En la obra Pundonor, que se reestrenó en el Teatro Metropolitan, la desequilibrada Doctora en Sociología Claudia Pérez Espinosa vuelve a dar clase después de un periodo de licencia. Nosotros, los espectadores, somos sus alumnos. Mientras intenta explicar las ideas de Michel Foucault, irá revelando lentamente, en un monólogo hilarante y vibrante, el suceso que la obligó a permanecer encerrada durante dos meses. Sobre el escenario, con su fragilidad emocional a flor de piel, ella corre los mismos peligros que cualquier persona subida a una tarima: el peligro de que algo no salga bien, de que un imprevisto la exponga a cientos de miradas.
Pero sus propias interrupciones, sus actos fallidos, sus digresiones no la dejan continuar con la clase: ella misma es su propia jueza, una encarnación radiactiva de las ideas que explica. La construcción de ese personaje complejo a la vez que desopilante en un escenario tan rudimentario (que representa, evidentemente, la universidad pública) hacen de Pundonor una obra brillante. No solo logra con facilidad carcajadas de principio a fin, sino que también delata las consecuencias sociales de un incidente, que, aunque menor, desanda los pasos de la normalidad.
Después de una gira por Madrid y de varias ediciones sudamericanas a sala llena, Pundonor volvió a Buenos Aires. La última obra dirigida por Andrea Garrote y Rafael Spregelburd está escrita y es interpretada por Garrote. Sin moverse de la rigurosidad intelectual de las obras de Spregelburd, y sin ser elitista, con un humor tenaz que no la limita a una simple comedia, Pundonor es una obra extraordinaria, a tal punto que ir a verla ya se convirtió en un rito de inicio o fin de clases para profesores y alumnos universitarios. En diálogo con Infobae Cultura, los autores contaron causas y consecuencias de tal fenómeno artístico.
— En la escenografía, el borrador del pizarrón está atado para que no se lo roben, hay un tacho de pintura que hace las veces de tacho de basura y los caños están a la vista. La profesora Claudia Pérez Espinosa da clases en la universidad pública. ¿Esa decisión fue por simpatía o porque la profesora Claudia Pérez Espinosa no podría existir en una universidad privada?
— Andrea Garrote: Yo estudié en Puán. Tengo grandes recuerdos de maestros, como David Viñas, que tenían que sostener cuatro horas de clase en aulas de 400 estudiantes. Eso requiere que esos profesores sean showmen o show-women. Era muy impresionante lo que hacían y era alta la exposición que tenían. Estando ante tanta gente, todo lo que les podía pasar… Mi preocupación no era solo: “¿A quién le habla el personaje?”, una gran situación a resolver a la hora de escribir un monólogo, sino que yo quería que hubiera presente escénico. No quería que hubiese alguien en el escenario contando hechos que ya pasaron, sino que quería que algo estuviese en riesgo en ese momento. Me parecía que la situación de una clase potenciaba ese riesgo.
— Rafael Spregelburd: Yo no había pensado por qué no una universidad privada. En realidad, a este personaje no me lo imagino en una universidad privada. Sus categorías tienen que ver con una concepción de la educación donde la mejor caja de resonancia es la esfera de lo público, donde la educación no se paga y la clase es una suerte de donación del Estado hacia sus ciudadanos. Eso implica unos pactos diferentes, y por eso es tan doloroso lo que pasa en la obra con esos alumnos.
— En su monólogo, para la profesora Claudia Pérez Espinosa es ineludible, aunque la vaya a desacreditar, contar lo más la hizo sufrir. Ella sola se cava su propia fosa…
— A.G.: Es una situación complicada. En la arena pública, uno quiere hablar y participar, pero sabe que, si habla, alimenta el algoritmo o el chisme. “Le da de comer”, como dice la profesora Claudia. Al ser comida rápida, o global, donde uno está expuesto a la velocidad, la participación en la arena pública es más difícil de manejar. A veces, hay que explicar más cuando uno habla, y en ese contexto es que ella cae en ese precipicio. Dan ganas de decirle: “¡Quizás no tenías que seguir contando!”. Ella se hunde cada vez más. Pero la necesidad existe…
— R.S.: Pero también, acerca de ese presente escénico que mencionaba Andrea, la profesora Pérez Espinosa toma una decisión el día que va a dar clases, en el escenario, sobre su futuro como profesora. Esa decisión que toma, que no la vamos a mencionar, es decisiva en la estructura de un texto: no tiene el escudo protector del pasado ya inmodificable, sino que suceden eventos nuevos en ese aquí y ahora de la obra.
— ¿Cuáles fueron los problemas con los que se toparon al adaptar temas filosóficos, complejos, a una obra divertidísima pero que a la vez no se limita al humor?
— A.G.: En un principio apareció la estructura de la clase y la idea de un personaje que se hunde lentamente. Y luego vino el tema de la clase: Foucault. Al ser una clase introductoria, la idea era transmitir un tipo de mirada, y hacerlo con humor. Cuando tenía que tomar un ejemplo, busqué a qué autor podía citar más para llegar a lugares humorísticos que por quiénes eran. A mí me gusta mucho poder buscar un campo semántico que sea compañero de las imágenes que se ven en una obra. Esto lo aprendí mucho de la dramaturgia de Rafael: él hace eso con la matemática, con química, con El Bosco, con filósofos. Siempre ha mezclado temas muy ramplones o graciosos con altos contenidos. Yo siempre lo extraño cuando no aparece.
— R.S.: ¿Qué diría Foucault hoy, si estuviera vivo, de la exposición que hay en redes sociales?
— A.G.: Diría: “¡No puedo trabajar más, es demasiado trabajo lo de las redes sociales!”.
— R.S.: Está la idea del divorcio entre lo teatral y lo filosófico, como si lo filosófico no pudiese ser divertido… Creo que el público se va de Pundonor creyendo que entiende a Foucault y quizás, también, con ganas de leerlo. Pero no olvidemos que el teatro es una puesta en escena, una puesta en escena de esas ideas en esas imágenes. Durante la pandemia, Andrea hizo unos spin-off ¡hilarantes! de la Pérez Espinosa. Los publicó en Instagram. En estos videos, incorpora un elemento que en la obra no existía: la clase virtual. Era muy divertido y, al mismo tiempo, una forma de mantener viva la obra porque ella no podía subirse al escenario a hacerla.
— ¿Tus alumnos de dramaturgia conocen al personaje de Pérez Espinosa? ¿Se presentaron confusiones entre la profesora Claudia y la profesora Andrea Garrote?
— A.G.: Los videos que dice Rafael los pasaron en un festival y en congresos universitarios. En la época de la pandemia y de la cuarentena, tuve que dar clases virtuales, y la desesperación de Claudia Pérez Espinosa en esos spin-off era, en realidad, la mía. En mis clases reales yo disimulaba mi propia desesperación, y trataba de dar las clases con entusiasmo, pero mis propios alumnos veían los videos de la Pérez Espinosa en mi Instagram y decían: “¡Pero cómo, Dios mío! ¡Esto es horrible, una farsa!” (risas).
— La obra tuvo un gran recorrido nacional e internacional, antes y después de la pandemia. ¿Hubo modificaciones en la obra a partir de esa experiencia?
— A.G.: Primero, descubrimos que necesitaba una sala grande, por la diferencia que existe entre los prácticos y los teóricos. La obra gana más fuerza en una platea con más exposición, como es el Metropolitan. Además, con la pandemia temimos que envejeciera la obra. Pero, al final, vimos que tenía algo profético que se volvió real: la obra se arma sobre la idea de normalidad, y sobre cómo esa normalidad cambia con una guerra, con una peste... La palabra “normalización”, fundamental para Pundonor, no se usaba hasta la pandemia. Y, por último, desde la pandemia, la idea de una persona que estuvo encerrada ahora se comprende y hasta es normal.
— El personaje de la profesora Claudia Pérez Espinosa es muy femenino, a la manera clásica. Lo vemos en la escena de la cartera, en sus tacos...
— A.G.: Ese no es un rasgo mío, yo no voy a dar clase vestida como Claudia Pérez Espinosa. Pero quería que este personaje fuera convencional en su comportamiento.
— R.S.: Toda pregunta por lo femenino o lo masculino está en una agenda muy complicada en este momento. A mí me gusta que sea una obra de una mujer que expone lo que piensa, fuera de un eslogan: la profesora Pérez Espinosa no levanta ninguna bandera. Pensemos si el protagonista fuese un profesor varón… Seguramente su destino hubiera sido otro. Pero, a la vez, la profesora padece lo que podría padecer cualquier mujer en un sistema injusto como es el sistema patriarcal. Aunque de una manera tácita, porque no es una obra militante. Un profesor que va a dar un teórico quizás usa corbata, así como ella usa tacos. Hay un ritual que sirve para marcar a través del vestuario un rol importante. Así como el profesor o la profesora marcan con la vestimenta ese rol, los alumnos no van en corbata, sino que aceptan que el que oficia de sacerdote es el profesor o la profesora.
— A.G.: También está la mirada de Claudia sobre las nuevas generaciones, y las advertencias que les hace. Creo que este aspecto es tan importante como el tema del género, en el sentido de que es más importante ver a una mujer reflexionando que el hecho de que levante una consigna en particular.
— ¿Se te acercaron profesores, alumnos?
— A.G.: Muchísimos. Hubo gente que me mostró su cartera y me dijo: “Yo soy Claudia, mirá. ¡Tengo un neceser adentro de mi neceser!”. Otro profesor me contó que se sintió identificado, le pasó algo muy parecido. También hay profesores que vienen a festejar con sus alumnos el fin o el principio de cuatrimestre.
— En la obra hay distintas críticas: al capitalismo financiero, al psicoanálisis, al hombre moderno… En un momento, ella hace un comentario indirecto sobre la corrección política. ¿Cuán correcto debe ser el teatro?
— A.G.: El teatro siempre tiene que poner en cuestión. En el teatro, los personajes son disfraces que permiten que se digan cosas que no se pueden decir, aunque una como autora no esté de acuerdo con lo que piensa el personaje. En este caso, ella no es completamente correcta, y en eso también está su humanidad. Su exposición y su falta de cuidado permiten que ella sea graciosa. Ella se burla de distintas generaciones, de distintos grupos. Si todo lo que dijera ella fuese correcto, la obra sería una bajada de línea. Una persona superior, iluminada, que habla en un escenario: de esa situación a la misa hay un solo paso. Por eso, el teatro no debe ser así. El teatro muestra la ridiculez del humano, y por eso Claudia tiene que poder ser cuestionada.
— R.S.: En un país periférico como Argentina, nuestro modelo de corrección política es importado. La corrección política que conocemos fue diseñada por un puritanismo estadounidense. Aplicar esa corrección política al teatro sería paralizante. Leemos sobre filmaciones problemáticas. Sin ir más lejos, comentamos y juzgamos lo que pasó en la entrega de los Óscars. Lo que cambió hace un tiempo es que la incorrección dejó de ser pública, aunque sí se castiga a quienes son incorrectos. Eso es insoluble, porque la relación del chiste con el inconsciente, de lo prohibido con la ley es lo que constituye la puesta en escena de los síntomas de una sociedad. No hay teatro si uno no hace eso a un lado. Sin embargo, no por eso debe ser el teatro siempre políticamente incorrecto, tampoco es su función provocar en todos los ámbitos posibles. Hay algunos insultos que ya no se dicen en público, por eso chocan algunas obras de época. ¡Y está muy bien que choquen, porque los pactos se renuevan! Pero tenemos que saber esas reglas no vienen puestas por nosotros, sino por las conveniencias del mercado. La corrección política, en parte, no es más que vender nuevos productos distintos.
— A.G.: El teatro genera un espacio de comunidad. Que todos nos podamos reír de una situación que padecemos hace que salgamos de la posición de juzgar para pasar a una situación mucho más compleja. A esa complejidad es casi imposible de acceder hoy en día. El teatro, al ser en vivo, permite acceder a más complejidad porque se relaja la barrera de control. Lo mismo sucede en las clases presenciales que no se graban. No es que en estas situaciones aparezca necesariamente la provocación, sino que lo que se puede ver es un pensamiento crítico sobre el presente.
*Pundonor, en el Metropolitan Sura, Av Corrientes 1343. Domingos 18.30 hs. Entradas en venta a través de Plateanet. Escrita e interpretada por Andrea Garrote; dirección Rafael Spregelburd & Andrea Garrote; escenografía e iluminación, Santiago Badillo; vestuario, Lara Sol Gaudini; música original, Federico Marquestó, y producción, Carolina Stegmayer.
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