Los traductores nos salvan en sus interpretaciones. Son ese puente flotante que se mece con la melodía del idioma original, mientras intenta llevar al lector por un recorrido que lo deje del otro lado con una obra bajo el brazo que suene lo más parecido a la interpretación del autor.
Bajo ese prisma es sorprendente que Small Fry no se haya traducido como “Insignificante”. Ese era el apodo, y el título, que con suspicacia eligió para su autobiografía Lisa Brennan-Jobs, la primera hija de legendario Steve Jobs. En ella relata la relación dicotómica que llevaron durante toda su vida. Entre acercamientos culposos, inhabilidad para crear vínculos, deseo imperioso de que cada uno fuera otra cosa para el otro y desprecios exasperantes.
Aunque Lisa propone su libro como una lectura sobre la experiencia de crecer en la era hippie de una, ahora, escritora neoyorquina. Sin embargo es una larga diatriba sobre el proceso de reencuentro. Una catarsis de un vínculo complicado.
Su obra comienza con una frase reveladora: “Tres meses antes de que muriera, comencé a robar cosas de la casa de mi padre. Deambulé descalza y deslicé objetos en mis bolsillos”. Intentó llevarse a su padre de a pedazos.
Lisa es la hija que Jobs tuvo con un intermitente amor de juventud que fue y vino en sus afectos toda la vida, y a la que reconoció a los 7 años. Nació el 17 de mayo de 1978 en el rancho de un amigo de su madre, Chrisann Brennan. Jobs no apareció hasta varios días después, cuando lo hizo, al verla, afirmó que no era suya.
Ese extraño lazo de atracción y rechazo mutuo duró hasta a muerte del gurú. A Lisa (el mismo nombre de la primera Mac que, según Jobs, no fue en honor a su primogénita), le llevó mucho tiempo ubicar los afectos. De esta obra catártica charló Infobae Cultura en exclusiva con la autora.
—¿Cómo crees que el tiempo acomoda nuestras experiencias?
—Me tomó mucho tiempo escribir mi libro porque, como era vagamente consciente, cuando lo comencé, todavía no era la persona con la sabiduría y la perspectiva para terminarlo. ¡Era una sensación aterradora! Siempre había sido escritora, pero cuando me enfrenté al libro mis oraciones eran planas. El tiempo solo no habría sido suficiente. Fue la combinación de tiempo y la reevaluación de suposiciones y conclusiones que había hecho y con las que había vivido desde que era pequeña, lo que me ayudó a obtener la perspectiva que necesitaba para escribir y terminar el libro. Esto llevó años.
—Nuestros padres nos han dicho muchas veces “ya verás cuando tengas hijos”, ¿qué lecciones te ha dado la maternidad?
—Tener un hijo ha sido delicioso, placentero e increíble. Estaba bastante segura de que sabía lo que era el amor. ¿Pero sería una obra de amor dramático o de amor tranquilo? ¡Ahora lo sé! Hasta ahora, la crianza ha sido casi en su totalidad pura alegría. Como parte de una sociedad, con suficiente dinero para comida y vivienda, y también bastante mayor en el momento de enfrentar el riesgo, la maternidad me ha revelado a un nivel visceral lo difícil que debe ser ser padre soltero, joven y pobre. Cuando mi esposo se va por dos noches, me resulta difícil asumirlo todo sola.
—Es común que los niños de personalidades conocidas se cansen de que les pregunten por sus padres, ¿qué te pasa con eso?
—Cuando me preguntaban por mi padre antes de escribir el libro, a menudo me enfadaba. No era tanto que no quisiera hablar de él, o que me sintiera una y otra vez eclipsada, sino que tenía tantos sentimientos e ideas… Me abordaba una montaña de historia y no podía comunicarla rápidamente, especialmente no a alguien que tenía sus propias ideas sobre mí y mi familia. Sentí las suposiciones de otros como una capa de polvo que cubría todo lo que decía, de modo que cualquier claridad o verdad que intentaba impartir quedaba oscurecida.
—¿El libro te liberó en ese sentido?
—Sí, porque un libro es un monólogo, no una conversación. En su forma final (si alguna vez se puede decir que el arte tiene una forma final) es mucho más completo y exuberante que una conversación. El escritor tiene el control. Después de escribir el libro, tengo preocupaciones diferentes a las que tenía antes. He dicho lo que necesitaba decir sobre mi familia para cualquiera que quiera leerlo. Esta combinación de decir mi verdad y las formas en que escribir el libro ha cambiado esa verdad me han hecho sentir libre. Ahora puedo hablar de cosas diferentes. Ese es el regalo más grande: ¡más vida, más temas! Si quieres hablar de mi padre ahora, puedo decir: “Oh, escribí un libro; puedes leerlo si quieres”. Pero, en realidad, la gente realmente ya no me pregunta sobre él en mi vida diaria.
—¿Crees que hay un momento en el que los hijos deberían escribir las historias de sus padres?
—Si tienes suerte… En verdad a nadie le interesan las historias de tu familia porque son demasiado aburridas. “Todas las familias felices son iguales” y todo eso… Esas memorias, al menos para mí, se sienten como un robo y una traición. Robo, porque al escribir las propias historias se debe, necesariamente, incluir las de los demás, incluso sin su permiso. Se siente como una traición publicar, escribir, incluso pensar memorias. Una persona no debería escribir una memoria a menos que lo necesite; incluso entonces es arriesgado y es posible que no ofrezca la catarsis deseada.
—Entonces, ¿por qué tu libro?
—Mi madre dice: “Nadie sobrevive a la infancia, simplemente crece”. En cierto momento, todos los detalles de la infancia empiezan a parecer sin importancia, porque son el pasado. Quiero vivir hacia el futuro, no revivir, sino vivir. Para mí, para poder vivir bien, tenía que dar la vuelta y mirar al pasado, aunque fuera a regañadientes. Y tal vez el resultado de ese proceso también sea útil y placentero para otros.
—Los que hemos perdido a nuestros padres o no hemos logrado la relación que soñamos podemos necesitar más ese vínculo a medida que crecemos. ¿Cómo lo manejas?
—Tengo una relación cercana con mi madre. Me quedó claro mientras escribía el libro que mi padre también me amaba, por más difícil que pudiera ser. El hecho de que se disculpara tan profundamente antes de morir también me ofreció un cierre y un consuelo. Muchas personas ven sus propias historias en mi libro: sujetos con muchas configuraciones familiares diferentes. Leer una historia es tan personal que se parece un poco al espejo de agua de Middlemarch de George Eliott. La gente me dice, después de leer mi libro, que tuvimos exactamente la misma infancia, lo que no podría ser posible. Creo que aquello que resonó en la gente fue la historia de ser un ser humano creciendo, alcanzando la mayoría de edad con una familia difícil. Muchos deben tener alguna versión de esa historia. Pero no, no suelo sentir que mi infancia o asuntos pendientes me obstaculizan o me persiguen. Escribir el libro y revisar mi historia ayudó con eso.
—¿Cómo lograste construir tu propia voz en un relato que ha sido demasiado público?
—Ignoré lo dicho. No leí los libros, ni vi películas, ni revisé los artículos de revistas o los tuits. Ni siquiera leí las reseñas. Me pareció un acto radical decidir que mi historia era lo suficientemente importante como para prestarle toda mi atención, sobre todo cuando no soy la parte que le importa a la mayoría de la gente. Tenía que tener cuidado de preservar esta sensibilidad para no dejarme atrapar por los relatos escritos por otros. Ponerme en el centro de mi propia historia era la única manera de crear un libro de mérito literario. Quería ser honesta y audaz.
—¿Crees que uno se convierte en madre cuando la etapa de hija se cierra?
—Es probable. No lo había pensado nunca de ese modo. Hoy soy hija y madre. Me encanta ser ambos.
—Tu padre te dijo hacia el final “Te debo una, te debo una”. ¿Qué desearías que no te hubiera debido?
—Era una frase tan extraña. Nunca me hubiera imaginado que lo diría. Nunca lo había escuchado decir esta frase antes. Pero no hay deseo de que pudiera ser de otra manera ahora. Era lo que era. Pude darme cuenta de lo importantes que son los padres. Yo no entendía eso antes de tener un hijo. Pero a todo el mundo le falta algo en la vida, y no puedo fingir que escribí una memoria sobre el sufrimiento. Yo era una niña rica en un sentido relativo, con salud, mucho amor, queridos amigos y recursos, creciendo en un Camelot casi perpetuo de 23 grados, luz del sol y una brisa suave. De hecho, es una historia sobre el crecimiento y la sorpresa del proceso. Creo que no puedo quejarme por ausencias. Todos hemos tenido alguna durante el crecimiento. Con esto que te enumero siento que he tenido demasiado.
—¿Qué te gustaría no deberle a Thomas?
—Mi hijo tiene una infancia radicalmente diferente a la que yo tuve. Apuesto a que si trata de escribir unas memorias lo pasará mal. ¡Le faltaría conflicto! Una vez más, volvamos a las familias felices de Tolstoi. Hasta ahora, tenemos vidas diferentes y preguntas diferentes en nuestra familia de las que yo tenía mientras crecía. A veces, miro alrededor de mi casa, mi familia, y me pregunto ¿quién es esta persona? ¿Soy yo? ¿Cómo llegué a tener toda esta alegría? Pero, por supuesto, por lo general estoy atrapada en cualquier tarea que requiera el día y me olvido de dar un paso atrás y darme cuenta. Le doy crédito al trabajo que hice en el libro por ayudarme a liberarme de algunos patrones familiares. Supongo que una vez que te vuelves consciente del pasado, realmente lo ves sin pestañear. Se vuelve más fácil tomar decisiones claras sobre el futuro, en lugar de simplemente revivir las preguntas que no se han articulado o incluso hecho consciente. Eso no quiere decir que mi libro fuera solo sobre mi propia catarsis. La catarsis fue un feliz efecto secundario. El libro era algo que necesitaba escribir, a pesar de mí misma. Espero que traiga alegría, deleite y significado a otros.
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