Un documental cuenta la historia y el valioso legado artístico del fotógrafo Anatole Saderman

“Anatole, decálogo para un retrato”, realizado por Alejandro Saderman, desarrolla las diez máximas de su padre, el notable artista ruso-argentino fallecido en 1993. Se proyecta los sábados en el cine MALBA

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El documental "Anatole, retrato para un decálogo" puede verse los sábados en el cine MALBA
El documental "Anatole, retrato para un decálogo" puede verse los sábados en el cine MALBA

“Fotografiar puede ser nada más que aplicar las leyes de la química y la óptica; es lo que llamamos técnica de registro. En manos de un creador –Anatole Saderman lo es–, ese simple registro se enriquece en contenidos y significados”. Con estas palabras el conductor del programa de TV Telescuela Técnica presenta a su entrevistado.

El inicio de ese show –en blanco y negro– abre también el documental Anatole, decálogo para un retrato, del cineasta Alejando Saderman, quien reconoce en los primeros minutos del filme que tiene una deuda con su padre –”Él me regaló mi primera cámara, con la que hice mis primeros cortos”– y que busca saldarla con la realización de esta película que se presenta hoy y los próximos sábados de abril y mayo en el MALBA.

Tráiler del documental "Anatole, decálogo para un retrato", de Alejandro Saderman

Con fina síntesis, el título del documental alude a un decálogo así planteado por el propio Anatole –”un decálogo sin mucha importancia pero que es muy importante leer”– y a la intención de resumir los lineamientos de un legado en diez “máximas” que develan la esencia fundamental que da vida a una obra sensible.

Anatoly Boriscovich Saderman nació en Moscú en 1904, vivió en Polonia, en Berlín –donde terminó el bachillerato y comenzó a estudiar filología eslava–, y luego su familia se estableció en Paraguay. Desde allí, él marchó a Montevideo, donde fue discípulo de un fotógrafo moscovita, y tras algunas idas y vueltas se estableció finalmente en Buenos Aires. En la capital argentina se desarrolló su labor como fotógrafo y retratista, en especial de artistas plásticos, como Raúl Soldi, Quinquela Martín, Lino Spilimbergo, entre muchos otros.

Benito Quinquela Martín retratado por Anatole Saderman
Benito Quinquela Martín retratado por Anatole Saderman

Con ellos estableció un particular contrato de intercambio. Llegó a decirse que un artista que no hubiera sido retratado por Saderman carecía de imagen pública –”era como un hombre sin cara”, grafica Alicia Dujovne Ortiz–.

El documental del cineasta Alejandro Saderman recoge el testimonio de su padre, en el que rememora momentos de su aventura americana, desde la niñez hasta su llegada a Montevideo y el surgimiento de su vocación por la fotografía. Ese recorrido vital está registrado en un rico caudal de fotos y material fílmico que el documental repasa. Muestra también diferentes apariciones de Saderman en entrevistas televisivas, exposiciones y libros, y numerosos testimonios de personalidades, historiadores y teóricos de la fotografía, y de artistas plásticos a los que retrató, como Carlos Alonso.

Lino Spilimbergo retratado por Anatole Sadermnan
Lino Spilimbergo retratado por Anatole Sadermnan

Aunque vemos a Anatole explicar que decide retirarse debido a su edad –”Para hacer fotografía hay que estar bien”–, su obra sigue vigente: forma parte de exposiciones y es adquirida por museos como el MoMA de Nueva York y el Malba de Buenos Aires.

I

La historia personal de Anatole Saderman tiene rasgos comunes a la de la gran mayoría de los argentinos de principios del siglo XX, jóvenes inmigrantes que organizaron su vida en el nuevo continente. Nació en la capital del Imperio ruso, en el seno de una familia dedicada a la industria y al comercio textiles. Allí fue al colegio y asistió a una escuela de dibujo, frecuentó el teatro de Stanislavski y el Bolshoi. La crisis de alimentos de 1917 a raíz de la revolución bolchevique forzó a los Saderman a abandonar Rusia con la intención de volver en mejores tiempos, aunque eso no ocurriría.

Pasaron por Lituania, se establecieron un año y medio en Polonia y llegaron a Berlín en 1921. “No era fácil en ese momento entrar en Alemania, los pasaportes rusos no les gustaban a los alemanes. La cuestión era coimear”, recuerda el fotógrafo en un fragmento de los videos que muestra el documental. En Berlín, terminó su bachillerato e ingresó a la universidad para estudiar filología eslava e historia del arte, además de dibujo. Financió sus estudios dibujando para un gran cine de barrio gigantescos carteles y figuras de personajes recortadas. En esta época se mueve en el círculo de intelectuales rusos en el exilio, entre los que se encuentra Lyda Paasternak, hermana del escritor.

Saderman en Berlín junto a los dibujos que realizaba para un cine
Saderman en Berlín junto a los dibujos que realizaba para un cine

Ante el avance del nazismo, la familia decide abandonar Europa y se dirige a Asunción del Paraguay, pero Anatole prefiere probar suerte sin el paraguas de su familia y marcha a Uruguay, a donde llega en el ‘26. Es en este viaje donde se encuentra por primera vez con la fotografía. La llegada a unas tierras tan lejanas depara “encuentros insólitos”; “Como europeo, me sorprendo al ver el puerto de Montevideo –rememora Saderman– poblado de obreros mulatos y negros, y empiezo a sacar fotos por gusto”. Allí conoce a su primer maestro de fotografía, el también moscovita Nicolás Yarovoff.

Luego vuelve a Paraguay, donde su padre lo espera con un puesto de retocador de negativos, y más adelante consigue trabajar en un métier que dominaba mejor, como ayudante de laboratorio en un emporio fotográfico.

De esta manera va adquiriendo conocimientos técnicos que pronto aplicaría en su propio estudio en Paraguay, Foto Electra, al que llamó así por ser el único estudio fotográfico allí que usaba luz eléctrica. Tras una corta estadía en Formosa en 1929, finalmente se instala con su familia en la capital argentina. En ese momento, sus retratos ya merecen el halago de algún prestigioso profesional porteño.

Autorretrato de Saderman con una cámara 18 x 24
Autorretrato de Saderman con una cámara 18 x 24

II

En la Buenos Aires de los años treinta no le resulta fácil encarar la actividad independiente y se emplea iluminando fotos en el laboratorio del estudio Van Dyck, de Rivadavia y Medrano, donde sigue perfeccionándose. En 1934 abre su estudio en Callao 1066 donde forma una clientela registrando los ritos sociales: casamientos, bautismos, comuniones y retratos, siempre según el gusto de los clientes, que solían caer en el estereotipo. Solicitaban posar, por ejemplo, con un collar de perlas entre los dientes, y pedían ser retratados por una necesidad de verse agradable, respetable, en fotos tanto para el ámbito laboral como para una pareja o para los parientes de Europa.

Saderman desempeña la tarea con respeto, pero a la vez irá abriendo otro camino que, transgrediendo las funciones tradicionales de la fotografía, le permitirá moverse con libertad en sus posibilidades creativas. Al afianzarse en esta vía, se desliga progresivamente de lo comercial para afirmarse en su orientación hacia el retrato de carácter y buscar su propio estilo.

Autorretrato de Anatole Saderman
Autorretrato de Anatole Saderman

Pronto, gracias a la intervención del arquitecto Vladimiro Acosta, que le sugería que para encontrar su estilo debía encontrar gente a la que poder retratar con libertad, se acercará a los intelectuales y principalmente a los plásticos: Alberto Gerchunoff, Luis Falcini y Eugenio Daneri serán los primeros. Con ellos Saderman se siente libre para trabajar y realizar retratos que considera satisfactorios, en los que busca “no la cara de espejo sino la que no se arma, la que no se prepara, la sin defensa cierta. Porque la gente compone ante el espejo la que cree más bella. Y se equivoca. Esos músculos rígidos, ese temor ante la imagen propia ocultan la sencilla verdad de una expresión que todos nos conocen y que nosotros mismos nos negamos a enfrentar. Por eso, toparse de golpe con un espejo es una exigencia tan extraña, tan inquietante a veces. Y si yo ofrecía mi estudio a los pintores era porque sabía que ellos no me exigirían el retrato bonito, sino que serían capaces de soportarse sin máscara, con su aire de entrecasa”.

Antonio Berni retratado por Anatole Saderman
Antonio Berni retratado por Anatole Saderman

Comienza así una tarea en la que irá afinando sus herramientas y despojándose de toda espectacularidad, tanto en los aspectos técnicos –reducirá la luz al máximo empleando una sola fuente, a veces apoyada por una o dos menores para modular las sombras (“Dios ha hecho un solo sol para iluminar este mundo… Usa un solo reflector para iluminar una cara. En todo caso, ayúdate con la luna y las estrellas, nunca con un segundo sol”, sugiere en su decálogo)– como en el modo de acercarse al fotografiado, a quien preparará para que se despoje de máscaras a través de una cuidadosa tarea de afianzamiento de su confianza por medio de la conversación y el calor humano.

En 1935, Saderman efectuó por encargo de la botánica Ilse von Rentzell una serie de tomas de plantas, flores y frutos que fueron publicadas en el libro Maravillas de nuestras plantas indígenas y que luego también formaron parte de una exposición en la sala Amigos del Arte. Las tomas fueron realizadas en su propio estudio, a donde Von Rentzell iba llevando las nuevas especies que encontraba. Separadas del medio natural, las plantas eran ubicadas sobre fondos oscuros o neutros e iluminadas con dedicación y cuidado, como al componer un retrato, lo que permitía una exaltación de las formas y las texturas. La dimensión estética de estas imágenes excede así el registro meramente científico y las transforma en un hito de la historia de la fotografía moderna argentina.

"Maravillas de nuestras plantas indígenas", libro que reúne fotos de plantas nativas realizadas por Anatole Saderman
"Maravillas de nuestras plantas indígenas", libro que reúne fotos de plantas nativas realizadas por Anatole Saderman

En poco tiempo su estudio cobra prestigio y así es como en 1936 el escritor austríaco Stephan Zweig acude para ser retratado durante su visita a Buenos Aires. De este modo, su placer por hacer retratos lo hace asumir un papel testimonial. Uno de los primeros pintores a los que fotografió fue Eugenio Daneri, quien después de recibir las tomas dijo “a este muchacho hay que darle algo por todas estas fotos”, y le regaló una naturaleza muerta. Anatole colgó la pintura en la parte más visible de su estudio y eso estimuló el canje con otros artistas.

Empieza a formar así una colección de pintura argentina que pronto especializó en autorretratos de los plásticos fotografiados: había establecido con los artistas un acuerdo de intercambio por el cual quienes le pidieran un retrato debían retribuirle con un autorretrato. Esta condición no estaba motivada por un interés material, sino que el fotógrafo quería plantearles a sus retratados un desafío psicológico: quería que esos artistas plasmaran su percepción de ellos mismos, y Anatole luego disponía esos autorretratos en dípticos junto a los retratos obtenidos con su cámara. Gracias a este trueque formó una colección que llegó a superar el centenar de obras.

Jorge Demirijián retratado por Saderman junto al autorretrato que intercambió con el fotógrafo
Jorge Demirijián retratado por Saderman junto al autorretrato que intercambió con el fotógrafo

En la década del 40 el desabastecimiento producto de la guerra lo obliga a modificar algunas técnicas: abandona la vieja cámara de galería y adopta la de 120 mm. Los 50 son años de intensa actividad profesional, tanto en su estudio como en otras actividades vinculadas con la labor fotográfica: exposiciones, acción gremial, labor docente y de jurado en foto clubs, además de la rica experiencia compartida con los fotógrafos Annemarie Heinrich, Hans Mann, Jorge Friedman, Alex Klein, Fred S. Schiffer, Ilse Mayer, José Malandrino, Max Jacoby y Pinélides Fusco: la Carpeta de los Diez, club de diez miembros (con el tiempo fueron cambiando sus integrantes), cada uno de los cuales incorporaba a una carpeta una foto que era comentada y juzgada por sus pares, que funcionó durante varios años y realizó diversas exposiciones. La fundaron para ampliar la difusión de sus fotografías y también para generar un espacio de estudio y crítica, innovador para su época. Todos los fotógrafos y especialistas que testimonian en el documental coinciden en que fue gracias a estos diez artistas como llegó la modernidad a la fotografía argentina.

Luis Felipe Noé retratado por Anatole Saderman  junto al autorretrato que intercambió con el fotógrafo
Luis Felipe Noé retratado por Anatole Saderman junto al autorretrato que intercambió con el fotógrafo

A comienzos de la década de 1960, Anatole y su mujer se instalan durante dos años en Roma, Italia, donde residía su hijo Alejandro. Allí continúa retratando artistas, esta vez con una cámara de 35 mm, y fotografía también el paisaje urbano. En Europa participa de diversas exposiciones y en 1962 vuelve a la Argentina.

En 1974 se instaló en Santiago del Estero, donde vivían su hija y sus nietos. En ese tiempo se dedicó a traducir, junto a su esposa Nina, obras literarias de autores rusos, entre ellos Pushkin, de los que no existían traducciones directas del ruso al castellano. Por la misma época publicó el libro Retratos y Autorretratos, que reúne las fotos que tomó a los artistas que luego aportaron su autorretrato. En los 80 expuso en Barcelona y Valencia. Fue nombrado “Miembro de Honor” del Foto Club Buenos Aires y recibió de la Fundación Konex el “Diploma al mérito” en fotografía.

Antonio Pujía retratado por Anatole Saderman  junto al autorretrato que intercambió con el fotógrafo
Antonio Pujía retratado por Anatole Saderman junto al autorretrato que intercambió con el fotógrafo

III

“Ama al prójimo a quien vas a retratar. Si no puedes amarlo, ódialo. Si te es indiferente, fotografía mejor una botella de alguna bebida gaseosa: puede rendirte más y aparte no protesta ni te da indicaciones”, escribe Anatole Saderman en el tercer postulado de su decálogo.

Por su formación y sensibilidad, el fotógrafo se vinculó rápidamente con el mundo cultural del momento, al que retrató de manera sencilla y directa, sin efectos visuales llamativos ni retoques. “Con esa sencillez fue consolidando un estilo personal, caracterizado por la simpleza visual y la búsqueda del gesto justo y expresivo, en una aproximación al modelo que nunca fue indiferente –define el fotógrafo Juan Travnik–. Anatole era modesto y generoso. Tenía una cadencia dulce y seductora en el hablar y sus ojos claros parecían cargados de melancolía. Su procedimiento era no retocar, de negros profundos y contrastantes, casi siempre sin luces de relleno, esas que se usan para ablandar los contrastes y dar una imagen glamorosa del retratado. La intención de fijar un rostro sin embellecerlo era revolucionaria para la época. Hay algo táctil en esos rostros que nos resultan cercanos, a diferencia de las puestas en escena, evanescentes y distantes, de otros fotógrafos”.

Anatole Saderman retratado por Alicia Schemper
Anatole Saderman retratado por Alicia Schemper

Saderman se tomaba su tiempo para entender un rostro, una mirada, para llegar a la esencia de la persona que tenía frente a él. En las dos primeras leyes de su decálogo postula: “1) Lo más difícil en el oficio del retratista es perderle el miedo al asunto. 2) Pero a lo mejor no es miedo, sino emoción. Esta, mejor, no la pierdas nunca; un retrato, sin emoción, no es un retrato, es una foto: una en un millón”.

En la mayoría de sus retratos hay un encuadre cerrado sobre el rostro, una iluminación lateral que ilumina una mitad del rostro, dejando la otra mitad en la sombra, donde refulge un brillo en el ojo. El fotógrafo está pendiente de la mirada del modelo para capturar un instante de ausencia en el gesto del retratado, el momento en que pierde la máscara que todos llevamos puesta todo el tiempo. Cuando excepcionalmente abre el plano, lo que está alrededor pasa a ser parte esencial del retratado.

Pero así como está la impronta de Saderman en los retratos que realiza, también se aprecian en éstos los rasgos únicos y distintivos del retratado. Su estilo nunca se impone, nunca desdibuja al modelo: por el contrario, lo revela, lo vuelve visible. En el momento de la toma, Saderman no está atento a su estilo, está atento a la persona que tiene enfrente. “No busques un estilo ‘especial’. Si tienes garra, ‘tu’ estilo cristalizará cuando menos lo pienses”, dice otra de las reglas de su decálogo.

IV

“¿Quién escribe la historia del arte? En buena medida, quienes tengan acceso a las obras de arte, a los archivos fotográficos en el caso de la fotografía. Sin esos archivos, no vamos a poder escribir la historia, y vamos a tener que viajar a los Estados Unidos, el principal comprador mundial de archivos, para poder hacerlo”. En estos términos dialogan, hacia el final del documental, su director y la investigadora Verónica Tell. A partir del caso particular de la situación actual de la obra de Anatole Saderman, la película plantea un problema soslayado en el ámbito artístico. Los negativos y las copias fotográficas requieren condiciones específicas de conservación para que no se degraden y desaparezcan con el paso del tiempo. Hasta el día de hoy, el material de Saderman y el de otros fotógrafos del siglo XX (antes de la era de la fotografía digital) está conservado de manera casera por los propios fotógrafos o por sus descendientes.

Tell relata sus intentos por propiciar en organismos estatales acciones tendientes a la organización y preservación de la obra de los fotógrafos argentinos, y expone la decepción de no ser escuchada; “No hay interés”, resume. Esta preocupación es compartida también por la fotógrafa Sara Facio, cansada de recibir la respuesta “no hay presupuesto”.

Alejandro Saderman, realizador del documental
Alejandro Saderman, realizador del documental

“Me pregunto si el patrimonio cultural argentino se va a nutrir con la obra de los maestros del siglo XX, como Saderman, o si esos archivos van a terminar en alguna universidad norteamericana”. Con esta preocupación de Alejandro Saderman se va cerrando el documental, que, al mismo tiempo que rescata la figura, la trayectoria y la valiosísima obra de un artista sensible mediante el testimonio de quienes recibieron su afecto y su generosidad, también interpela a quienes ocupan lugares de decisión desde los que puede garantizarse la perdurabilidad del legado artístico del siglo XX.

*Anatole, decálogo para un retrato puede verse en el museo MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA) los sábados 23 y 30 de abril a las 18 horas, y se exhibirá también durante el mes de mayo.

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