Secretos, anécdotas y consejos de Luis Ceravolo, el baterista que tocó con leyendas como Piazzolla y Spinetta

El músico lanzó su disco “Odisea invisible”, una fusión de tango, jazz y folklore, y lo presentará este viernes en un club porteño. Su experiencia al lado de celebridades de distintos géneros. Recomendaciones a los jóvenes que empiezan a tocar un instrumento

Luis Ceravolo, el baterista que tocó con los mejores, lanzó un nuevo disco (Foto Nicolás Stulberg)

En 1973, a los 23 años, Luis Ceravolo pudo haber elegido trabajar en una empresa líder de la Argentina, con un buen sueldo y un auto. Pero decidió ser músico. Y no se convirtió en cualquier músico: en su brillante trayectoria como baterista, tocó con leyendas como Astor Piazzolla y Luis Alberto Spinetta, con el guitarrista de jazz Jim Hall y el trompetista Arturo Sandoval, con Ariel Ramírez, Lalo Schiffrin, Manolo Juárez, Susana Rinaldi, Juan Carlos Baglietto, Machi Rufino, Rubén Rada, Jorge Navarro, Rubén Juárez y Baby López Fürst.

Después de tantas décadas de música (comenzó a los 11 años), y mientras sigue con el grupo Anacrusa, de José Luis Castiñeira de Dios, y la banda A 18 minutos, que homenajea a Spinetta, Ceravolo abandonó en estos días su permanente perfil bajo para lanzar su nuevo disco, Odisea invisible, grabado durante la pandemia, una síntesis de toda su carrera en la que se entremezclan el tango, el folklore y el jazz. “Es medio difícil ubicarlo en un género específico, pero, en realidad, es fusión, que es lo que hice toda mi vida”, afirmó a Infobae pocos días antes de la presentación del álbum, este viernes, a las 20, en Bebop Club, Uriarte 1658.

En el disco hay hits de Piazzolla como “Libertango” y “Zita”, standards jazzeros como “Cherokee” y un tango célebre como “La puñalada”, además de composiciones de Ceravolo y del pianista Cristian Zárate, su socio musical, a quienes acompañan Juan Pablo Navarro en contrabajo y Nicolás Enrich en bandoneón. Juntos, lograron desarmar y volver a armar melodías reconocibles. “Cherokee”, por ejemplo, no deja de ser el tema de Ray Noble que inmortalizaron Charlie Parker o Clifford Brown, pero tiene un aire “bagualesco”, según Ceravolo. Y “Libertango”, esa aplanadora piazzollana, arranca tímidamente con pulso jazzeado hasta recobrar su potencia original.

Esa convivencia musical tan difícil de lograr está presente en los 7 temas del CD (hay promesas de sumar sorpresas en vivo, este viernes) y rinde tributo a dos de los hitos del largo camino recorrido por Ceravolo: las tres semanas tocando en el teatro Olympia de París como parte del octeto de Piazzola y su experiencia en la Banda Spinetta, la incursión en el jazz del “Flaco”, homenajeado a través de la fusión.

Luis Ceravolo interpreta "Libertango"

El baterista, casado con Alejandra Martin, una de las mejores cantantes de jazz argentinas, que también aporta su voz en un tema de Odisea invisible, se inició en el arte de combinar géneros y ritmos cuando hace 49 años creó el grupo S.O.S., pionero en la fusión entre rock, jazz, folklore y candombe, junto con su hermano Héctor (pianista), Gustavo Bergalli, Héctor Bingert, Bo Gathu y nada menos que Rubén Rada, a quien Ceravolo fue a buscar a Montevideo para convencerlo de sumarse a un proyecto innovador para la época.

En 1977 llegó la gira con Piazzolla por Francia, Italia, Suiza y Bélgica, que incluyó la grabación en vivo en el Olympia, en una formación que compartió con Ricardo Sanz en bajo, Gustavo Beytelmann en piano, Osvaldo Caló en órgano, Tommy Gubitsch en guitarra (quien tocó con Spinetta en El jardín de los presentes), Chachi Ferreira en flauta y Daniel Piazzolla (hijo de Astor) en sintetizador y percusión.

El siguiente desafío, entre 1979 y 1981, fue sumarse a una banda en la que Spinetta se nutrió de la influencia del jazz rock que tuvo su apogeo a fines de los setenta. Allí estuvieron, además de Ceravolo, Bernardo Baraj en saxo, Eduardo Zvetelman en teclados y Ricardo Sanz en bajo. Fue una etapa spinetteana luminosa pero “maldita”: temas del repertorio de esa banda, como “Tanino”, “El Turquito”, “Bahiana split” o “Los espacios amados”, brillaron en vivo, en el Teatro Astral o el estadio Obras, pero nunca llegaron a un disco.

Luego llegó su participación en La Banda, que fusionó el jazz, el candombe y el rock, otra vez con Rada, Jorge Navarro, Bernardo Baraj, Ricardo Baraj y Benny Izaguirre, y un disco impecable cuya foto de tapa, con presos en fuga, emulaba a la de Band On The Run, de Paul McCartney. Sin descuidar nunca su corazón jazzero, que incluyó -y sigue incluyendo- shows con su esposa, a quien le produjo un excelente disco, Lush Life, en 2003; Navarro, López Fürst, Santiago Giacobbe, Manuel Ochoa y Javier Malosetti, entre otros.

Juan Pablo Navarro, Nicolás Enrich, Luis Ceravolo y Cristian Zárate, los músicos que grabaron "Odisea invisible" (Gentileza Acqua Records)

Compositor, productor y arreglador, el baterista es uno de los músicos más respetados y queridos por sus colegas. Alterna su vida plácida en Luján, donde tiene una sala de ensayos, con una intensa vida artística que se mantiene llena de conciertos y de proyectos. En la entrevista con Infobae, Ceravolo habló de su nuevo disco, repasó distintos momentos de su vida musical y le dio consejos a los músicos jóvenes que están empezando su carrera. Siempre sin perder la humildad, otra de sus marcas registradas.

¿Cómo fue el origen de Odisea invisible?

—Se fue gestando muy lentamente. Las primeras cosas que hice de este proyecto fueron en 2015 para un sexteto con el que compartimos tres conciertos. Pero al final abandoné esa formación. Este disco es como la síntesis de toda mi vida. Me decidí hacerlo hace dos años y la pandemia me retrasó, pero tenía una lista de quince temas y empecé a trabajar con los arreglos. El primer tema que arreglé fue “Libertango”, que ya lo tenía armado, hice una grabación en casa con piano, contrabajo y bandoneón. Lo empecé a practicar porque mi trabajo es muy intenso en la parte rítmica. No quería tocarlo igual que como lo grabé con Astor. Quería hacer algo diferente, algo nuevo.

—Tampoco suena como un disco de un baterista que sólo quiere lucirse.

—Es que tampoco quería hacer un disco de batería donde se luzca ese instrumento. Hay solos de batería, pero están repartidos. Esa era una de las cosas que yo quería, no es un disco de jazz, aunque sí está emparentado con el jazz o con los solos que no se dan en el tango. Obviamente yo “muero” por el jazz, pero me refiero a que no son solos jazzísticos, son improvisaciones con su estilo, con sus formas, y eso es lo que yo quería. El proyecto era tener un disco, ¿pero qué disco? No tenía ganas de grabar un disco de jazz. Tampoco de tango en un 100%. Es medio difícil ubicarlo en un género específico, pero en realidad es fusión, que es lo que hice toda mi vida.

—Pero hay una veta tanguera que recorre todo el disco.

—Es que con este grupo, todo lo que toco me suena a tango. “Cherokee” es un tema de los standards americanos que se tocó siempre rápido, hay miles de versiones en todo el mundo. Dije: yo quiero hacer una versión lenta.

Luis Ceravolo, con Astor Piazzolla y el resto del octeto en París

—El disco tiene una combinación muy lograda de géneros.

—Es muy importante la sociedad con Cristian (Zárate), con Juan Pablo Navarro y con Enrich. No tuvimos muchos ensayos antes de grabar: son grandes intérpretes, muy inteligentes, con ideas propias y una velocidad mental que es alucinante. Ellos aportan mucho.

—¿Trabajaron en el disco durante la pandemia?

—Sí, y grabamos a fines de octubre porque antes no se podía. Estaban los estudios son cerrados. Durante la cuarentena trabajé solo y también con Cristian (Zárate). Nos mandábamos cosas por internet.

—Entre las perlitas del CD está una versión preciosa de “La puñalada”.

—Sí, tiene un arreglo de Cristian Zárate y de Leonardo Sánchez, un guitarrista argentino que vive en París, un capo. Ellos lo tienen grabado para guitarra y piano. A mí me gustaba mucho y yo lo “deformé”: quería que fuera más estable armónicamente, eso es lo que yo trabajé. En todo el disco hay diferentes climas, diferentes momentos, pero siempre busqué una cosa estable armónicamente, que no sea una improvisación permanente, aunque está emparentada con el jazz, sobre todo en lo que es la construcción, la orquestación.

Luis Ceravolo, a los 11 años, tocando la batería con su papá en el piano y su hermano en el vibráfono

—Su carrera como músico empezó de chico, ¿no?

—Yo empecé estudiando piano a los 6 años. Seguí hasta los 11. Papá era pianista, hacía los arreglos, tenía una orquesta. Mi hermano tocaba el vibrofón y el piano. La influencia de mi viejo fue tremenda. Yo lo acompañaba a mi papá a la radio y me quedaba al lado del baterista. A mí me encantaba, pero bueno, hacía falta un baterista también en la familia.

—¿Y cuándo comenzó con su instrumento?

—Empecé a estudiar batería a los 11 y a los 12 ya tocaba con mi viejo, que me ayudó siempre. Había que estudiar y no dejar el colegio, eso sí. Mi primer crucero para trabajar fue a los 12 años. En Miami yo me compré una Ludwig (N. de la R: una de las marcas más prestigiosas de batería), que acá casi nadie tenía. Así que estaba enloquecido. Yo me la podía comprar porque estaba trabajando en el barco y ganaba como un adulto aunque era un nene. Me ponía los pantalones largos para la noche y durante el día corría con los cortos.

—¿Piazzolla lo llamó a usted?

—No me acuerdo que me llamara Astor, pero la propuesta era para hacer la gira. Yo fui de público a ver el octeto electrónico un poco antes de que me convocaran. Fui a verlo y me morí con lo de Piazzolla, me morí. Yo quería tocar eso.

—¿Qué recuerda de sus primeras charlas con Piazzolla?

—La primera charla fue en Buenos Aires, fui al departamento que tenía en avenida del Libertador. Era de carácter fuerte, pero de entrada fue un divino. En una gira hubo algunas peleas, pero lo más importante fue estar con él, tocar con él.

La Banda Spinetta, la experiencia jazzera de El Flaco, con Luis Ceravolo en batería

—¿Qué puntos hicieron en la gira?

— Nos juntamos en París y los primeros conciertos fueron en Milán. Y después, los conciertos en las cercanías de París, luego las tres semanas en el teatro Olympia y más tarde en las provincias. También fuimos a Suiza para grabar un programa de televisión, del que, por suerte, ya hay un video que está circulando.

—El sueño del pibe. ¿Qué edad tenía en ese momento?

—Yo tenía 27. Tampoco era tan chico...

—¿Era joven para tocar con Piazzolla?

—Y sí, claro. Le sigo contando. En París, dejamos el equipaje en el hotel y fuimos al departamento de él, a su casa, y Laura Escalada y Astor habían preparado una recepción. Al día siguiente fuimos a comprar instrumentos. Astor nos pasó a buscar por el hotel, nos llevó a un negocio de música y pagó todo lo que elegimos. Igual le teníamos que devolver la plata. Y después empezó la gira, que también fue extraordinaria porque una vez que ensayaste y aprendiste ese repertorio ya lo empezás a tocar con una confianza muy grande.

—¿Qué recuerda de los conciertos en el Olympia?

—Fueron tres semanas en el teatro. Nosotros éramos la apertura de un concierto de Georges Moustaki, que era todo un Dios para los franceses. Fueron conciertos todos los días y durante tres semanas. Fue algo fantástico. Y, además, quedó un registro discográfico que está muy bien, incluso hace poco se hizo una reedición y una masterización: suena bárbaro.

—¿Qué le dejó esa etapa con Piazzolla?

—Me marcó para siempre. Y después de lo de Astor, a fines de 1977, volví a Argentina y la pasé muy mal. Primero porque llegué sin plata. No sabía qué iba a hacer. Además, la batería tardó como tres meses en llegar porque vino por barco.

Nicolás Stulberg

—¿Por qué estuvo mal?

—Los primeros meses estuve realmente muy triste porque se había acabado esa experiencia con Astor. Empecé a tocar con Giacobbe y Ricardo Sanz en Oliver, en un trío. Y a veces venía Alejandra a cantar de invitada. Eran dos veces semanas. Y una de esas noches viene Spinetta de público con Machi. Eso fue tremendo. Se quedó durante toda la actuación y nos quedamos charlando y ahí directamente me propuso tocar con él. Yo ya lo conocía, e incluso ya me había propuesto también hacer algo juntos, pero, inexplicablemente, me asusté y no quise. Era una propuesta para tocar y también para convivir como en comunidad.

—Y aceptó esa segunda oferta...

—Sí, es que todo se enderezó cuando decidí tocar con Spinetta porque, además, justo para ese momento empecé a tocar en la orquesta estable de Canal 13 y pasé a tener un sueldo. Pude hacerlo porque las grabaciones eran por la mañana y nosotros a esa hora no hacíamos nada con Spinetta. Sí laburábamos mucho, en el grupo de Spinetta había que ensayar muchísimo.

—¿Dónde ensayaban?

— En algunas salas de ensayo y en la casa de mi madre, en Castelar. Ahí teníamos un estudio con un piano, sillones, y llevamos todos los equipos de guitarra, de bajo, los teclados. Nos pasábamos el día ahí. Mi madre nos cocinaba. Jugábamos a los dardos y al Scalextric. Nos divertíamos como locos, pero laburábamos mucho.

—Spinetta tenía toda la influencia del jazz rock de esa época. ¿Para usted era nuevo el ambiente rockero?

— Sí, para mí fue un mundo totalmente nuevo porque ante cada concierto estábamos muchas horas juntos antes del concierto. Spinetta era muy meticuloso para trabajar. Y, además, tenía un público diferente.

"Hay que tomarse la carrera de músico muy en serio", dijo Luis Ceravolo (Foto Nicolás Stulberg)

—La Banda Spinetta merecía que el repertorio que tocaban terminara en disco, pero no fue así. ¿Qué pasó?

—No tengo idea. Era un repertorio complicado, pero igual el público nos siguió a muerte, conocía los temas que eran muy difíciles. En ese momento aprendí mucho.

—¿La separación de la Banda Spinetta coincide con el viaje a Estados Unidos para grabar su disco con letras de Guillermo Vilas?

—Sí, pero eso no influyó porque era un momento donde el grupo estaba armado. Yo participé de eso. Es decir, grabamos demos donde él mostraba algunos temas. Viajé con Spinetta cuando fue a arreglar el contrato a Estados Unidos. El me dijo: “¿Por qué no venís?”. Así compré mi pasaje y estuvimos juntos allá. Incluso me invitó a compartir la habitación de él. Participé también en la gestión con la CBS para grabar el disco. Podía haberme quedado en Nueva York, pero tendría que haber dejado de tocar con Spinetta y en Canal 13. Si bien era soñado, estamos hablando de quedarme como baterista en el país de los bateristas. Podría haber hecho carrera. Nunca lo voy a saber.

—¿Después vino La Banda?

— Después de Spinetta, La Banda. Fue en los 80. En realidad, estuve tocando con los dos, pero finalmente me quedé con La Banda porque me encantaba y se necesitaba mucho tiempo para tocar con Spinetta. Era muy demandante y perfeccionista. Le gustaba mucho ensayar.

—Usted también se dedicó a la publicidad. ¿Cuántos años lo hizo?

—Y... bastante, empecé en 1982 o en 1983. Fue una sociedad exitosa la que tuvimos con Emilio Valle. Eso también me ha dejado una marca porque hay que entregar un producto que tiene que sonar bien. Es muy competitivo.

Luis Ceravolo afirmó que su disco es de fusión entre el tango, el jazz y el foklore (Foto Nicolás Stulberg)

—¿Sigue tocando con A 18 Minutos?

—Sí, sigo con A 18 Minutos porque me encanta. Y con Anacrusa, un grupo con el que seguimos tocando más en el interior que en Buenos Aires, aunque igual hay un proyecto de tocar en Buenos Aires, seguramente este año.

—Ahora que hay muchos chicos que estudian música y que no tienen tantas barreras como antes, ¿qué consejo le daría a un pibe que está pensando en dedicarse a la música?

—Hay que tomarse la carrera muy en serio. Hay muchos músicos que han estudiado y que es impresionante cómo tocan, son buenísimos. Si te vas a dedicar a la música, estudiá mucho porque la competencia que hay es infernal. Y si te gusta hacer algo bueno, de calidad, también tenés que hacer algo: estudiar, estudiar y estudiar. Te puede resultar más fácil si tenés talento en forma natural, pero igual tenés que estudiar. Si uno escucha a Javier Malosetti y piensa que no estudió, se equivoca: me acuerdo de haber estado con él, de ir a ensayar a la mañana y él dormía con los auriculares puestos. Pero no sólo es escuchar, él se levanta y toca, estudia.

—Usted tiene un largo recorrido en la música: ¿cuál es el secreto de tantos años de estar vigente?

—En la música no hay secretos. Es mucho trabajo. En mi caso hubo muchas cosas que se fueron dando. Cuando me recibí de licenciado en administración de empresas, mi padre, que era químico y trabajaba en un laboratorio muy grande, me propuso entrar a trabajar ahí. Me daban un auto y un sueldo para que progresara. Le dije a mi papá. “¿Cuándo te tengo que contestar?”. “Tomate unos días”, me contestó. Yo no podía dormir, aunque al final le dije que no. Estaba con S.O.S. La verdad es que no me arrepiento, aunque en esta profesión tenés mucho trabajo y quizá después no lo tenés. No todo depende de uno. También me fue bien porque tuve mucha suerte.

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