Un deslumbrante documental plasma en imágenes el último texto escrito por Haroldo Conti

“Silencio en la ribera”, primer largometraje de Igor Galuk, trabaja con poesía sobre la crónica “Tristezas del vino de la costa o la parva muerte de la isla Paulino”, publicada en la revista Crisis en abril de 1976

El film relata lo que fue la última crónica del escritor argentino Haroldo Conti, publicada en abril de 1976, un mes antes de su secuestro y desaparición en el marco de la última dictadura militar.

A veces -raras veces- las estrellas y las musas se ponen de acuerdo, se alinean y el resultado puede ser un film tan excepcional como Silencio en la ribera, de Igor Galuk. Claro que musas y estrellas, como sucedió en esta feliz coyuntura, suelen necesitar un tiempo de maduración y, asimismo, vientos favorables para llegar a buen puerto.

Porque este documental es el fruto de diez años de trabajo colectivo de la productora Riocine, grupo fundado en La Plata, en 2009, cuyos/as integrantes se conocieron y estrecharon lazos cursando la carrera de Artes Audiovisuales en la facultad, y desde el vamos decidieron consagrarse a trabajar en historias y personas vinculadas con la identidad cultural de la ribera. Galuk, director de cine y televisión, lleva realizados varios cortos de inusual calidad y dos series sobre oficios y artesanías que siguen resistiendo –Olvidados del río (2009) y Paisanos (2012)-, muy recomendables que, al igual que los films breves, se pueden mirar por YouTube en impecables copias. Salvo alguna eventualidad, el cineasta trabaja siempre con el mismo equipo técnico: la productora ejecutiva Paula Asprella, el director de fotografía Ignacio Izurieta, el sonido de Juan Molteni, y así sucesivamente.

Galuk ha ido decantando un enfoque estético y ético que lo distingue netamente, tanto por sus logros como por su fidelidad a una temática que le es cercana, afín, puesto que nació en Berisso, frente a la isla Paulino. En ocasiones, tomando la cámara, a la par de Tute Ramos, en la onda de un John Cassavetes o un Jean Eustache.

Haroldo Conti

Pero para llegar a la culminación que representa este magnífico documental que se proyecta estos días en el Bafici, fue necesaria otra confluencia -ya que del río hablamos- particularmente afortunada: que luego de investigar, concebir y dar a luz una serie de proyectos -algunos premiados en festivales-, el grupo Riocine se cruzara con la última, memorable crónica que escribiera Haroldo Conti para la revista Crisis, publicada en abril de 1976: “Tristezas del vino de la costa o la parva muerte de la isla Paulino”. Un texto que, 40 años antes, remitía al ideario y a la labor de una década de Igor Galuk y su equipo, que descubrieron que el escritor y periodista ponía en palabras -coloquiales, sensibles, donde circula un humor implícito, juguetón- aquello que venían percibiendo, registrando en las costas, y más específicamente en la isla Paulino. Una iluminación emocionante, muy inspiradora que los condujo a acoplar, articular ciertas zonas de producciones de Riocine con la crónica de Conti, sumándoles materiales fílmicos que se creían perdidos de la mítica Escuela de Cinematografía de La Plata, cerrada por la dictadura en 1978, reabierta en 1993 y hoy convertida en la universitaria carrera de Artes Audiovisuales, de donde egresaron Galuk y sus compañeros/as.

Como es sabido, Haroldo Conti, declarado “agente subversivo” por su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y otras organizaciones marxistas, un mes después de publicada la crónica “Tristezas del vino…”, fue secuestrado en la puerta de su casa, en Villa Crespo, cuando volvía de ver El padrino II junto a su mujer, Martha Scavac. Después de que se llevaron a Conti en un violento operativo, ella logró escapar por una ventana junto a sus dos hijos pequeños, que habían quedado al cuidado de un amigo. Luego de pasar por varios centros clandestinos, el gran autor fue visto por última vez en Villa Devoto, en julio de 1976, en pésimas condiciones físicas, según el testimonio del sacerdote y asimismo escritor Leonardo Castellani. Sobre su escritorio dejó escrita en latín -era profesor de esa lengua- una frase que traducida al castellano proclama: “Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”. Consigna que retomaba una inolvidable obra de Alfredo Martín, Lo que llevo de ausencia (Teatro del Borde, 2012) sobre los últimos momentos del escritor conectados con recuerdos de su terruño, Chacabuco. Marcelo Bucossi encarnaba de modo magistral a Conti.

El film revive aquella crónica durante los días que el escritor habitó el lugar, y recupera además materiales fílmicos de la región, estableciendo un vínculo con el presente de la ribera

Así, el destino, después de esa trágica desaparición, después del cierre de aquella prestigiosa Escuela, promovió esta suerte de acople vitalmente artístico entre los egresados de la renacida institución y aquella crónica del gran Conti. Milagrosamente, parte de lo filmado en la isla Paulino, más escenas del documental sobre Retrato humano a Haroldo Conti (1976) que había comenzado Roberto Cuervo para la Escuela, y de Hombres de río (realización colectiva del mismo género y origen, 1965), se ensamblaron orgánicamente en dos años de trabajo de edición que le dieron forma de obra acabada a El silencio en la ribera, que nos sumerge en una armoniosa amalgama de presente y pasado.

Consistentes pilotes de una obra admirable

En este noble afán de recuperar voces marginadas o directamente ausentes del cine, de los medios, Riocine produjo y dio a conocer durante los últimos años un material mayormente documental dirigido por Galuk, donde con las exigencias de una calidad sin concesiones se trata a sus protagonistas con respeto, de igual a igual, haciendo -en consecuencia- lo propio con el/la espectador/a. Obvio es decirlo, sin apelar a anzuelos efectistas que busquen la fácil explotación comercial.

Es lo que ya sucedía, por poner algunos ejemplos, con Sabaleros (2013), donde se da cuenta del quehacer de los pescadores en sus barcas, sus redes, los peces voladores cuando son arrojados a un contenedor, la voz de aves costeras y de Los Olimareños y el rumor del agua desde la banda sonora; la limpieza y el fileteado, los rostros curtidos. Detalles que se apreciaban en Túneles (2009) y que serán desplegados con nuevos hallazgos en la serie Olvidados del río, donde pululan quinteros, cañeros, mimbreros, arcilleros y, desde luego, pescadores. Tampoco faltan los viñateros que aún perduran, hacedores del picante vino costero, de una uva chinche que te puede volar la cabeza… Los trabajadores frente a una cámara que captura con una belleza otra y cierto pudor el misterio de esas caras esculpidas por el tiempo y las duras condiciones de sus labores. Con constante empatía, con atención a la situación social y económica.

Algo muy semejante sucede con la otra serie, Paisanos (Retazos del gaucho bonaerense), que rescata los oficios del campo -domadores, reseros, entre otros- el habla de esta gente sencilla pero expresiva, la hermosura de los caballos, todo con el ineludible trasfondo de ritmos folklóricos. La poética de Galuk, los principios del grupo Riocine podrían emparentarse en un punto con ciertas metas del singularmente radical cineasta francés Robert Bresson: una apuesta a filmar sin maquillaje, con voces humanas espontáneas desprovistas de modulación; a filmar sin sensiblería y sin paternalismo, atendiendo al enigma de los rostros, empleando en lo posible luz natural.

Incluso en el notable corto de ficción La vendedora de lirios (2020), precandidato a los premios Oscar 2021, Galuk, aplicado una vez más a los marginados, aquí siguiendo la frustrante jornada de trabajo de una abuela boliviana y su nieta, está ese toque de autenticidad en las intérpretes, las locaciones, el respeto por las culturas diferentes de la oficial (los rezos a la Pachamama, la indiferencia glacial del cura frente al maltrato), la observación crítica de la explotación de los más débiles… Y esa preferencia por los caminos que se extienden, la grandeza de los espacios abiertos del campo, del río.

Imágenes y sonidos de la ribera en alto relieve

La sirena de un barco, el rumor del río y de las aves, el ladrido de un perro, los caballos -medio cuerpo en el agua- tirando de una barca de pescadores, las primeras imágenes de Haroldo Conti llegando en bote a remo, caminando hacia una casita (del citado doc inconcluso de Cuervo)… Así arranca esta síntesis de años de exigente trabajo que se engama con la crónica “fantasmagórica de la isla Paulino. La cual isla se me apareció en persona y tres días después se me desapareció de repente como cualquier aparición”, como escribió Conti, y dice sin énfasis la voz en off en este documental sobre un lugar y unos pocos pobladores signados por el ritmo de las estaciones. Invierno: esbeltas cañas verdes y esa isla que a la derecha de la embarcación donde viaja HC se la ve “medio barco encallado”. Al autor de Sudeste (1966) y Mascaró, el cazador americano (1975) -entre otras grandes piezas literarias- se lo verá cebando mate, encendiendo un cigarrillo con el fuego que brota de un trozo de papel… Luego, el verdor exuberante de ese lugar donde “después de la creciente del 40 todos viven de recuerdos, los tallarines de Pagani, el vino de la costa…”. Hay un flaco morocho abrazado a un enorme ramo de altas cañas, como enrejado por ellas, que va quitando las que no sirven.

Igor Galuk

En la primavera, descendientes de aquellos italianos que llegaron en los años 20 y 30 del siglo pasado evocan esplendores del pasado y relampaguean breves escenas del corto Hombres del río, en un blanco y negro negativo que aporta la cualidad de “fantasmosa” que atribuye Conti a la isla. Como de costumbre, los intermediarios quedándose con la ganancia de la mayor parte del trabajo, “la simple historia de despojo de la isla Paulino”.

En verano, Haroldo Conti en las imágenes del Retrato humano de Cuervo, escribiendo en su maquina Royal solo con sus índices sobre esos habitantes que “son pocos pero se le cruzan a uno tantas veces en el camino que parecen muchos”. En otoño, las familias de los Miguelines, de los Bosio de la Quintana, los vinos y mermeladas caseros Don Renzo, “la última y quejumbrosa charla con don Trillo”, los pastizales ondeando al viento, una visión dilatada de “la mejor costa del Río de la Plata”. Y esas palabras del escritor que aprietan el corazón: “Todavía creo en el hombre y en este país… Todavía me pregunto si realmente estuve allí… Yo sé que existe perenne allá frente a Berisso, y que el que me desparecí fui yo…”. Y en otra toma certera de Roberto Cuervo, la ternura inefable de su mujer Marta acariciando la cabeza de Haroldo que se ha quedado dormido sobre su falda.

El preludio 1 de Villa-Lobos por Nicholas Petrou, Recuerdos de la Alhambra de Tárrega por John Williams, la Norteña de Jorge Gómez Crespo por Domingo Mercado, y ¿por qué no? El rancho e’ la cambicha desde la radio, sí, por Antonio Tormo, componen una columna sonora soñada.

*“Silencio en la ribera” se proyecta el jueves 28/4 a las 20,55 en el cine Lorca2; el viernes 29/4 a las 16 en el Museo del Cine. Disponible en la plataforma Vivamos Cultura gratis en todo el país por 72 horas a partir de 26/4

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