartas sobre su visión de la música y del mundo. Sus textos eran mucho más profundos de lo que una simple crítica musical podía ofrecer y su prosa, que pretendía emular el ritmo y la energía del rock ‘n’ roll, a veces fluía caóticamente como una pieza de música avant-garde. Tenía la habilidad de transformar su opinión sobre un álbum en un manifiesto o en un análisis sociológico de la cultura pop, pero la desfachatez y agresividad en su estilo llevó a que Jan Wenner, director de la publicación, lo despidiera. El equipo editorial lo acusó de ser insolente con los músicos y la gota que rebalsó el vaso fue lo que escribió sobre The New Age, el noveno álbum de la banda Canned Heat, al que tras una irónica enumeración de motivos por los cuales, según él, el público los amaba, calificó este trabajo como un “tintineo indescriptible”.

Su siguiente destino fue Detroit, donde se incorporó al staff de Creem¸ donde llegó a ser editor. Fundada en 1969, dedicó su atención a las tendencias musicales que surgían en el circuito independiente, como el heavy metal, el punk y la new wave. De hecho, fueron Lester y el periodista Dave Marsh quienes acuñaron el término “punk rock” para referirse a las bandas que antecedieron al género, como los mencionados MC5 y The Stooges de Iggy Pop y a la escena que surgió en Nueva York a fines de los ‘70 y que tuvo como epicentro el local CBGB.

Lester Bangs no tenía problemas
Lester Bangs no tenía problemas en admitir en sus textos que iba a sus reportajes o a los conciertos borracho y se ufanaba de su actitud provocadora

Rolling Stone no le había dado la libertad que deseaba, pero en Creem logró desplegar todo un arsenal de recursos literarios que lo convirtieron en uno de los máximos referentes del periodismo gonzo, el subgénero que inició Hunter S. Thompson más o menos al mismo tiempo en el que Bangs dio sus primeros pasos como crítico de rock. Desprovisto de toda objetividad, este nuevo estilo se centraba principalmente en el punto de vista del cronista, que muchas veces cobraba más protagonismo que la noticia que iba a cubrir. Los artículos de Lester están plagados de referencias personales y metarrelatos que se alejaban de la cobertura en sí misma. Para el lector era normal saber qué sustancia había consumido antes de hacer una entrevista o qué sensación le produjo conocer a determinado músico. A menudo, sus notas tomaban caminos inesperados: un concierto podía disparar una epifanía sobre la sociedad de consumo o el perfil de un grupo nuevo funcionaba de excusa para cuestionar el ego de las estrellas de rock. Era el mismo estilo de inspiración automática de los escritores de la generación beat aplicada al periodismo musical, que a su vez seguía algunas pautas de improvisación tomadas del jazz.

En 1976 abandonó Creem y se mudó a Nueva York, donde colaboró en diferentes publicaciones, como The Village Voice y la británica New Musical Express. Quería experimentar de cerca la explosión del punk norteamericano, el último gran sacudón que tuvo el rock hasta la aparición del grunge en los ‘90.

A Lester Bangs el rock ‘n’ roll le corría por las venas. Llevaba un estilo de vida de excesos y autodestrucción, exudaba la misma energía que una banda entera. No tenía problemas en admitir en sus textos que iba a sus reportajes o a los conciertos borracho y se ufanaba de su actitud provocadora, en muchos casos ofensiva, con la que arremetía a sus entrevistados. Las bromas, los insultos y las preguntas incómodas le dieron status de celebridad en el mundillo del rock. Era admirado por sus colegas –aunque no tan respetado por sus editores- y para los artistas era un desafío sentarse a hablar con él y sobrevivir en el intento. En el fondo, la actitud irreverente, las sustancias, los chistes de mal gusto y la crueldad no eran más que mecanismos de defensa para enfrentarse al ego de los músicos y desarmarlo por completo. “Todo el asunto de entrevistar a una estrella de rock me parecía un asco”, le dijo a DeRogatis. “En realidad, era una reverencia servil a gente que no era tan especial. [El artista es] tan solo un tipo, una persona”. Odiaba el estatus de semidioses que tanto los fanáticos como el periodismo habían dado a los músicos y era su misión desarticularlo con preguntas desubicadas y poniéndose en el centro de la escena. En una ocasión, escribió: “las eternas y totalmente repugnantes murallas entre el artista y su público deben ser echadas abajo, el elitismo debe perecer, hay que humanizar, desmitificar, a las ‘estrellas’, y es preciso tratar al público con más respeto”. En una de las tantas entrevistas que le hizo a Lou Reed lo muestra como un niño caprichoso y compara su aspecto físico con el de un insecto. Con el fundador de The Velvet Underground tenía una relación ambivalente. Lo admiraba profundamente, pero a su vez sus encuentros eran duelos verbales inescrupulosos en el que las discusiones nihilistas terminaban en ofensas y humillaciones.

Elogiaba a los artistas que él consideraba que ofrecían más que un puñado de canciones, sino un reflejo, un retrato o una crítica a la sociedad, es decir, que con su música daban cuenta de su visión del mundo de la misma forma en que él lo hacía con su máquina de escribir. Y si además los discos eran de difícil digestión, mejor. Él era uno de los pocos que habían disfrutado de ese suicidio artístico que fue Metal Machine Music de Lou Reed (1975), un LP doble con poco más de una hora de cacofonías y ruido blanco. A Lester le parecía una obra maestra porque, según él, “cualquier idiota con el equipo podría haber hecho este álbum” y eso “te acerca al artista”.

La pluma de Lester Bangs
La pluma de Lester Bangs apareció en un momento en el que el rock, tras la separación de The Beatles, trataba de encontrar un nuevo rumbo

Por más que le gustara la discografía de un músico, él no era indulgente con ninguno. The Clash era una de sus bandas favoritas. En 1977 los siguió durante una gira por Inglaterra y desnudó en una crónica larga de tres partes que, aunque el grupo era coherente y replicaba el discurso de sus letras en su forma de vida, también se mantuvo impasible cuando su staff agredió a un fan. El episodio le sirvió para darse cuenta de que el rock, el movimiento que él había abrazado con tanto fervor, debía replantearse varias cuestiones acerca de la discriminación. El resultado fue un artículo titulado “Los supremacistas del ruido blanco” (1979), que funcionó como mea culpa de sus propias conductas irrespetuosas, pero sobre todo sirvió para poner sobre la mesa una cuestión de la que nadie hablaba. “Cuando llegas a la conclusión de que la vida da asco y la raza humana básicamente vale lo que un montón de mierda, dispones del campo de cultivo perfecto para el fascismo”, concluyó. Fue su ruptura con el punk que, según plantea Jim DeRogatis en la biografía que hizo de Bangs (Let it Blurt, Broadway Books, 2000), se hizo definitiva cuando escribió un libro sobre Blondie. Bangs fue uno de los pocos que reseñó positivamente su álbum debut en 1976, pero empezó a detestarlos cuando llegaron al primer puesto de los rankings con “Heart of glass”, tercer sencillo de su aclamado LP Parallel Lines. En 1980 una editorial le encargó una biografía del grupo liderado por Debbie Harry y él aprovechó la ocasión para destruirlos. Para la cantante, el libro “fue una puñalada en la espalda”.

Para ese momento, Lester empezaba a sentir cierto desencanto por la industria y el ambiente. Le costaba admitir que los artistas que más lo cautivaban ya no colmaban sus expectativas y que, en muchos casos, no estaban a la altura de sus propios ideales. El punk también lo había decepcionado al ver cómo sus máximos exponentes habían, según su visión, pasteurizado su arte para atraer más público. Cuando en 1978 salió el segundo álbum de Patti Smith, Radio Ethiopia, escribió una crítica tan corrosiva que su editor de Village Voice la rechazó. Para él, que afirmaba que Horses, el disco anterior, lo había dejado sin aliento, ese trabajo era malo porque no satisfacía sus pretensiones de experimentación sino que, por el contrario, afirmaba que la cantante se había vendido.

En esta última etapa de su carrera Bangs apuntó a ganarse la vida como escritor. Quería seguir el camino de sus ídolos, autores como Jack Kerouac, William Burroughs y Charles Bukowski, los beatniks que, a diferencia de los músicos, nunca dejaron de lado sus valores. Tenía muchos proyectos de ensayos de rock y libros de ficción, pero ninguno de sus proyectos pudo materializarse. El 30 de abril de 1982 fue hallado muerto en su departamento. Tras años de autodestrucción, una sobredosis accidental de analgésicos, diazepam y jarabe para la tos acabó con su vida. Tenía apenas 33 años.

“No sé tú, pero a mi juicio las cosas empezaron a ir cuesta abajo para el rock en 1968″, escribió en 1977. En ese sentido, Lester Bangs coincidía con muchos críticos que creen que 1967 fue el mejor año de la historia del rock. No es para menos, la cosecha es difícil de superar: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, The Piper At The Gates of Dawn de Pink Floyd, el homónimo de The Velvet Underground & Nico, Are You Experienced de Jimi Hendrix, Their Satanic Majesties Request de The Rolling Stones, John Wesley Harding de Bob Dylan… la lista es interminable. Bangs le agregaría Chelsea Girl de Nico y Safe as Milk de Captain Beefheart and His Magic Band.

El punk, según su apreciación, murió con la separación de The Stooges en 1974, es decir, cuando el movimiento aún no había nacido. Él diría que fue testigo de la degradación y la decadencia del rock, de cómo una música que había sido revolucionaria se fue convirtiendo gradualmente en un negocio. Reacciones psicóticas y mierda de carburador, la antología de artículos que recopiló el periodista Greil Marcus en 1987 (editada en español por Libros Del Kultrum), puede leerse como la historia de una desilusión.

La pluma de Lester Bangs apareció en un momento en el que el rock, tras la separación de The Beatles, trataba de encontrar un nuevo rumbo. En el camino, se fragmentó en mil pedazos y nacieron nuevas tendencias, cada una como consecuencia de su propio contexto social. En sus crónicas, él siempre apuntó a explicar este fenómeno, pero a su vez intentó transmitir sus propios valores. Detrás de su discurso visceral y sin filtro se escondía un discurso moralista que creía en el poder transformador del rock, en su potencial para hacer del mundo un lugar mejor. Por eso se frustraba cuando sus héroes se comportaban como deidades y desde sus artículos disparaba contra ellos a mansalva y sin piedad.

“Siempre he creído que el rock and roll se reduce a un mito”, afirmó en la biografía que hizo de Rod Stewart (a quien también destrozó). Él construyó el suyo y, para la historia del periodismo, también provocó una revolución, una plagada de drogas, alcohol y un torrente de improperios, pero revolución al fin.

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