Los NFT (token no fungible, por sus siglas en inglés) son obras digitales que pueden ser compradas y vendidas como cualquier otro tipo de propiedad, pero no tienen forma tangible. Una fotografía digital o un video, por ejemplo, son piezas de arte que no existen en el mundo físico.
Hasta ahora, los artistas que trabajaban con soportes digitales tenían verdaderas dificultades para comercializar su producto porque no podían firmar y seriar su obra como se haría con un grabado o una foto impresa, es decir, era imposible distinguir el original de una copia. Con la inclusión de un NFT se puede confirmar la autenticidad, con el añadido de que se registra la historia de compraventas futuras, lo que supone que el artista puede obtener también los derechos de autoría de cada transacción.
Tengamos claro que un NFT es un certificado. No es un tipo de obra de arte ni una técnica de creación ni un movimiento artístico. Hasta aquí parece que todo son ventajas para los artistas y los coleccionistas. ¿Dónde está la polémica? En que se están pagando cantidades muy altas por estas obras de arte o por cualquier cosa que sea un NFT.
El mercado del arte y las criptomonedas
Las obras de arte digitales tenían muchos problemas a la hora de venderse porque era difícil asegurarle al comprador la posesión de una pieza cuya naturaleza es ser distribuida y accesible a todo el mundo. La creación de Bitcoin en 2009 trajo consigo la tecnología blockchain como registro distribuido e inmutable, un recurso ideal para los artistas digitales que podían, al fin, competir en un mercado, el del arte, que se sustenta en la autenticidad y la escasez.
A partir de 2014 comenzaron a aparecer las primeras plataformas que ofrecían a los artistas el registro de propiedad intelectual en una blockchain y muchos comenzaron a vender sus obras digitales con certificados de autenticidad NFT. En 2017 los tokens no fungibles se crean en Ethereum, comienzan a interesarse los inversores en criptomonedas, y aparecen NFT como los CryptoPunks, retratos de personajes generados por un algoritmo, o los CryptoKitties, un juego de gatos virtuales.
¿Pagar por algo que puede tener gratis?
El rendimiento de las obras artísticas es tremendamente volátil. Los precios dependen de diversas variables, como son las fluctuaciones de la oferta y la demanda en el mercado, el número de intermediarios que haya en el momento de la venta o las situaciones específicas que afecten directamente al currículum del artista como son las exposiciones, las adquisiciones para colecciones de prestigio o los premios.
En el caso de un NFT, esto funciona igual. O debería, porque lo que debemos valorar es la obra (aunque no exista físicamente), y el NFT sería únicamente un certificado. Puede parecer curioso que alguien esté dispuesto a pagar por una pieza digital que puede disfrutar gratis, pero también podemos leer a Joanne Kathleen Rowling sacando sus libros de la biblioteca, y entenderíamos que alguien pagara una gran suma de dinero por tener una primera edición de Harry Potter y la piedra filosofal firmada por la autora.
Cualquier archivo MP3, cualquier meme o cualquier JPG se puede retransmitir una y otra vez. Eso significa que todos tenemos la posibilidad de verlo o escucharlo, y de tenerlo descargado en el móvil. Y cuando todo está disponible de manera infinita, deseamos aún más tener algo especial. Es lo que proporcionan los NFT, una prueba de que la versión que tenemos es diferente. Pagamos por el derecho a presumir. O por poseer algo en exclusividad que nos hace diferentes.
Pero un NFT representa también un valor financiero o un activo digital. Son como fichas de casino que se pueden usar para comprar arte, se crean como las criptomonedas y, a diferencia de otros activos como el Bitcoin, no se pueden dividir ni reemplazar por otro activo. Cuando se compra un NFT, se puede transferir, vender o regalar, pero no se puede copiar ni eliminar. Eso es lo que explica que se esté vendiendo una colección de 10.000 NFT de retratos de monos en The Bored Ape Yacht Club de dudoso valor artístico, el hecho de que se esté utilizando el certificado como una inversión en criptomoneda, evitando las grandes fluctuaciones del mercado.
Así que, por un lado, los NFT utilizados para la autentificación de obras que tienen valor intrínseco son un gran avance para los artistas digitales que pueden, al fin, ver recompensado su trabajo. Muy probablemente se extenderán para autentificar las obras de arte en soportes físicos. Pasado el boom inicial, lo cierto es que las posibilidades de tener un éxito aceptable en este campo siguen siendo muy pocas incluso para los artistas digitales con más trayectoria. Las compraventas se están estabilizando y asemejando a las del coleccionismo tradicional.
Pero, por otro lado, son una inversión. Al menos de momento. Más pronto que tarde el uso de los NFT se extenderá y se hará habitual más allá del arte, porque serán necesarios para comprar artículos con los que distinguirnos en el metaverso, que, nos dicen, será el espacio habitual de socialización.
*Joan Feliu Franch es profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad Internacional de Valencia.
Publicado originalmente en The Conversation
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