El pequeño sketch que protagonizan C. Tangana y el veterano rocker argentino Andrés Calamaro, dentro de un ascensor, en el inicio del videoclip de la canción “Hong Kong” -uno de los hits del extraordinario disco El Madrileño, de la joven estrella española- es revelador sobre la dimensión de la figura de Jorge Drexler. “Toca bien Jorge eh”, dice Tangana. Calamaro farfulla a lo Tom Waits “Ah qué bien... Qué bueno es el toro”. “Demasiado bueno el cabrón”, afirma el español y el argentino repite con él “demasiado bueno...”. “A veces da un poco de rabia”, agrega Tangana. “Le falta ganar un Oscar”, tira el centro Calamaro. Y el madriñeño lo cabecea: “Ya lo tiene”.
Al margen de cualquier premio -aunque el Oscar no es “cualquier” premio- la entidad musical de Jorge Drexler es indudable. Breve repaso: se trata de un cantautor uruguayo, médico de profesión y músico part-time que a fines del siglo pasado, se embarcó en un viaje hacia España que habría de cambiar su vida. A instancias de Joaquín Sabina por cierto, quien lo empujó a largar la medicina y dedicarse de lleno a la música. Tenía con qué. Apenas como carta de presentación había publicado un par de discos independientes publicados en Uruguay. Talento y canciones mediante, le llegó un contrato con una discográfica multinacional que ya no existe. Frontera, el primer disco de la nueva etapa en la vida de Jorge Drexler publicado en 1999, habría de resultar decisivo para plantar los cimientos de su actual status de estrella de la canción hispanoparlante.
Frontera, y todos los discos que vinieron después (Sea de 2001, Eco de 2004 y Bailar en la cueva de 2014, los más destacados) patentaron un paquete sonoro muy atractivo. Canciones lisas y llanas construidas con delicada orfebrería, letras que reflejan un hábil dominio de las palabras y la construcción de frases, varias de ellas convertidas en estribillos para cantar en un estadio, casi susurradas por una voz nada impresionante, pero cálida y justa. Piénsese en cualquiera de sus grandes hits en más de 20 años, que los hay y bastantes: “Me haces bien”, “Al otro lado del río” (la ganadora del Oscar, central en la película Diarios de motocicleta del brasileño Walter Salles), “La edad del cielo”, “Todo se transforma”, “Guitarra y vos”. La lista podría continuar. En todas ellas hay: una melodía casi minimal, una letra que puede llegar a conmover (o hacer pensar, o las dos cosas al mismo tiempo), esa voz a medio tono tan especial, una guitarra acústica de sonido prístino y, en muchos casos, leves intervenciones electrónicas -máquinas de ritmo, breves loops- que adornan la obra. Es el sonido-Jorge Drexler. Marca registrada.
Este nuevo disco que acaba de ser publicado en plataformas de streaming de alcance global -así se estila hoy en día, año 2022- se llama Tinta y tiempo y mantiene esa tendencia del sonido-Drexler. Afirmación que no debe leída en todo no de juicio crítico negativo, más bien como una confirmación de la continuación del estado de gracia creativo del artista. Son diez canciones, casi todas compuestas por Drexler (con varios cofirmantes, entre los que resalta su compratriota Martín Buscaglia), con presencias estelares de Rubén Blades, C. Tangana, la cantante israelí Noga Erez y el propio Buscaglia, la participación casi constante de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid y bajo la producción compartida por Drexler y el catalán Carles Campón Brugada (en los créditos del disco y para toda la comunidad musical española “Campi”). El sonido-Drexler esta vez, toma la ruta del llamado chamber pop (pop de cámara) que vincula melodía y textura, con orquestaciones que se nutren de la presencia de instrumentos de cuerda, piano y armonías vocales. Al fin y al cabo, la esencia beatle que sobrevive al tiempo. Así es Tinta y tiempo.
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