En 1824, en París, moría Théodore Géricault a los 32 años. Pasó sus últimos días postrado, enfermo y débil tras haber tenido un accidente (otro) con un caballo. Fue una muerte indigna aunque algo esperada para un artista de vida intensa, un hombre envuelto por el huracán de sus pasiones, y los caballos eran una de ellas.
Cuarenta años después, en un desván alemán, olvidado y en mal estado, se encontró un cuadro, un retrato que parecía entonces uno más a tal punto que el Louvre lo rechazó por ordinario, pero era una de esas obras que marcó un antes y un después en el arte, que abrió la puerta a nuevos abordajes y que tuvo repercusiones en artistas como Egon Schiele o Lucien Freud.
Se lo llamó a la obra El asesino loco, luego el El cleptómano y hoy se le conoce como El obseso del robo. Este óleo sobre tela, de 61,2 × 50,2 cm, es una pieza oscura en la que un hombre se pierde contemplando la nada, con la cabeza tornada hacia la izquierda; no hay una búsqueda de efectismo por parte del artista, su expresiones son anodinas, algo amargadas, y en sus ojos parece transmitir la monotonía de una existencia de encierro. Solo un hombre, otro hombre.
No conocemos su nombre. Hoy es un anónimo inmortal de una de las seis obras que sobrevivieron (o por lo menos que se sepa) sobre esa serie de 10 llamada Monomanías, que el gran precursor del romanticismo realizó sobre algunos internos del emblemático Hospital Salpétriere. Estos cuadros, algunos más, otros menos, tienen alrededor de 200 años.
Pintado en 1822, El cleptómano, que se encuentra en el belga Museo de Bellas Artes de Gante, fue una de las últimas piezas de aquellos retratos que por primera vez humanizaron a lo que entonces se consideraba enfermos mentales, a los alienados; retratos que los representaron como se lo haría con cualquier otra persona, rompiendo con las cadenas de la condena social, e ingresó en un tema que había sido desarrollado en brevísimas oportunidades.
Para el 1500 aproximadamente, El Bosco realizaba La nave de los locos, una pieza alegórica (y no tanto) con crítica social sobre el comportamiento humano, desviado de los intereses morales, perdido en el juego, la bebida y placeres, con especial énfasis en el clero, que ocupa el centro de la escena. En aquellos tiempos, y antes también, quienes no ingresaban dentro de los comportamientos aceptados, como prostitutas o beodos, eran expulsados de los pueblos, incluso a veces embarcado sin tripulación hacia una muerte segura. También se destaca del mismo autor Extracción de la piedra de la locura, que muestra una operación quirúrgica realizada durante la Edad Media en la que extirpaba una roca, culpable de las desviaciones.
Uno años antes de la serie Monomanías, Francisco de Goya, por su propia internación o visitando familiares, realizó Corral de locos (1793) y Casa de locos (1812-1819), piezas en las que se centraba en cómo se vivía en un hospital psiquiátrico en el Siglo de las Luces.
Jean-Louis André Théodore Géricault (Ruan, 1791) pintó solo por una década, como van Gogh. Escapó al neoclacisimo imperante y prefirió las obras que le interesaban por sobre los encargos. Y por eso en su legado abundan las piezas ecuestres, a fin de cuentas también venía de una familia más que acomodada, con padre banquero y madre descendiente de una rica familia normanda. Se desconoce cuántas pinturas realizó porque muchas fueron destruidas durante los bombardeos de la Segunda Guerra.
Cosa de locos
Géricault realizó la serie Monomanías entre 1918 y 1924 en la Salpêtrière, que había sido fundada para 1656, y que fue el primero y más grande de los establecimientos del Hospital General de París, la institución destinada al “confinamiento” de los mendigos, y que en sus primeras décadas se convirtió en una prisión para mujeres -libertinas, prostitutas y otras- que esperaban su momento para ser expatriadas con dirección a América, a Canadá en especial, para casarse y contribuir al asentamiento de la Nueva Francia.
A las pocas décadas, la Salpêtrière alojaba no solo a les vénériennes, sino también mendigos, criminales, ancianos, huérfanos y cualquier persona que no ingresara en los parámetros de la conducta social. La Salpêtrière fue tanto un lugar de estudio como un centro de represión de todo lo que el pensamiento racionalista de la Ilustración no aceptaba.
En Historia de la locura en la época clásica, Foucault desarrolla cómo en el XIX la locura seguía asociada a las cuestiones morales, aunque ya no se embarcaba a las personas discordantes con destino fatal o hacia el nuevo continente.
Los avances científicos e intelectuales habían creado los hospitales, espacios del poder (Reino o Estado) que tomaban tareas que antes se realizaban desde la Iglesia, y que se encargaban de redireccionar la vida de los vagabundos, los dementes o las prostitutas a través de crueles sistema de castigo y recompensa que se mantuvieron hasta el XX.
Una eminencia en estos nuevos tratamientos fue el francés Philippe Pinel, quien en la Salpêtrière liberó de las cadenas, literalmente, a las internadas y clasificó a las enfermedades mentales en cuatro tipos: manía, melancolía, idiocia y demencia, y habló por primera vez de la herencia y la influencia del ambiente.
El alienista Pinel, además, estableció los fundamentos del diagnóstico psiquiátrico moderno y propuso la creación de un cuerpo especializado, que incluía tratamientos como la ducha de hielo y el uso de las camisas de fuerza. En 1876, por motivo de los 50 años de su muerte, el pintor Tony Robert-Fleury inmortalizó al médico en Philippe Pinel, en La Salpêtrière, liberando de sus cadenas a una paciente.
La antorcha de Pinel en el hospital la tomó Étienne-Jean Georget, quien habría tratado a Géricault por su melancolía y quien le encargó la serie Monomanía, término decimonónico para designar un tipo de paranoia en la que el paciente se obsesionaba con una sola idea.
Cuando Georget lo convocó, el artista no atravesaba un buen momento económico debido a malas inversiones. Ya era un artista reconocido desde que había conmocionado a la escena del arte con la que hoy es su obra más recordada, El naufragio de la Medusa o La balsa de la Medusa (1818-1819), en la que representa un episodio trágico en la historia de la marina colonial como fue el hundimiento de la fragata Méduse.
Para el monumental cuadro de 491 cm × 717 cm, que fue tanto aclamada como criticada en su presentación en el Salón del ‘19, el pintor reconstruyó la embarcación, entrevistó a sobrevivientes del desastre, visitó morgues y hospitales donde pudo ver cómo era la textura de la piel de los moribundos, los ojos desgarrados por la desgracia y la desesperación. A estos espacios tuvo acceso gracias a su amigo Georget.
Tras la muerte de Georget Monomanías se repartió entre dos de los discípulos del alienista: Lachèze y Marèchal. En 1863 el historiador Louis Viardot dejó constancia de la existencia de los cinco retratos de Lachèze en una carta enviada a la Gazette des beaux-arts donde describía las pinturas contempladas en el ático que representaban la cleptomanía, la envidia, la ludopatía, la pedofilia y la megolomanía o delirios de grandeza.
Maréchal se llevó sus 5 obras a Inglaterra, donde se les perdió el rastro. Se desconoce qué sucedió, ¿podrían estar en alguna colección privada, en algún castillo, o aparecer quizá en otro desván? Esas preguntas se las hizo el científico español Javier Burgos, autor de Geografía de la locura, quien en 2017 comenzó una búsqueda obsesiva de los cuadros desaparecidos: su propia monomanía. En enero de este año, reveló en la publicación científica The Lancet haber encontrado una sexta pieza, la melancolía, en una colección privada italiana.
“He identificado uno de los retratos de Géricault desaparecidos, que actualmente se encuentra en una colección privada en Italia. La pintura se mostró en una exposición en Rávena (Italia) en 2013, junto con otra obra de Géricault, Le medecin chef de l’asile de Bouffon. El título del nuevo retrato, como se hace referencia en el catálogo oficial de la exposición, es Retrato de un hombre. Homo melancólico. El tamaño de este retrato es congruente con las otras cinco pinturas; la composición es similar (es decir, un rostro iluminado sobre un fondo oscuro); y el retratado viste una prenda religiosa (una modesta casulla) de color similar al pañuelo rojo del retrato que representa la envidia”.
“El título del retrato sugiere que corresponde a la tristeza (melancolía), tal como la describe el psiquiatra francés Dominique Esquirol, quien fue el mentor de Georget. El padecimiento se confirma por la presencia de arrugas en el entrecejo del paciente retratado, dibujando el clásico signo omega (omega melancholicum), que fue descrito por el psiquiatra alemán Heinrich Schüle como un rasgo distintivo de la melancolía”, escribió en la publicación.
Así, el melancólico se sumó a las otras pinturas que se encuentran distribuidas en diferentes museos: La Hiena de la Salpêtrière o La monomaníaca de la envidia (1819 - 1822), la más potente de todas las piezas a partir de la representación de una anciana de mirada violenta, con una expresión que incomoda y que parece elucubrar algún pensamiento maligno, y se encuentra en el Bellas Artes de Lyon.
El Louvre sí posee Monomaníaco del juego o La monomaníaco loca (1819-1824), mientras que el museo suizo Oskar Reinhart aloja al Monomaníaco con delirios de mando militar o El alienado (1791–1824), y el Bellas Artes de Springfield, Massachusetts, posee El pedófilo o el Raptor de menores (1823) .
Géricault reprodujo la expresión humana con finos detalles, sin impostura, y en muchas de las piezas el detalle, la clave está en la mirada, algo que no ha cambiado más allá del tiempo.
Podemos perdernos en otros ojos y también huir. Según el quién, según el cuándo. La mirada delata nuestras intenciones, nuestros deseos y naufragamos en las pupilas del amor o evitamos el contacto cuando no queremos reconocer al otro, el poder de ignorar lo que decidimos que no exista. En sus cuadros se evita esa confrontación, ese reconocimiento, quizá como un signo de la alienación, pero ¿de quién? ¿De los internos o la nuestra como espectadores sociales?
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