Nacida en las primeras décadas del siglo XX, era hija de una de las familias más ricas y poderosas de la Argentina (su padre era Otto Eduardo Bemberg y su madre, Sofía Bengolea), por lo que podría pensarse que a la niña María Luisa no le faltó nada pero, ¿saben qué?, nos estaríamos equivocando. No tuvo una educación formal -que sí tuvieron sus hermanos- y fue su propio interés, su curiosidad insaciable y su pasión por el conocimiento, lo que la llevó a formarse más allá de las clases que le dictaban las distintas institutrices en su casa a tono con la mirada de la época. “De niña no iba al cine. Sólo se me permitía ir una o dos veces al año. Tuve una infancia horrible, donde todo lo que importaba eran mis modales. Tuve poco afecto y un padre muy poderoso que leía las noticias de la Bolsa y me hablaba a través de una institutriz. Mi madre era la típica matrona argentina de origen español, muy educada pero sola. Cuando me volví cineasta, traté de vengarla y evitar ser como ella”, contó alguna vez .
María Luisa Bemberg (1922-1995) cumpliría cien años en estos días, más exactamente el 14 de abril. Luego de casarse muy joven, de ser madre y de tomar la decisión de divorciarse, aprendió a romper con los mandatos y a decir las cosas con las palabras justas, de modo que las decía en público cada vez que podía y, ya mayor, consiguió hacérselas decir a los personajes que creaba por medio de los guiones de sus películas.
A partir de este jueves, gracias al documental El eco de mi voz, de Alejandro Maci, y en sintonía con el centenario de su nacimiento, contamos con la oportunidad de volver a encontrarnos con ella. En la película de Maci, quien trabajó diez años con Bemberg y la conoció en profundidad, se reconstruye el universo ficcional de la cineasta en paralelo con su militancia feminista (Bemberg fue una de las fundadoras de la Unión Feminista Argentina, UFA). Fue una luchadora incansable y en esa ruta iba monitoreando el mundo en clave de género. “Hace años llevo una libreta donde apunto las cosas que los hombres han dicho de las mujeres. Es terrible, desde el Génesis a Ernesto Sábato, de Ortega y Gasset a Henry Miller…”, contó una vez. Gracias a un trabajo riguroso de búsqueda de imágenes y audios, que incluye audios de conversaciones entre Bemberg y Maci de los últimos años de vida de la directora, es posible verla y escucharla y también recuperar la memoria de su obra fulgurante, bella y poderosa. El eco de mi voz se estrenó en Rotterdam y se exhibió en la última edición del Festival de cine de Mar del Plata.
Si es profundamente conmovedor escuchar su voz , más revelador es prestar atención a lo que dice, porque aunque lo dijo hace décadas, su ideario es perfectamente contemporáneo. Van algunas de sus frases implacables.
“Ser machista es ser fascista. Ser feminista es ser antifascista”.
“Todo hombre, por más pobre que sea, tiene una empleada”.
“Sabía que si mi película salía mal no iban a decir ‘¡qué bestia, la Bemberg!’ sino ‘¿No ven que las mujeres no sirven para hacer cine?’, y ahí caían en la volteada millones de mujeres inocentes”.
“(...) No voy a entrar a enumerar los códigos patriarcales que maniataron a las mujeres intelectualmente, emocionalmente, sexualmente”.
“El día que tomé la decisión de ponerme detrás de la cámara no era para agradar sino para convencer”.
“Hay que tener hijos para saber que no nos bastan”.
Con algunas variaciones, estas frases y estos reclamos son repetidos todavía por generaciones de mujeres jóvenes que tal vez ignoran que antes de la actual revolución que viene poniendo patas para abajo la concepción patriarcal de siglos hubo mujeres que se jugaron privilegios, prestigio, respeto y también dinero propio para llevar adelante sus proyectos ideológicos y artísticos.
La Bemberg (así se la llamaba) fue una de las más influyentes porque consiguió plasmar sus ideas en películas que llegaron a grandes mayorías. Su obra como directora, concentrada en seis películas en solo doce años, logró una popularidad inédita para los prejuicios de la época y merece ser revisitada, como merece ser reivindicada su incansable pelea contra los corsets de su época
El 17 de octubre de 1945 María Luisa Bemberg se casó con el arquitecto Carlos María Miguens, quien se convertiría en el padre de sus hijos. Se trata de una fecha especial en el calendario histórico de los argentinos y por eso no pudo llevarse a cabo la ceremonia religiosa. Estuvieron casados diez años y fueron padres de cuatro hijos, vivieron en Francia y en España. Fue al regreso cuando ella decidió que ya no quería ser la señora de Miguens y que su destino era ser la señora de nadie.
Desde muy chica Bemberg había exhibido gran atracción por todo lo vinculado al teatro, lo que la llevó a vincularse, en 1949, al antiguo teatro Smart. Le siguió luego el Astral, hasta fundar, junto con Catalina Wolf, el Teatro del Globo. Esto lo cuenta Leonor Calvera en la página www.marilauisabemberg.com, donde se pasa revista naturalmente a su producción como guionista y cineasta y donde también cuenta su último gesto de entrega y desprendimiento:
“Dos meses antes de su deceso, ocurrido el 7 de abril de 1995, María Luisa Bemberg tuvo un gesto de enorme generosidad: entregar al Museo Nacional de Bellas Artes su pinacoteca personal –donación concretada a través de sus hijos–. La colección de veintisiete obras de maestros rioplatenses, elegida con amor y sabiduría a lo largo de los años, muestra la misma sensibilidad, la misma exquisitez, la misma excelencia que siempre reflejó en su producción cinematográfica.”
La hora de la cámara
Año 1980. Bemberg tenía 58 años, cuatro hijos y seis nietos cuando se decidió a filmar su primer largometraje, Momentos. Detrás quedaban dos cortos El mundo de la mujer (1972) y Juguetes (1978) y dos guiones de películas exitosas que fueron filmadas por dos hombres: Crónica de una señora, de 1971, basada en una obra de teatro de la propia Bemberg, fue dirigida por Raúl de la Torre y Triángulo de cuatro, por Fernando Ayala. En ambos casos se sintió frustrada; entendió que su mensaje, su mirada de género, no se veía en el resultado final de los filmes. La conclusión fue lo evidente: era imposible que un hombre pudiera mostrar lo que ella quería que se viera, por lo cual la única alternativa era lanzarse al mundo de la dirección.
De este desafío alucinante que se planteó Bemberg hablan en la película de Maci Graciela Borges (prepárense para volver a ver la belleza apabullante de la Borges en la piel de Fina, el personaje principal de Crónica de una señora, esa mujer de clase alta cuya vida da un cambio radical a partir del suicidio de una amiga) y Lita Stantic, la gran socia de Bemberg, quien compartió con ella como productora los años en los que los prejuicios y la subestimación por la capacidad de las mujeres coexistían con la censura. Entre otras perlas, el documental de Maci permite ver a Miguel Paulino Tato enorgullecerse de su rol inquisidor. Es un shock escucharlo hablar de su “tarea higiénica” y muestra que hasta aspiraba a una suerte de Guinness cuando dice que estaba esperando llegar a las 200 películas censuradas, “mi ideal de prohibir en un año”.
Las seis películas
Momentos (1981) fue protagonizada por Graciela Dufau, Miguel Angel Solá y Héctor Bidonde. El periodista, narrador y poeta Marcelo Pichon Riviere acompañó a Bemberg en el guión (dato personal: trabajé ocho años con Marcelo editando el Cultural del diario Clarín. Pocas cosas le daban más orgullo que haber trabajado con Bemberg en ese guión). El personaje de Dufau es la representación de la mujer insatisfecha; la que promediando su vida -que a simple vista es una muy buena vida- advierte que no alcanza con una profesión (es arquitecta, la misma profesión del ex marido de Bemberg), un buen pasar y una relación de pareja estable. La insatisfacción con las reglas impuestas y el sueño de libertad son los temas que se repetirán en su filmografía.
En Señora de nadie (1982), protagonizada por Luisina Brando, el despertar de la conciencia se da a partir de la infidelidad del marido de la protagonista, quien la engaña desde hace años, además. Junto a Brando, actúa Julio Chavez, quien compone el inolvidable papel del joven amigo homosexual de la protagonista.
Fue con Camila (1984), que Bemberg llegó a todos los corazones y también a la mayor popularidad ya que la película, que cuenta el romance prohibido y trágico de la joven de alta sociedad Camila O’Gorman (Susú Pecoraro) y el sacerdote Ladislao Gutiérrez (Imanol Arias) en la época de Rosas, fue vista por tres millones de espectadores y fue nominada a los Oscar como mejor película extranjera.
En absoluta sintonía con el humor social, el estreno de Camila coincidió con el entusiasmo por el regreso de la democracia y el fin de la censura y la represión. En el film de Maci se la escucha a Bemberg decir que la primera que le habló de la historia de Camila fue Graciela Borges, durante la filmación de Crónica de una señora. También se pueden escuchar los testimonios de Imanol Arias y Susú Pecoraro. Además de revitalizar el género romántico con el relato de una pasión arrasadora, la película acuñó un diálogo que se convirtió en santo y seña de toda una generación:
-Ladislao, ¿estás ahí?
-A tu lado, Camila.
En Miss Mary (1986), Bemberg echó mano a sus propios recuerdos para narrar de manera crítica la historia de una familia de clase alta durante los años de entre guerras en el siglo XX, tomando como eje al personaje del título, una institutriz inglesa protagonizada por la celebrada actriz Julie Christie que llega para hacerse cargo de la educación de los chicos de la familia.
Bemberg se decide a salir de las fronteras argentinas y cronológicas y se zambulle en la vida de la poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz en Yo, la peor de todas (1990). Basada en el ensayo Sor Juana o las trampas de la fe, de Octavio Paz, Bemberg encuentra en el personaje de Sor Juana, una mujer que en el siglo XVII ingresó al convento para poder saciar su sed de conocimiento (interpretado por la española Assumpta Serna) un espejo de su ávida curiosidad, que no sabe de límites. Hay una estética del encierro, un juego de luces y sombras (el director de fotografía, Félix Monti, es otro de los que da testimonio en la película de Maci) y una apuesta por el detalle. que emparienta la obra con la pintura y que distingue a esta película del resto de su filmografía. “Camila pierde su vida como Sor Juana pierde su espíritu, no la queman, pero le queman las alas”, dijo en una entrevista, asociando a dos de sus más grandes personajes.
La última película de María Luisa Bemberg es de alguna manera una obra urgente, fue realizada con la directora ya enferma de cáncer y sin su socia de siempre, Lita Stantic, que en esos momentos estaba ocupada con su propia película, Un muro de silencio. Para De eso no se habla (1993), una película cuyo género es difícil de catalogar pero que merodea el grotesco en cruce con la poesía surrealista, Bemberg se asoció con el productor Oscar Kramer. El guión fue escrito por ella y Jorge Goldenberg (quien también la recuerda en El eco de mi voz) y cuenta la historia de una viuda de pueblo en los años 30 (protagonizada por Luisina Brando), madre de una hija enana y cuya organización familiar y social se ve alterada por la llegada al pueblo de un italiano mayor que se enamora de la chica y cuyo papel fue representado por Marcello Mastroianni.
“El itinerario artístico de María Luisa Bemberg es infrecuente, por no decir único, e inseparable de su vida. Proveniente de una familia poderosa, su mirada crítica sobre la posición femenina desde inicios del siglo veinte, junto a sus ideas sobre el rol de la mujer en la sociedad contemporánea, generaron enfrentamientos en su fuero familiar y marginación en su entorno. Aún así, insistió y en los años sesenta y setenta, viajó, leyó, trajo al país y realizó traducciones informales de los principales textos feministas del momento, sobre todo los relativos a la llamada segunda ola feminista, liderado por pensadoras como Kate Millet o Betty Friedan. Buscando un atajo entre todo tipo de resistencias, María Luisa quiso tentar suerte en el cine –escribiendo guiones de ideología fuerte- como un medio propicio para dar a conocer sus ideas”, escribió Alejandro Maci, director de El eco de mi voz. Cuando murió, el 7 de mayo de 1995, Bemberg estaba trabajando con Maci en la adaptación del cuento de Silvina Ocampo “El impostor”.
Luego de su muerte, Maci continuó ese proceso y estrenó la película que lleva el mismo título, dirigida por él, dos años después. Ahora le rinde homenaje en un documental potente, que logró sortear la falta de materiales propia de un país que durante mucho tiempo negó la memoria descuidando sus documentos históricos y que es el tributo indispensable a alguien que, como Victoria Ocampo -parienta de Bemberg- no tuvo reparos en hacer uso de sus recursos para dar a conocer sus ideas. Vamos de nuevo con una de sus frases: “El día que tomé la decisión de ponerme detrás de la cámara no era para agradar sino para convencer”.
Lo consiguió.
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