En el anochecer de los sábados otoñales, un espectáculo de enigmático título explota en el Villa Crespo profundo dejando al público asistente entre anonadado y muy molesto, entre admirado y francamente indignado. Formas de reaccionar diferentes que se manifiestan en la verada de la calle Malabia al 600, a la salida de la obra 23.344, que no deja a nadie indiferente, que incita a espectadoras y espectadores a verbalizar sus impresiones, a discutir con vehemencia. En suma, a hacer una suerte de catarsis para poder empezar a procesar lo que acaban de ver, de escuchar. Algo que para la mayoría de los concurrentes está en el límite o más allá de lo soportable.
23.344 –título que remite crípticamente a una ley de 1986 que ordenaba avisar de los peligros del tabaco en los atados de cigarrillos– es una pieza teatral que expone, sin remilgos, con una formulación original potenciada por la puesta en escena, los estragos de la masculinidad hegemónica aún dominante que empezó a ser definida y estudiada en los años 80, particularmente por la socióloga australiana Raewyn Connell (1944), mujer trans (que primeramente firmara sin género: R.W.Connell) que finalmente publicó su ensayo Masculinidades en 1995.
Muy probablemente el dramaturgo Lautaro Vilo, excepcional talento múltiple –además, traductor, actor, director, docente…– no tenía noticias de Connell cuando, muy joven, a los 27, presentó en un concurso del CCRojas –que ganó– este texto que con tanta agudeza dilucida aspectos del concepto de género aplicado al varón; es decir, el conjunto de prácticas y roles socialmente construidos a través del tiempo. Pero evidentemente su intuición de artista y su propia visión del mundo lo habilitaron para crear esta obra, 23.344, que sorprende por su manera de condensar certeramente modelos de comportamiento masculinos de larga data que, con variaciones, todavía resultan influyentes en la educación.
Dicho esto –la Diosa nos libre y nos guarde– sin minimizar los avances imparables del feminismo y sin dejar de reconocer la buena voluntad creciente de varones de espíritu sinceramente igualitario dispuestos a un justo revisionismo, pero en buena medida sigue persistiendo el enfoque machista, inferiorizador, dominador que se pone a menudo la piel del cordero paternalista, concesivo. Y asimismo, aunque cada vez menos, sigue habiendo mujeres que quizás irreflexivamente tienen internalizada la idea clasista de la superioridad masculina que les fue precozmente inoculada en la familia, la escuela, el entorno…
Está muy probado que hay creaciones de las distintas artes que por su riqueza y atemporalidad se prestan generosamente a ser versionadas con una libertad que permite ahondar, excavar, revelar significados. Tal el caso de 23.344, obra que fuera dirigida por el propio Vilo en 2010, en otra tonalidad bien distinta a la que propone ahora el valioso director Francisco Civit (que fue intérprete en aquella ocasión, donde se incluía la práctica de esgrima entre los tres personajes).
Por poner un ejemplo musical muy popular de adaptación, la “Marcha Turca” (rondó de la sonata 11) de Mozart ha sido interpretada incontables veces al piano por pianistas del nivel de Marta Argerich y también reescrita con inefable humorismo por Boris Vian (que le sumó letra), y –entre otros arreglos– es tocada en ritmo de cumbia… Por su lado, la ópera Carmen, que ha sido llevada a escena en incontables puestas que seguían el libreto original protagonizadas por grandes divas, también ha dado pie a versiones contemporáneas de acentos feministas como la que ofreció Marcelo Lombardero en el Teatro Avenida en 2011, donde la heroína de la popular obra maestra de Bizet era vista como una mujer golpeada.
Y ya en el terreno de la cinefilia, entre tantas adaptaciones, ¿cómo no mencionar la Carmen Jones (1954), con elenco totalmente negro del ecléctico (blanco) Otto Preminger, con la ópera devenida irresistible comedia musical de Oscar Hammerstein II? Previamente estrenada en Broadway cerca del final de la Segunda Guerra, Carmen se vuelve una obrera en una fábrica de armas y el torero, un exitoso boxeador. El film, por cuenta y riesgo del director, se toma algunas libertades respecto del musical, pero siempre respetando los conocidos temas de Bizet en arreglos jazzeados.
No es de extrañar, entonces, que el propio autor de 23.344, al dirigir su pieza, no haya puesto netamente de manifiesto los contenidos críticos respecto de la construcción de la masculinidad tradicional, que ahora esclarece y subraya osadamente Civit. Más aún, en una interesante entrevista que se le hizo en 2011, ni Lautaro Vilo ni la entrevistadora mencionan esos rituales de pasaje en busca de una identidad, de pertenecer. Solo hablan del tabaco como si fuera un tema principal y no un acompañamiento. Lo cual resulta por lo menos llamativo después de conocer la lectura que ha hecho Francisco Civit, respetando casi totalmente el texto de Vilo.
El varón no nace, se hace
Bajo este título escribí en 2008 sobre una obra estrenada ese año que encaraba desde la actualidad el peso de los mandatos para hacerse hombre. La alusión a la célebre frase de Simone de Beauvoir aplicada las mujeres, salta a la vista. La filósofa y novelista a su vez había evocado a Erasmo de Rotterdam que en el siglo XVI anotó esa conclusión refiriéndose a los humanos en general en un tratado sobre la educación. Bastante tiempo antes, en el siglo II, Tertuliano, converso, tenido por uno de los Padres de la Iglesia, había proclamado: “No se nace cristiano, etcétera…”.
La obra arriba mentada era Lote 77, con dramaturgia y dirección de Marcelo Mininno, que ponía en escena –casualmente– a otra trinidad de varones que iban revelando clásicos disfraces de la virilidad establecida a través del tiempo y de diferentes culturas. Ese encorsetamiento largamente observado por los estudios de género que ha ceñido y enajenado desparejamente a mujeres y hombres (con privilegios y una jerarquía superior para los segundos, por si hace falta puntualizarlo). Con otros recursos narrativos –si se la compara con 23.344–, Lote 77 investigaba con sincero empeño las causas del malestar masculino relacionadas con los preceptos recibidos, con la imposición de estructurarse, de actuar como personas recias, duras por fuera y por dentro. Una mochila agobiante que los tres personajes cargan con dificultad. Han nacido en fechas aciagas, como sugiere el título, son compañeros de colegio y su discurrir va trazando una correspondencia con el destino que sufre el ganado bovino macho, dividido en muchos novillos y pocos toros.
Lote 77 fue el resultado de más de un año de búsqueda honesta y de mucho compromiso llevado a cabo por Mininno y sus meritorios intérpretes –Andrés D’Adamo, Lautaro Delgado y Rodrigo González Garillo– a través de determinados cuestionamientos muy personales que el director los invitó a hacerse en un espacio escénico. Cabe consignar que MM nació en Salto, provincia de Buenos Aires, donde cursó la primaria y la secundaria a la vez que realizaba tareas vinculadas a la ganadería. O sea que tuvo la vivencia directa de la cría del ternero y sus destinos marcados: destetado a los 9 meses y castrado antes de ponerlo a engordar; otros, quedando como “toritos” para la reproducción.
En 2008, Marcelo Mininno reconocía que el varón había perdido progresivamente ese rol de proveedor, que se había generado y fortalecido en los comienzos, merced a su mayor fuerza muscular, y que necesitaba reformularse. El dramaturgo, director y actor se preguntaba: “¿Cómo pensar la nueva relación entre hombre y mujeres?, ¿cómo transitar esta incertidumbre?, ¿cuáles son las marcas hereditarias que se filtran en la identidad?, ¿dónde ubicar las fronteras entre lo natural y lo cultural?”. Lote 77 dejaba aflorar el hondo desgarramiento de sus personajes; el agotamiento de un modelo machista, sexista, homofóbico. Esa armadura oxidada que la obra transparentaba, respirando por la herida narcisista y adelantándose a la movida local actual.
Fumar, beber, alardear, dañar
Independientemente de las lecturas que se puedan hacer de 23.344 –la cronista arriba firmante opina que la de Francisco Civit parece difícilmente superable–, sin duda Lautaro Vilo tenía algunas cosas claras cuando siendo tan joven escribió esta obra extraordinaria, fuera de canon en más de un sentido en 2004 (a la que seguirían otras gemas, entre las cuales mencionar, Cabaña Suiza, Escandinavia…). Por intuición, sensibilidad, visión; porque las musas ya lo visitaban en su Plottier natal (Neuquén), su percepción crítica de cierta hermandad masculina se fue afinando.
Por otra parte, el texto de esta obra relumbra por su escritura sincopada, casi una partitura, reforzada en la puesta actualmente en cartel por los temas musicales que ejecutan los tres personajes protagónicos de manera orgánica, integrándose a un desarrollo que, entre testimonios y diálogos en contrapunto, va dando cuenta de los rasgos típicos de la complicidad, de rituales de pasaje que implican prejuicios, de tentativas un tanto desesperadas de inscribirse en un mundo adulto masculino. El cigarrillo como símbolo de rebeldía, de vehículo para alcanzar en la primera adolescencia la voz grave, viril, sorteando la etapa de “la voz aflautada del marica”. El tabaco como demostración de hombría consumido en exceso, y asimismo exaltado a través de datos históricos ligados a la colonización llevada a cabo por los europeos.
Uno, Dos y Tres: así son nombrados los personajes en el texto, no en escena. Representantes de variaciones sobre la masculinidad más rancia, los roles se van diferenciando en el transcurrir de 23.344, pero el trío coincide en expresiones de homofobia, sexismo, racismo, misoginia en diversas situaciones que refieren y que los retratan atrofiados emocionalmente, encasillados, formateados. Siempre sobreactuando un rol que les llega de lejos, que no eligieron conscientemente. Desprovistos de empatía, especialmente hacia la mujer, una característica que emerge de modo inhumano –y encuentra eco en la realidad local actual de castigos, violaciones y femicidios– en la atroz secuencia del maltrato a la prostituta. “Nos fuimos a la mierda esa noche”, dice uno de ellos. Sin un gesto, una palabra de compasión hacia la chica.
23.344 expone el proceder de la pandilla, la patota, la manada, el clan o el nombre que se le quiera dar a esa clase de cofradía violenta y cruel. La filósofa feminista española Celia Amorós declaraba en 2006, al recibir el Premio Nacional de Ensayo, que ella empezaría “por disolver las pandillas masculinas, que esos varones pequeños no se relacionen entre sí con esos rituales del que mea más lejos”. (Ritual que se practica en la obra de Vilo.)
Francisco Civit (nativo de Empedrado, Corrientes) sitúa a los tres “amigos para siempre” –después de coincidir en un baño del colegio– en una escenografía deliberadamente impersonal –diseñada con acierto, al igual que el vestuario, por Cecilia Zubeldía– que bien podría ser un garage que ellos usan como lugar de reunión e intercambio. Bebidas cerca, elementos para hacer la música original que –amén de temas ajenos estratégicamente sumados– los actores interpretan, guitarra en mano, y que fue compuesta junto al director.
Julian Vilar, José María Barrios Hermosa y Juan Pablo Maicas son los actores corajudos que encarnan a conciencia, sin regateos, a estos personajes escabrosos; sin transar ni un gramo para lograr la simpatía del público, respondiendo así cabalmente a la concepción de Civit, que además encontró en la asistente de dirección Lorena Daufi una efectiva colaboradora, así como las luces de Facundo Estol contribuyen funcionalmente a crear climas, a generar tensiones.
* 23.344 se presenta los sábados a las 20 en el Teatro El Crisol, Malabia 611.
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